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martes, 30 de julio de 2024

SOLEMNIDAD DE SAN IGNACIO DE LOYOLA (31 de julio)


Primera Lectura: Jer 20, 7-9
Salmo Responsorial: Salmo 33
Segunda Lectura: 1 Cor 10,31 – 11,1
Evangelio: Lc 14, 25-33


Nos convoca hoy aquí la santidad de Ignacio. No hemos sido convocados para festejar a ninguno de los poderosos notables de su tiempo, que tuvieron resonancia en su momento, y que luego se perdieron en el olvido. Nos reunimos a causa de la santidad de un hombre que, una vez convertido, fue trasparencia de la santidad de Dios en su vida. De un hombre que, como dice el Papa Francisco en su exhortación “Gaudete et exultate”, estuvo abierto a Dios en todo y para ello optó por él y eligió a Dios una y otra vez (GE, 15).

Todo lo que no sea santidad y respuesta entregada a la llamada de Dios, irá pasando al olvido sin dejar huella.

En mi debilidad te haces fuerte, Señor

Pero ¿cómo fue encontrado Ignacio por Dios? El Señor encontró a Ignacio de Loyola en sus límites. Todos conocemos la historia. En su orfandad, Ignacio tuvo que salir por el mundo a buscarse la vida. La institución del mayorazgo vasco le excluía de la posibilidad de un futuro familiar próspero. Primero fue a Castilla a servir al Contador del Rey, Juan Velázquez de Cuéllar, cuya esposa, María de Velasco, estaba emparentada con la familia de Ignacio. Allí el muchacho aprendió la vida de la corte y conoció el ambiente cultural de la época, además de los usos y costumbres de la burocracia y del manejo de las armas. Pero cuando el Contador cayó en desgracia (así pasa con la gloria del mundo…), Ignacio tuvo que abandonar Castilla y ponerse al servicio del Duque de Nájera y de su ejército, que trataba de defender la frontera española ante las incursiones de los franceses. Hasta que, en el famoso asedio de la ciudad de Pamplona, en 1521, Ignacio es herido y conducido de nuevo a la casa familiar de Loyola.

Ese viaje fue el comienzo de un proceso de su conversión. ¿Qué pensaría Iñigo en aquel largo camino en medio de sus dolores?... La herida de Ignacio le puso en una situación límite: el dolor, la proximidad de la muerte, la soledad y la postración de la convalecencia. Todos sus viejos sueños de caballero se estaban viniendo abajo. Por eso luchaba, para que su cuerpo no quedara deforme, aunque tuviera que pasar por los grandes dolores de aquellas operaciones carniceras.

En semejante situación de debilidad Ignacio era una persona inútil para el futuro mundano del vano honor y de las apariencias. Y sin embargo es ahí, precisamente, donde Dios sale a su encuentro. Pablo fue encontrado por el Señor en el camino de Damasco, tirado en el suelo y ciego; Francisco de Asís recorriendo desnudo las calles de su ciudad. Ignacio es alcanzado, postrado y convaleciente, en su cama del tercer piso de la casa torre de Loyola.

La vida de Ignacio nos muestra cómo Dios nos encuentra precisamente allí donde nuestros límites nos impiden ya caminar. Solemos imaginar a Dios en lo grande, en lo maravilloso, en lo acabado, en lo perfecto, en el triunfo y en la gloria. Pero no es así, porque Dios se nos muestra más bien en lo frágil, en la debilidad, en lo que más nos cuesta asumir. Allí donde no llega el hombre, es donde se hace más presente el Señor. De modo que nuestros límites humanos se convierten en la manifestación de Dios, en su teofanía: sólo descalzos, como Moisés, podremos acercarnos a la zarza ardiente de su amor.

sábado, 27 de julio de 2024

DOMINGO 17º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)



 Primera Lectura: 2 Re 4, 42-44
Salmo Responsorial: Salmo 144
Segunda Lectura: Ef 4, 1-6
Evangelio: Jn 6, 1-15

El Señor no pudo descansar mucho. Había mucha gente, tal vez demasiada, que lo buscaba cuando intentaba retirarse a un lugar tranquilo, y lo alcanzó. Pero no se irritó, sino que sintió compasión y, más aún, se partió y repartió, entregándose como comida.

Jesús termina sus breves vacaciones y vuelve a predicar, sin medida, entregándose a sí mismo como un regalo. Y la gente lo busca, como buscaría a cualquiera que la ayudase a soñar, a esperar, a creer.

