Pedro
y Andrés lo dejaron todo para convertirse en pescadores de humanidad, dejaron
lo que los ataba, las redes, en lugar de ordenarlas como hacemos todos los
días. Creyeron en serio que Dios toma prestada la barca de nuestra vida para anunciar
el Reino.
Nuestra
fragilidad no es un obstáculo porque Dios no frena nuestras limitaciones; nos
necesita tal como somos porque nos ama.
Pedro
y Andrés conocieron a otros como ellos: a los pescadores del lago, a un
fanático, a un publicano. Gente muy diversa y particular, sin nada que pudiera
unirla, si no era la curiosidad de seguir a aquel Nazareno lleno de Dios.
Luego,
después de unos meses de vagar en Galilea, allí mismo, en las orillas del lago,
Jesús les cuenta a ellos y a nosotros cuál es el secreto de la felicidad.
Bienaventuranzas
“Bendito,
bienaventurado” dice el Señor. Es decir: “serás feliz si”, “tendrás el corazón
lleno si”, “estallarás de alegría si”: en fin, una auténtica revelación.
¿No
es la alegría lo que buscamos más que cualquier otra cosa? ¿Es que Jesús nos va
a mostrar el camino a la plenitud? En definitiva, ¿se decide Dios a desnudarse y
a darnos la solución al enigma de la vida?
Pero
enseguida, el entusiasmo se desvanece: bienaventurados los pobres,
bienaventurados los que lloran, los perseguidos e insultados, dice el Maestro.
Pero
cómo es posible ¿Jesús declara feliz a los que sufren? ¿A los que la vida apalea?
¿Acaso confirma Jesús la opinión de muchos creyentes de que la vida es sólo
dolor y de que luego, quizás, pero, quién sabe, esperamos que algún día
recibamos un premio? Absolutamente, no.
Jesús
no alaba la condición sufriente y dolorosa, lo que dice es que esta condición
puede abrirse a otra verdad.
Los perdedores, los tontos, aquellos que eligen ser sencillos, es decir, pobres de espíritu; los que eligen ser mansos en un mundo de tiburones; los que no se rinden a la injusticia crónica; los que juzgan teniendo en cuenta el corazón misericordioso de Dios, y no de la miseria de las personas; los que huyen de la duplicidad; los que, pacificados, construyen la paz a costa de pagar por ello; los que, habiéndose encontrado con Dios, no se dan por vencidos; esos son los que experimentan a Dios.
Bienaventurado
Precisamente
porque el Dios de Jesús es manso, pacífico y misericordioso, porque paga por sí
mismo y sabe llorar, los que se parecen a él experimentan la misma felicidad y
bienaventuranza.
Parece
una locura, ¿verdad? Pues sí. Demasiada locura. Pero es lo que Jesús nos dijo
con palabras y obras.
Hermanos,
no buscamos la pobreza ni las lágrimas ni la miseria, sino que depositamos
nuestra confianza en Dios; y es entonces cuando experimentaremos la felicidad
que está llena de emoción y supera con creces cuanto podamos desear. La auténtica
dicha es experimentar el Absoluto de Dios, el Dios de Jesús, y compartir con él
el sueño de una vida verdadera, a cualquier precio.
Felices vosotros
A
diferencia de la versión de Mateo, Lucas resume las bienaventuranzas y agrega
además cuatro advertencias inesperadas y muy severas.
Inesperadas
porque es Lucas quien escribe, Lucas, el escriba de la mansedumbre de Cristo.
Inesperadas
porque provienen de la pluma de quien siempre suaviza los tonos, suaviza la
dureza del seguimiento, suaviza los rasgos más ásperos de la predicación de
Jesús.
Si
Mateo dice: “Bienaventurados los pobres ...”, Lucas agrega: “Bienaventurados vosotros, los pobres ...”. Lucas tiene
a los pobres, a los perseguidos allí, delante de él; Lucas escribe para ellos.
Y
sabe, además, por la información que recibió de los que estaban allí presentes,
que Jesús, en cierto momento, miró hacia el horizonte, más allá de las colinas
de Samaria, hacia Jerusalén, advirtiendo a los ricos, a los saciados, a los
alegres, a los satisfechos.
Pero
los que viven en primera línea de realidad y de humanidad, lo saben y aprecian
las palabras de Jesús.
Dios
cree en la conversión de cada persona, por supuesto. Pero también sabe lo
fuerte que es la obstinación y la cerrazón. Para aquellos que viven en la
degradación, en la corrupción y la ilegalidad, para aquellos que, como en tiempo
del profeta Amós, pisotean el derecho de los pobres, el juicio será sin
misericordia, porque ellos no han tenido misericordia.
Al
ver las imágenes trágicas del tercer mundo, al ver que la economía se ha
convertido en un monstruo que lo devora todo, al escuchar el testimonio de Elena,
que tuvo que marchar a Alemania, o de Chema, despedido sin más, y sin trabajo
durante meses, es mucho de apreciar y agradecer este estallido de Jesús.
Y
así lo aprecian los hombres y mujeres, hermanos cristianos y no cristianos, que
luchan y se debaten en medio de la creciente barbarie, actuando como Dios, que
defiende el derecho del huérfano y la viuda.
Esperanzas
A
tantas personas comprometidas en primera línea afrontando los inmensos
problemas de la vida cotidiana y de la ilegalidad, el Señor les dice hoy: tened
esperanza y cuidad a las personas.
En
esta transformación necesaria está también la necesidad de atender a los más
necesitados como hoy nos recuerda Manos
Unidas, con el lema «Nuestra
indiferencia los condena al olvido». Cuántas diferencias hay en el mundo.
Cuánta exclusión. La indiferencia es la mayor fuente de esas diferencias.
Vivimos a lo nuestro, olvidados de los demás. Y nuestra indiferencia crea el
dolor y la desigualdad, el hambre y el sufrimiento de muchos.
Como
escribe Jeremías, el profeta que no fue escuchado y sí perseguido en su
Jerusalén natal, la única posibilidad es mirar hacia arriba, y no confiar únicamente
en el ser humano. Nuestra esperanza, nos recuerda Pablo, se coloca en el Señor
resucitado, en alguien que está vivo y se hace presente a través de nuestra
mirada, y no sólo en un buen proyecto humano. Que nuestro esfuerzo sea priorizar
la ayuda a los necesitados haciendo verdadera la bondad que brota del corazón
con la oración y la generosidad.
Bienaventurados
seremos si no nos rendimos, porque este es el estilo de nuestro Dios. Que así
sea.
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