Los apóstoles no entendieron nada. La
escena del hombre rico se cerró con la apremiante pregunta de los Doce, hecha
por Pedro en nombre de todos: ¿y nosotros que lo hemos dejado todo, qué?
Jesús los anima: dejar todo por el Reino
significa encontrar cosas nuevas... aquello del ciento por uno... Aplauso y final;
se acabó.
Eso se creen, porque luego el evangelio de
Marcos continúa con el tercer anuncio de la Pasión. Con un Jesús visiblemente
aturdido que les cuenta a sus amigos que está dispuesto a morir con tal que no
traicionar a la imagen de Dios que lleva impresa en su corazón.
Ese el evangelio de hoy. Uno de los más
terribles que la historia nos ha entregado. Efectivamente, los exegetas hacen
notar que, cuando Marcos escribe el evangelio, el arrogante Santiago ya había
sido matado, y Juan se pasaba la vida hablando más de Jesús que pensando en
ningún cargo de gobierno. Los hijos del trueno aprendieron la lección… a la
fuerza.
Un evangelio tan fuerte que Lucas lo salta
a pie juntillas y Mateo lo suaviza, atribuyéndole a la madre de los “boanerges”
la inconsciente iniciativa que acabamos de escuchar.
Parece que los discípulos lo dejaron todo
cuando siguieron a Jesús... pero sólo fue en teoría.
Incomprensión
Los protagonistas hoy, son Juan y Santiago.
Juan el perfecto, el místico, el águila, la profundidad, le pide a Jesús una
recomendación, pide sentarse a la derecha de Jesús en el momento en que se
establezca el Reino de los cielos, concibiéndolo como un reino político e
inmediato, a punto de producirse.
No basta con haber tenido grandes dones místicos y señales de la presencia de Dios en la oración para evitar cometer enormes errores. También los hermanos y las hermanas que, entre nosotros, hayan elegido el camino de la contemplación tienen que vigilar siempre el riesgo de la gloria mundana querida y buscada...
La paradoja es buscada por Marcos. No se trata ya de un fervoroso joven que tiene un patinazo tan clamoroso como aquel rico, sino de dos discípulos que, apenas han oído el tercer anuncio de la Pasión, buscan la vía de escape en el poder. ¡Peor aún, los otros diez la toman con ellos por haberse atrevido a ser los primeros en tomar la iniciativa de lo que todos estaban pensando!
Marcos parece remitir aquí a la trágica
situación de Israel cuando, muerto Salomón, se dividiría el reino en dos
partes, con diez tribus al norte y a dos al sur.
Jesús queda, de nuevo, desconcertado. Sabe
que su Reino es servicio, sabe que su postura le va a costar sangre, y estos
tipos hablando de privilegios y de cargos, de primas y de beneficios.
Parece que estamos leyendo uno de los
miserables informes actuales en los que políticos y personajes, cortos y
mezquinos, malversan dinero público o evaden capitales, mientras muchas
familias se hunden en la desesperación. Terrible.
Lógicas
Este evangelio es una página sincera, que
nos obliga a fijarnos en nuestro modo de ser Iglesia. En particular, en cuantos
tienen tareas y responsabilidad dentro de la comunidad: los obispos y sacerdotes,
y también los catequistas, formadores y animadores.
Hay, indudablemente, personas
extraordinarias, conscientes de sus limitaciones, que consumen su vida en el
anuncio del Evangelio. Hay sacerdotes en edad de jubilación y llenos de
achaques que todavía llevan el inmenso regalo del Pan de Vida a pequeñas
comunidades dispersas por las aldeas; hay jóvenes que dedican su sábado libre a
jugar con los chicos en un polvoriento e impracticable campo de fútbol de las
periferias.
Pero existe también la tentación del
aplauso y de la gloria, del deseo de reconocimiento social del propio esfuerzo;
de los resultados que, de algún modo, tienen que ser visibles y cuantificables.
Hay también el gusto por desempolvar viejos títulos y privilegios; curas y
religiosos jóvenes convencidos de que basta su simple presencia y simpatía para
cambiar las cosas. Hay formadores que se ofenden si no se les presta mucha
atención, o que se cansan a la primera dificultad.
Hermanos, todavía tenemos que recorrer
mucho camino, tenemos que estar atentos a no caer en el engaño de la mundanidad,
a mirar siempre y sólo al Maestro que nos ama, sin esperar resultados. Si hay
que conseguir algún resultado, será precisamente el de dar cada uno lo mejor de
sí, con absoluta humildad y mansedumbre.
Maestro y discípulos
Jesús nos muestra lo qué es ser corderos en
medio de lobos. Jesús, ante tanta mezquindad, no se desanima. Él, que
necesitaría todo el consuelo, nos da consuelo a manos llenas. Ante la
insensatez, él se sienta y nos enseña, una vez más.
Es natural que haya el deseo de sobresalir,
de prevalecer, de descollar, incluso en la Iglesia. Pero es propio de los
discípulos hacer como él: ponerse al servicio del Reino hasta la muerte.
En estos tiempos en que la Iglesia en
salida, siguiendo la solicitud del Papa Francisco, busca cómo contagiar la “Alegría del evangelio” a la gente de hoy,
este domingo nos recuerda el estilo con qué hacerlo: sin ceder a las lógicas
mundanas del dominio y del poder, incluso en nuestras pequeñas cosas de cada
día.
Que
así nuestras comunidades, marcadas con la señal de la cruz, se pongan al
servicio de la humanidad, se conviertan en misioneras de la misericordia, la
ternura, y el servicio. Con esa gratitud, sonrisa y humanidad plena que,
recibida de Cristo, contagia a nuestro mundo.
Se
trata de pasar de la lógica de la sospecha a la de la confianza, de la lógica
del atesoramiento a la del compartir. Así será así entre nosotros si nos
acercamos al distribuidor de la gracia, como sugiere la carta a los Hebreos.
Así, desde dentro, desde una profunda
conversión interior, es como podemos llegar a ser discípulos del Señor para
cambiar el mundo.
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