No debemos tener miedo, dice Jesús. Y, para ello,
utiliza el verbo que indica el temor suscitado por una tormenta en el mar.
Es cierto. En las vicisitudes de la vida muchas
veces nos sentimos como en medio de una tormenta, incapaces de gobernar el
timón del barco. El clima de tensión mundial que vivimos, la inseguridad económica
y laboral, la desintegración de los valores humanos, la insignificancia de la
Iglesia en la sociedad no hace más que cargar el ambiente. Da la sensación de encontrarnos
al final de una era.
No tengamos miedo, nos insiste el Señor, confiemos
en él, que nos prepara un lugar en la casa del Padre. En medio de las
vicisitudes de la vida el Señor Jesús nos muestra el camino para descubrir el
verdadero rostro de Dios y, en consecuencia, descubrir nuestro propio rostro.
Son palabras fuertes las que la liturgia nos ofrece
hoy; las palabras pronunciadas por Jesús, según el evangelista Juan, durante su
última cena, que son una especie de testamento para los discípulos.
¿Cómo?
A Tomás, Jesús le indica un recorrido, un camino. En
los comienzos de la Iglesia, los cristianos eran llamados “los del camino”, los
que seguían un camino. En cambio, hoy en día, muchos conciben la fe como una
casa, un templo, un refugio, un bunker, un paquete de verdades inamovibles en
las que creer. No deja de ser curioso y un tanto inquietante.
Sin embargo, el cristianismo es algo dinámico, que
está siempre en camino, porque quien sigue a alguien que no tiene donde
reclinar la cabeza, no puede pretender ser un cristiano de una vez para siempre,
buscando seguridades e inmovilismos que no son propias de la fe.
Jesús responde al desconcertado Tomás, que acababa
de enterarse de qué iba todo aquello. Todo va del Señor Jesús que va delante de
nosotros, que va a siempre más allá, que no nos deja solos, sino que nos invita
a arremangarnos para la tarea.
Para mantenernos creyentes, dice Jesús, debemos
confiar en que él es el camino, la verdad y la vida.
Camino
Ser cristiano -a veces se nos olvida- significa seguir a Jesús; imitarlo, confiar en él, conocerlo y dejarse amar por él. Frecuentar su palabra en la meditación, buscarlo en la oración personal y comunitaria, reconocerlo en el rostro del hermano pobre. La fe cristiana, más que una religión, es una propuesta de un cambio radical en la forma de ver al mundo y a Dios. Y lo hacemos escuchando y siguiendo a Jesús, el Maestro.
En un mundo lleno de tertulianos, opinantes,
santones gurúes y pequeños líderes que lo saben todo y que gritan unos contra otros
para tener más razón, Jesús se muestra como el camino, la puerta por donde las
ovejas podemos salir de los muchos cercados (¡incluso religiosos!) en los que
nos han encerrado.
Llegar a ser cristiano significa amar como Jesús
amó, seguir el camino recto, que no es una colección de hermosas ideas y
preceptos, normas y cumplimientos, sino una persona: Jesús de Nazaret, el Señor
Resucitado.
Verdad
Jesús es la verdad. Verdad que existe y busca la
aceptación en un mundo que niega toda posibilidad de que exista alguna verdad
(excepto una: ¡que no hay ninguna verdad!). Un mundo que reduce la verdad a un
nivel de mera opinión, con un sentido equivocado de la tolerancia, poniéndolo todo
al mismo rasero, como si la libertad significase que ya nada es auténtico.
En un mundo que relativiza todo, Jesús, con
determinación, pero sin arrogancia; con autoridad, pero sin presunción, dice conocer
la verdad acerca de Dios y de los hombres. El hombre contemporáneo en cambio, como
Pilatos, juega a ser cínico y se pregunta qué es la verdad. La Iglesia, en
cambio, no proclama una doctrina de verdades, sino a una persona: a Jesús que es
la verdad, a Jesús que dice la verdad, a Jesús que nos conduce a la verdad.
Y la verdad es evidente, se impone por sí misma,
no tiene que convencer. Sin embargo, sólo un corazón honesto, desencantado de
tantas cosas, un corazón razonable, está en condiciones de captarla.
Lo que se pide a alguien que busca a Dios, es que se ponga en juego hasta el fondo, sin engaños, sin perezas; buscar, permanecer abierto y disponible a un crecimiento intelectual e interior. Y, si es posible, dedicar un poco de energía y tiempo para el conocimiento y la formación: hoy ya no podemos pensar en un cristianismo sociológico, heredado, tradicional, aproximativo o simplemente emocional.
Vida
Quien ha descubierto a Jesús en el camino de su
vida, puede decir con verdad absoluta que el Señor le ha dado la vida.
Hay una vida biológica que puede darse por supuesta
y que nos atañe a todos. Pero una vida interior, espiritual, amplía el
horizonte, y nos sitúa en un proyecto al que hemos sido llamados para formar parte
de él. La vida interior nos cambia radicalmente la vida biológica, y nos llena
de una alegría íntima, profunda y eterna. Jesús es vida y da la vida, y el
cristiano, discípulo y seguidor de Jesús, ama la vida y da la vida.
Incluso si su vida está machacada o herida, o
enferma, el discípulo de Jesús sabe que hay un gigantesco proyecto de amor Dios,
que se está manifestando en nuestro mundo.
La pregunta de Tomás “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”
viene a expresar el realismo de un corazón que quiere ver a Dios, que quiere
conocer a Dios, que quiere amar a Dios. Y Tomás, finalmente entiende que Jesús es
el acceso al Padre, que él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Os
invito a que pidamos al Señor en esta Eucaristía vivir ya desde ahora la
novedad de la vida eterna; nosotros, que hemos tenido la oportunidad de ser
iniciados en los misterios del Reino de Dios. Dejemos actuar con toda libertad
al Señor Resucitado en nuestra vida. Él que es Camino, Verdad y Vida, y ahora
Pan de Vida en la eucaristía, el alimento que da fuerza a nuestra fe y nos
mantiene firmes en nuestro caminar cristiano como pueblo apasionado para hacer
el bien.
Aprovechemos
todas las oportunidades que tenemos para conocerle más y más: la oración, la
lectura y meditación de la Palabra de Dios, la catequesis en todas las edades,
la participación activa en los sacramentos, la acción caritativa y social.
Por el
conocimiento interno de Jesús, día a día, conoceremos más al Padre y su camino de
amor, que nos conduce a su voluntad salvadora para todos nosotros: “Quien me ha visto a mi ha visto al Padre”.
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