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jueves, 2 de diciembre de 2021

DOMINGO 2º DE ADVIENTO (Ciclo C)


Primera Lectura: Bar 5, 1-9
Salmo Responsorial: Salmo 125
Segunda Lectura: Flp 1, 4-6.8-11
Evangelio: Lc 3, 1-6

Podemos celebrar cientos de navidades sin que Dios nazca jamás en nuestros corazones.
Por eso necesitamos un tiempo de interioridad, para poder de una vez acoger la luz del Señor. Para que el día de la llegada del Señor no nos caiga encima improvisadamente y nos encuentre desprevenidos. ¡Sería tragicómico pasar la vida invocando la llegada del Señor, y que no nos encuentre en el momento de su llegada interior!
Ciertamente, no es fácil y todo nos va contracorriente: las crisis económicas y de valores; el ambiente pringoso que se estimula en este tiempo; el impulso navideño perpetrado por el mercado, que pone su punto de apoyo en los buenos sentimientos para vender más; las dificultades de la vida de cada día.
No es fácil, pero es posible. Cristo nos pide levantar la mirada, en vez de lamentarnos; nos pide mirar más allá; nos pide mirar a otro lugar, siempre más allá. Lo importante es llegar a la auténtica Navidad con el corazón ligero, sin permitir que se nos recargue de disipación, de aturdimiento y de las preocupaciones de la vida.
Dios viene, él toma la iniciativa, él da el primer paso para acercarse a nosotros. La Escritura nos revela el rostro de un Dios que establece relaciones, que busca a cada persona, que la corteja. Pero la espléndida y dramática historia entre Israel y su Dios no ha sido siempre dichosa y fecunda.
Ahora, en el Adviento, Dios viene para explicarse, para contarnos quien es, para expresarse. Dios viene a revelarse.

Comienzo
El áulico y solemne inicio de la predicación del Bautista confirma la intención que tiene Lucas de contar acontecimientos históricos, ni narraciones edificantes ni piadosos cuentos de gente devota. Lucas, discípulo de Pablo, no ha visto a Jesús nunca en su vida. Como nosotros, es alguien que se ha sentido fascinado y seducido por la predicación de otros, en su caso, por el fuego de la palabra de Pablo. Lucas era antioqueno, un griego, culto y fino, que escribe su evangelio después de Marcos y contemporáneamente de Mateo. Ya entonces Lucas quería demostrar que él no iba tras cuentos y fábulas, sino que su anuncio se basaba bases sólidas.
La descripción de la situación geo-política del tiempo de la predicación del Bautista nos asombra, y quiere recordarnos hoy, una y otra vez, que no corramos tras fantasías, porque nuestra fe se apoya en sólidas bases, (aunque algunos cristianos se comporten como personajes de opereta).
Tras las palabras de Lucas hay historia, no mitos. ¡Dios quiera que Lucas nos haga avergonzarnos, al menos un poco, de nuestra impresionante ignorancia evangélica!

Otras historias
Lucas quiere también decirnos otras cosas.
Todos los personajes, enumerados en el texto evangélico que hemos escuchado, quién más quién menos, tienen en su mano el poder absoluto, saben que pueden decidir la suerte de los pueblos; se sienten y son grandes. La Palabra de Dios elude elegantemente a todos los señores de la época y se posa sobre un machacado treintañero, macerado por el viento del desierto y por el ayuno, un loco de Dios hosco y rabioso que se consume en las riberas del Jordán; la Palabra de Dios se posa sobre Juan el Bautista.

Ya Baruc, secretario de Jeremías, en la primera lectura se dirigía al pueblo extraviado en Babilonia y veía una vuelta, brillante y triunfante, a la Jerusalén de los padres. Hablaba a unos pelagatos sin esperanza, se dirigía a los deportados que se arrastraban como esclavos esperando morir. Y, sin embargo, sueña.
Así es la cosa, amigos. La Historia de Dios se sobrepone a la pequeña y violenta historia humana, y la transfigura.
Nadie de nosotros conocería a Herodes si él no hubiera matado al Bautista. El procurador Pilato es nombrado cada domingo en el Credo no por su osadía política y militar, sino por haber matado a un carpintero exaltado que se creía Dios. Porque lo era.
Y nosotros, ¿a qué historia queremos pertenecer? Las energías, los sueños, la osadía que ponemos cada día ¿en quién o en qué las ponemos? ¿En la frágil historia humana, o en la Historia de Dios?

Obras
Entrar en la otra historia significa, ante todo, abrirse al misterio de Dios, esperarlo y acogerlo por lo que él es, no por lo que quisiéramos que fuera. El Adviento no añade compromisos a nuestra escasa fe y a nuestra poca disponibilidad para la oración, sino un tiempo en el que se nos pide darnos cuenta, un tiempo para preparar el camino, un tiempo para abrir el corazón.
Citando a Isaías, Juan es muy preciso sobre lo que hay que hacer: enderezar las sendas, rellenar los barrancos, allanar las montañas.
Enderezar las sendas, es decir tener un pensamiento sencillo, lineal, sin dar demasiadas vueltas a la cabeza. La fe es experiencia personal que nace en la confianza y que se transforma en abandono. La fe debe ser cuestionada y alimentada, la fe es inteligible y razonable. Pero en un determinado momento se convierte en un salto razonable a los brazos de Dios. En nuestra vida necesitamos pensamientos verdaderos, pensamientos positivos y buenos para poder acoger la luz que viene del Señor.
Llenar los barrancos de nuestras fragilidades. Todos nosotros llevamos en el corazón cráteres más o grandes, más o menos dañinos, de las luchas y fatigas más o menos superadas. Pero tenemos que estar atentos a no dejarnos arrollar por nuestras fragilidades o, lo que sería peor, disfrazarlas y disimularlas. Cada uno de nosotros lleva tinieblas en su corazón: lo importante es que no nos interfieran, lo importante es no darles cuartel.
Allanar las montañas. En un mundo basado en la imagen cuenta más la apariencia que la sustancia. Está muy bien el fitness, estupendo el body-building en el gimnasio para mantenerse en forma.  Está bien cuidar el modo de vestir. ¡Pero haría tanta falta abrir algún gimnasio de spirit-building, de reconstrucción del espíritu, haría falta algún estetista del corazón y del alma!

Esperar con alegría
Esencialidad, verdad, deseo son los instrumentos para encontrar el camino hacia Dios. Y ellos nos proporcionan alegría. La espera nos sacude por dentro, nos abre al misterio y nos provoca una alegría como la que san Pablo experimentaba por su comunidad griega de Filipos, como la que el salmista describe por la vuelta a Jerusalén de los que estaban prisioneros de Babilonia.
Así que, visto lo que Dios ha hecho con el Bautista, queridos amigos y resistentes discípulos del Señor, Dios hace bajar su Palabra sobre nosotros, que somos pequeños, frágiles y dispersos.
¡Levantemos la mirada! Con ánimo, echemos mano a los badiles espirituales y a los atizadores interiores para avivar el mortecino fuego de nuestro espíritu.

¡Queda mucha tarea por realizar! Pero el Señor viene. ¡Viene siempre!



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