Es
una tradición muy establecida que con ocasión de las Congregaciones Generales
se tenga un encuentro de los delegados con el Santo Padre. La mayoría de las
veces se ha tenido el encuentro en el marco de una audiencia en el Vaticano, aunque
ya en alguna ocasión el Papa ha escogido realizar el encuentro con los jesuitas
reunidos en Congregación General en la curia de la Compañía. Así, este lunes 24 de octubre, en la Mañana,
el Papa Francisco ha arribado discretamente a la curia, recibido por el Padre
General, Arturo Sosa y el superior de la comunidad de la Curia, el P. Joaquín
Barrero.
Tras
acompañarle hasta el aula y el Papa ha participado en la oración de la mañana
con los delegados. El tema de la oración fue escogido para la ocasión: el buen
pastor. La reflexión ha hecho referencia al P.
Franz van de Lugt, pastor de los suyos en Homs, Siria, asesinado por la
locura de la guerra. Los miembros de la Congregación han querido orar por el
Papa Francisco, como él mismo lo pide con frecuencia a todas las personas con
quienes se encuentra.
El
Papa Francisco ha hablado a la Congregación General con un discurso dirigido a
la Compañía de Jesús que entusiasma y que orienta. Ha dado una buena idea de la
manera como entrevé el servicio a la Iglesia y al mundo que la Compañía de
Jesús puede ofrecer, de manera pertinente, en conexión con su propio
ministerio. Toda su intervención ha estado marcada por una apertura hacia el
futuro, por una llamada a ir más lejos, un soporte para el “caminar”, el modo
de marchar que les permite a los jesuitas ir al encuentro de los otros y
acompañarlos en su propio caminar.
Aula de la Congregación General
Curia General de la Compañía de Jesús.
24 de octubre de 2016
Queridos
hermanos y amigos en el Señor:
Al
rezar pensando qué les diría, recordé con particular emoción las palabras
finales que nos dijo el Beato Pablo VI al finalizar nuestra Congregación
General XXXII: “Così, così, fratelli e
figli. Avanti, in Nomine Domini. Camminiamo insieme, liberi, obbedienti, uniti
nell'amore di Cristo, per la maggior gloria di Dio”1.
También
San Juan Pablo II y Benedicto XVI nos han animado a “caminar de una manera digna de la vocación a la que hemos sido llamados
(Ef 4, 1)”2 y a “proseguir por
el camino de la misión con plena fidelidad a vuestro carisma originario, en el
contexto eclesial y social característico de este inicio de milenio. Como os
han dicho en varias ocasiones mis antecesores, la Iglesia os necesita, cuenta
con vosotros y sigue confiando en vosotros, de modo especial para llegar a los
lugares físicos y espirituales a los que otros no llegan o les resulta difícil
hacerlo”3. Caminar juntos -libres y obedientes-, caminar yendo a
las periferias donde otros no llegan, “bajo
la mirada de Jesús y mirando el horizonte que es la Gloria de Dios siempre
mayor, el que nos sorprende siempre”4. El jesuita está llamado
para “discurrir -como dice Ignacio- y hacer vida en cualquiera parte del mundo
donde se espera más servicio de Dios y ayuda de las ánimas" (Co 304).
Es que: “Para la Compañía, todo el mundo
le ha de ser casa”, decía Nadal5.
Ignacio
le escribía a Borja, a propósito de una crítica de los jesuitas llamados
“angélicos” (Oviedo y Onfroy), porque decían que la Compañía no estaba bien
instituida y que había que instituirla más en espíritu: el espíritu que los
guía -decía Ignacio- “ignora el estado de
las cosas de la Compañía, que están in fieri, fuera de lo necesario (y)
substancial”6. Me gusta tanto esta manera de ver de Ignacio a
las cosas en devenir, haciéndose, fuera de lo substancial. Porque saca a la
Compañía de todas las parálisis y la libra de tantas veleidades.
La
Fórmula del Instituto es lo “necesario y substancial” que debemos tener todos
los días ante los ojos, después de mirar a Dios nuestro Señor: “El modo de ser del Instituto, que es camino
hacia Él”. Lo fue para los primeros compañeros, y previeron que lo fuera “para los que nos sigan por este camino”.
Así, tanto la pobreza, como la obediencia, o el hecho de no estar obligados a
cosas como rezar en coro, no son ni exigencias ni privilegios, sino ayudas que
hacen a la movilidad de la Compañía, al estar disponibles “para correr por la vía de Cristo Nuestro Señor.” (Co 582) teniendo,
gracias al voto de obediencia al Papa, una “más
cierta dirección del Espíritu Santo” (Fórmula Instituto 3). En la Fórmula
está la intuición de Ignacio, y su sustancialidad es lo que permite que las
Constituciones hagan hincapié en tener siempre en cuenta “los lugares, tiempos y personas”, y que todas las reglas sean
ayudas -tanto cuanto- para cosas concretas.
El
caminar, para Ignacio, no es un mero ir y andar, sino que se traduce en algo
cualitativo: es aprovechamiento y progreso, es ir adelante, es hacer algo en
favor de los otros. Así lo expresan las dos Fórmulas del Instituto aprobadas
por Paulo III (1540) y Julio III (1550), cuando centran la ocupación de la
Compañía en la fe -en su defensa y propagación- y en la vida y doctrina de las
personas. Aquí Ignacio y los primeros compañeros usan la palabra
aprovechamiento (ad profectum7,
cfr. Fil 1, 12 y 25), que es la que da el criterio práctico de discernimiento
propio de nuestra espiritualidad.
El
aprovechamiento no es individualista, es común: “El fin de esta Compañía es, no solamente atender a la salvación y
perfección de las ánimas propias con la gracia divina, mas con la misma,
intensamente procurar de ayudar a la salvación y perfección de las de los
prójimos” (Ex 1,2). Y, si para algún lado se inclinaba la balanza en el
corazón de Ignacio, era hacia la ayuda de los prójimos; tanto es así, que se
enojaba si le decían que la razón de que alguno se quedara en la Compañía era “para que así salvara su ánima. Ignacio no
quería gente que, siendo buena para sí, no se hallara en ella aptitud para el
servicio del prójimo” (Aicardo I punto 10 pág. 41).
El
aprovechamiento es en todo. La fórmula de Ignacio expresa una tensión: “no
solamente… sino…”; y este esquema mental de unir tensiones -la salvación y
perfección propia, y la salvación y perfección del prójimo- desde el ámbito
superior de la Gracia, es propio de la Compañía. La armonización de ésta y de
todas las tensiones (contemplación y acción, fe y justicia, carisma e
institución, comunidad y misión…) no se da mediante formulaciones abstractas,
sino que se logra a lo largo del tiempo mediante eso que Fabro llamaba “nuestro modo de proceder”8.
Caminando y “progresando” en el seguimiento del Señor, la Compañía va
armonizando las tensiones que contienen y producen, inevitablemente, la
diversidad de gente que convoca y las misiones que recibe.
El
aprovechamiento no es elitista. En la Fórmula, Ignacio procede describiendo
medios para aprovechar más universalmente, que son propiamente sacerdotales.
Pero notemos que las obras de misericordia se dan por descontadas, ¡¡¡la
Fórmula dice “sin que eso sea óbice” para la misericordia!!! Las obras de
misericordia -el cuidado de los enfermos en las hospederías, la limosna
mendigada y repartida, la enseñanza a los pequeños, el sufrir con paciencia las
molestias… - eran el medio vital en el que Ignacio y los primeros compañeros se
movían y existían, su pan cotidiano: ¡cuidaban que todo lo demás no fuera
óbice!