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viernes, 29 de marzo de 2024

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA (Ciclo B)

 


Primera Lectura: Ez 36,16-28
Salmo Responsorial: Salmo50
Segunda Lectura: Rom 6,3-11
Evangelio: Mc 16, 1-7

  Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado, no está aquí!

 El tono del ángel, en el Evangelio de Marcos que hemos leído esta noche, es perentorio, no admite respuesta. Jesús ha resucitado, es inútil tratar de embalsamarlo. Está vivo, es inútil buscarlo en las tumbas de los cementerios.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, nuestra fe está embalsamada y es una fe más propia de un camposanto.

Como si adorásemos a un difunto. Como si nuestra fe tuviera más que ver con un recuerdo agradecido que con una actualidad ardiente y viva...

Jesús Nazareno ha resucitado, amigos míos. Está vivo y presente.

No revivido, ni vivo en nuestra memoria y en nuestros ideales, sino vivo y presente para siempre, aquí y ahora. Toda nuestra fe, dos mil años de cristianismo, las decisiones de millones de personas se basan en esas palabras que nos llegan hasta hoy. No está aquí. ¡Ha resucitado!

Dejemos de honrar a un cadáver. Porque Él está vivo.

Perplejidad

Es interesante volver a meditar sobre el inquietante evangelio de Marcos. En él vemos que, tras el anuncio del ángel, Marcos no teme escribir un final desconcertante en el versículo 8, que la liturgia no incluye.

Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.  (Mc 16,8).

El Evangelio de Marcos termina con el silencio. Una huida comprensible ante un acontecimiento de tal magnitud. Indudablemente, sin embargo, ese "no digas nada a nadie" ha cambiado, de lo contrario no estaríamos hoy aquí para celebrar al Resucitado.

¿Por qué Marcos termina su relato de esta manera tan poco edificante?

Sufrimiento

El domingo pasado, en la lectura de la Pasión de Marcos, sólo las mujeres permanecieron en la escena descrita por el evangelista. Los discípulos – hombres ellos - habían huido, aterrorizados. El pueblo que antes aclamaba al Señor se había cansado de él. Los sumos sacerdotes sólo deseaban eliminarlo.

En la espesa oscuridad y el abatimiento, sólo este pequeño grupo de mujeres era la esperanza de que no todo estaba perdido.

Pero hoy, sin embargo, hasta esas mujeres huyen. La última esperanza que quedaba se derrumba.

Marcos, el discípulo de Pedro, es muy claro y brutal: todos somos frágiles, nadie puede estar seguro de su fe y de su camino.

Y no lo dice para asustarnos o como una persona resignada. Lo dice porque él mismo lo ha experimentado.

Entonces, ¿qué? ¿Debemos rendirnos ante la evidencia de que es imposible permanecer fieles al Señor?

Evidentemente no. Alguien permanece en la escena. Adivina quién.

Un joven

No un ángel nos dice el evangelio, sino un joven es el que anuncia la resurrección.

Es el mismo joven, no un ángel, que ya encontramos en Getsemaní: el joven que huye asustado, desnudo, dejando la sábana blanca, la misma que encontramos ahora.

Está sentado a la derecha (¿un guiño al Mesías…?), vistiendo el manto blanco. Pero esta vez no huye como hizo en Getsemaní.

Es el catecúmeno que se preparaba para recibir el bautismo, el que ha escuchado con atención el relato de Marcos. Y que, horrorizado, escuchó el fracaso de Jesús. Ahora es él quien se convierte en testigo de la resurrección.

La necesaria desnudez que experimentamos ante nuestra limitación nos libera para dar testimonio del resucitado.

Ese joven somos nosotros. Somos tú y yo, testigos de la resurrección.

Anuncio

Él anunciaba: ¿Buscas a Jesús de Nazaret, el crucificado? ¡Ha resucitado, no está aquí!

Y nosotros ¿cómo lo anunciamos? Proclamándolo a los que nos encontramos de múltiples maneras. Lo proclamo cuando pongo mi vida y mis conocimientos al servicio del Evangelio. Lo anuncio haciendo mi trabajo con honestidad y entrega. Anuncio la Resurrección diciéndomelo a mí mismo cada día.

Yo soy el testigo sentado junto a la tumba. Tú eres el que anuncias la resurrección…

Feliz Pascua, porque si Jesús ha resucitado tendremos que buscar las cosas de allá arriba. Hay que dejar deprisa el sepulcro, porque la muerte no ha logrado custodiar la fuerza inmensa de la vida de Dios.

Cuéntatelo a ti mismo y repítelo a los demás: que Jesús está vivo, porque pocos lo saben. Incluso los cristianos parecen haberlo olvidado.

Y, sin embargo, toda nuestra fe está en aquella tumba vacía.

Feliz anuncio de la Pascua.

 

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