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miércoles, 11 de octubre de 2023

FIESTA DE Nª Sª DEL PILAR (12 de octubre)

 

Primera Lectura: 1 Cro 15, 3-4.15-16; 16, 1-2
Salmo Responsorial: Salmo 26
Evangelio: Lc 11, 27-28

 Tradición

En la leyenda de la venida de la Virgen a Zaragoza “en carne mortal” se trata de una piadosa tradición, según la cual, el apóstol Santiago el Mayor se encontraba en Cesaraugusta, a las orillas del río Ebro, junto a un pequeño grupo de conversos que habían escuchado y creído su predicación. Pero los cesaraugustanos resultaban bastante duros de oído y de corazón, y el apóstol se dio cuenta de que sus fuerzas flaqueaban, y comenzaba a preguntarse si tenía algún sentido seguir predicando el mensaje de Jesús en aquella tierra. Cuando su flaqueza, por el desánimo, le hacía perder su entereza, vio a María, la madre de Jesús, en una gloriosa aparición, rodeada de ángeles que, desde Jerusalén (aún no había muerto María), que venía para confortarle y renovar sus ánimos.

La Santísima Virgen entregó a Santiago el Pilar, la Columna de jaspe que hoy sostiene la imagen de María, como símbolo de la fortaleza que debía tener su fe. Esto sucedía en la madrugada del día dos de enero del año cuarenta del siglo primero. María conversó con Santiago y le encargó de que fuera levantado un templo en su honor, en ese mismo lugar.

Hasta aquí la tradición.

Actualidad

Si María ha sido grande en la memoria histórica de nuestros pueblos de España y de América, es precisamente, porque Dios, en la persona de Jesús, fue especialmente acogido en estos lugares. ¿Podemos seguir diciendo esto actualmente, que acogemos con devoción al Señor entre nosotros?

La Virgen del Pilar, entre otros muchos sentimientos, evoca la fortaleza de la fe. Aclamar a María, como patrona nos tiene que interpelar en lo más hondo de nuestro ser sobre cómo vivimos nuestra vida de cristianos. El culto a María, no se puede quedar en la belleza estética de un rosario o de una corona enjoyada, en el esplendor de un manto o de un templo levantado en su honor. Eso, aparte de ser expresión de la devoción de un pueblo, sería incompleto si no nos llevase a seguir con todas las consecuencias a Cristo Jesús, a quien María nos trae entre sus brazos.

Conforme a la tradición, la figura de la Virgen del Pilar está asociada a los inicios de la evangelización en España. De nuevo, hoy más que nunca, necesitamos de su estímulo e intercesión para construir nuevos cimientos de fe en las generaciones nuevas, que conviven junto a nosotros sin conocer todavía a Jesús de Nazaret o, si lo conocen, es muy débilmente o con muchas dificultades.

En nuestro tiempo, tal vez puede nacer en nosotros aquel cansancio y desánimo que invadió a Santiago, y que Santa María del Pilar disipó fortaleciendo al apóstol. Volvamos también nuestros ojos a Nuestra Señora hoy, en este 12 de octubre, y hagámosle sabedora de las circunstancias difíciles en que nos debatimos: ante tanta falta de fe, de tanto materialismo, de secularización o de simple pragmatismo que ha hecho sucumbir a tantos creyentes.

Ante los nubarrones de la guerra en aumento entre diversos países, ante una economía en declive y una política ramplona y egoísta, Nuestra Señora sabe de qué tenemos necesidad. Bajo su amparo buscamos el refugio y la fuerza.

Tengamos en cuenta que nunca serán mayores nuestras dificultades que la fortaleza que nos da la fe, la confianza en el Señor. El testimonio de los cristianos se hace más operativo, real y visible, cuando el ambiente acompaña menos. Nos lo enseña la Historia. Es precisamente en los obstáculos donde María va poniendo pilares para que vayamos apoyándonos en ellos y descubriendo los signos de la presencia de Dios. Es como la columna que guiaba y sostenía día y noche al pueblo de Israel en el desierto (Sab 18, 3; Ex 13, 21-22).

En estos momentos difíciles para la fe cristiana es reconfortante recurrir a María. Ella, que fue por delante y alumbró con su presencia los esfuerzos de Santiago por sembrar la semilla de la fe en el campo de España, hoy avanza también con nosotros, abriéndonos el camino y dándonos pistas para que Jesús sea proclamado Señor y amado en la realidad concreta donde a cada uno nos toca vivir.

Que María aumente nuestra fe, anime nuestra esperanza y fortalezca nuestro amor.

 

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