"Levantaos, alzad la cabeza" (Lc 21, 28) |
Son
las imágenes en tiempo real las que nos sacuden en profundidad. Las que andan
rodando por internet, insoportables por su crudeza, tanto visual como de los
profundos sentimientos de odio, violencia y venganza que anidan en el corazón
humano. Como las noticias que cada mañana, antes de empezar el día, golpean de lleno
en la cara al leer los periódicos nacionales e internacionales en línea.
Fotos
que encuadran un cúmulo de ruinas de lo que queda de una casa destrozada por un
cohete, asomando la cabeza de un niño de siete u ocho años, con el rostro
acartonado en su última mirada de miedo, en medio de otros cadáveres de hombres
y mujeres deshechos por la metralla. Daños colaterales, los llaman.
Y
todo rodeado con explicaciones para justificar la necesidad de las intervenciones
armadas, lo inevitable de tales daños -dicen-, y unos y otros alineándose en
pro o en contra de éstos o aquéllos. Todos, discutiendo y acusándose; en
definitiva, alimentando la violencia que critican, pero sin dar un paso por
construir la paz.
Las guerras conocidas y ocultadas, en Siria,
África y en tantos otros lugares, los refugiados que huyen del horror del
Estado Islámico y otras dictaduras, las caravanas de inmigrantes por doquier y los
muertos en el mar, son sólo algunos de los muchos conflictos presentes en el
mundo, y tantas veces olvidados porque a los poderosos no les interesa que
tengan publicidad.
La
pandemia parece no acabar y muchos Estados no logran alcanzar una estabilidad
deseada.
En
esta situación, hoy, estrenamos un nuevo Adviento.
Navidades y sangre
¿Para
qué sirve la presencia de Cristo entre nosotros? ¿Para qué sirve comenzar un
nuevo Adviento y prepararnos a celebrar una Navidad cada vez menos cristiana y
más consumista, tratando de quitarnos de encima una crisis económica mundial y
de valores que nos ha llevado por delante? ¿Para qué sirve repetir y remachar
las cosas, rebuscar y rezar, si la impresión que tenemos es de estar rodeados por
una muerte que no acaba?
En
este triste comienzo del camino de Adviento, es Lucas el que viene en nuestro socorro.
Viene para espabilarnos y animarnos.
Las imágenes que usa el evangelio y que hemos escuchado, con un vocabulario apocalíptico, de tintes fuertes y terribles, afirman, muy al contrario, una realidad más dulce y serena, cuando describe la disolución de los astros.
Esto
no tiene nada que ver con profecías mayas o entretenimientos por el estilo, ni
con el temido fin del mundo que tanto gusta describir a las películas de serie B.
Lucas
describe la disolución de la creación recorriendo al revés la narración del Génesis.
Si, en el principio, Dios sacó del caos la creación para darle orden y medida,
Lucas, ahora, describe el paso del orden al caos.
Es
exactamente lo que estamos viviendo en nuestro mundo.
Lucas,
con su narración, hace una afirmación fuerte, de esperanza y de alegría: Lucas
nos dice que levantando la mirada, trascendiendo con perspectiva el horror de
cada día, podemos ver venir a Cristo que es quien recompone la Creación rota
por el hombre.
Miedos
No
vivimos tiempos fáciles, el desaliento clama al cielo y la violencia nos invade
por dentro y por fuera. Entre tambores de guerra, escándalos financieros, corrupción
sin fin, trabajos ocasionales y una difusa pobreza, entre afectos triturados y
miedos de amar y ser amados, corremos el riesgo de derrumbarnos y rendirnos. A
veces el miedo y la apatía contaminan nuestras vidas y nuestras comunidades: el
fuerte y el arrogante es el que parece prevalecer y, muchas veces, nos sentimos
como peces fuera del agua.
Pero
un entrañable Jesús nos dice: cuando todo esto ocurra, no os abruméis, levantad
la mirada.
Las
fatigas y las pruebas de la vida, parece decirnos el Señor, están puestas ahí para
hacernos crecer; todas las dificultades pueden convertirse en un trampolín de
lanzamiento y tienen que ayudarnos a conocer el sentido oculto de las cosas, el
misterio escondido por los siglos.
Igual
que el grano caído en el campo fecunda la tierra, así el Adviento fecunda
nuestra vida para hacer brotar la Navidad en una fiesta de luz.
Peligros
Pero
tenemos que estar vigilantes, nos exhorta hoy Jesús en el Evangelio. El desenfreno, las borracheras y las preocupaciones
de la vida pueden impedirnos ver con
perspectiva y, sobre todo, impedirnos
vivir.
El
desenfreno: en un mundo en el que estamos
forzados al delirio, encontrar un ritmo de interioridad personal exige una notable
fuerza de carácter. ¿Por qué no aprovechamos estos días para retomar o reforzar
un ritmo cotidiano de interioridad y oración?
Las
borracheras: nuestro mundo nos
invita a experimentar todo, a ser atrevidos y probarlo todo. Y al final nos
encontramos destrozados, hechos trizas. Atención, por tanto: no caigamos en el canto
de sirenas que el nihilismo nos propone, negando la necesidad de cualquier tipo
de principio o valor. Necesitamos la unidad integradora y no la fragmentación
de la vida. Hagamos esta elección no respecto a una hipotética opción moral, sino
desde la conciencia de que sólo Dios es quien conoce la verdad de nuestro ser.
Las
preocupaciones de la vida existen,
por supuesto, y no podemos eliminarlas, pero sí controlarlas poniendo en el centro
de la vida la búsqueda de Dios y de mi auténtico yo.
Tenaces
No,
hermanos, no; el mundo no está precipitado en el absurdo sino en los brazos de
Dios. Esto es lo que los cristianos creemos, aunque lo vivamos con fatiga, combatiendo
para construir espacios de Reino de Dios en medio del caos, momentos de luz en
medio de las tinieblas, poniendo orden en nuestras vidas y a nuestro alrededor.
La
oración y la meditación de la Palabra de Dios, esa misma Palabra que creó las
cosas de la nada, todavía hoy recrea todo en Dios y, si la dejamos hacer, el
Señor mismo nos sustentará. ¡Que tengamos un buen recorrido de conversión hacia
la Navidad!
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