Fíjate bien.
Eres el último eslabón de una cadena maravillosa que tiene diez mil años de historia;
de una cultura originalmente mediterránea que arranca de la Biblia, Egipto y la
Grecia clásica, que luego se hace romana y fertiliza al occidente que hoy llamamos
Europa. Una cultura que se mezcla con otras a medida que se extiende, que se
impregna de Islam hasta florecer en la latinidad cristiana medieval y el Renacimiento,
y luego viaja a América en naves españolas para retornar enriquecida por ese
nuevo y vigoroso mestizaje, antes de volverse Ilustración, o fiesta de tas
ideas, y ochocentismo de revoluciones y esperanzas. O sea, que no naciste ayer.
Para
conocerte, para comprender, lee al menos lo básico. Estudia la Mitología, y
también a Homero, y a Virgilio, y las historias del mundo antiguo que sentó
las bases políticas e intelectuales de éste. Conoce al menos el alfabeto griego
y un vocabulario básico. Estudia latín si puedes, aunque sólo sea un año o
dos, para tener la base, la madre, del universo en que te mueves. Da igual que
te gusten las ciencias: ten presente -como siempre recuerda Pepe Perona, mi
amigo el maestro de Gramática-, que Newton escribió en latín sus Principia
Mathematica, y que hasta Descartes toda la ciencia europea se escribió en esa
lengua. Debes hablar inglés y francés por lo menos, chapurrear un poco de
italiano, y que el estudio del gallego, del euskera, del catalán, que tal vez
sean tus hermosas y necesarias lenguas maternas, no te impida nunca dominar a la
perfección ese eficaz y bellísimo instrumento al que aquí llámanos castellano
y en todo el mundo, América incluida, conocen como español. Para ello, lee como
mínimo a Quevedo y a Cervantes, échale un vistazo al teatro y la poesía del
siglo de Oro, conoce a Moratín, que era madrileño, a Galdos, que era canario,
a Valle-lnclán, que era gallego, a Pío Baroja, que era vasco. Rastrea sus
textos y encontrarás etimologías, aportaciones de todas las lenguas españolas
además de las clásicas y semíticas. Con algunos de ellos también aprenderás
fácilmente Historia, y eso te llevará a Polibio, Herodoto, Suetonio, Tácito,
Muntaner, Moneada, Bernal Díaz del Castillo, Gibbon, Menendez Pidal, Elliot,
Fernández Álvarez, Kamen y a tantos otros. Pontos a todos en buena compañía
con Dante, Shakespeare, Voltaire, Dickens, Stendhal, Dostoievski, Tolstoi,
Melville, Mann. No olvides el Nuevo Testamento, y recuerda que en el principio
fue la Biblia, y que toda la historia de la Filosofía no es, en cierto modo,
sino notas a pie de página a las obras de Platón y Aristóteles.
Viaja,
y hazlo con esos libros en la intención, en la memoria y en la mochila. Verás
qué pocos fanatismos e ignorancias de pueblo y cabra de campanario sobreviven a
una visita paciente a El Escorial, a una mañana en el museo del Prado, a un
paseo por los barrios viejos de Sevilla, a una cerveza bajo el acueducto de
Segovia. Llégate a la Costa de la Muerte y mira morir el sol como lo veían los
antiguos celtas del Finis Terrae. Tapea en el casco viejo de San Sebastián
mientras consideras la posibilidad de que parte del castellano pudo nacer del
intento vasco por hablar latín. Observa desde las ruinas romanas de Tarragona
el mar por el que vinieron las legiones y los dioses, intuye en Extremadura por
qué sus hombres se fueron a conquistar América, sigue al Cid desde la catedral
de Burgos a las murallas de Valencia, a los moriscos y sefardíes en su triste y
dilatado exilio. En Granada, Córdoba, Melilla, convéncete de que el moro de la
patera nunca será extranjero para ti. Y sitúa todo eso en un marco general, que
también es tuyo, visitando el Coliseo de Roma, la catedral de Estrasburgo,
Lisboa, el Vaticano, el monte San Michel. Tómate un café en Viena y en París,
mira los museos de Londres, descubre una etimología almogávar en el bazar de
Estambul o una palabra hispana en un restaurante de Nueva York, lee a Borges en
la Recoleta de Buenos Aires, sube a las pirámides de Egipto y a las mejicanas
de Teotihuacán. Si haces todo eso -o al menos sueñas con hacerlo-, conocerás la
única patria que de verdad vale la pena.
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