Me viene a la mente aquel sueño de una Iglesia capaz de ser fermento de la sociedad y
que expresé el 10 de febrero de 1981, a un año de mi entrada en la Diócesis, y
que continúa inspirándome:
-
una Iglesia plenamente sumisa a la Palabra de Dios, nutrida y liberada por esta
Palabra
-
una Iglesia que pone la eucaristía en el centro de su vida, que contempla a su Señor,
que cumple todo lo que hace "en memoria de Él” y teniendo por modelo Su
capacidad de darse;
-
una Iglesia que no teme utilizar estructuras y medios humanos, pero que sirve
de ellos y no se vuelve sierva de ellos;
-
una Iglesia que desea hablar al mundo de hoy, a la cultura, a las diversas civilizaciones,
con la palabra sencilla del Evangelio;
-
una Iglesia que habla más con los hechos que con las palabras; que no dice sino
palabras que parten de los hechos y se apoyan a los hechos;
-
una Iglesia atenta a los signos de la presencia del Espíritu en nuestro tiempo,
en cualquier sitio que se manifiesten;
-
una Iglesia consciente del difícil y arduo camino de mucha gente hoy, de los
sufrimientos casi insoportables de gran parte de la humanidad, sinceramente
partícipe de las penas de todos y deseosa de consolar;
-
una Iglesia que lleva la palabra liberadora y alentadora del evangelio a los
que son cargados por pesados fardos;
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una Iglesia capaz de descubrir a los nuevos pobres y no tan preocupada de
equivocarse en el esfuerzo de ayudarlos de modo creativo;
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una Iglesia que no privilegia a ninguna categoría, ni antigua ni nueva, que
acoge igualmente a jóvenes y ancianos, que educa y forma todos los sus hijos en
la fe y en la caridad y desea dar valor a todos los servicios y ministerios en
la unidad de la comunión;
-
una Iglesia humilde de corazón, unida y compacta en su disciplina, en la que
sólo Dios tiene el primado;
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una Iglesia que practica un paciente discernimiento, valorando con objetividad
y realismo su relación con el mundo, con la sociedad de hoy; que empuja a la
participación activa y a la presencia responsable, con respeto y deferencia por
las instituciones, pero que recuerda bien la palabra de Pedro: "Es mejor
obedecer a Dios que a los hombres", (Hech. 4,19).
(Carlo Maria Martini, del Discurso en la fiesta de S. Ambrosio, Milán, el 6 de diciembre de
1996)
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