Jesús quiere con toda su alma desvelarnos el
verdadero rostro del Padre. No funda una religión hecha de misterios, ni hace de
las cosas de Dios un privilegio para unos pocos iniciados. Él habla de peces
con los pescadores, de ovejas con los pastores, de viñas con a los viñadores.
Y lo hace con palabras iluminadoras y sencillas,
con ejemplos tomados de los hechos cotidianos para explicar con ello lo absoluto
de Dios. Lo entienden los pobres, los humildes, los ignorantes; todos aquellos
que tienen un corazón transparente o angustiado, un corazón que siente la
necesidad de ser colmado, querido y consolado. También en su modo de hablar,
Jesús aparece apasionado, pero respetuoso con nuestros límites y atento a
nuestra sensibilidad. Así ocurre también hoy, amigos: Dios nos habla por medio
de las cosas cotidianas.
Jesús es el buen pastor que nos conduce a prados
de buena hierba, le importamos mucho, no como los pastores mercenarios que en
cuanto ven el peligro escapan de prisa y abandonan a las ovejas.
Y hoy, en la espléndida parábola de la viña, precisamente
porque nos ama, el Señor nos sugiere tres actitudes.
Podar
Para que la vid tenga fruto hace falta podarla. El
sarmiento, cortado en su punto justo, concentra toda su energía en el futuro
racimo de uva. El sarmiento no entiende lo que está pasando cuando la cuchilla lo
corta, haciéndole sufrir.
A nosotros, la vida nos poda abundantemente:
desilusiones, con fatigas, enfermedades, períodos de bajón; es algo bastante
inevitable y lo sabemos, aunque nos rebelamos, nos entristecemos, y huimos siempre
del dolor.
El ser humano no acepta la fatiga ni el fracaso inevitable
de nuestro ser finito y limitado; esa es la señal de su dignidad, de su
naturaleza inmortal que lo empuja a ir siempre más allá en búsqueda de la
trascendencia.
¿Cómo vivimos las podas de nuestra vida? El Señor nos
invita a encontrarlo y vivirlo en lo positivo como una nueva oportunidad, como
una nueva posibilidad.
Pero para ello, tenemos que dejar de lado mucho amor
propio, ejercitando mucho la paciencia, practicando mucho equilibrio para no
desanimarnos ni deprimirnos, para no ofendernos y empezar a emprenderla contra
Dios.
Sin embargo, no hay otro camino más que la
aceptación serena - nunca resignada - de las contradicciones de la vida; una
aceptación que concentrará la energía de nuestra vida en lugares y situaciones
inesperadas, con resultados de verdad sorprendentes. Como el sarmiento podado
que concentra su savia en el racimo produciendo una exuberante cantidad de
uvas.
Ánimo, pues, que las podas son necesarias, como lo
fue la gran y dolorosa poda de los apóstoles que, puestos del revés como un guante,
machacados por la cruz de su Señor, los hizo apóstoles de verdad, maduros y
reflexivos, capaces de anunciar la Resurrección y de sufrir el martirio, y no
sólo unos entusiastas e inmaduros seguidores de no sé qué fulgurante
experiencia mística.
Sin él, nada
La savia que alimenta nuestra vida es la presencia del Señor Jesús al que hemos elegido nuestro pastor. Ningún otro puede darnos fuerza, serenidad, luz, alegría y paz del corazón. Sólo permaneciendo anclados en él podremos dar fruto, crecer, florecer. Sin él, no podemos hacer nada.
Orientemos con fuerza y alegría, continuamente,
nuestro camino hacia la plenitud del evangelio. Jesús nos pide vivir con él,
quedar en su casa, estar con él. No como unos visitantes casuales, sino como
asiduos frecuentadores de su Palabra salvadora.
Jesús nos pide vivir en él. Permanecer con el
Maestro. Hacer silencio en lo más
profundo del corazón para alcanzar la inmensa ternura de Dios.
Sin mí no podéis hacer nada, nos dice Jesús. ¿Buscamos
la alegría? Busquémosla en Dios, vivámosla en él y con él. Permanezcamos unidos,
adheridos a él, como el sarmiento a la vid. La energía vital sólo proviene de
él y de esta unión con él es de donde brota el amor.
Los que buscamos a Dios y nos hemos hecho discípulos
del Nazareno no tenemos el futuro asegurado, ni la vida exenta de fragilidad y
pecado, ni se nos ahorran las pruebas que la vida nos da. ¡Ojo, la vida, no
Dios! Los discípulos del Señor hemos comprendido que la vida está hecha para
aprender a amar, y tomamos a Jesús de Nazaret como modelo y fuente del amor.
Por eso permanecemos con él y en él.
Frutos
Dios está contento si damos fruto. Dios se siente
con nosotros como un padre orgulloso por su hijo. Y Jesús, una y otra vez,
contradice la oscura visión que tenemos de Dios. Dios no es un paranoico
envidioso de nuestra libertad, que busca honor y respeto, como si fuera un solitario
y neurótico dictador divino.
Dios quiere que crezcamos, que florezcamos y que
demos fruto. Como la vid. Que demos frutos de amor y que maduremos siendo discípulos
del Señor.
La savia del amor brotó potente en el corazón de Bernabé,
el hijo del consuelo. Se puso de relieve en la primitiva comunidad, que manifestó
su amor yendo a socorrer al recién convertido Saulo, a pesar de que todos lo
temían: no se fiaban del ex-perseguidor que se había convertido.
Pablo estaba en la mitad del charco, había conocido
al Señor, pero la comunidad de los discípulos (absolutamente frágiles, como
nosotros) lo evitaba a toda costa. Es Bernabé
quien lo acoge bajo sus alas, y será él quien se convierta, para Saulo, en el
rostro acogedor del amor de Dios.
Que nosotros, discípulos del resucitado, podados
por tantas circunstancias de la vida, permanezcamos en el Señor para poder dar
frutos de consuelo y bendición para todas las personas con las que nos
encontremos día a día. Que seamos el rostro del Dios compasivo en medio del
mundo. Que así sea.
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