Igual que Moisés en la montaña, Jesús habla con las palabras de Dios. Pasan las horas, la multitud sigue escuchando y no se levanta. Jesús está cansado, pero feliz, y se pregunta si, quizás, el Reino no esté ya aquí. Quizás haya llegado la hora. Quizás ahora la gente ya esté preparada para el anuncio.

Pero no, Jesús se equivoca clamorosamente.

El peor milagro

El milagro de los panes es narrado seis veces por los evangelistas; es el prodigio más llamativo, más dramático, pero es el que marca el principio del fin de Jesús, la apoteosis de la incomprensión, el delirio de una humanidad que prefiere la magia y la brujería a Cristo, el Señor. Que prefiere los prodigios y portentos a la entrega cotidiana del amor a los demás.

Juan elige intencionadamente este milagro para comenzar una compleja catequesis sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros, y cuál debe ser la actitud correcta del discípulo hacia el Maestro. Durante casi un mes vamos a ir escuchando este duro discurso sobre el Pan de vida.

Jesús, en este momento, se encuentra en un punto de inflexión. El carpintero de Nazaret que había dejado su taller, ahora se mueve con un grupo de discípulos hablando de Dios y se ha hecho famoso. El rabino Jesús consiguió en pocos meses una fama inesperada; numerosas multitudes lo siguen atraídas por sus palabras y mucho más por su reputación como un poderoso sanador. Recordad cómo Marcos, el domingo pasado, señalaba que aquel grupo no conseguía siquiera comer en paz.

En Cafarnaúm es donde se consuma la tragedia y se produce la fractura, el final de aquella brillante y nueva carrera política que muchos esperaban del Mesías. Jesús multiplica los panes… y la gente quiere hacerlo rey: ¿quién no coronaría a alguien que distribuye pan y pescado gratis? Pero Jesús no quiere ser coronado rey, sólo quiere hablar de Dios y de la lógica del regalo y la entrega del amor; no quiere recibir unos aplausos que no busca ni le gustan.

miércoles, 24 de julio de 2024

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL (25 de julio)


Primera lectura: Hch 4,33; 5, 12.27-33; 12,2
Salmo responsorial: Salmo 66
Segunda lectura: 2 Co, 4, 7-15
Evangelio: Mt 20, 20-28

Siempre que celebramos la fiesta de un apóstol, hacemos memoria de los momentos fundacionales de la Iglesia y, por tanto, nos sentimos interpelados por dimensiones ineludibles de nuestra fe cristiana.

En esta solemnidad de Santiago el Mayor, venerado como patrono de España en virtud de una piadosa tradición, conviene que nos fijemos no tanto en lo que nos dice la leyenda, sino en lo que vemos escrito en el Nuevo Testamento y que acabamos de proclamar en las lecturas de la misa de hoy.

Nuestros esquemas habituales

Una pregunta inicial suscitada por el evangelio: ¿Cuáles son nuestros esquemas de comportamiento? ¿Qué es lo que vemos a menudo en nuestro mundo, en nuestra sociedad, incluso en nuestras comunidades cristianas? Afán de poder. Ganas de ser importante, de figurar, más que de amar y servir. Luchas por conseguir pasar delante de los demás. Codazos para poder salir en la foto. La convicción de que, sin nosotros, no funcionaría nada o todo se derrumbaría irremisiblemente. Utilización de técnicas publicitarias para vender una buena imagen. Preocupación por el espacio y el tiempo de permanencia en los medios de comunicación, porque sólo vale lo que se publica, lo que sale en la “tele”.

Control de todo y de todos, no sea cosa que alguien quiera actuar por cuenta propia, fuera de lo establecido. Evitar que la mayoría piense y se organice: con que algunos tengan iniciativas y las ofrezcan a todos los demás, ya hay más que suficiente. Cortar de cuajo cualquier posibilidad de discrepancia. Esconder la información... por el bien de todos, claro está.

Marcar siempre las distancias, pero, a la vez, marcando gestos de acercamiento, que eso siempre gusta a los súbditos. Un cuerpo de funcionarios numeroso, que asegure una maquinaria burocrática incomprensible para la mayoría de la gente. Dar como un favor lo que ya les corresponde a todos como derecho, o exigir como obligatorio lo que simplemente es opcional. Acumular cuantas más prerrogativas mejor, porque si el poder está demasiado repartido, el sistema se hunde.

