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sábado, 4 de octubre de 2025

DOMINGO 27º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

Luz para mis pasos... (Sal 118, 105)
  
Primera Lectura: Hab 1, 2-3; 2,2-14
Salmo Responsorial: Salmo 94
Segunda Lectura: 2 Tim 1, 6-8.13-14
Evangelio: Lc 17, 5-10

Vivimos tiempos difíciles, y todos lo vemos.

La crisis económica, social y política parece no dar tregua, y las perspectivas se muestran confusas y preocupantes. Muchas personas sienten que no tienen certezas de futuro, aun siendo trabajadoras y de gran calidad humana. Algunos jóvenes, recién titulados, afrontan la burla de prácticas interminables y contratos precarios, si es que llegan a tenerlos. También muchos padres se sienten desalentados al ver la resignación de sus hijos.

El clima político, con sus insultos y corrupciones, tampoco ayuda a recuperar la confianza. Y en el plano internacional nos sacuden guerras que parecen interminables: la guerra rusa contra Ucrania o la atroz y sanguinaria invasión de Gaza por parte de Israel. Son conflictos que amenazan a todos y ensombrecen la esperanza.

Tampoco en la Iglesia es sencillo. Muchos creyentes se sienten arrinconados socialmente, sosteniéndose sólo en lo esencial de la fe. Ciertamente no ayuda la escalada islamista que ha favorecido a quienes quieren identificar la fe con el fanatismo, ya sea cristiano o musulmán. Con frecuencia los medios presentan noticias dolorosas de escándalos en la vida eclesial. Y así, sin hacer mucho ruido, se va introduciendo la falaz idea de que cualquier tipo de fe se convierte en radicalismo y de que toda institución, especialmente la Iglesia católica, existe para que algunas personas conserven sus privilegios.  Así se va instalando en la sociedad un moralismo duro que sustituye a la sobria moral del Evangelio.

Sin embargo, la ausencia de Dios en la vida diaria no nos deja más libres, sino que nos deja sin la posibilidad de creer en nada. Por eso, hoy como ayer, la Iglesia está llamada a hablar de Cristo con serenidad, sin levantar empalizadas, y sin hablar el mismo lenguaje o usar la misma moneda de enfrentamientos que usa nuestro mundo disparatado.

Y confiando en que el Señor nunca abandona a la Iglesia, aun cuando los cristianos, con nuestras debilidades, hayamos minado su credibilidad.

Ante esta situación, la oración de los apóstoles se convierte en la nuestra: “Señor, auméntanos la fe” (Lc 17,5).

 Habacuc: la fe en tiempos de oscuridad

El profeta Habacuc conoció bien la desesperación de un pueblo pequeño rodeado de gigantes. Israel sufría invasiones, injusticias y violencia. Frente al avance de los caldeos, Habacuc clama: ¿dónde está Dios cuando triunfa el mal?

La respuesta de Dios es clara: el justo vivirá por la fe (Hab 2,4). Es decir, no basta resistir; se trata de fiarse, de confiar en las manos de Dios incluso en la oscuridad.

 Fiarse de Dios

Lo mismo escuchamos en la carta a Timoteo: Pablo, preso y cansado, invita a su discípulo a no olvidar la gracia recibida y a mantenerse fiel (2Tim 1,6-8.13-14). También los apóstoles, tras la primera euforia de seguir a Jesús, vieron cómo su fe temblaba ante las dificultades y las críticas.

Por eso la Palabra insiste: fiaros del Señor. Los que sois confiados y creyentes, desconfiad de vuestras presuntas certezas y fiaros del Señor.

La fe es el razonable abandono en los brazos de Alguien al que se quiere, es el gesto inconsciente y obvio del niño que se lanza a los brazos del padre.

No estamos llamados a creer en un misterio inescrutable, a seguir a ciegas los mandatos de la divinidad o de la institución eclesial, a bajar la cabeza ante la voluntad difícil e incomprensible de un ídolo al que tenemos que someternos, sacrificándole todo.

La fe es abandono confiado en un Dios que camina con su pueblo, que se hace carne en la fragilidad de Jesús y que nos muestra hasta en la cruz cuánto nos ama.

 Una fe pequeña, pero viva

Jesús nos dice hoy que basta la fe de un granito de mostaza. Parece poco, pero en sus manos se convierte en un árbol frondoso.

Así ocurrió con Israel, que en la prueba redescubrió sus raíces. Así también con Pablo, cuyas palabras de desánimo se convirtieron en Palabra de Dios para nosotros. Así con Pedro y los discípulos, cuya fe temblorosa dio origen a la Iglesia en la que hoy vivimos.

 Vivir como salvados

Hermanos, abandonémonos de verdad en los brazos de Dios. No basta con invocarlo de palabra mientras seguimos calculando cómo debemos actuar. Confiemos, aun con dudas, dejando que Él sea quien conduzca nuestra vida.

Eso sí: confiar en Dios tiene un “peligro”: que Él nos escucha. Y cuando escucha, nos sorprende, nos cambia y hasta nos empuja hacia la santidad.

Jesús nos recuerda además que somos “siervos inútiles” (Lc 17,10). El mundo no depende de nosotros para salvarse porque ya ha sido salvado en Cristo.

A nosotros se nos pide vivir como salvados, se nos pide mirar más allá y más adentro: más en profundidad y en interioridad.

A nosotros Jesús nos pide vivir como personas de fe, hacer nuestro camino con un corazón compasivo y preñado de paz, con un corazón fecundo y acogedor.

En todo lo demás, dejemos que Dios haga su obra. Y vivamos nosotros como personas de fe, con confianza y con alegría. Que así sea.

 


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