Estamos
llamados a globalizar el amor, no la indiferencia. A aprender a hacernos prójimos
y a llorar por las miserias humanas.
Cristo
es el samaritano que vierte sobre nuestras llagas el aceite del consuelo y el
vino de la esperanza, el que no pasa de largo simulando que no nos ve, el que
no se pregunta si nuestras heridas serán la consecuencia de nuestras opciones equivocadas,
el que no tiene miedo de ensuciarse las manos con la sangre de nuestras heridas.
Y
nosotros, una vez curados por dentro, somos capaces de misericordia y de
ternura, y podemos imitarlo.
Cristo
es aquél al que podemos acoger, como hizo Abrahán con los tres misteriosos
personajes, en el encinar de Mambré, o como hicieron las hermanas Marta y María
en Betania.
Acoger
al Señor significa hacerse fecundos, iniciar una nueva vida, como lo fueron Abrahán
y Sara.
Betania
Es
fácil imaginar la escena: Jesús, al caer de la tarde, cuando el calor de
Jerusalén cede el paso a la brisa, bajaba por el valle del Cedrón y subía el
monte de los Olivos, para, una vez pasado, alcanzar la pequeña aldea de
Betania.
Para
Jesús, Betania representaba el reposo de la normalidad, un alto en el camino, un
alivio. Dejando también a los apóstoles, posiblemente Jesús encontraba en
aquella casa de campo los olores y las luces de su pequeña aldea de Nazaret.
Quizás
en Betania, delante de una hogaza bien cocida, Jesús olvidaba la tensión que sentía
en aquella Jerusalén “que mata a los profetas”; abandonaba el dolor sordo que le
iba creciendo en el corazón al ver que su misión era duramente contrastada por
los estamentos judíos.
En
Betania Jesús podía hablar libremente, sentirse acogido; despojado de su rol de
rabino, “en zapatillas”, abandonaba el papel de acusado para disfrutar, por
algún momento, del placer de la amistad y de la complicidad.
Es
profundamente conmovedor ver al Señor entretejer una relación, que pide escucha,
que le gusta sentarse con sencillez alrededor de una mesa riendo y bromeando.
¡Ay,
si pudiéramos, de vez en cuando, invitar al Señor y escucharlo, preparar para él,
como Abrahán, una buena comida y un buen vino!
¡Ay,
si fuésemos capaces de vez en cuando, de escuchar a Dios y su deseo de
salvación, de escuchar sus fatigas y su dolor al ver la humanidad arrollada por
la violencia y por la limitación, y decirle que puede contar con nosotros para
realizar ese otro mundo que lleva en el corazón!
¡Ay,
si hiciésemos de Betania nuestra modo de vida!
Escucha y acción
Hay
algunos detalles espléndidos en el relato de hoy: María escucha a Jesús, sentada
a sus pies, como hacían los discípulos con los rabinos; y es Marta la que acoge
y atiende al Maestro.
Fijaros,
Jesús pone en el centro de la acción a dos mujeres, algo impensable por la
mentalidad de aquel tiempo. Las mujeres eran las esclavas de los maridos y, los
rabinos llegaron a decir que era mejor quemar la Palabra que hacérsela leer a
una mujer.
Jesús da la vuelta a esta lógica machista y, como ya había hecho con su madre, propone a una mujer como modelo de la escucha de la Palabra de Dios.
María
y Marta representan las dos dimensiones de la vida interior: la oración y la
acción.
María
escucha con atención las palabras del Maestro, las aprende de memoria, se
empapa de ellas. Como muchos, aún hoy día, María está pendiente de los labios
del Señor, esperando que él le hable a su corazón.
En
el origen de la fe de cada uno, en el corazón de toda experiencia religiosa, está
y permanece el encuentro íntimo y misterioso con la belleza de Dios. Dios, al que
sólo intuimos entre las espesas nieblas de nuestra limitación humana, pero del
que podemos tener también una cristalina experiencia en el tiempo.
Repongamos
la oración y el silencio en el corazón de nuestra jornada como manantial de
serenidad y alegría.
Marta
realiza la bienaventuranza de la acogida, del amor concreto y de la
hospitalidad. Ella sabe que la escucha del Maestro es el origen de todo encuentro,
pero también sabe que, si este encuentro no llega a cambiarnos la vida en un
servicio concreto a los otros, queda estéril y vano.
Marta
nutre y sostiene al Cristo que María adora. Por una parte, no existe una
auténtica oración que no desemboque en el servicio. Por otra, es estéril una
caridad que no empiece y acabe en la contemplación del misterio de Dios.
Marta
es invitada a no agitarse (que no es dejar de cocinar…) y a obtener su servicio
de la escucha de la Palabra (que no es vivir en clausura...).
Marta
y María son la representación de cómo tiene que ser guiada nuestra vida de fe
cristiana: acción y oración.
Padecimientos
Permanecer
anclados a Cristo, escuchar su palabra, hacerlo el huésped fijo de nuestra vida,
suscita y produce en nosotros una profundidad que nada ni nadie podrá quebrantar.
Marta
y María, incluso estando gravemente afectadas por el fallecimiento de su
hermano Lázaro, sabrán – aunque sea desesperadamente – como dirigirse al Maestro
que desbloqueará sus angustias.
Pablo,
reflexionando sobre los dolores que están suponiendo su vida de apóstol, en vez
de desesperarse, ofrece su dolor para completar el dolor de Cristo. En la
lógica del Evangelio, también la noche oscura y la derrota, si están unidas a Cristo
Señor de la noche y de la derrota, pueden transformarse en un gesto de amor.
Ya
estamos en pleno verano. Ya estemos de vacaciones - los más afortunados - o en
las ciudades recalentadas, dejemos entrar el frescor del Espíritu acogiendo de
corazón a Cristo en nuestras vidas.
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