¿César o Dios?
“Al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios”. Pocas palabras de Jesús habrán sido tan citadas
como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada y manipulada desde intereses
muy ajenos al Profeta de Nazaret, defensor de los pobres.
¡Cuántas
veces esta frase de Jesús ha sido usada para justificar las más diversas tomas
de posición! La han usado los gobiernos laicos para sustentar su autonomía
respecto a la injerencia de la Iglesia. La ha usado la Iglesia para defender la
legitimidad de la institución en el seno del Estado. Pero también la han usado
los gobiernos anticlericales para justificar sus propias y discutibles
acciones.
Y
algún Papa también, en plan “delirio de omnipotencia”, para justificar sus
propias reivindicaciones de las cosas terrenales, la política incluida.
Sin
embargo, debemos tener siempre el ánimo dispuesto para tomar la Palabra de Dios
tal como es, insertándola en su contexto, tratando de entender lo que el Señor
quiere decirnos, en este caso, con una afirmación de Jesús que no deja de ser enigmática.
Obstáculo
La
primera cosa que Mateo nos hace notar en el evangelio de hoy es que la pregunta
está hecha para poner a Jesús en dificultad: es una verdadera trampa lo que se esconde
tras la “inocente” pregunta de sus oponentes.
El
pueblo de Israel, desde hacía casi un siglo, estaba viviendo bajo la dominación
romana, unas veces más presente y opresiva, otras, como en el momento en que Jesús
vivió, más discreta. Pero, tanto en una como en otra situación, cada sujeto del
imperio tenía que pagar un impuesto, al menos una vez al año, y nadie quiere
pagar impuestos - faltaría más - sobre todo si luego acaban en manos de un
gobierno que era considerado invasor y opresor.
Lo
curioso es que fuesen los herodianos y los fariseos los que hacían la pregunta.
Los herodianos eran colaboradores de Herodes Antipas, el incapaz hijo de
Herodes el Grande, - un rey pelele de Roma – y, por ello, aguerridos defensores
de la presencia romana en Palestina. Y los fariseos, por su parte, eran, los “perushim”,
los puros e impecables, que, por el contrario, consideraban la ocupación romana
como una humillación. ¡Extraña pareja de viaje!
Pero,
como bien sabemos, cuando hay intereses espurios o un enemigo común se dejan
aparte las disidencias y los rencores. Y este enemigo, ahora, tiene una cara
concreta: el “rabí” Jesús de Nazaret que hace bromas sobre el celo de los
fariseos, y que no se alinea para nada con los herodianos. Un hombre libre y, por
tanto, inquietante y peligroso.
La
trampa está bien tejida: si Jesús rechaza pagar el impuesto, se pone contra
Roma y contra los herodianos allí presentes, convirtiéndose así uno de los
muchos anarquistas idealistas que por entonces entraban periódicamente en la escena
judía.
Si
Jesús acepta pagar los impuestos, se pone en contra del pueblo que brama contra
los romanos al verse obligado a pagar un impuesto al odiado ocupante; y quedará
desprestigiado ante aquellos pobres campesinos, que viven oprimidos por los tributos
y a los que él ama y defiende con todas sus fuerzas.
¡Sí
señor! Estos tipos plantean una pregunta bien tramada y sin escapatoria. Como
canallas, no tienen precio y se merecen un aplauso.
Estilo
Jesús,
no obstante, reacciona con una jugada arriesgada, con un golpe escénico que
muestra una vez más de qué pasta está hecho el galileo. Pide una moneda. Los
fariseos, ingenuamente, hurgan bajo la túnica y se la dan. Los puros, que no quieren
contaminarse con los romanos invasores, llevan en el bolsillo una moneda con la
efigie de Tiberio César. Curioso, ¿no? Puros, sí, pero cuando se trata de
dinero…
Un
capítulo antes, Mateo nos dice que este diálogo se desarrolla en el templo,
dónde era impensable meter una moneda romana porque que violaba la prohibición judía
de reproducir imágenes y que, por eso, había sido reemplazada con una moneda “neutral”
para emplearla exclusivamente dentro del templo. Ellos, los puros, sin embargo,
se saltan esta prohibición. Bonitos hipócritas.
En
las cuestiones de principio vuelan alto y se hacen los perfectitos. En lo
cotidiano, como todos, ceden a mil compromisos y componendas. Pero eso sí: jamás
lo admitirán.
Allí
están tan panchos. Pero Jesús no se ensaña y juega con ellos. Si la imagen de
la moneda es de Tiberio hay que devolverle la moneda al César, y se acabó. También
hay que devolver a Dios lo que es suyo.
Jesús
no está aquí pensando en Dios y en el César de Roma como dos poderes que pueden
exigir, cada uno de ellos en su campo, sus derechos a los súbditos. Como todo
judío fiel, Jesús sabe que a Dios “le
pertenece la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes”
(como dice el Salmo 24). ¿Qué es, entonces, lo que puede ser del César que no
sea de Dios? ¿Acaso los súbditos del emperador no son también hijos e hijas de
Dios?
