No sea que no pueda acabarla... (Lc 14, 29) |
Y nosotros, por nuestra parte
combatiendo la violencia que llevamos en el corazón, buscando rastros de luz, para
arremangarnos mientras ofrecemos soluciones a partir de las noticias del periódico.
La Palabra nos acompaña siempre con
constancia y fuerza; con breves reflexiones que pueden socavar nuestros corazones
de piedra para liberar el alma que habita en ellos.
El camino de conversión es largo,
pero merece la pena afrontarlo, porque la alternativa sería dejarse morir, día
tras día, arrollados por la nada que se desborda excesivamente sobre nosotros. Ánimo,
pues.
Buscar las cosas del cielo
El autor del libro de la
Sabiduría escribe una reflexión que no desentonaría como editorial en una de
nuestros acreditados diarios de gran tirada. El autor manifiesta que “los pensamientos de los mortales son
frágiles, e inseguros nuestros razonamientos (…) ¿quién puede rastrear lo que
está en el cielo?” Una cuestión para la que, a pesar de todo, no tenemos capacidad
de responder con sentido.
A nuestro mundo, que ha hecho
progresos increíbles en la ciencia y en el conocimiento, le resulta difícil crecer
en sabiduría y no logra dar respuestas a las numerosas preguntas de sentido de
la humanidad.
Nuestro mundo es tecnológico,
organizado, anhela a cruzar los espacios siderales, conoce gran parte de los
secretos de la energía, logra mejorar continuamente el bienestar de los
habitantes del planeta (al menos de los del hemisferio Norte...), pero lo que
no logra es dar respuesta al joven que se esconde en la droga, lo que no logra
es contener el odio que se acalora y desborda en la guerra, lo que no logra superar
es la indiferencia y la soledad que encierran a las familias en jaulas de
cemento.
El autor sagrado da una respuesta: lo único esencial es buscar la sabiduría, saborear la vida, entrar dentro de las cosas, no contentarse con cualquier cosa e ir más allá de las apariencias, redescubrir las profundidades del ser, allí dónde Dios vive. Esta sabiduría no es cultura o inteligencia, sino saborear la realidad (la palabra sabiduría deriva del latín sápere = saborear, aliñar, dar sabor). Se trata de descubrir, como Jesús nos dirá, que somos creados para amar y, amando, cambiar el mundo.
Necesitamos el regalo de la
Sabiduría para elevar nuestra mirada a lo alto y a lo lejos.
¿Por dónde?
¿Dónde se encuentra la felicidad?
Jesús tiene una respuesta
ardiente y emocionante: sólo yo – dice
- puedo saciar todo deseo.
Al fin del verano, el Señor nos
invita a hacer cálculos, como lo haríamos antes de afrontar el ingente gasto de
una nueva inversión, para que nos demos cuenta de que nuestro corazón necesita
una plenitud que sólo Dios nos puede dar. Jesús no se propone como el fundador
de una filosofía o de una religión, sino como el único capaz de llevarnos a
Dios y así vivir en plenitud.
Y Jesús nos persigue y nos
desafía: pretende ser más que cualquier cariño,
más que la alegría más grande que una persona pueda experimentar. Como el amor,
la paternidad o la maternidad. Mucho más.
Amarle sobre todas las cosas significa
que él es capaz de colmarnos más que la mayor alegría que seamos capaces de
vivir.
¡Qué presunción la de Jesús! ¿De
verdad puede darnos una alegría más grande que la mayor que podamos experimentar?
Pues sí, él puede.
Muchos hermanos y hermanas como
nosotros - no unos exaltados, ni unos “raros”, ni diferentes -, han descubierto
esto; nos testimonian que sí, que el Señor es la plenitud de la vida. Y el
cristianismo ha superado los dos mil años de historia y de mediocridad de los
mismos fieles porque unos pocos hombres y mujeres, devorados por el encuentro
con Cristo, lo han hecho creíble.
Sí: es posible encontrar a Cristo. En nuestro
interior, en la oración, en el rostro del hermano, aunque sólo sean unos instantes.
Pero es posible, a pesar de nuestras evidentes limitaciones.
Jesús es una pasión infinita, un regalo
total; es, a la vez, plenitud e inquietud. Él lo es todo.
Echemos bien las cuentas los que
buscamos a Dios, calculemos cuidadosamente en qué estamos invirtiendo nuestras
posibilidades, qué es lo que nos estimula y nos inquieta, qué es lo que nos
distrae y lo que nos mueve. La propuesta del Señor es desconcertante y
fascinadora. Si, después de dos mil años, millones de personas la siguen
escuchando hoy, eso significa que quizás sea verdadera; porque sólo Dios puede
llenar nuestra inquietud, sólo él puede llenar el ansia de infinito que habita
en cada uno de nosotros.
Cambios
Si hacemos esto desde ahora nuestra
vida cambiará de perspectiva.
Poner completamente la búsqueda de
Dios en el centro de nuestra vida, nos hará llegar a ser personas nuevas.
De esto sabe algo Filemón, un simpático
cristiano de los orígenes, al que Pablo le hace llegar una nota recomendándole a
un esclavo que se había refugiado junto al apóstol.
Pablo invita a Filemón a salir de
la lógica de este mundo (amo-esclavo), para entrar en la lógica del Reino (hermano-hermano).
Pablo no lo sabía, pero sin duda en aquella pequeña nota estaba plantando la
semilla que se iba a convertir, varios siglos después, en el árbol de la
abolición de la esclavitud.
Que Cristo Jesús, el que mantiene
lo que promete, nos conceda, realmente, tener el ánimo de abandonar nuestras
pequeñas certezas para afrontar con decisión la aventura de su seguimiento.
Para ello, en el curso que
comienza, buscaremos a Dios. No a ese idolillo de nuestros miedos, de nuestros
delirios, de nuestras fantasías, o de nuestras obsesiones. Sino al magnífico
Señor Jesús, que es más grande que la mayor alegría que seamos capaces de
vivir.
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