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sábado, 28 de mayo de 2022

ASCENSIÓN DEL SEÑOR (Ciclo C) - Domingo 7º de Pascua



Primera Lectura: Hch 1, 1-11
Salmo Responsorial: Salmo 46
Segunda Lectura: Ef 1, 17-23
Evangelio: Lc 24, 46-53


Un cambio a peor

Jesús se va y nos deja a cambio la Iglesia. ¡Qué cambiazo! Parece un cambio a peor, ¿no? ¿No estamos todos, como los apóstoles, un poco decepcionados por esta decisión? Ellos están asombrados y apenados. El Maestro se va precisamente ahora que, por fin, estaban empezando a entender el gran designio de Dios sobre Jesús; ahora que, por fin, estaban superando el dolor y se iban convirtiendo a la alegría. Justo ahora el Señor se va. Ahora que, como en el desenlace en una bonita comedia americana, todo parecía claro y nítido: el Reino, por fin, había comenzado y Jesús reinaría con sus fieles apóstoles para siempre.

Pero ¿cómo es que, justo ahora que las cosas estaban empezando a funcionar, Jesús nos deja? Él vuelve al Padre… y nosotros aquí, a sufrir.

El camino de esperanza y de conversión a la alegría, que hemos llevado adelante en estas semanas de Pascua, sufre un parón, un estruendo repentino.

Seamos francos: no nos gusta nada que Jesús resucitado haya regresado al Padre y no encontramos nada bueno que celebrar.

Los discípulos vuelven a estar descolocados. Jesús vuelve al Padre, y les confía a ellos, con todas sus limitaciones, el anuncio del Reino. ¡Qué historia! ¡Cuántas preguntas hace la Palabra a quien busca a Dios!

¿Galileos, qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?

¿Por qué lloras, alma mía, por qué estás triste? ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

Dios nos cuestiona, nos mueve, nos invita a ir siempre más allá, nos invita a crecer, nos invita a creer, nos invita a confiar.

No, no tenemos que buscar en el cielo el rostro de un Dios que ha pisado la tierra. Sólo podemos buscarlo allí donde Él ha decidido habitar, para siempre: en los hermanos más pobres, en medio de la comunidad de los que creen en Jesús de Nazaret, el Señor.

Ésta es la incomprensible paradoja del cristianismo. Primero se nos pide creer que el Dios invisible se ha hecho hombre. Ahora se nos pide creer que el Dios accesible se entrega en las frágiles manos de personas pecadoras e incoherentes.

Es un cambio desfavorable: en lugar de encontrarnos con el rostro radiante y sereno del Señor resucitado, nos encontramos con el rostro arrugado y oscuro de los cristianos.

Y si sí…

¿Y si, por el contrario, Jesús quisiera decirnos algo nuevo e inesperado? ¿Si, de veras, estuviéramos nosotros implicados en los proyectos de Dios? ¿Y si Jesús, de verdad, hubiera confiado a la Iglesia el anuncio del Reino?; aún peor: a esta Iglesia nuestra, piedra de escándalo para muchos. ¡Imagínate!

Nuestro Dios no es el manager administrador de una multinacional de lo sagrado, que difunde las normas, y un número 112 para las emergencias, con unos gentiles ángeles que nunca nos dan una respuesta útil. No, no es así.

sábado, 21 de mayo de 2022

DOMINGO 6º DE PASCUA (Ciclo C)


Primera Lectura: Hch 15, 1-2.22-29
Salmo Responsorial: Salmo 66
Segunda Lectura: Ap 21, 10-14.22-23
Evangelio: Jn 14, 23-29

¿Cómo podemos darnos cuenta de la gloria del Señor Jesús en nosotros? ¿Cómo reconocerla en los acontecimientos no siempre edificantes de la historia? ¿Cómo verlo en la experiencia de la Iglesia, santa y pecadora a la vez?

Jesús durante la última cena afirma querer salvar a Judas y a Pedro. Es en la salvación donde se manifiesta la gloria de Dios, el deseo inmenso que él tiene de llenar el corazón de todas y cada una de las personas. La gloria de Dios es que toda persona se salve y viva con vida abundante.