Este podría ser el estilo de poder que la madre de los Zebedeos tenía en la cabeza cuando pedía a Jesús un enchufe para sus hijos. Y no sólo ella, también nosotros mismos funcionamos con esos esquemas, no nos engañemos.

Pero la respuesta de Jesús es clara y tajante: “No será así entre vosotros”.

Ya hacía bastante tiempo que los doce discípulos iban con Jesús.... ¡y, sin embargo, aún no lo habían comprendido! La madre de Santiago y Juan pide lugares de privilegio y de poder para sus hijos, y los diez restantes – imagínate - se enfadan contra los dos hermanos… porque todos ellos estaban ansiando exactamente lo mismo, sólo que los Zebedeo se les habían adelantado.

También nosotros hace tiempo que conocemos a Jesús y a menudo damos la impresión de no haberlo comprendido mucho, o casi nada. Y es que, cuando se mira al mundo con los ojos del Dios de Jesús, se invierten los esquemas: para nosotros es importante y valioso el que está por encima; en cambio, según el Dios de Jesús el que cuenta es el que sirve, el esclavo, aquel en quien nadie se fija, aquel que hace el trabajo que nadie valora, aquel que es tratado como inferior. Esos son los importantes.

¡Cuánto tenemos que aprender todavía los cristianos! Pero no nos desanimemos, porque podemos hacerlo. Santiago y Juan y los otros diez apóstoles, con el tiempo, también fueron aprendiendo hasta asumir como propia la visión de la vida y del mundo que tiene el Dios de Jesús. Hasta el punto de que llegaron a proclamar sin rodeos: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

Santiago, nuestro patrón, fue precisamente el primero de los doce que dio la vida como Jesús. Él, que quería poder y gloria, fue asesinado por Herodes, que era el poderoso de turno.

No será así entre vosotros

El camino de conversión de los Doce y, en particular, de Santiago puede ser una llamada y un estímulo para todos nosotros hoy. También nosotros podemos cambiar. También nosotros podemos ir haciendo realidad una iglesia - ¡y ojalá fuese también en la sociedad! - sin divisiones y enfrentamientos entre gobernantes y súbditos, entre poderosos y esclavos, entre los de arriba y los de abajo. Pero, para que eso sea posible, hay que ir deshaciendo muchos malentendidos y perder muchos miedos. Y, sobre todo, hay que volver al Evangelio sin prejuicios.

Es cierto que hay que estar mínimamente organizados, y que ello implica una cierta estructura. Pero lo que no se puede hacer es olvidar que todos somos hermanos, hijos de un único Padre. Es cierto que entre nosotros tiene que haber diversas funciones. Pero dejando siempre claro que, si alguien tiene que ser tratado como más importante, es precisamente el servidor, el que realmente da la vida por los demás. Tendrían que resonar siempre en nuestro interior, en nuestro corazón, en nuestras comunidades, en nuestros movimientos, las palabras de Jesús: “No será así entre vosotros”.

La peregrinación

Por otra parte, la tradición de Santiago ha dado lugar al imparable Camino de los peregrinos a Compostela, desde la Edad Media hasta nuestros días.

En la peregrinación a Santiago se fundieron muchos factores: el espíritu de aventura cuando estaban acabando las cruzadas, el deseo de expiar los pecados, los milagros maravillosos atribuidos a la intercesión del Apóstol... Pero nadie discute que el camino de Santiago fue extraordinariamente importante en el surgimiento de la conciencia de Europa; que en él se entrecruzaron generaciones y generaciones de creyentes, procedentes de los reinos cristianos europeos. Allí comenzó a renacer el espíritu de una Europa que fracasaba en los intentos políticos, pero que se iba haciendo realidad desde la base, desde las personas de todas las clases y naciones que se hermanaban en el camino común hacia la tumba del Apóstol.

Nosotros cristianos del siglo XXI, hemos de asumir nuestra responsabilidad de seguir este camino. El camino de empeñarnos seriamente en dar testimonio de nuestra fe y de anhelar comunicarla en todo momento a los demás. Siempre debería haber sido así. Sin embargo, a veces nos hemos adormecido como si todo el mundo fuera cristiano por nacimiento, o a veces pretendimos imponer la fe a todos por el simple hecho de ser ciudadano español. Pero hoy sería absurdo continuar por este camino.

