Primera lectura: Is 63,
16b -17.19b; 64, 1c-7
Salmo Responsorial: Salmo
79
Segunda lectura: 1 Cor 1,
3-9
Evangelio: Mc 13, 33-37
Volvemos
a empezar
Primer
domingo de Adviento, este año siguiendo el evangelio de San Marcos. Marcos, aquel
muchacho que siguió a Jesús hasta Jerusalén, y en cuya casa se reunieron los discípulos
después de la crucifixión. Marcos, que siguió a Pablo más bien a regañadientes,
y por eso fue mandado de nuevo a casa, por la excesiva morriña de adolescente y
al que encontramos después al lado del apóstol Pedro.
El
evangelio de Marcos está escrito, probablemente, en el ámbito de la comunidad
de Roma, con un lenguaje escueto y pobre, pero denso en matices.
Y
hoy, en su compañía, una vez más, iniciamos el tiempo de preparación a la
Navidad.
¿Cuántas veces?
¿Cuántas
Navidades hemos preparado y vivido en nuestra agitada vida? Y aún estamos aquí,
no para hacer un simulacro del nacimiento de Jesús, porque él ya nació, vivió,
murió y resucitó, sino para dejar que él nazca en nuestra vida una vez más.
Entre
su llegada histórica y su retorno glorioso estamos tú y yo, estamos nosotros,
en este tiempo nuestro, que nos ha tocado vivir. Cada año hacemos un recorrido
por la historia de la salvación, escuchamos los mismos evangelios, volvemos al
mismo punto de partida una y otra vez, pero lo hacemos, como en una espiral, a
un nivel cada vez más profundo. Con esperanza.
Las
razones para estar desanimados son muchas: la crisis mundial que la globalidad
nos acerca cada vez más; la guerra abierta en distintos frentes; las
dificultades políticas en los diversos países del mundo; el creciente clima de pendencia
y enfrentamientos sociales; y la Iglesia que parece estar ya cansada de revitalizar
la fe, esquinada en un rincón con demasiados miedos y bastantes incoherencias que
la hacen poco creíble en muchos momentos. Hermanos, necesitamos un redentor.
Destierros
El
pueblo de Israel estaba desde hacía tiempo en el destierro de Babilonia. El
desaliento clamaba al cielo: ¿dónde están todas las promesas dadas a los
padres? ¿Dónde está el Dios del que hablaban con pasión? Nadie sabe ya hablar
de Dios y el profeta Isaías se atreve a decir: no son los padres de la patria los
que salvan al pueblo, sino sólo Dios, el redentor.
Las
relaciones dentro del clan, en Israel, eran fortísimas. Si un familiar era reducido
a la esclavitud, si era víctima de la guerra, o para pagar sus deudas, alguien de
la familia tenía que rescatarlo pagando su liberación o, en último caso,
sustituyéndolo en su esclavitud. Era el “goel”,
el redentor.
A
nosotros, también Dios promete rescatarnos, sustituirnos, arrancarnos de las
mil esclavitudes en las que hemos caído.
Noches
La
escueta parábola con la que iniciamos hoy nuestro acercamiento al evangelio de Marcos
nos abre un mundo. Jesús viene a visitarnos en la noche, de manera escondida. Todos
podemos hacer la experiencia de encontrarnos con él, pero de un modo distinto de
como los discípulos lo conocieron en su tiempo. La noche, para nosotros,
representa la fatiga de la búsqueda, la tensión hacia el ideal de vida, el
descubrimiento del mundo de la oración y del mundo interior, de la
espiritualidad.
Los
rabinos, en sus reflexiones, hablan de cuatro noches: una es en la que Dios
creó el mundo, otra en la que llamó a Abraham, la tercera en la que liberó a Israel
de la esclavitud de Egipto. La última noche es la del regreso del Mesías.
También
nosotros podemos encontrar a Dios ya sea en la noche, o en el resplandor de la
Creación, y en la armonía del Cosmos. La naturaleza entera está en la espera de
redención, como nosotros, y por eso debe ser reconocida y respetada. Los
acontecimientos dramáticos de las catástrofes naturales nos recuerdan cada poco
lo frágiles que somos, y cómo tenemos que actuar bien para respetar los ritmos
de la Creación, sin ceder a la tentación de querer administrar a nuestro antojo
el jardín que en ella se nos confía, porque si no lo destrozaremos.
Podemos
encontrar a Dios, como Abraham, poniéndonos en camino para descubrir quiénes
somos y regresando al interior de nosotros mismos. Como a Abraham, el Dios
misterioso también nos dice: “sal de tu
tierra...”
Si
dedicamos tiempo a nutrir nuestra interioridad nos haremos capaces de
vislumbrar la presencia de Dios hasta en la vida cotidiana. Podemos encontrar al
Señor en los acontecimientos de liberación, cuando, en el camino de conversión,
nos descubrimos capaces de no ser víctimas de nuestros miedos, de nuestras
incoherencias y de nuestras fragilidades. Algunos, después de una fuerte
experiencia interior, abren su corazón a la belleza de Dios y se convierten,
percibiendo un sentido de liberación del miedo y del dolor, del pecado y de la
tiniebla. Es el comienzo de un camino que, atravesando el desierto, nos lleva
al monte de la alianza.
Velar
Estamos
aquí para darnos un mes de despertador interior, para hacer que Dios nazca en
nosotros más y más.
Es
obvio que Él ya ha nacido, de otro modo no estaríamos aquí escuchando las palabras
del evangelio.
Es
obvio que Él ya ha nacido, si decidimos rebelarnos contra una fe superficial y
tibia.
Es
obvio que Él ya ha nacido, si decidimos ponernos a la búsqueda de Dios.
Ahora,
lo que podemos hacer es mantenernos despiertos, no dejarnos atropellar por la
locura cotidiana de la vida, rebelarnos contra el pensamiento dominante para
vivir conforme a nuestra interioridad de buscadores de Dios.
Adviento.
Comienza el tiempo de la resistencia, de la interioridad, de la oración y de la
esperanza.
Si
Dios se hace hombre, es porque todavía no se ha cansado de nosotros.
Si
Dios se hace hombre, es porque las personas podemos aprender de Él cómo convertirnos
en personas perfectas.
¡Si
Dios se hace hombre, la vida merece la pena, y tiene que ser espléndida! Ojalá
lo entendamos así.
Venga,
hagámoslo bien este año, sigamos en serio la provocación que nos hace la
Palabra de Dios. Esperamos que Él nos ayude.
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