Concretamente, hoy, el Señor nos indica tres actitudes para manifestar la vida del resucitado en nuestra vida. En este renovado tiempo de la Iglesia, en este dolorido tiempo de crisis económica, humanitaria y política, tiempo agresivo y amargo, desesperante y desalentador necesitamos urgentemente volver a ser discípulos y dejar que sea el evangelio quien juzgue los acontecimientos de la vida.

Vivir y permanecer

Jesús nos pide observar su Palabra, cumplirla, encarnarla en nuestras opciones concretas. Si la fe se reduce a un acontecimiento que sacamos a relucir una hora a la semana, o en los momentos de dificultad, no tenemos la experiencia de estar habitados por el Padre y el Hijo.

Jesús nos lo dice explícitamente: vivir la Palabra, frecuentarla, conocerla, orarla, meditarla produce el efecto de un morada divina en nosotros.

Nada de extrañas apariciones, sino la conciencia creciente de estar orientados hacia Dios, la experiencia de que es posible darse cuenta de la presencia de Dios en nostros y en el mundo. Entonces, la fe no se reduce a una elección intelectual, a un esfuerzo de la voluntad sino que es la dimensión permanente en que habitamos.

Vivir es quedarse, permanecer, no huir, ni separarse. Vivir es habitar, conocer, entender, frecuentar.

A esto estamos llamados para experimentar la gloria que anhelamos. Conozcamos y meditemos la Palabra que nos permite acceder a Dios.

Recordar

No lo entendemos todo - faltaría más -, tampoco la Iglesia tiene la plena posesión de Dios, sino que está poseída por Él.

Jesús nos ha dicho y nos lo ha dado todo; la Revelación está concluida, terminada, en él. No necesitamos adivinos que nos expliquen lo que tenemos que hacer. A veces, parece que no lo entendemos y que nos hemos olvidado de ello.

El Espíritu viene en nuestra ayuda y nos ilumina. Ilumina a la Iglesia en la comprensión de las palabras del Maestro y Señor. Ilumina nuestra conciencia y nos permite entender cuánto tiene que ver la fe con nuestra vida y con nuestras opciones cotidianas. Nos lo recuerda cuando nos olvidamos, como por ejemplo, en un pasado no muy lejano, los cristianos se olvidaron de la radicalidad del evangelio respecto de la no violencia, razonando sobre la “guerra justa”, bendiciéndola y justificándola, a veces, desaforadamente.

sábado, 14 de mayo de 2022

DOMINGO 5º DE PASCUA (Ciclo C)


Primera Lectura: Hch 14, 21-27
Salmo Responsorial: Salmo 144
Segunda Lectura: Ap 21, 1-5
Evangelio: Jn 13, 31.33-35


Jesús acababa de decir a los suyos que uno de ellos está a punto de entregarlo. Y, claro, el Maestro está aturdido. Ahora que está a punto de cumplirse la hora, siente en su corazón todo el peso del inmenso gesto que está a punto de realizar. Los apóstoles se miran unos a otros, pensando que el traidor se encuentra frente a ellos cuando, en realidad, el traidor está dentro de cada uno de ellos. Dentro de cada uno de nosotros.

Juan, el evangelista, reclina la cabeza sobre el pecho de Jesús y le pregunta: “¿Quién es, Señor?”

Jesús moja el pan y se lo ofrece a Judas que lo come, y se vuelve duro y distante.

En el pueblo de Israel, dar el pan era la más bella señal de acogida, pero Judas lo interpreta como una ofensa. Como sucede cuando un gesto nuestro, cargado de cariño, es tomado dramáticamente por la otra persona como todo lo contrario. Jesús, en cambio, está desvelando a Judas que él, a pesar de todo, es el discípulo más querido y que quisiera apretarlo contra su propio pecho para que sintiera la medida del amor.

Judas queda impactado y sale del cenáculo en oscuridad. Son las tinieblas las que ahora le invaden. Pero lleva consigo, en su corazón, el pan, la eucaristía.

Jesús, al contrario, casi no se ha asomado aún a las tinieblas, pero la luz romperá la oscuridad más espesa.