Estos hechos - aunque nos pesen - nos ayudan a volver al ejemplo de los apóstoles, al auténtico camino de Santiago: la exigencia personal de fidelidad a nuestra fe, el trabajo por construir auténticas comunidades cristianas, el intento de comunicar y anunciar el Evangelio. Sin imposiciones, sin buscar la fuerza de las leyes civiles para propagar la fe, sin emprender ninguna cruzada. Sino avanzando por el camino de la libertad, de la coherencia, del servicio, del testimonio sencillo, serio y convencido. Es decir, avanzando por la senda que siguieron los apóstoles convertidos al Señor.

Que la comunión con la vida de Jesús, a través de la Palabra y de la Eucaristía, nos lleve a esa misma conversión, a comprender - como Santiago - que comulgar con Jesús comporta vivir como él, que se ha hecho esclavo y servidor de todos.

Que también nosotros descubramos dónde se encuentra la verdadera gloria y luego vivamos de acuerdo con nuestro hallazgo.

 

sábado, 20 de julio de 2024

DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)




Primera Lectura: Jer 23, 1-6
Salmo Responsorial: Salmo 22
Segunda Lectura: Ef 2, 13-18
Evangelio: Mc 6, 30-34
           

Los apóstoles fueron enviados a predicar la conversión, a echar demonios, a sanar el lado oscuro de las personas, y a fortalecer a los enfermos e inestables.

A pesar de todo esto, Jesús fue rechazado duramente en Nazaret, pero el rechazo no lo desalentó, sino que lo reforzó e, incluso, se atrevió a enviar a sus discípulos a evangelizar.

Los envió de dos en dos, porque la unión de los hermanos es más importante que la habilidad de cada individuo por sí solo. Y ellos fueron sin grandes recursos, compartiendo y permaneciendo con todas las personas que los acogían.

Aquellos discípulos no estaban muy preparados, ni eran muy capaces, ni siquiera eran particularmente carismáticos. Pero el resultado fue extraordinario, y así vuelven con entusiasmo, contando lo que les pasó. Vuelven felices y llenos de alegría por la efectividad del anuncio evangélico.

Como un buen padre que ama a sus hijos, el Maestro comparte la alegría de los discípulos y también ve su cansancio. Ahora es el momento de descanso, de retirarse, de dejar a la multitud para dedicar un tiempo a lo que es precisamente el núcleo de la Palabra de hoy: una forma inesperada de interpretar las vacaciones en este tiempo de verano.

Es grande Jesús, que hace que sus discípulos sean autónomos y libres. Es grande el Señor, que educa a los suyos, a nosotros, y nos hace responsables.

Ahora es tiempo de ir a descansar. El Maestro lo sabe bien. Pero no lo saben tantos otros, tal vez demasiados, que confunden las vacaciones con el olvido de todo, dando al interruptor de apagado: -OFF- (¡a veces incluso del cerebro!) y dejándose arrullar por el vacío de la nada.

Jesús descansa con sus discípulos. Ir de vacaciones con Jesús. ¡Qué fuerte!

En un lugar apartado

Y es que, sin un tiempo de desierto, de silencio e intimidad con el Señor, no es posible seguir siendo cristianos, ni preservar la fe, ni crecer como discípulos. Y cuanto más nos apremia el caos y la agitación diaria, más urgente y necesario es tomarse un tiempo de respiro.

La oración diaria, un pequeño espacio para dedicar al alma, una eucaristía festiva nos permite encontrarnos con el resucitado, recargar las baterías y nos ayuda a sobrenadar durante la semana. Pero sabemos también que la fatiga de la vida contemporánea extingue el deseo de vivir.

sábado, 13 de julio de 2024

DOMINGO 15º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera lectura: Am 7, 12-15
Salmo Responsorial: Salmo 84
Segunda lectura: Ef 1, 3-14
Evangelio: Mc 6, 7-13


El precioso tesoro del Reino de Dios está confiado a nuestras frágiles manos, como en frágiles macetas de barro. Y esto todavía suscita nuestro asombro, igual que de los conciudadanos de Jesús mostraban su asombrada incredulidad, que no reconocían en el hijo de José al mesías esperado, y el asombro del Maestro ante de la dureza de su gente y de nuestros corazones.

Igual que el profeta Amós, cada uno de nosotros hemos sido también arrancados de la cotidianidad para convertirnos en profetas y contraponernos a los profetas de la corte, como lo era Amasías, que estaba pagado para aplaudir las acciones del rey Jeroboam, aunque fueran injustas.

Igual que a sus discípulos, Jesús nos envía a todos nosotros a prepararle el camino, a anunciar el evangelio. Somos enviados para preparar la llegada del Señor, no para reemplazarlo poniéndonos en su lugar, sino a testimoniar su presencia a partir de nuestra propia experiencia cristiana.

