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jueves, 15 de junio de 2023

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Ciclo A)



Primera Lectura: Dt 7,6-11
Salmo Responsorial: Salmo102
Segunda Lectura: 1 Jn 4,7-16
Evangelio: Mt 11,25-30

Hoy celebramos la fiesta que, más allá de la imagen edulcorada de un improbable Jesús de cabellos rubios y ojos azules, mostrándonos su corazón, nos vuelve a llamar a lo esencial del mensaje cristiano:  que Dios es amor y de este amor vivimos nosotros.

Cada uno de nosotros se hace su idea de Dios, mezclando cosas oídas, convicciones personales, experiencias vividas más o menos positivas, cierto instinto religioso, la cultura, el último artículo sensacionalista sobre el Vaticano o la pederastia, lo que se cuenta sobre supuestos milagros... ¡Si supierais la cantidad de cosas feas que se oyen decir por ahí de Dios!

Una cosa que me asombra y a la que no encuentro explicación es por qué a los humanos nos es tan connatural una visión negativa de Dios, al que vemos como un Móloc al que rendir cuentas. Un ser perfecto, sí, pero incomprensible, siempre fisgando lo que hacemos, dispuesto a abandonarnos cuando lo necesitamos, y a castigarnos en caso de desobediencia a no sé qué cosas. ¿A lo que nos pensamos que es su voluntad? ¿O a las leyes que creemos que vienen de él? Más aún, según el parecer de muchos, Dios es textualmente un tipejo al que hay que respetar y también evitar.

¡Pobre Dios! No debe ser fácil para Él vérselas con nosotros.

Hemos de reconocer con honestidad que también nuestro cristianismo ha pintado a Dios en un modo terrible, como un Dios juez despiadado, al que temer y que es respetado por temor y no por amor.

Jesús nos desvela, en cambio, el rostro de un Padre que escudriña el horizonte para esperar al hijo que se ha ido, un pastor que busca durante horas a la oveja perdida, el médico que ha venido para curar, el que, incluso pudiendo hacerlo, no juzga. Nos desvela el rostro de un Dios que es amor. Nos conviene escuchar a Jesús y contemplar sus sentimientos para no confundirnos. Hoy quisiera, en concreto subrayar, tres rasgos del amor de Dios, del verdadero amor, manifestado en Jesús.

Primero, el amor verdadero o es personal o no lo es. Porque no puede ser amor la leyenda de aquel cartel de Snoopy cuando decía con humor avinagrado: “Amo a la humanidad, pero no aguanto a la gente”. A Jesús le importa la gente concreta; cada persona posee valor infinito. Uno vale más que todos. Es llamativo que en el evangelio no aparezca jamás una declaración de derechos humanos, sino la invitación a amar al que tengo cerca, que es una persona real y la tengo delante de mí. Nadie sobra. Todos son los primeros. Incluso los que parecen no merecerlo porque, como decía Tagore, “no hay nube, por negra que sea, que no tenga un borde plateado”.

Segundo, el amor verdadero o es misericordioso o no lo es. Jesús lo deja todo por el que está perdido, no por quien es el mejor. La misericordia nace al adivinar las infinitas posibilidades que se esconden en el que está perdido. Ser misericordioso es, pues, cambiar la perspectiva; es ver al que está perdido como lo ve Jesús, sin confundir las apariencias con la realidad. Se es misericordioso cuando se mira como Jesús miraba, cuando se busca al otro de verdad y con ternura, arriesgando y exponiéndose. Jesús arriesgó en el amor y le costó la vida. Porque para cambiar a una persona, hay que amarla. Solamente influimos en los demás hasta el punto donde llega nuestro amor. Por eso el perdón, aunque no cambia el pasado, siempre agranda el futuro.

Finalmente, el amor verdadero o termina en fiesta o no lo es. Por eso la parábola del Hijo Pródigo parece ser una versión aplicada de las bienaventuranzas. El amor, aunque no comience con gozo, siempre desemboca en la verdadera alegría. “Bienaventurados los misericordiosos...” La misericordia enamorada produce como fruto una alegría bienaventurada y contagiosa. Hay que compartirla con otros. Y es que un asunto no está terminado si no está bien acabado.

El jesuita Cristóbal Fones, en esta perspectiva de alegría bienaventurada, ha compuesto una canción al corazón de Jesús y el amor en él manifestado:

Amor que abre sus brazos de acogida,

quiero hablar del camino hacia la vida,

corazón paciente, amor ardiente,

quiero hablar de aquel que

vence la muerte.

Quiero hablar de un amor infinito

que se vuelve niño, frágil,

amor de hombre humillado,

quiero hablar de un amor apasionado.

Con dolor carga nuestro pecado

      siendo rey se vuelve esclavo

      fuego de amor poderoso

      salvador, humilde, fiel, silencioso.

Quiero hablar del camino hacia la vida

corazón paciente, amor ardiente,

quiero hablar de aquel que vence la muerte.

Quiero hablar de un amor generoso

      que hace y calla, amor a todos,

      buscándonos todo el tiempo,

      esperando la respuesta al encuentro.

Quiero hablar de un amor diferente,

misterioso, inclaudicable,

amor que vence en la cruz,

quiero hablar del corazón de Jesús.

  Todavía tenemos mucho camino por hacer, amigos, para convertir nuestro corazón a la asombrosa medida del amor de Cristo. Ánimo y que el Señor nos acompañe.

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