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sábado, 13 de mayo de 2023

DOMINGO 6º DE PASCUA (Ciclo A)


Primera Lectura: Hch 8, 5 -8. 14-17
Salmo Responsorial: Salmo 65
Segunda Lectura: 1 Pe 3, 15-18
Evangelio: Jn 14, 15-21

Vivimos tiempos difíciles, es inútil negarlo. Difíciles humanamente, difíciles cristianamente. El futuro es denso con nubes oscuras, más aún si cabe en estos tiempos de guerra e inestabilidad, y el riesgo de ver siempre y sólo lo negativo amenaza también con contagiar a los cristianos más virtuosos.

No sé a vosotros, pero a mí el clima de contraposición feroz de ideas y de posicionamientos me produce un intenso malestar. Si uno es de aquí o de allá, de derechas o de izquierdas, creyentes o ateos, de un equipo o de otro. Y si uno no se encuentra en ninguna de esas clasificaciones, ¿qué hace? Porque hay muchos cristianos que se encuentran “en tierra de nadie”.

Las noticias aumentan el malestar, para nosotros católicos, cuando leemos comportamientos incomprensibles por parte de quienes deberían conducir el rebaño y que, en cambio, lo oprimen con violencia y abusos. Sin embargo, aquí estamos todavía meditando un evangelio pascual de resurrección, de confianza, de alegría y conversión.

Un evangelio que nos indica un camino difícil, pero posible, para preservar la esperanza, para prestar atención al conjunto de la selva que nos rodea, sin atemorizarnos por el ruido de un árbol que cae.

Socorro

Jesús es patente y manifiesto, sin embargo, el mundo no lo ve presente y habla de él como de un gran personaje del pasado, como de un simpático profeta que acabó mal, como les ocurre a muchos profetas; pero los que son discípulos siguen viéndolo, lo reconocen, lo anuncian, lo escuchan, le piden y se relacionan con Él.

El primer regalo que Jesús promete a los discípulos atemorizados es el Paráclito, es decir el defensor, el socorrista, el ayudante, el mediador, el valedor, que nos ayuda a recordar las palabras del Maestro, que nos ayuda a ver las cosas de una manera nueva y completa.

Necesitamos de él urgentemente. Necesitamos que nos ayude a leer, a la luz de la fe, tanto la gran historia como nuestra historia personal. Entonces, las cosas que ocurren adquirirán una luz diferente, con un horizonte de referencia más amplio, con una perspectiva completa de la salvación que Dios realiza en la humanidad inquieta.

El socorro que Dios nos envía está en función de nuestra misión: los discípulos que “ven” a Jesús, que perciben su presencia viva, son invitados a anunciar el nuevo modo de vivir que Dios realiza a través de la comunidad de los salvados, que es la Iglesia.

Felipe

Si esto verdaderamente es así, la dificultad se va a convertir en una extraordinaria oportunidad, en una ocasión de anuncio, en una razón de conversión.

De esto sabe algo Felipe que, a causa de la persecución que se desencadenó contra la primitiva comunidad cristiana, tuvo que huir hasta Samaria, la tierra abandonada, la tierra herética, la novia infiel a la que el propio Jesús intentó seducir y reconquistar en el encuentro con la Samaritana. Para Felipe, aquella fuga llegó a ser el lugar para el anuncio y la conversión de nuevos discípulos.

Si la Iglesia en occidente, en la actual compleja situación histórica, dejara de quejarse, y recomenzara sencillamente a construir la Iglesia, es decir a anunciar la alegría de Jesucristo, la “alegría del evangelio”, simplificando el propio lenguaje, limando sus propias incoherencias, aligerando sus elefantiásicas estructuras, quizás pudiera llegar a tener la misma experiencia que hizo Felipe.

Es lo que está haciendo el Papa Francisco no sin grandes dificultades. Con gestos y palabras está siendo una llamada al encuentro con Dios en el amor, la alegría, la ternura, el respeto y la acogida… y así, tantos alejados están comenzando el camino de vuelta. “Yo no creo, pero con este Papa dan ganas de creer”, decía un taxista al que un amigo mío llamó “el taxista de Emaús”. Si cada uno de nosotros viviésemos en esta onda de Francisco, ¿no seríamos más atractivos anunciadores de la alegría de Jesucristo? ¿O es que preferimos encerrarnos en estériles lamentos de un pasado sin futuro?    

Se trata, en definitiva, de permanecer fieles a toda costa al mandamiento del amor que Jesús nos entregó. Sólo el mandamiento del amor, en estos tiempos, será capaz de perforar la espesa coraza anticristiana, por una parte, y neo-clerical, por otra, que habita nuestra fingida sociedad cristiana en el mundo occidental.

Dar razón…

Se trata de vivir en el amor, de no desanimarse y de profundizar en la fe, como sugiere Pedro. Nuestro cristianismo occidental oscila entre dos excesos igualmente peligrosos: el regreso a un ambiente de cerrazón y contraposición con el mundo, levantando inútiles barreras respecto a los otros, y el riesgo de ceder a un cristianismo emotivo y populista, que sigue las apariencias y olvida el depósito de la fe. Frente a la cerrazón y al misticismo simplificado y supersticioso, el Papa Benedicto proponía, como propuso la Iglesia desde siempre, una alianza entre inteligencia y fe, entre conocimiento y espiritualidad.

Sólo con el esfuerzo del estudio, de la comprensión de los textos, de la oración fecunda y motivada, de la búsqueda humilde de la verdad, podemos responder a lo que el hombre contemporáneo espera en su búsqueda de sentido.

Sólo así seremos capaces de dar razón de la esperanza que está en nosotros y a la que nos exhorta el apóstol Pedro.

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