Primera Lectura: Eclo 3,2-6.12-14
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: Col 3,12-21
Evangelio: Mt 2, 13-15
Fiesta de la familia, proclama la liturgia. Fiesta
de la familia concreta, objetiva, real de la que cada uno proviene o que cada
uno ha formado o desea formar. En estos tiempos, esta fiesta chirría y nos hace
pensar: es casi una provocación que sobrevuela por encima de nuestros líos
políticos y sociales al respecto, que infunde vigor y energía a nuestra
cotidianidad, que da densidad a nuestra Navidad, socialmente tan aguada.
Qué nos guste o no, la familia está y permanece
en el corazón de nuestro recorrido vital, de nuestra educación, a menudo es causa
de mucho sufrimiento, de alguna desilusión y, gracias a Dios, causa de inmensa
alegría.
Es bonito que Dios haya querido experimentar la
experiencia familiar.
Da que pensar que, para hacerlo, haya elegido
una familia tan desdichada y complicada.
Asombra que la Iglesia se obstine en proponer
esta familia como modelo, en la que la pareja vive en la abstinencia, el hijo
es la presencia del Verbo de Dios, y los esposos se ven obligados a escapar a
causa de la imprevista notoriedad del recién nacido...
Pero no es en esta diversidad en lo que queremos
seguir a María y José, sino en su concreción de pareja que ve la propia vida trastocada
por la acción de Dios y del delirio de los hombres; en su capacidad de ponerse
en juego, en serio, sin chantajes, sin angustias, para formar parte de un
proyecto más grande, el que Dios tiene sobre el mundo.
Dura
realidad
Todos tenemos sueños, deseos, algunos
instintivos, infantiles, otros profundos y adultos. María y José, por su parte,
tuvieron el proyecto de estar juntos, de crear una familia: un buen trabajo de honesto
artesano para el carpintero, una vida dedicada a la organización cotidiana por parte
de la bella María. Después Dios tuvo necesidad de ellos, y su vida se trastocó.
Durante la Nochebuena estuvimos invadidos por el
clima de ternura y consuelo que se respira en Navidad. Es bonito y justo que
sea así, es bonito imaginar a los ángeles de rodillas con el arpa y a los
pastores delante del pesebre. Pero a la mañana siguiente ya no quedaba ni
rastro de los ángeles.
¿Os podéis imaginar cómo se despertó aquella
mañana José? Vedlo ahí trajinado por la
noche, tratando de encender el fuego, pidiendo leche de cabra al vecino, y organizando
mentalmente el regreso a casa, sin daños para el niño. Mirad a aquel rapaz que
se ha hecho grande de golpe, tratando de enfrentarse con tantas pequeñas
necesidades de un recién nacido y una puérpera.
Recorred con la imaginación el difícil recorrido
de la familia de Nazaret obligada a huir a Egipto. ¡Quién sabe cuántas veces José
se habría preguntado qué estaba pasando! ¿No era aquel el hijo de Dios? ¿Entonces,
dónde estaba Dios en todo lo que estaba sucediendo?
Cotidianidad
La primera reflexión en esta fiesta se refiere justo
al trajín cotidiano que viven María y José. Nosotros, por desgracia, estamos acostumbrados
a considerar los días divididos en laborables y festivos; unos con el correr
repetitivo y aburrido de los días y las horas, los otros con los acontecimientos
que nos preparamos con alegría intensa; unos con la fatiga del trabajo, otros con
la locura de las vacaciones veraniegas. Lo mismo nos pasa con la fe: el
domingo, si lo logramos, recortamos al tiempo cincuenta minutos para la Misa y
luego, durante la semana, estamos atropellados por las ocupaciones y
compromisos.
Nazaret nos enseña que Dios viene a habitar en
casa, que en la cotidianidad y en la repetición de los gestos y rutinas podemos
realizar el Reino, hacer una experiencia mística, crecer en el conocimiento de
Dios. ¡Podemos, de verdad, elaborar una teología del pañal, un tratado místico
de las tareas con los hijos, un recorrido espiritual del plazo de un préstamo.
La extraordinaria novedad del cristianismo es -¡precisamente!-
su absoluta ordinariez.
Parejas que tenéis el primer hijo: la fatiga y
los noches toledanas, la relación pesada entre vosotros a causa del cansancio y
de las preocupaciones, son las mismas de María y José. Amigos que vivís
problemas en el trabajo: también José ha pasado noches agitadas antes de pedir un
préstamo, para poder ampliar el taller de carpintero. Mujeres que habéis
consagrado vuestra vida a los hijos: también María ha tenido un velo de
tristeza en los ojos cuando ha visto su primera cana en el cabello...
Dios ha decidido habitar la banalidad, llenar el
correr de los días.
El
Misterio por casa
María y José ven que el Misterio de Dios gatea y
se tambalea por el suelo de casa, que pasa las noches lloriqueando por el
nacimiento de un dientecito... ¿No os habéis preguntado cientos de veces cuánta
fe han tenido que tener aquellos padres para reconocer que aquel niño, idéntico
a todos los niños, era de veras el Hijo de Dios? José a menudo miraba, al final
del día, a su virginal esposa, incómodo por la inmensa fe de ella, sintiéndose
un poco inadecuado a tan maravillosa confianza. María, cuando llevaba el café a
media mañana a José, con el pelo rizado lleno
de virutas, bendecía a Dios en su corazón por haberle dado un compañero tan sencillo
y auténtico. La Sagrada Familia nos invita a mirar a los otros miembros de la
familia con una mirada de fe luminosa, desentrañando el Misterio que se esconde
en las personas.
Buenas
noticias
No sé qué más decir de la familia. Pero sé decir
algo más sobre el amor.
A lo largo de mi vida sacerdotal he encontrado centenares
de personas que me han confiado sus penas. Estoy completamente seguro de la
verdad del Evangelio respecto del profundo deseo que todo ser humano lleva consigo
de ser querido y de querer. ¡Pero qué difícil es realizar este amor! Todos quisiéramos
el amor de por vida y poder querer con intensidad y fuerza. Pero nos
estrellamos con nuestros límites, propios y ajenos, con las vicisitudes de la
vida como María y José.
Me he encontrado parejas que viven con
intensidad “diez” su historia de amor. Pero me he percatado de que son muchas
más las parejas que no se realizan al máximo, dando a su relación mucho menos
del “diez”. Y me he encontrado con personas que viven ampliamente su amor por
debajo del “suficiente” y con personas solas que se declaran "sin
clasificar”.
Deseamos amar de tal modo que aceptemos situaciones
alternativas, diversas, incompletas, que llevan en si a una fuerte componente
de dolor. La buena noticia, amigos, es que Dios conoce todas estas situaciones,
y nos quiere de verdad a todos, porque su amor es para todos. Y “todos” quiere
decir todos.
A muchos no les basta sólo el amor de Dios o
desean verlo expresado en el rostro de un compañero o de un hijo. La buena
noticia es que, con la Navidad, con la encarnación de Dios hecho hombre,
también Él conoce ahora el deseo humano de querer y de ser querido.
¡Feliz Navidad!
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