Para
nosotros, cristianos, hoy es la Virgen de Agosto. La fiesta de la Asunción de María,
la primera de los creyentes que entra en el cielo, la primera de los
resucitados. Es la fiesta de todos nosotros, discípulos del Señor que luchamos por
avanzar; es como si la Iglesia, con esta fiesta, nos indicara el destino, el
punto de llegada, la cumbre que hemos de coronar.
Desde la antigüedad
La
Asunción es una antigua fiesta que tiene sus raíces en la primitiva comunidad
cristiana. Por eso nos resulta difícil describirla con términos precisos.
Simplemente
y dicho en pocas palabras, creemos que María de Nazaret, la madre de Jesús, la
primera de los discípulos, la que crió al Hijo de Dios y estuvo presente al pie
de la cruz, la que estaba reunida en oración con la primera comunidad en
Pentecostés, ella, fue asumida en el cielo, junto al Padre, en cuerpo y alma.
Dicho
esto, caemos en silencio, pues no nos es dado conocer cómo, dónde, cuándo, ni en
qué sentido se realiza lo que profesamos desde la fe. Nos topamos con el
Misterio de Dios. Y lo hacemos con alegría y fiesta ya desde los comienzos de
la fe cristiana.
La
tradición habla de la fiesta de Dormitio
Mariae, del sueño, de la dormición de María en los brazos del Padre. Es la convicción que bellamente proclamaremos
en el prefacio, antes del Sanctus: “No
podría haber conocido la corrupción de la muerte, la que había llevado al Dios
de la vida en su vientre”.
Hoy
día hablamos, más bien, de María como la primera persona resucitada, la primera
entre nosotros que llega a conocer y experimentar la totalidad del destino de
cada ser humano.
Un malestar de fondo
Sin
embargo, da un poco de reparo hablar de este misterio mariano y de esta fiesta.
Sobre todo, por ella, por María misma. Una sencilla chica de pueblo, de quince
años, con su timidez natural, acostumbrada a trabajar en silencio, sin adornos
ni protagonismos.
Junto a esta simple realidad, nos encontramos
con una devoción excesiva a María a lo largo de los siglos, hecha de buena fe,
obviamente, pero un tanto peligrosa. Peligrosa porque para muchos hermanos que
buscan a Dios en nuestro mundo secular, para los que quieren pasar de un
cristianismo sociológico de tradiciones y prácticas a un discipulado de
seguimiento de Cristo, todo este exceso de celo y devoción es contraproducente.
Al subrayar tanto las cosas extraordinarias de la madre de Jesús, se corre el riesgo de alejarla años luz de la pobre concreción de nuestra vida. Es decir, que la mayor injusticia que podemos hacerle a María es ponerla en una hornacina y coronarla con una corona de oro y brillantes.
Pero,
como siempre, Dios se ríe de nuestra ingenuidad con su peculiar humor y nos da en
María una discípula ejemplar, una mujer fuerte como modelo en un mundo de
machistas. Una mujer del pueblo, que, fue la primera en descubrir el rostro del
Dios encarnado, pero inmediatamente nosotros la pusimos en un pedestal, como una
santa estratosférica a la que invocar en tiempos de sufrimiento.
Y
así no es. Por favor, ¡no! María se nos ha dado como una hermana en la fe, como
una discípula del Señor, como la madre de los cristianos.
La visitación
Lucas
narra el meollo del camino de María en esa carrera frenética y fuera de toda
expectativa que ella realiza a raíz del anuncio del ángel. El ángel le cuenta que
su vieja prima también está embarazada y María abandona voluntariamente Nazaret
para encontrarse con ella. Necesita reflexionar y comprender que significa la
irrupción de Dios en su vida..
Tiene
miedo de estar equivocada, de haber tenido una insolación que le haya calentado
la cabeza. ¿Cómo es posible? ¿Vendrá el Mesías? ¿Y, además, ella ha sido
elegida como su madre?
María
va al sur durante dos días de viaje, y todo tipo de pensamientos llenan su mente.
Quizás hubiera sido mejor que José hubiera venido con ella… porque no era
apropiado que las mujeres viajaran solas.
Pero
bueno, el encuentro entre la madura Isabel y la adolescente María es una
apoteosis, como un castillo de fuegos artificiales. Solo ellas saben y solo ellas
entienden lo que está pasando; los sirvientes y la familia miran sorprendidos a
estas dos mujeres que se ríen, que se abrazan y lloran de alegría. Girando en
el polvo, ahora, Isabel levanta a la pequeña María en un abrazo: ¡Cómo
creciste! ¡Qué guapa estás!; luego la posa, la mira y menea la cabeza: ¿Cómo es
que creíste, María?
Sí,
María, también lo repetimos nosotros, moviendo nuestras cabezas: ¿cómo pudiste creer
que Dios realmente llegase a ser mirada, sudor y calor en tu vientre? ¿Cómo pudiste
creer en serio, que Dios te necesitaba a ti y a nosotros para salvar a la
humanidad? ¿Cómo pudiste creer que tu vientre inmaduro contenía al Absoluto?
Bienaventurada tú, María, porque has creído. Bienaventurados somos nosotros,
discípulos frágiles y emocionados, que sentimos el orgullo de nuestra raza
llenando nuestros ojos de lágrimas, y la nostalgia de la santidad cortando la
respiración. María, tú eres la hija de nuestra humanidad, la hija de nuestro
pueblo, tú eres la redención de nuestra tibieza.
Y
María canta y baila dando vueltas en el polvo. De verdad, todo es auténtico: a
quien viste y te anunció, era realmente el mensajero de Dios. Todas las cansinas
y polvorientas profecías escuchadas los Shabat
en la sinagoga, se estaban cumpliendo en ti. Porque Dios no se cansa de su
pueblo, Dios no abandona a su pueblo, no nos abandona nunca, Dios está presente
entre nosotros.
Y
el baile termina con una hermosa canción sobre el asombro que se produce cuando
la lógica de Dios se apropia de una niña de quince años, una pobre hija de una
tierra ocupada por los romanos, en una época sin internet ni redes ni
publicidad - en silencio - para salvar a la humanidad.
Grandes cosas
Esta
es, amigos, la fiesta de la Asunción, la historia de una discípula que
realmente creía en la Palabra de su Dios, y que nos enseña a nosotros,
creyentes tibios, lo que es la audacia de Dios y la locura del Absoluto.
Creemos
que esta mujer, después de la larga experiencia de una fe habitada por el
Misterio, fue la primera entre los creyentes en alcanzar al Dios que le había
llamado. La que había dado a luz al autor de la vida no podía haber conocido la
corrupción de la muerte.
¡Estamos
en buena compañía, amigos! Dejémonos hacer, pues: el Señor ha hecho grandes
cosas en María; Él puede también hacer grandes cosas en nosotros, si nos
dejamos…
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