La Iglesia es, siempre y sólo, una preparación al encuentro con Dios. La Iglesia está al total servicio del Reino, al cual acoge y realiza en todo lo que puede. El Papa Francisco, al llegar al aeropuerto de Quito en su viaje sudamericano de hace unos años, en pocas y medidas palabras sugería a todos cuál es la naturaleza propia de la Iglesia, y cómo le conviene actuar: “Nosotros, los cristianos, identificamos a Jesucristo con el sol y a la luna con la Iglesia; la luna no tiene luz propia y, si la luna se esconde del sol, se vuelve oscura; el sol es Jesucristo y, si la Iglesia se aparta o se esconde de Jesucristo, se vuelve oscura y no da testimonio. Que en estos días se nos haga más evidente a todos nosotros la cercanía del ‘sol que nace desde lo alto’, y que seamos reflejo de su luz, de su amor”.

Los cristianos no somos enviados a vender un producto, sino a anunciar y a suscitar nuestra salvación y la de todos los que nos rodean. Cuando nos vean viviendo como salvados, los hombres y mujeres que buscan respuestas y esperanza se interrogarán y nos pedirán la razón de la esperanza que está dentro de nosotros.

Comunión

Marcos, en el evangelio que hemos escuchado, pone las condiciones para el anuncio mediante una síntesis que recuerda a los discípulos cuál es el estilo con que son llamados a anunciar el Reino.

sábado, 6 de julio de 2024

DOMINGO 14º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)




Primera lectura: Ez 2, 2-5
Salmo Responsorial: Salmo 122
Segunda lectura: 2 Cor 12, 7-10
Evangelio: Mc 6, 1-6


Una vez más los profetas

Después del nacimiento de Juan Bautista, la Palabra de Dios nos invita una vez más a reconocer a los profetas.

Como Ezequiel en la primera lectura, que se encuentra en el destierro de Babilonia junto con la mayoría de los cabezas de familia de Jerusalén, ciudad arrasada por la ferocidad de Nabucodonosor.

Y su palabra descoloca porque anima a la gente a no ilusionarse: ya que no habrá ninguna vuelta a la amada patria, será mejor gozar de lo poco que se tiene. En vez de volverse al pasado y añorarlo, dice Ezequiel, hay que mirar adelante y luchar, vivir el presente tal como es, sobre todo sin miedo.

Esto vale para nuestras comunidades desorientadas y cansadas; dejemos de mirar atrás y de lamentarnos, porque éste es el tiempo y el lugar en el que Dios nos ha puesto para que florezcamos y demos fruto. Mirar al pasado sólo nos ha de valer para aprender de los errores, y el futuro está en las manos de Dios. El presente es el hoy de Dios.

¿Si Ezequiel fue capaz de profetizar en el destierro, por qué no podemos hacerlo nosotros también hoy en nuestra casa y en nuestro país?

Asombro

Todo el evangelio de hoy está lleno de asombros. Primero, el asombro de la gente de Nazaret que ve a Jesús convertido en un joven profeta, a partir de la experiencia en Cafarnaúm, la ciudad sobre el lago; y, luego, el asombro de Jesús al darse cuenta de la incredulidad de la gente.

Un asombro negativo, un dolor compartido y una incomprensión justo entre los compañeros de juegos de Jesús, en la tierra del nazareno. Precisamente, es en la sinagoga de Cafarnaúm donde deciden matarlo, y es en la sinagoga de Nazaret donde más crece la tensión.

Pero en ese momento, no son los sacerdotes y los escribas los que más se enfrentan a él. No, ahora es la gente pobre, el pueblo llano. Si aquellos estaban molestos por la libertad que Jesús se tomaba en interpretar las reglas, el pueblo estaba descolocado por la poca solemnidad de su conciudadano. Algunos, entre la muchedumbre divertida que lo escucha, tal vez habrían comprado una sólida mesa de cedro en su tienda de carpintero.

¿Qué pretende hacer ahora el hijo de María, que, sin haber estudiado en una escuela rabínica de Jerusalén y proviniendo de una familia honesta, sí, pero pobre, se le ha metido en la cabeza hacer de profeta?

Incomprensión

También nosotros, a menudo, nos escandalizamos por el hecho de que la Palabra de Dios, la Palabra de salvación, que convierte y regenera, sea confiada a las frágiles manos de unos discípulos como nosotros.