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sábado, 5 de octubre de 2024

DOMINGO 27º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)



Primera Lectura: Gen 2, 18-24
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: Heb 2, 9-11
Evangelio: Mc 10, 2-16

Hoy nos enfrentamos a una palabra que sacude nuestros cimientos, una palabra que interrumpe el flujo de las reflexiones sobre Jesús que veníamos haciendo con el evangelio de Marcos y nos plantea una nueva pregunta. Ya no se trata de "¿Quién es Jesús?", sino de "¿Qué es el amor?".

Esta pregunta, intrigante y actual, fuerte y misteriosa, resuena con poder en nuestro mundo, un mundo que ha perdido sus certezas y parece abrumado por la fragilidad y la confusión. Las noticias desalentadoras que llenan los noticiarios ponen a prueba incluso al cristiano más optimista.

Incluso ahora, cuando nos refugiamos en lo privado y abandonamos los grandes proyectos sociales y políticos para encerrarnos en el mundo estrecho de los afectos personales, encontramos una confusión soberana. Quienes tienen una familia a veces no la aprecian, mientras que quienes no pueden tenerla (divorciados, parejas homosexuales) la anhelan.

Se nos presenta el amor como un refugio seguro, cargado de esperanzas y expectativas, lleno de sueños y gratificaciones. Pero la realidad, una vez más, nos desafía: no basta con insistir en el enamoramiento o exaltar un amor de fusión para evitar decepciones profundas.

¿Quién puede ofrecernos una palabra que no sea banal, que tenga el sabor de la verdad y que indique con autoridad el camino a seguir? Solo Dios, que es el inventor del amor.

Excesos

Hermanos, si leemos atentamente el Génesis, que narra poéticamente la creación de la pareja humana, descubrimos un aspecto inquietante. La retórica católica ha exaltado esta historia, pero el texto revela uno de los errores más comunes entre los amantes.

El ser humano no es feliz; no le basta con conocer la realidad (simbolizada por dar nombre a los animales). Dios admite su error (¡asombroso!) y decide correr a repararlo. Decide crear para el ser humano otro ser que lo complemente y lo confronte. El hombre duerme y Dios crea a la mujer, no de la costilla, como se ha traducido erróneamente, sino dividiéndolo por la mitad.

El término usado en el texto apunta al dintel de la puerta: el hermafrodita humano está dividido en dos partes, en dos jambas que sostienen el arquitrabe. Y por esa puerta, el ser humano entra en el reino de Dios.

Pero el hombre, al despertar, no admite la diversidad; no admite que la mujer viene de Dios, sino que la llama “ésta” y dice que es un pedazo de sí mismo, en definitiva, una proyección de su ego. ¡Terrible!

¿No es esto una imagen del amor de fusión tan elogiado por nuestra cultura y tan seguido por nuestras frágiles generaciones de adolescentes? ¿Creer que el otro es nuestro espejo? En definitiva, se trata de una sumisión disfrazada que elimina la diversidad entre el hombre y la mujer.

La solución que nos ofrece la Escritura es clara: "Por eso dejará el hombre a su familia y se unirán en una sola carne". Para construir una relación verdadera, es necesario abandonar nuestra idea preconcebida de familia y unir nuestras fragilidades. Solo así, buscando en el Otro el sentido de nuestras vidas, podemos llegar a ser verdaderamente pareja.

Divorcios sexistas

En tiempos de Jesús, el divorcio era una práctica establecida, incluso atribuido a Moisés, por eso era intangible. Nadie se atrevía a cuestionar una norma tan favorable a los hombres. La pregunta que planteaban a Jesús era retórica, todo el mundo esperaba que, por supuesto, Jesús bendeciría esta regla. Pero la respuesta de Jesús es revolucionaria: Dios cree en el amor único, en la posibilidad de amar a una persona de por vida. No se trata de soportarse mutuamente o sentirse atrapados en una jaula, sino de amarse para siempre.

Esta respuesta provocó incredulidad incluso entre los apóstoles. Mateo nos recuerda su desconsolada declaración: "Entonces es mejor no casarse" (Mt 19, 10). Pero Jesús insiste: es posible amarse durante toda la vida, este es el sueño de Dios para el matrimonio. La fidelidad no es una utopía de adolescentes, sino la bendición de Dios.

Sueño de amor

Queridos hermanos, cuando dos jóvenes deciden casarse y hablan de fidelidad, no estamos ante una norma anacrónica o una estructura reaccionaria, sino ante el sueño mismo de Dios. El matrimonio cristiano no es simplemente vivir juntos y tener hijos; es poner a Jesús en el centro, descubriendo así aspectos extraordinarios y nuevos sobre uno mismo y sobre la pareja.

En los últimos años, asistiendo a muchas parejas, orando y compartiendo con ellas, he visto como descubrieron y asumieron la novedad del matrimonio en el Señor.

Las fracturas

Es hermoso poder decir a los jóvenes que desean casarse en el Señor que el matrimonio cristiano es una elección libre, una idea de Dios y no de la Iglesia. Es normal enamorarse, es normal decidir vivir juntos. Hacerlo como Jesús pide es una elección particular: la de poner a Dios en medio de nuestras vidas. No es patrimonio de una Iglesia reaccionaria que no sabe abrirse al mundo, sino que es el mismo sueño de Dios.

A la luz de esta Palabra, como creyentes, podemos confiarnos íntimamente al Dios que inventó el amor, sabiendo que estamos llamados a reescribir y revivir el mensaje inalterable de la Creación.

Amémonos, pues, tierna y cariñosamente, los que creemos en el Amor de Dios. Que Su gracia nos guíe en este camino de amor verdadero y duradero.

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