Así que…
-
Por tanto, el discípulo es un ciudadano ejemplar. Vive con los demás y comparte
sus proyectos y sus fatigas, paga los impuestos, no defrauda, sigue las leyes humanas.
Sin embargo, su corazón es diferente, está en otro lugar, ve las cosas desde otro
nivel y con otra profundidad.
-
Por tanto, existen cosas que conciernen al César y en las que no hace falta meter
a Dios por medio, aunque Jesús, ante el procurador romano que lo condenará, le
recuerda que todo poder humano viene de Dios para servicio del bien común.
-
Por tanto, hay algo de nosotros que pertenece a Dios y que debemos restituirle.
Jesús, magníficamente, permanece en equilibrio entre la tentación, tan recurrente
en la Iglesia, de desinteresarse del mundo. O, al contrario, de invadirlo y colonizarlo.
Jesús,
en la escena que contemplamos, no se detiene en analizar las diferentes
posiciones que enfrentan en aquella sociedad a herodianos, saduceos o fariseos
sobre los tributos a Roma y su significado. Si llevan la moneda del impuesto en
sus bolsas, que cumplan sus obligaciones. Jesús no está al servicio del Imperio
de Roma, sino abriendo caminos al reino de Dios y su justicia.
Por
eso, recuerda a los presentes algo que nadie le había preguntado, y responde: “Dad a Dios lo que es de Dios”. Es
decir, no entreguéis a ningún César lo que sólo es de Dios: la vida de sus
hijos e hijas, empezando por los más débiles. Como había repetido tantas veces
a sus seguidores, los pobres son de Dios, los pequeños son sus predilectos, el
reino de Dios les pertenece a ellos. Nadie ha de abusar de ellos.
No
se ha de sacrificar la vida, la dignidad o la felicidad de las personas a
ningún poder. Y, sin embargo, ningún poder está sacrificando hoy más vidas y
causa más sufrimiento, hambre y destrucción, que esa “dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente
humano” que, según el Papa Francisco, han logrado imponer los poderosos de
la Tierra. Ante una situación semejante, no podemos permanecer pasivos e
indiferentes acallando la voz de nuestra conciencia en devotas prácticas
religiosas, que no comprometan nuestra vida.
Estamos
llamados a mantenernos en equilibrio entre la tentación de huir piadosamente del
mundo o de ser engullidos por él. Nuestra respuesta como cristianos será permanecer
siempre ligados al Evangelio, siendo a la vez ciudadanos leales y justos. Demos
a Dios lo que es de Dios.
Domund
Hoy
celebramos el domingo mundial de la propagación de la fe, el DOMUND. El día en
el que cada año se hace una colecta especial para recaudar fondos para la labor
misionera de la Iglesia, una labor con muchos frentes abiertos y muchas
necesidades materiales de tantos misioneros entregados, y tantos puestos de
misión en los extremos más recónditos del globo en los que, gracias a ellos, la
salvación de Dios alcanza a todas las gentes. Gracias a tantos hombres y
mujeres entregados la Iglesia puede cumplir el mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y anunciad el
Evangelio a todas las gentes”.
Pero
tan importante como la colecta, o más, es insistir en la oración para que Dios
siga siendo la fuerza que mueva la vida y la tarea de los misioneros, que no es
otra cosa que la transmisión de la fe cristiana y el ejercicio de la caridad
entre los más pobres.
Pero
no sólo los misioneros de vanguardia. También nosotros como discípulos del
Señor estamos llamados a cultivar “la
alegría del evangelio” en nuestro
entorno.
El DOMUND de este año tiene como lema “Corazones
fervientes, pies en camino”, inspirado en el texto evangélico de los
discípulos de Emaús. Aquellos dos hombres estaban confundidos y desilusionados,
pero el encuentro con Cristo en la Palabra y en el Pan compartido encendió su
entusiasmo para volverse en camino hacia Jerusalén y anunciar que el Señor
había resucitado verdaderamente. En la escena evangélica, percibimos la
trasformación de los discípulos a cuando sus corazones arden mientras Jesús
explica las Escrituras, o cuando sus ojos se abren al reconocerlo y, como
culminación, sus pies se ponen en camino. Meditando sobre estos tres aspectos,
que trazan el itinerario de los discípulos misioneros, podemos renovar nuestro
celo por la evangelización en el mundo actual.
-
Pongámonos
de nuevo en camino también nosotros, iluminados por el encuentro con el
Resucitado y animados por su Espíritu.
-
Salgamos
con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para
invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que
Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad.
Seamos
generosos en nuestra oración y en nuestra entrega a la difusión del Evangelio.
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