Siempre
que celebramos la fiesta de un apóstol, hacemos memoria de los momentos fundacionales
de la Iglesia y, por tanto, nos sentimos interpelados por dimensiones
ineludibles de nuestra fe cristiana.
En
esta solemnidad de Santiago el Mayor, venerado como patrono de España en virtud
de una piadosa tradición, conviene que nos fijemos no tanto en lo que nos dice
la leyenda, sino en lo que vemos escrito en el Nuevo Testamento y que acabamos
de proclamar en las lecturas de la misa de hoy.
Nuestros esquemas habituales
Una
pregunta inicial suscitada por el evangelio: ¿Cuáles son nuestros esquemas de
comportamiento? ¿Qué es lo que vemos a menudo en nuestro mundo, en nuestra
sociedad, incluso en nuestras comunidades cristianas? Afán de poder. Ganas de
ser importante, de figurar, más que de amar y servir. Luchas por conseguir
pasar delante de los demás. Codazos para poder salir en la foto. La convicción
de que, sin nosotros, no funcionaría nada o todo se derrumbaría
irremisiblemente. Utilización de técnicas publicitarias para vender una buena imagen.
Preocupación por el espacio y el tiempo de permanencia en los medios de
comunicación, porque sólo vale lo que se publica, lo que sale en la “tele”.
Control
de todo y de todos, no sea cosa que alguien quiera actuar por cuenta propia,
fuera de lo establecido. Evitar que la mayoría piense y se organice: con que
algunos tengan iniciativas y las ofrezcan a todos los demás, ya hay más que
suficiente. Cortar de cuajo cualquier posibilidad de discrepancia. Esconder la información...
por el bien de todos, claro está.
Marcar
siempre las distancias, pero, a la vez, marcando gestos de acercamiento, que eso
siempre gusta a los súbditos. Un cuerpo de funcionarios numeroso, que asegure
una maquinaria burocrática incomprensible para la mayoría de la gente. Dar como
un favor lo que ya les corresponde a todos como derecho, o exigir como
obligatorio lo que simplemente es opcional. Acumular cuantas más prerrogativas
mejor, porque si el poder está demasiado repartido, el sistema se hunde.
Este
podría ser el estilo de poder que la madre de los Zebedeos tenía en la cabeza
cuando pedía a Jesús un enchufe para sus hijos. Y no sólo ella, también
nosotros mismos funcionamos con esos esquemas, no nos engañemos.
Pero
la respuesta de Jesús es clara y tajante: “No
será así entre vosotros”.
Ya
hacía bastante tiempo que los doce discípulos iban con Jesús.... ¡y, sin
embargo, aún no lo habían comprendido! La madre de Santiago y Juan pide lugares
de privilegio y de poder para sus hijos, y los diez restantes – imagínate - se
enfadan contra los dos hermanos… porque todos ellos estaban ansiando exactamente
lo mismo, sólo que los Zebedeo se les habían adelantado.
También
nosotros hace tiempo que conocemos a Jesús y a menudo damos la impresión de no
haberlo comprendido mucho, o casi nada. Y es que, cuando se mira al mundo con
los ojos del Dios de Jesús, se invierten los esquemas: para nosotros es
importante y valioso el que está por encima; en cambio, según el Dios de Jesús el
que cuenta es el que sirve, el esclavo, aquel en quien nadie se fija, aquel que
hace el trabajo que nadie valora, aquel que es tratado como inferior. Esos son
los importantes.
¡Cuánto
tenemos que aprender todavía los cristianos! Pero no nos desanimemos, porque podemos
hacerlo. Santiago y Juan y los otros diez apóstoles, con el tiempo, también
fueron aprendiendo hasta asumir como propia la visión de la vida y del mundo que
tiene el Dios de Jesús. Hasta el punto de que llegaron a proclamar sin rodeos: “hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres”.
Santiago,
nuestro patrón, fue precisamente el primero de los doce que dio la vida como
Jesús. Él, que quería poder y gloria, fue asesinado por Herodes, que era el
poderoso de turno.
No será así entre vosotros
El
camino de conversión de los Doce y, en particular, de Santiago puede ser una
llamada y un estímulo para todos nosotros hoy. También nosotros podemos
cambiar. También nosotros podemos ir haciendo realidad una iglesia - ¡y ojalá
fuese también en la sociedad! - sin divisiones y enfrentamientos entre gobernantes
y súbditos, entre poderosos y esclavos, entre los de arriba y los de abajo. Pero,
para que eso sea posible, hay que ir deshaciendo muchos malentendidos y perder
muchos miedos. Y, sobre todo, hay que volver al Evangelio sin prejuicios.
Es
cierto que hay que estar mínimamente organizados, y que ello implica una cierta
estructura. Pero lo que no se puede hacer es olvidar que todos somos hermanos,
hijos de un único Padre. Es cierto que entre nosotros tiene que haber diversas
funciones. Pero dejando siempre claro que, si alguien tiene que ser tratado
como más importante, es precisamente el servidor, el que realmente da la vida
por los demás. Tendrían que resonar siempre en nuestro interior, en nuestro
corazón, en nuestras comunidades, en nuestros movimientos, las palabras de
Jesús: “No será así entre vosotros”.
La peregrinación
Por
otra parte, la tradición de Santiago ha dado lugar al imparable Camino de los
peregrinos a Compostela, desde la Edad Media hasta nuestros días.
En
la peregrinación a Santiago se fundieron muchos factores: el espíritu de
aventura cuando estaban acabando las cruzadas, el deseo de expiar los pecados,
los milagros maravillosos atribuidos a la intercesión del Apóstol... Pero nadie
discute que el camino de Santiago fue extraordinariamente importante en el
surgimiento de la conciencia de Europa; que en él se entrecruzaron generaciones
y generaciones de creyentes, procedentes de los reinos cristianos europeos.
Allí comenzó a renacer el espíritu de una Europa que fracasaba en los intentos
políticos, pero que se iba haciendo realidad desde la base, desde las personas
de todas las clases y naciones que se hermanaban en el camino común hacia la
tumba del Apóstol.
Nosotros
cristianos del siglo XXI, hemos de asumir nuestra responsabilidad de seguir este
camino. El camino de empeñarnos seriamente en dar testimonio de nuestra fe y de
anhelar comunicarla en todo momento a los demás. Siempre debería haber sido así.
Sin embargo, a veces nos hemos adormecido como si todo el mundo fuera cristiano
por nacimiento, o a veces pretendimos imponer la fe a todos por el simple hecho
de ser ciudadano español. Pero hoy sería absurdo continuar por este camino.
Estos
hechos - aunque nos pesen - nos ayudan a volver al ejemplo de los apóstoles, al
auténtico camino de Santiago: la exigencia personal de fidelidad a nuestra fe, el
trabajo por construir auténticas comunidades cristianas, el intento de
comunicar y anunciar el Evangelio. Sin imposiciones, sin buscar la fuerza de
las leyes civiles para propagar la fe, sin emprender ninguna cruzada. Sino
avanzando por el camino de la libertad, de la coherencia, del servicio, del
testimonio sencillo, serio y convencido. Es decir, avanzando por la senda que
siguieron los apóstoles convertidos al Señor.
Que
la comunión con la vida de Jesús, a través de la Palabra y de la Eucaristía,
nos lleve a esa misma conversión, a comprender - como Santiago - que comulgar
con Jesús comporta vivir como él, que se ha hecho esclavo y servidor de todos.
Que
también nosotros descubramos dónde se encuentra la verdadera gloria y luego
vivamos de acuerdo con nuestro hallazgo.
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