Traducir

Buscar este blog

sábado, 17 de junio de 2023

DOMINGO 11º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

 

Andaban como ovejas sin pastor

Primera Lectura: Ex 19, 2-6a
Salmo Responsorial:  Sal 99
Segunda Lectura: Rom 5, 6-11
Evangelio: Mt 9, 36 - 10, 8

 

Nos convertimos por la misericordia, como le ocurrió a Mateo. Somos los testigos del rostro de Dios, del que nos habla Jesús: un Dios que no sabe qué hacer con los sanos, pero que cura a los que están rotos, a los afligidos, a los quebrantados, para hacerlos hijos suyos.

Mateo lo experimentó en su propia piel; los atónitos apóstoles vieron todas sus certezas religiosas destrozadas por la sonrisa de aquel maestro que, sin importarle los devotos que criticaban sus decisiones, se regocijaba con el asombro de los publicanos que veían entrar a un profeta en su casa y cenaban con él amigablemente.

En alas de águila

En la primera lectura hemos visto cómo Moisés es llamado por Dios. Dios tiene un mensaje que confiarle para que sea su portavoz ante todo el pueblo. Dios recuerda a Moisés y al pueblo que Él los tomó en alas de águila y los llevó a lo alto y, ahora, quiere que Israel sea su pueblo para siempre.

También nosotros, mirando en nuestro interior y recordando nuestra propia experiencia, podemos encontrar los pasos de Dios en nuestra vida, reconociendo que la iniciativa siempre ha sido suya para llevarnos a lo más alto.

Dios no nos ama porque lo merezcamos. El mismo Pablo, escribiendo a los Romanos, subraya la iniciativa total, inesperada y gratuita de Dios, que no premia los méritos, sino que salva a todos por igual. “Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros”. Esto es lo desconcertante.

No nos engañemos, la salvación es gratis. Nadie merece a Dios, Dios se nos da porque nos ama y nos ama para siempre. Cuando tomamos conciencia de la magnitud de este amor, nuestro corazón se dilata. Cuando tomamos conciencia de la altura vertiginosa a la que el Señor nos eleva en alas de águila, nos quedamos sin aliento.

 Compasivo

Jesús ve en lo más profundo de las personas que tiene delante; sabe de la infinita necesidad de felicidad que hay sembrada en nuestros corazones; conoce la lucha que tenemos para dar respuesta a la inquietud que nubla nuestra mirada. Venderíamos nuestra propia alma por ser amados, daríamos un brazo para saber por fin qué es lo que realmente puede colmar de forma duradera nuestra necesidad de paz.

Viendo a la gente, viéndonos a nosotros, viendo nuestro tiempo, Jesús experimenta un sentimiento de compasión. No de juicio, ni de crítica, ni de indiferencia, ni de insulto. ¡Sentimiento de compasión!

Jesús conmovido nos ve como ovejas sin pastor. Y, en su infinito amor decide actuar.  Todos esperaríamos que Jesús se candidatase como pastor y guía. Pero no: Jesús se conmueve e inventa la Iglesia.

Delirios

Esto es un delirio, porque la inmensa mayoría de nosotros tenemos una experiencia pobre y contradictoria de la Iglesia, hemos chocado duramente con el rostro incoherente y severo de algunos de los católicos más devotos de Dios.

Pero Jesús piensa en una búsqueda en común, en un sueño cumplido, en un conjunto de hombres y mujeres, que sean sus discípulos, capaces de buscar juntos – sinodalmente, diríamos hoy – buscar sentido y plenitud, equilibrio y alegría. Él es el Pastor que nos conduce a verdes praderas (como cantamos en el salmo), sí, pero es juntos como podemos experimentar la comunidad del Señor, que es la Iglesia.

Jesús elige a doce personas para empezar a construir el Reino, para estar con él, para luego sean capaces de guiar también a otros hacia esos pastos herbosos y verdes a los que primero fueron ellos conducidos.

Doce personas frágiles como nosotros, pero, también como nosotros, capaces de dejarse habitar por la ternura de Dios para alcanzar la plenitud de vida.

Un Iglesia improbable

No es fácil comprender y amar a la Iglesia. Hay en ella demasiadas fragilidades, demasiados contra testimonios, demasiadas personas que se dicen creyentes y que viven sin ser siquiera personas, demasiadas incoherencias, demasiados errores en la historia como para no dudar al hablar de la Iglesia.

Pero ahí está la belleza del proyecto de Jesús.

A nadie se le ocurriría reunir a doce personas tan radicalmente distintas para llevar a cabo el proyecto del Reino de Dios. Pescadores acostumbrados a la concreción y la rudeza junto a intelectuales como Mateo y Juan; tradicionalistas como Santiago junto a publicanos, pecadores públicos; terroristas como Simón, del grupo de los zelotes, dispuesto a matar al invasor romano.

En este grupo está presente toda la humanidad en su vibrante diversidad. La Iglesia es la comunidad de los discípulos de Jesús, diferentes entre sí en todo menos en el amor del Maestro, personas llamadas a proclamar el Evangelio con sencillez y verdad.

Este es el sueño de Dios. Esta es la paradoja de Dios: ante una humanidad herida y frágil, necesitada de guía, Jesús propone un trozo de esa misma humanidad, igualmente frágil y herida, pero transfigurada por el Amor.

Es ésta una invitación actual y urgente para nosotros: la Iglesia necesita testigos creíbles que la conduzcan de nuevo al redil del Padre.

Nosotros somos los primeros destinatarios del anuncio evangélico. No pensemos a quién vamos a anunciar el Evangelio: somos nosotros mismos los que hemos de acogerlo para convertirnos en testigos.

Amemos este sueño loco de Dios que estamos llamados a vivir: la Iglesia comunidad de los descarriados perdonados, no de los perfectos; la unión de los diferentes y diversos en busca del Dios que nos une; de los compañeros de viaje llamados a hacer presente al Señor en nuestro mundo.

No lo olvidemos, a pesar de todo, somos el consuelo de Dios para nuestros hermanos y hermanas descarriados y cansados “como ovejas sin pastor”. Somos los obreros que el Señor ha enviado para trabajar en su Reino.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.