Una mirada diferente |
Jesús nos ofrece hoy un evangelio bastante difícil, con el deseo, por su parte, de dejar que las bienaventuranzas dirijan nuestras vidas. Sin embargo, hemos de recordar, una vez más, un dato fundamental de la vida cristiana: que la vida moral es la consecuencia de un encuentro con el Señor, no de un moralismo estéril. La ley de Dios, recuerda San Pablo, es obra del Señor, no la vana obediencia de una norma externa.
Es algo parecido a cuando vemos a un chico o una chica que se enamora: lo primero que salta a la vista es que empieza a cuidarse, se hace más ordenado, de repente se vuelve puntual: porque está enamorado. Jesús nos pide que seamos misericordiosos porque el Padre es misericordioso: nuestra acción será una consecuencia del encuentro amoroso que hayamos tenido con Dios.
El pecado y la acción moral
Mirando alrededor, seguramente nos vienen a la mente las grandes tragedias de la vida, la guerra, los asesinatos, las masacres, las aberraciones que conocemos... Y, seguramente también, nos decimos con hipocresía que, dado todo lo que pasa en el mundo, ¡no somos tan malos! No matamos, no robamos a mano armada (aunque si arañamos un poco de dinero, o defraudamos algo sin mucho daño… no pasa nada con la corrupción); somos buenos, estamos bien.
En cambio, las Escrituras nos invitan a leer nuestras vidas apuntando siempre a lo más alto, sin compararnos con aquellos que se comportan peor, sin sentirnos pasables por ello, sino a compararnos con el sueño que Dios tiene sobre nosotros. Dios nos ve como obras maestras, como piezas únicas, como hijos suyos, todos distintos y todos queridos. Dios quiere que, como las águilas, volemos alto y, sin embargo, parecemos patos que miran con suficiencia a las gallinas...
Jesús es claro: no mires la mota en el ojo del hermano porque tú tienes una viga en el ojo. ¡Que cierto es esto! ¡Cuánto me cuesta reconocer mis errores! ¡Qué dispuesto estoy a justificarlos y rebajarlos! Conmigo soy comprensivo y benévolo, con los errores de los demás soy despiadado y los juzgo con excesiva dureza. No exagero, ¿verdad? Escuchémonos cuando se trata de hablar de otra persona, de mis vecinos, de los compañeros de trabajo, de los hermanos de comunidad, de los dirigentes y políticos de todo tipo… Somos siempre demasiado adolescentes, atentos a protegernos por temor a que alguien nos haga daño, siempre preocupados en aparentar lo mejor de nosotros por temor a que los demás lleguen a ver lo peor nuestro.
Seamos libres, amigos, ¡libres! Somos águilas hechas para volar, ¡batamos las alas! Dios nos da alas del águila para acoger con sinceridad lo que somos, para aprender a amar y para amar a los demás con sencillez, para saber que somos obras maestras en construcción y que, durante el trabajo en curso, uno tiene que sufrir un poco de polvo y ruido. Aprendamos a vernos a nosotros mismos y a los demás como Dios nos ve.