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sábado, 3 de mayo de 2025

DOMINGO 3º DE PASCUA (Ciclo C)


Primera Lectura: Hch 5, 27.32-41
Salmo Responsorial: Salmo 29
Segunda Lectura: Ap 5, 11-14
Evangelio: Jn 21, 1-19


¡Cristo ha resucitado! Lo proclamamos con gozo: ¡Aleluya! Y nos unimos con cantos, con vivas, con aplausos…

Pero… ¿y si les dijera que muchos aún siguen en el sepulcro?

Muchos, aunque vivos, caminan como muertos: con el alma endurecida, sin deseos, sin sobresaltos, como si la resurrección no tuviera nada que ver con ellos, como si fuera una fiesta ajena.

 Sí, incluso entre creyentes, hay quienes viven la Pascua solo como una tradición, con resignación, arrastrando dolores, límites, enfermedades… y haciendo de la fe un acto de puro esfuerzo. Creen, sí, pero como a la fuerza. Confiesan que Cristo ha resucitado, pero sienten que esa resurrección no ha sido por ellos.

Y esto, hermanos, le pasó a Pedro. ¡Al mismísimo Pedro! El último de los apóstoles en convertirse realmente al Resucitado.

El delito

Pedro llega a la resurrección con el corazón en un puño. Su historia es bien conocida: Simón, el pescador, llamado a seguir al carpintero de Nazaret. Tres años de seguimiento, de promesas, de meteduras de pata, pero también de esperanza... Jesús le promete a él –precisamente a él– ser la roca, el referente, el guardián de la fe.

Pero Pedro, con su carácter impetuoso y apasionado, no logra contenerse, y llega la catástrofe de la cruz, el derrumbe de todo. En el patio del Sanedrín, Pedro niega conocer al hombre al que juró amar y seguir hasta la muerte. Bastó la pregunta de una criada para desmoronar las frágiles certezas del que sería el príncipe de los apóstoles. Luego vino el arresto, el juicio sumario y la ejecución. Y también Pedro huyó, como todos.

Apenas podemos imaginar la angustia, la desolación, el tormento que sacudió a los apóstoles. Pedro, desgarrado por la muerte del Maestro y por su propia traición, quedó preso de su culpa.

Jesús ha resucitado, pero Pedro no

Jesús ha resucitado y se ha aparecido a sus discípulos. Pedro y Juan corrieron al sepulcro, y la tarde de Pascua Pedro estaba en el Cenáculo, aunque de una manera distinta a Tomás. Lucas incluso menciona una aparición privada a Pedro, de la cual no sabemos mucho.

Pedro estuvo presente en varias apariciones del Resucitado. Y sin embargo… no pasa nada en su interior.  Su corazón seguía seco, endurecido. Jesús estaba vivo, glorioso... pero Pedro no, él sigue atrapado en el pasado.

Él creía, sí, pero su fe no podía con su culpa. Como nos pasa a muchos.

El comienzo del evangelio de hoy describe uno de los momentos más tristes del cristianismo: Pedro vuelve a pescar. La última vez que lo hizo, tres años atrás, fue cuando conoció a aquel tipo extraño que hablaba del Reino de Dios.

Ahora, volver a pescar era como decir: se acabó, fin de la aventura, fin del paréntesis místico. Toca regresar a la realidad. Los otros apóstoles, compasivos e ilusos, lo acompañan, esperando poder animarlo.

Pero nada. La pesca es estéril. El corazón de Pedro está tan seco… que asusta hasta a los peces.

Y Jesús ahí, como tantas veces, lo espera al final de la noche. Jesús siempre nos espera al final de la noche. De cada noche. De todas las noches de nuestra vida, por oscuras que sean.

Acampados

El ambiente está cargado. Nadie dice nada mientras ordenan las redes. Solo el sonido del mar. El silencio se rompe cuando un forastero les pregunta por la pesca. Nadie tiene ánimo de hablar. Están encorvados, cabizbajos, con el corazón herido y seco.

– «Volved al mar y echad las redes». Todos se detienen. Andrés mira a Juan, que mira a Tomás, que mira a Pedro.

– ¿Qué ha dicho? ¿Que volvamos a pescar? Nadie protesta. Regresan al mar, lanzan las redes... y ocurre lo increíble.

¿Me amas, Pedro?

El silencio ahora tiene otro peso. Jesús actúa con naturalidad: bromea, ríe, come con ellos. Luego, lo intenta todo y llama a Pedro aparte. La última vez que se habían visto fue en el patio del Sanedrín.

– «¿Me amas, Simón?»

– “¿Cómo puedo decir que te amo, Maestro? ¿Cómo atreverme siquiera?”, piensa Pedro. Pero responde con sencillez:

– «Sí, te amo».

Una segunda vez:

– «¿Me amas, Simón?»

Pedro piensa: “Basta, Señor. Sabes que no soy capaz, déjalo estar”. Y responde:

– «Sí, te amo».

Una tercera vez:

– «¿Me amas, Simón?»

Pedro ya no responde. Se siente sacudido otra vez. Ahora es Jesús quien baja el tono, quien se adapta a la herida. Pedro tiene un nudo en la garganta.

A Jesús no le importa la fragilidad de Pedro, ni su traición, ni sus errores. Solo le pide una cosa: Que lo ame. Como pueda. Pero que lo ame.

– «¿Qué quieres que te diga, Señor? Tú lo sabes todo. Tú sabes cuánto te amo». Pedro se rinde al amor.

Jesús sonríe.

Porque ahora Pedro está listo. Porque el que ha tocado su propia miseria, puede comprender la miseria de los demás.

Puede ser un buen pastor. Puede ser un buen Papa.

Y el Señor le dice: – «¡Sígueme!».


Conclusión: También a ti

También hoy, a ti, a mí, a cada uno de nosotros, el Señor nos dice:

“Si me amas, sígueme. Sígueme en esta tarea de dar vida, para que otros vivan. No quieras controlar el camino: yo te guiaré.

Tú solo ámame. Como puedas. Pero ámame”.

Hermanos: la resurrección no es una idea, no es un dogma, no es una fecha en el calendario. Es un encuentro con el Viviente. Con el que no te pide perfección… sino amor.

¿Tú lo amas? Entonces, síguelo.

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