Una
fiesta que quiere recordar una improbable soberanía de Cristo, un final feliz al
que necesitamos mirar en el año que está pasando y relanzar el año que está por
comenzar.
Pero
cuando leemos el Evangelio quedamos descolocados, como de costumbre.
Poderes
Se
confrontan dos poderes: por una parte, el de la Roma imperial y su
representante, el procurador Poncio Pilato y, por otra, el insignificante y
ridículo carpintero de Nazaret que se hace a sí mismo Dios.
El
genial evangelista Juan, en la obra maestra del diálogo entre Jesús y Pilato,
presenta una representación teatral muy real: Pilato se cree fuerte, cree que
tiene a aquel fantoche en sus manos, lo desprecia, y en él a todos los judíos
que lo obligan a usar el puño de hierro y que, como cuenta la historia, se van
a convertir en el obstáculo de su carrera hacia el Senado de la urbe imperial.
Pilato
se divierte, se burla de este miserable carpintero que también ha perdido el
apoyo de sus superiores religiosos. Bromea, se burla, le ofrece un diálogo que
parece correcto, finge justicia y equidad… pero el poder a menudo se convierte
en farsa y engaño, solo se defiende a sí mismo y se opone a aquello que lo
obstaculizan.
Monstruos
Así
es como Daniel, en la descripción visionaria de la primera lectura, ve el mundo
destrozado por cuatro bestias; un signo de las dominaciones sobre Israel que se
han producido a lo largo de los siglos: el león indica el sangriento reino de
Babilonia; el oso, a los medos; el leopardo, los persas; y la última bestia, la
más aterradora, representa el reinado de Alejandro Magno y sus sucesores,
incluido Antíoco IV, el perseguidor de los judíos piadosos en el momento en que
Daniel escribe.
En
el pasaje que hemos proclamado, el profeta ve la venida del hijo del hombre, un
semitismo que simplemente indica al hombre, al ser humano. En Israel, las
bestias ya no tendrán jamás el poder, sino, finalmente, el hombre.
¡Qué
poca humanidad, incluso hoy, encontramos en los que ostentan el poder! ¡Qué
poca humanidad en el poder religioso del Sanedrín y en el poder político del
águila romana!
Los
saduceos y los sacerdotes del templo deben pedir permiso al odiado Pilato que
tiene el ius gladii, el derecho a matar,
para deshacerse de aquel engorroso Nazareno.
El
Sanedrín quiere matar a Jesús, pero no puede. Pilato quiere salvar a Jesús, no
por justicia, sino para humillar al Sanedrín, pero no puede.
Ambos
van a hacer lo que no quieren. Las componendas, el miedo, el cálculo hacen que aquellos
poderes se conviertan en marionetas de sus propias ambiciones.
Pilato,
durante toda la entrevista, sólo hace preguntas. No se cuestiona nada, sólo
pregunta. Y no escucha las respuestas.
Tú lo dices
A lo largo de su vida pública, Jesús rechazó el título real para no crear ambigüedad sobre la naturaleza de su reino espiritual. Sin embargo, ahora que está derrotado y cerca de la muerte, acepta aquel título. Él es el rey porque está dispuesto a hacerse matar por sus súbditos.
“¿Tú
eres rey?”; - “Tú lo dices” responde Jesús a Pilato.
“¿Eres
tú el Hijo del Dios Altísimo?”; - “Tú lo dices” responde Jesús al Sumo
Sacerdote en otro lugar.
“Tú
lo dices” = como tú quieras, lo que tu quieras. Somos libres de creer o no,
Dios no se impone, nunca.
Las
apariencias engañan. Efectivamente este hombre derrotado no se parece en nada a
un rey, y mucho menos a un Dios. Siempre será así: nuestro Dios se esconde y nos
deja libres, mueve nuestra conciencia y nos pide que tomemos partido, nos
fuerza a elegir desde nuestra libertad.
El
poder que Jesús viene a ejercer es un poder al servicio de la verdad. Un poder
que no se realimenta a sí mismo, que no se auto festeja, que huye de la vanagloria
y la apariencia.
Preguntas maliciosas
Qué
clase de rey nos ha tocado a nosotros, amigos cristianos: un rey de opereta que
entra en Jerusalén montando un burro, y no en un caballo blanco; un rey ultrajado
y burlado por unos soldados romanos aburridos; un rey que despierta la compasión
y el desprecio del inquieto gobernador Pilato. Qué clase de rey, sin ejércitos,
sin poder, sin rabia, sin delirios de omnipotencia.
Ante
esta clase de rey, inmediatamente nuestro entusiasmo se desvanece,
inmediatamente nuestros sueños secretos de una sorprendente victoria del bien
sobre el mal se reducen.
Las
cosas ya no serán así ni ahora ni nunca. Dios ha elegido estar del lado de los
derrotados, de los olvidados. Cristo es rey – seguro - pero de los perdedores; rey
condenado y sin rescate, rey sin triunfos, rey sin el final feliz de una quimérica
comedia americana.
Un
rey desnudo, colgado en la cruz, un trono cruel, coronado por un cerco de
espinas, un rey tan desfigurado que necesita una señal que lo identifique, que
lo haga reconocible, al menos, para las personas que lo amaban.
Esta
es la no celebración que celebramos hoy, una celebración que abandona el
triunfalismo para dejar espacio a la meditación y al asombro. Este es vuestro rey,
discípulos y seguidores de Jesús el Nazareno.
¿De
verdad queréis un Dios así? Un Dios que arriesga, un Dios que, por amor, acepta
hacerse arrasar por el odio y la violencia ¿Realmente queréis un Dios que
arriesga todo, incluso el ser olvidado para siempre, solo por mostrar su verdadero
rostro? ¿Un Dios que acepta permanecer desnudo, es decir, legible, indiscutible,
ostentoso, patente, evidente para que toda persona deje ya de construirse
devociones imposibles y oscuras visiones de Dios? Este es nuestro Dios, un Dios
amoroso, un Dios herido, un Dios que hace del amor la única medida, la última
razón, la única esperanza. Éste es nuestro Cristo Rey.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.