Hoy
celebramos la fiesta que, más allá de la imagen edulcorada de un improbable Jesús
de cabellos rubios y ojos azules, mostrándonos su corazón, nos vuelve a llamar
a lo esencial del mensaje cristiano: que
Dios es amor y de este amor vivimos nosotros.
Cada
uno de nosotros se hace su idea de Dios, mezclando cosas oídas, convicciones
personales, experiencias vividas más o menos positivas, cierto instinto
religioso, la cultura, el último artículo sensacionalista sobre el Vaticano o
la pederastia, lo que se cuenta sobre supuestos milagros... ¡Si supierais la
cantidad de cosas feas que se oyen decir por ahí de Dios!
Una
cosa que me asombra y a la que no encuentro explicación es por qué a los
humanos nos es tan connatural una visión negativa de Dios, al que vemos como un
Móloc al que rendir cuentas. Un ser perfecto, sí, pero incomprensible, siempre fisgando
lo que hacemos, dispuesto a abandonarnos cuando lo necesitamos, y a castigarnos
en caso de desobediencia a no sé qué cosas. ¿A lo que nos pensamos que es su
voluntad? ¿O a las leyes que creemos que vienen de él? Más aún, según el
parecer de muchos, Dios es textualmente un tipejo al que hay que respetar y
también evitar.
¡Pobre
Dios! No debe ser fácil para Él vérselas con nosotros.
Hemos
de reconocer con honestidad que también nuestro cristianismo ha pintado a Dios
en un modo terrible, como un Dios juez despiadado, al que temer y que es
respetado por temor y no por amor.
Jesús nos desvela, en cambio, el rostro de un Padre que escudriña el horizonte para esperar al hijo que se ha ido, un pastor que busca durante horas a la oveja perdida, el médico que ha venido para curar, el que, incluso pudiendo hacerlo, no juzga. Nos desvela el rostro de un Dios que es amor. Nos conviene escuchar a Jesús y contemplar sus sentimientos para no confundirnos. Hoy quisiera, en concreto subrayar, tres rasgos del amor de Dios, del verdadero amor, manifestado en Jesús.
Primero, el amor verdadero o es personal
o no lo es. Porque no puede ser amor la leyenda de aquel cartel de Snoopy
cuando decía con humor avinagrado: “Amo a
la humanidad, pero no aguanto a la gente”. A Jesús le importa la gente
concreta; cada persona posee valor infinito. Uno vale más que todos. Es
llamativo que en el evangelio no aparezca jamás una declaración de derechos
humanos, sino la invitación a amar al que tengo cerca, que es una persona real
y la tengo delante de mí. Nadie sobra. Todos son los primeros. Incluso los que
parecen no merecerlo porque, como decía Tagore, “no hay nube, por negra que sea, que no tenga un borde plateado”.
Segundo, el amor verdadero o es misericordioso
o no lo es. Jesús lo deja todo por el que está perdido, no por quien es el
mejor. La misericordia nace al adivinar las infinitas posibilidades que se
esconden en el que está perdido. Ser misericordioso es, pues, cambiar la
perspectiva; es ver al que está perdido como lo ve Jesús, sin confundir las
apariencias con la realidad. Se es misericordioso cuando se mira como Jesús
miraba, cuando se busca al otro de verdad y con ternura, arriesgando y exponiéndose.
Jesús arriesgó en el amor y le costó la vida. Porque para cambiar a una
persona, hay que amarla. Solamente influimos en los demás hasta el punto donde
llega nuestro amor. Por eso el perdón, aunque no cambia el pasado, siempre
agranda el futuro.
Finalmente, el amor verdadero o termina
en fiesta o no lo es. Por eso la parábola del Hijo Pródigo parece ser una
versión aplicada de las bienaventuranzas. El amor, aunque no comience con gozo,
siempre desemboca en la verdadera alegría. “Bienaventurados
los misericordiosos...” La misericordia enamorada produce como fruto una alegría
bienaventurada y contagiosa. Hay que compartirla con otros. Y es que un asunto
no está terminado si no está bien acabado.
El
jesuita Cristóbal Fones, en esta perspectiva de alegría bienaventurada, ha
compuesto una canción al corazón de Jesús y el amor en él manifestado:
Amor que abre sus brazos de acogida,
quiero hablar del camino hacia la vida,
corazón paciente, amor ardiente,
quiero hablar de aquel que
vence la muerte.
Quiero hablar de un amor
infinito
que se vuelve niño, frágil,
amor de hombre humillado,
quiero hablar de un amor
apasionado.
Con dolor carga nuestro
pecado
siendo rey se vuelve esclavo
fuego de amor poderoso
salvador, humilde, fiel, silencioso.
Quiero hablar del camino
hacia la vida
corazón paciente, amor
ardiente,
quiero hablar de aquel que
vence la muerte.
Quiero hablar de un amor
generoso
que hace y calla, amor a todos,
buscándonos todo el tiempo,
esperando la respuesta al encuentro.
Quiero hablar de un amor
diferente,
misterioso, inclaudicable,
amor que vence en la cruz,
quiero hablar del corazón
de Jesús.
Todavía tenemos mucho camino por hacer, amigos, para convertir nuestro corazón a la asombrosa medida del amor de Cristo. Ánimo y que el Señor nos acompañe.
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