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sábado, 6 de septiembre de 2025

DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

No sea que no pueda acabarla... (Lc 14, 29)

Primera Lectura: Sab 9, 13-18
Salmo Responsorial: Salmo 89
Segunda Lectura: Flm 1, 9-10.12-17
Evangelio: Lc 14, 25-33


Estamos terminando otro verano más. Un verano que se apaga entre las dudas y vaivenes de la política, en un mundo marcado por la violencia de la guerra. Mientras tanto, el Mediterráneo sigue siendo escenario de un drama que parece no tener fin: miles de personas que buscan un futuro mejor se lanzan al mar, y demasiadas veces no llegan a la otra orilla. Las cifras son frías, pero detrás de ellas están los rostros y las vidas de hombres, mujeres y niños. Desde hace tres décadas, más de 48.000 han muerto en esa travesía.

Y no solo el Mediterráneo: en Gaza, en Ucrania, en el Cuerno de África… los conflictos y las catástrofes obligan a millones a abandonar sus casas, dejando atrás todo lo que conocen. La tierra se convierte en un lugar hostil para los que solo buscan un poco de paz y dignidad.

Son contradicciones que reflejan nuestra condición humana: mientras los poderosos discuten y calculan, los pequeños sufren y mueren. Y nosotros, desde nuestra vida cotidiana, también luchamos contra la violencia que anida en nuestro interior, intentando no caer en la indiferencia, buscando un poco de luz para caminar.

En medio de todo, la Palabra de Dios viene a tocarnos, a abrir grietas en la dureza de nuestro corazón. Nos invita a no resignarnos, a creer que la conversión es posible. Porque si no avanzamos en ese camino, corremos el riesgo de ir muriendo lentamente, devorados por la nada.

Ánimo, pues: el Señor nos ofrece su Sabiduría como horizonte.

Buscar las cosas de arriba

El libro de la Sabiduría nos plantea una verdad sencilla y, a la vez, profunda: “Los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos” (Sab 9,14). ¡Cuánta razón tiene! Sabemos mucho de ciencia y de tecnología, nos hemos atrevido a cruzar el espacio y a descifrar la energía, pero seguimos siendo incapaces de responder al vacío interior del joven que se pierde en la droga, o de detener el odio que alimenta la guerra, o de curar la soledad de tantas familias sin casa ni tierra donde asentarse.

La Palabra nos recuerda que lo esencial es buscar la sabiduría de Dios, saborear la vida en profundidad, ir más allá de las apariencias. La sabiduría no es solo inteligencia o cultura, sino aprender a gustar la realidad como Dios la ha pensado. Jesús mismo nos lo revela: hemos sido creados para amar, y solo amando encontramos sentido.

Por eso necesitamos este don del Espíritu: levantar la mirada, abrirnos a lo eterno, descubrir en medio del ruido lo que permanece.

¿Dónde está la felicidad?

Jesús nos responde con fuerza en el Evangelio de hoy (Lc 14,25-33). No nos ofrece una filosofía ni una ideología: se ofrece a sí mismo. Solo él puede colmar la sed más honda del corazón.

Por eso nos habla con radicalidad: quien quiera seguirlo ha de ponerlo por encima de todo, incluso de los afectos más grandes y nobles. No porque el Señor desprecie esos amores, sino porque solo si él ocupa el primer lugar podremos amar de verdad a los demás.

Jesús nos invita a “hacer cuentas”, como quien prepara una obra importante: ¿dónde invertimos nuestras energías, nuestras ilusiones, nuestro tiempo? Él no se conforma con ser un añadido más, sino que quiere ser el centro de nuestra vida. Y sí, parece una pretensión desmesurada… pero millones de hombres y mujeres, a lo largo de la historia, lo han experimentado: el Señor es capaz de dar una alegría más honda que cualquier otra.

Jesús es plenitud e inquietud, regalo y exigencia. Quien se atreve a confiar en él descubre que merece la pena.

De las cadenas a la fraternidad

La segunda lectura nos muestra a san Pablo escribiendo a Filemón (Flm 1,9-17). Pablo intercede por Onésimo, un esclavo que se ha refugiado junto a él. Lo hace con delicadeza, pero también con valentía: le pide a Filemón que lo reciba, ya no como esclavo, sino como hermano.

Ahí está la novedad del Evangelio: pasar de las viejas categorías del mundo a la lógica del Reino, donde nadie es siervo ni amo, sino hijo e hija de Dios. Sin darse cuenta, Pablo estaba plantando una semilla que siglos después daría fruto en la abolición de la esclavitud.

También nosotros estamos llamados a dejar atrás seguridades y esquemas, para entrar en la aventura de la fe.

Que el Señor Jesús, fiel a sus promesas, nos dé la valentía de desprendernos de nuestras pequeñas seguridades, para buscarlo a él con todo el corazón.

En este nuevo curso que comenzamos, no nos contentemos con ídolos fabricados por nuestros miedos o caprichos. Busquemos al verdadero Señor: Jesucristo, el único capaz de darnos una alegría más grande que la mayor que hayamos vivido.

 

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