Hoy celebramos la fiesta de un apóstol. Y eso siempre nos lleva a mirar cómo empezó todo en la Iglesia, a volver a lo esencial. Es como recordar las raíces de nuestra fe y dejarnos interpelar por lo que de verdad importa.
En esta fiesta de Santiago el Mayor, al que en España consideramos nuestro patrono desde muy antiguo, vale la pena no quedarnos en lo que dice la tradición popular, sino centrarnos en lo que nos cuenta la Palabra de Dios. Porque eso es lo que hemos escuchado hoy en las lecturas, y eso es lo que da sentido a nuestra celebración.
Nuestros esquemas habituales
El evangelio de hoy empieza con una escena que, si la pensamos bien, es bastante actual: una madre que quiere que sus hijos estén bien colocados. ¿Nos suena? Mucho. Porque en el fondo todos, de una manera u otra, queremos tener poder, estar en un buen sitio, ser reconocidos. Lo vemos en la política, en el trabajo, en la Iglesia… y también en nosotros mismos. A veces más preocupados por figurar que por servir.
En nuestro mundo, y también en nuestras comunidades cristianas, es fácil caer en estas lógicas: querer ser el importante, que se note que mandamos, buscar reconocimiento. A veces incluso utilizamos gestos de cercanía para marcar distancias con elegancia. Controlamos información “por el bien de todos”. Pedimos que todo pase por nosotros. Delegamos poco. Cerramos espacios de participación. Todo muy bien vestido… pero con una lógica de poder.
Y Jesús nos rompe los esquemas: “No será así entre vosotros”.
Los discípulos llevaban ya tiempo caminando con Jesús, pero todavía no lo habían entendido. Santiago y Juan, con ayuda de su madre, querían los mejores puestos. Los otros diez se enfadan, no porque les parezca mal el fondo… sino porque ellos también los querían. Solo que los Zebedeo se les habían adelantado.
También a nosotros nos pasa: llevamos años escuchando a Jesús, pero a veces no terminamos de encajar su lógica. Porque la suya es una lógica al revés: no cuenta el que manda, sino el que sirve. No vale el que se impone, sino el que se pone al lado. No se trata de destacar, sino de dar la vida. El importante, según Jesús, es el que nadie ve, el que hace lo que nadie quiere hacer, el que está en segundo plano.
Y ahí nos damos cuenta de cuánto nos queda por aprender. Pero también vemos que sí, que es posible cambiar. Santiago y los otros también lo hicieron. Con el tiempo fueron entendiendo el estilo de Jesús, hasta el punto de poder decir con claridad: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Y Santiago, el que buscaba gloria, acabó dando la vida por Cristo. Fue el primero de los Doce en morir mártir. A manos de Herodes, uno de esos poderosos que tanto gustan del poder.
No será así entre vosotros
El proceso de conversión de Santiago nos puede servir de inspiración. También nosotros podemos convertirnos, podemos cambiar nuestra forma de mirar. Podemos soñar con una Iglesia —y ojalá también una sociedad— donde no haya jefes y súbditos, donde nadie se imponga, donde lo que prime no sea el puesto ni el cargo, sino el servicio.
Pero para que eso ocurra, hay que dejar atrás miedos, prejuicios y maneras de funcionar que no van con el Evangelio. Hay que volver a Jesús. A su palabra. A su modo de actuar.
Claro que necesitamos organizarnos, y que haya funciones distintas. Eso es sano. Pero no podemos olvidar que todos somos hermanos, hijos del mismo Padre. Y que si alguien tiene un papel más visible o más relevante, es para servir, no para estar por encima. El que tiene que resaltar, según Jesús, es el que da la vida por los demás.
Nos lo repite con claridad: “No será así entre vosotros”. Y eso debería resonar dentro de cada uno, en nuestras comunidades, en nuestros grupos, en nuestras decisiones.
El Camino de Santiago
Y no podemos hablar de Santiago sin mencionar el Camino. Esa gran peregrinación que, desde hace siglos, ha sido mucho más que un recorrido turístico. Gente de todos los rincones de Europa lo ha recorrido buscando perdón, sentido, paz, encuentro… Y en ese caminar juntos, sin grandes discursos, nació algo nuevo: una conciencia europea hecha desde abajo, desde la fe compartida, desde la experiencia del camino.
Hoy, los cristianos del siglo XXI tenemos que recoger ese testigo. Y vivir nuestra fe con ganas, con coherencia, con alegría. No esperando que todos sean creyentes por tradición o por cultura, ni mucho menos pretendiendo imponerla. Ese tiempo ya pasó.
Ahora toca anunciar la fe con libertad, con respeto, con el testimonio de una vida entregada. Nada de leyes ni cruzadas. Solo el camino de la libertad, de la coherencia, del amor concreto. El camino de los apóstoles cuando se dejaron transformar por Jesús.
El camino de la conversión
Hoy, en esta Eucaristía, se nos vuelve a ofrecer la posibilidad de vivir como vivió Jesús. Comulgamos con Él en su Palabra y en su Cuerpo. Pero no solo para sentirnos mejor, sino para vivir como Él: vivir como servidores de todos.
Que como Santiago, aprendamos dónde está la verdadera gloria. Y que, cuando lo descubramos, lo vivamos de verdad.
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