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sábado, 20 de noviembre de 2021

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY - Domingo 34º del Tiempo Ordinario (Ciclo B)


Primera Lectura: Dn 7, 13-14
Salmo Responsorial: Salmo 92
Segunda Lectura: Ap 1, 5-8
Evangelio: Jn 18, 33-37

Nuestro año litúrgico concluye con una no celebración, aparentemente con un solemne festival que habla de reyes, que habla de triunfos, que quizás rememora con nostalgia aquel antiguo esplendor de una iglesia militante en constante conflicto con el poder mundano, a veces por un poder secretamente deseado, a veces por mutua oposición, que quizás ingenuamente imaginaba una victoria definitiva de Cristo más codiciada que realizada.

Una fiesta que quiere recordar una improbable soberanía de Cristo, un final feliz al que necesitamos mirar en el año que está pasando y relanzar el año que está por comenzar.

Pero cuando leemos el Evangelio quedamos descolocados, como de costumbre.

Poderes

Se confrontan dos poderes: por una parte, el de la Roma imperial y su representante, el procurador Poncio Pilato y, por otra, el insignificante y ridículo carpintero de Nazaret que se hace a sí mismo Dios.

El genial evangelista Juan, en la obra maestra del diálogo entre Jesús y Pilato, presenta una representación teatral muy real: Pilato se cree fuerte, cree que tiene a aquel fantoche en sus manos, lo desprecia, y en él a todos los judíos que lo obligan a usar el puño de hierro y que, como cuenta la historia, se van a convertir en el obstáculo de su carrera hacia el Senado de la urbe imperial.

Pilato se divierte, se burla de este miserable carpintero que también ha perdido el apoyo de sus superiores religiosos. Bromea, se burla, le ofrece un diálogo que parece correcto, finge justicia y equidad… pero el poder a menudo se convierte en farsa y engaño, solo se defiende a sí mismo y se opone a aquello que lo obstaculizan.

Monstruos

Así es como Daniel, en la descripción visionaria de la primera lectura, ve el mundo destrozado por cuatro bestias; un signo de las dominaciones sobre Israel que se han producido a lo largo de los siglos: el león indica el sangriento reino de Babilonia; el oso, a los medos; el leopardo, los persas; y la última bestia, la más aterradora, representa el reinado de Alejandro Magno y sus sucesores, incluido Antíoco IV, el perseguidor de los judíos piadosos en el momento en que Daniel escribe.

En el pasaje que hemos proclamado, el profeta ve la venida del hijo del hombre, un semitismo que simplemente indica al hombre, al ser humano. En Israel, las bestias ya no tendrán jamás el poder, sino, finalmente, el hombre.

¡Qué poca humanidad, incluso hoy, encontramos en los que ostentan el poder! ¡Qué poca humanidad en el poder religioso del Sanedrín y en el poder político del águila romana!

Los saduceos y los sacerdotes del templo deben pedir permiso al odiado Pilato que tiene el ius gladii, el derecho a matar, para deshacerse de aquel engorroso Nazareno.

El Sanedrín quiere matar a Jesús, pero no puede. Pilato quiere salvar a Jesús, no por justicia, sino para humillar al Sanedrín, pero no puede.

Ambos van a hacer lo que no quieren. Las componendas, el miedo, el cálculo hacen que aquellos poderes se conviertan en marionetas de sus propias ambiciones.

Pilato, durante toda la entrevista, sólo hace preguntas. No se cuestiona nada, sólo pregunta. Y no escucha las respuestas.

Tú lo dices

A lo largo de su vida pública, Jesús rechazó el título real para no crear ambigüedad sobre la naturaleza de su reino espiritual. Sin embargo, ahora que está derrotado y cerca de la muerte, acepta aquel título. Él es el rey porque está dispuesto a hacerse matar por sus súbditos.

“¿Tú eres rey?”; - “Tú lo dices” responde Jesús a Pilato.

“¿Eres tú el Hijo del Dios Altísimo?”; - “Tú lo dices” responde Jesús al Sumo Sacerdote en otro lugar.

“Tú lo dices” = como tú quieras, lo que tu quieras. Somos libres de creer o no, Dios no se impone, nunca.

Las apariencias engañan. Efectivamente este hombre derrotado no se parece en nada a un rey, y mucho menos a un Dios. Siempre será así: nuestro Dios se esconde y nos deja libres, mueve nuestra conciencia y nos pide que tomemos partido, nos fuerza a elegir desde nuestra libertad.

El poder que Jesús viene a ejercer es un poder al servicio de la verdad. Un poder que no se realimenta a sí mismo, que no se auto festeja, que huye de la vanagloria y la apariencia.

 

 

Preguntas maliciosas

Qué clase de rey nos ha tocado a nosotros, amigos cristianos: un rey de opereta que entra en Jerusalén montando un burro, y no en un caballo blanco; un rey ultrajado y burlado por unos soldados romanos aburridos; un rey que despierta la compasión y el desprecio del inquieto gobernador Pilato. Qué clase de rey, sin ejércitos, sin poder, sin rabia, sin delirios de omnipotencia.

Ante esta clase de rey, inmediatamente nuestro entusiasmo se desvanece, inmediatamente nuestros sueños secretos de una sorprendente victoria del bien sobre el mal se reducen.

Las cosas ya no serán así ni ahora ni nunca. Dios ha elegido estar del lado de los derrotados, de los olvidados. Cristo es rey – seguro - pero de los perdedores; rey condenado y sin rescate, rey sin triunfos, rey sin el final feliz de una quimérica comedia americana.

Un rey desnudo, colgado en la cruz, un trono cruel, coronado por un cerco de espinas, un rey tan desfigurado que necesita una señal que lo identifique, que lo haga reconocible, al menos, para las personas que lo amaban.

Esta es la no celebración que celebramos hoy, una celebración que abandona el triunfalismo para dejar espacio a la meditación y al asombro. Este es vuestro rey, discípulos y seguidores de Jesús el Nazareno.

¿De verdad queréis un Dios así? Un Dios que arriesga, un Dios que, por amor, acepta hacerse arrasar por el odio y la violencia ¿Realmente queréis un Dios que arriesga todo, incluso el ser olvidado para siempre, solo por mostrar su verdadero rostro? ¿Un Dios que acepta permanecer desnudo, es decir, legible, indiscutible, ostentoso, patente, evidente para que toda persona deje ya de construirse devociones imposibles y oscuras visiones de Dios? Este es nuestro Dios, un Dios amoroso, un Dios herido, un Dios que hace del amor la única medida, la última razón, la única esperanza. Éste es nuestro Cristo Rey.

 

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