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sábado, 3 de agosto de 2019

DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Ec 1, 1-2; 2, 21-23
Salmo Responsorial: Salmo  89
Segunda Lectura: Col 3, 1-5.9-11
Evangelio: Lc 12, 13-21
  
En las semanas pasadas hemos escuchado los evangelios del buen samaritano, de Marta y María, y de la oración. Hoy, la Palabra nos invita a desarrollar un tema ya introducido en los pasados domingos:  el de los bienes de la tierra.
Algo que tiene que ver con la caridad auténtica del samaritano y con la cena deliciosa preparada por Marta en Betania. Y también con el “pan de cada día” que pedimos en la magnífica oración del Padre Nuestro.
Todo la Palabra de hoy se encarna en la pesadez de la cotidianidad, en la concreción de las opciones que hacemos y en las relaciones que tenemos con las cosas y la fortuna.
Sobre todo, en estos tiempos en los que conceptos abstractos como “mercado” y “economía” se han hecho concretos y tangibles, llevando a la mayoría de la humanidad a un general empobrecimiento. No, no estamos hablando de cosas inútiles.

Líos
¡Que levante la mano quien no haya tenido nunca, al menos una pequeña discrepancia o desavenencia con familiares o amigos, por cuestiones de dinero!
Es obvio. Somos personas equilibradas y honestas, y tratamos de cuestiones de principio. En el evangelio de hoy, un ingenuo individuo le pide a Jesús que intervenga con su hermano por una cuestión de dinero, y probablemente tuviera razón: él habría sufrido un engaño y querría ser indemnizado.
¡Cuántas amistades se han ido al garete por cuestiones de dinero, cuántas, frágiles y superficiales, relaciones de parentesco se han convertido en un odio visceral por algún metro cuadrado de una casa o de un terreno!
Por otra parte, seamos honestos: si los cariños, las amistades y las relaciones de parentesco no se basan en actitudes de equidad y justicia, si no pasan la prueba de la solidaridad, se hace de verdad muy difícil entender cómo puede concretarse el bien que supone decir que nos queremos.