La glorificación

Jesús insiste y exagera: ahora – dice - he sido glorificado. Ahora que Judas está yendo a traicionarlo, ahora que su corazón es tenebroso y hostil, Dios podrá manifestar cuánto lo ama. En la traición de Judas podemos ver la medida del amor de Jesús.

Judas se perdió, pero ¿no ha venido el Señor, precisamente, a salvar quién estaba perdido? ¿No es justamente la perdición el lugar teológico de la salvación? ¿No estamos salvados nosotros precisamente porque, antes, nos habíamos extraviado?

Por medio de Judas, Jesús podrá demostrar que no hay medida alguna en el amor incondicional de Dios.

Todos nosotros, cuando tomamos conciencia de nosotros mismos nos preguntamos: ¿estoy perdido o estoy salvado? Jesús nos contesta: estabas perdido y has sido salvado.

Ni los apóstoles ni nosotros entendemos esto, como tampoco hemos entendido el gesto del lavatorio de los pies.

Pedro dirá poco después que está dispuesto a dar la vida por Jesús. Pero un gallo cantará recordando a Pedro sus límites. Y Jesús le recordará que es él quien va a dar la vida por sus discípulos.

Pedro no tiene que morir por el Señor, sino morir con el Señor. Todo lo que puede hacer un discípulo – todo lo que podemos hacer nosotros - es imitar al Maestro, no reemplazarlo.

sábado, 7 de mayo de 2022

DOMINGO 4º DE PASCUA (Ciclo C)


Primera Lectura: Hch 13, 14.43-52
Salmo Responsorial: Salmo 99
Segunda Lectura: Ap 7, 9.14-17
Evangelio: Jn 10, 27-30


Como cada cuarto domingo de Pascua hoy hablamos de pastores. Jesús se propone a sí mismo como pastor, algo que no asombraba en un país en el que la ganadería era una de las principales fuentes de subsistencia. Hoy es la ocasión para preguntarnos sobre qué es la Iglesia y sobre cómo, en esta Iglesia, todos tenemos una responsabilidad mutua, y también sobre el hecho de que algunos hermanos sean llamados a manifestar al Pastor y a reunir al rebaño alrededor de él.

La vida es un tiempo que se nos da para aprender a amar. No tiene otra finalidad. Descubrirnos queridos por Dios, descubrir en él el manantial del amor, es la experiencia más preciosa que podamos hacer, y esta experiencia es el meollo del anuncio de la Iglesia. Incluso en tiempos difíciles como los que estamos viviendo. ¿Pero existieron o existen alguna vez tiempos “fáciles”?

Hoy queremos escuchar la palabra del Pastor, lo único que nos anima y nos espolea a tener confianza en el Padre.

Pastor decidido

Todos pensamos en el pastor que va en busca de la oveja perdida y que la devuelve al redil cargándosela sobre los hombros. Una imagen dulce y conmovedora la que nos da Lucas y que nos desvela nítidamente la experiencia interior del evangelista. Pero el pastor de Juan, del que nos habla el evangelio de hoy, tiene otras características: es recio y determinado, y lucha infatigablemente para defender el rebaño de los lobos y de los mercenarios. Un pastor que vela, que lucha, que está dispuesto a dar su propia vida por la salvación del rebaño, de una manera muy distinta de como hacen los pastores asalariados.

Jesús nos está diciéndonos que estamos en sus manos, en manos seguras; que nadie nos arrancará nunca de su abrazo; que sólo por él y en él recibimos la vida divina y sin fin. Pero para seguirlo hace falta escucharlo y reconocer su voz, es decir frecuentar su Palabra, meditarla asiduamente, reposar la vida en ella. Esa Palabra que se convierte en la señal de su presencia y que ilumina cualquier otra señal con la presencia del Resucitado.

Escuchantes

Convertirse en adultos en la fe significa descubrir en lo más íntimo lo que Jesús dice: nunca, nada, podrá jamás alejarnos de la mano de Dios. Jesús nos tiene cogidos, con fuerza, de la mano. Nos quiere como un pastor es capaz de querer, como alguien que sabe adónde llevarnos a pastar pastos frescos y revitalizantes. No como un pastor al que se paga por horas, sino como el propietario que conoce una a una a sus ovejas. Hemos sido comprados a un precio muy caro por el amor de Cristo.