El
Señor no pudo descansar mucho. Había mucha gente, tal vez demasiada, que lo
buscaba cuando intentaba retirarse a un lugar tranquilo, y lo alcanzó. Pero no
se irritó, sino que sintió compasión y, más aún, se partió y repartió, entregándose
como comida.
Jesús
termina sus breves vacaciones y vuelve a predicar, sin medida, entregándose a
sí mismo como un regalo. Y la gente lo busca, como buscaría a cualquiera que la
ayudase a soñar, a esperar, a creer.
Igual
que Moisés en la montaña, Jesús habla con las palabras de Dios. Pasan las horas,
la multitud sigue escuchando y no se levanta. Jesús está cansado, pero feliz, y
se pregunta si, quizás, el Reino no esté ya aquí. Quizás haya llegado la hora. Quizás
ahora la gente ya esté preparada para el anuncio.
Pero
no, Jesús se equivoca clamorosamente.
El peor milagro
El
milagro de los panes es narrado seis veces por los evangelistas; es el prodigio
más llamativo, más dramático, pero es el que marca el principio del fin de
Jesús, la apoteosis de la incomprensión, el delirio de una humanidad que
prefiere la magia y la brujería a Cristo, el Señor. Que prefiere los prodigios
y portentos a la entrega cotidiana del amor a los demás.
Juan
elige intencionadamente este milagro para comenzar una compleja catequesis
sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros, y cuál debe ser la actitud
correcta del discípulo hacia el Maestro. Durante casi un mes vamos a ir
escuchando este duro discurso sobre el Pan de vida.
Jesús,
en este momento, se encuentra en un punto de inflexión. El carpintero de
Nazaret que había dejado su taller, ahora se mueve con un grupo de discípulos hablando
de Dios y se ha hecho famoso. El rabino Jesús consiguió en pocos meses una fama
inesperada; numerosas multitudes lo siguen atraídas por sus palabras y mucho
más por su reputación como un poderoso sanador. Recordad cómo Marcos, el
domingo pasado, señalaba que aquel grupo no conseguía siquiera comer en paz.
En Cafarnaúm es donde se consuma la tragedia y se produce la fractura, el final de aquella brillante y nueva carrera política que muchos esperaban del Mesías. Jesús multiplica los panes… y la gente quiere hacerlo rey: ¿quién no coronaría a alguien que distribuye pan y pescado gratis? Pero Jesús no quiere ser coronado rey, sólo quiere hablar de Dios y de la lógica del regalo y la entrega del amor; no quiere recibir unos aplausos que no busca ni le gustan.