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martes, 21 de mayo de 2013

Vigilia de Pentecostés 2013 - El Papa Francisco con los movimientos de Iglesia


Pregunta 1 
 
“La verdad cristiana es atractiva y persuasoria porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, anunciando de manera convincente que Cristo es el único Salvador de todo hombre y de todos los hombres". Santo Padre, estas palabras suyas nos han impactado intensamente: ellas expresan de manera directa y radical la experiencia que cada uno de nosotros desea vivir sobre todo en el año de la fe y en esta romería que esta noche nos ha traído aquí. Estamos delante de usted para renovar nuestra fe, para confirmarla, para reforzarla. Sabemos que la fe no puede ser de una vez para siempre. Como dijo Benedicto XVI en la “Porta Fidei”: "la fe no es un presupuesto obvio". Esta afirmación no concierne solamente al mundo, a los otros, a la tradición de la que venimos: esta afirmación concierne ante todo a cada uno de nosotros. Demasiadas veces nos damos cuenta de cómo la fe es un brote de novedad, un principio de cambio pero que luego se convierte en una seria dificultad para comprometer toda la vida: no se convierte en el origen de todo nuestro conocer y actuar. 
 
¿Santidad, como ha podido alcanzar en su vida la certeza de la fe? 
¿Y qué camino nos indica para que cada uno de nosotros pueda vencer la fragilidad de la fe? 


¡Buenas tardes a todos! 
 
Estoy contento de encontraros y que todos nosotros nos encontramos juntos en esta plaza para orar y para esperar el regalo del Espíritu. ¡Yo ya conocía vuestras preguntas y he pensado en ellas, por lo tanto esto no está sin conocimiento! ¡Primero, la verdad! Las tengo aquí, escritas. 
 
La primera - "cómo ha podido alcanzar en su vida la certeza sobre la fe; ¡y qué camino nos indica para que cada uno de nosotros pueda vencer la fragilidad de la fe?" - es una pregunta histórica, porque concierne a mi historia, a la historia de mi vida! 
Yo he tenido la gracia de crecer en una familia en la que la fe se vivió de modo sencillo y concreto; pero ha sido sobre todo mi abuela, la mamá de mi padre, la que marcó mi camino de fe. Fue una mujer que nos explicó, nos habló de Jesús, nos enseñó el Catecismo. Siempre recuerdo que el Viernes Santo nos llevaba por la tarde a la procesión de las velas, y al final de esta procesión venía el "Cristo yacente", y la abuela nos hacía - a nosotros niños - arrodillarnos y nos decía: "¡Mirad, ha muerto, pero mañana resucita". He recibido el primer anuncio cristiano justo de esta mujer, de mi abuela! ¡Y esto es precioso! ¡El primer anuncio en casa, con la familia! Y esto me hace pensar en el amor de muchas madres y muchas abuelas en la transmisión de la fe. Sois vosotras las que transmitís la fe. Esto también ocurrió en los primeros tiempos, porque san Pablo le dijo a Timoteo: "¡Yo recuerdo la fe de tu madre y de tu abuela", (cfr 2Tm 1,5). Todas las madres que están hoy aquí, todas las abuelas, pensad en ello! Transmitir la fe. Porque Dios nos pone al lado de personas que nos ayudan en nuestro camino de fe. ¡Nosotros no encontramos la fe en el concepto abstracto; no! Hay siempre una persona que predica, que nos dice quién es Jesús, que nos transmite la fe, que nos da el primer anuncio. Y así ha sido la primera experiencia de fe que he tenido. 


Pero hay un día para mí muy importante: el 21 septiembre del 1953. Tenía casi 17 años. Era el "Día del estudiante”, para nosotros el día de la Primavera – para vosotros es el día del Otoño. Antes de ir a la fiesta, pasé por la parroquia dónde iba, me encontré con un cura que no conocía y sentí la necesidad de confesarme. Ésta fue para mí una experiencia de encuentro: encontré a alguien me esperaba. No sé qué sucedió, no lo recuerdo, no sé por qué estaba allá justo aquel cura, que no conocía, por qué había sentido aquella gana de confesarme, pero la verdad es que alguien me esperaba. Estaba esperándome desde hacía tiempo. Después de la Confesión sentía que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Oí justo como una voz, una llamada: estaba convencido de que tenía que llegar a ser sacerdote. Esta experiencia en la fe es importante. ¡Nosotros decimos que tenemos que buscar Dios, ir a Él a pedir perdón, pero cuando nosotros vamos, le ya nos espera, Él está antes! Nosotros, en español, tenemos una palabra que explica bien esto: ¡El Señor siempre nos “primerea”, está primero, está esperándonos! Y ésta sí que es una gracia grande: encontrar a uno que está esperándote. Tú vas pecador, pero Él está esperándote para perdonarte. Ésta es la experiencia que los Profetas de Israel describieron diciendo que el Dios es como la flor de almendro, la primera flor de la Primavera (cfr Ger 1,11-12). Antes de que vengan las otras flores, está Él: Él que espera. Dios nos espera. Y cuando lo buscamos, nos encontramos con esta realidad: qué es Él el que nos espera para acogernos, para darnos su amor. ¡Y este te mete en el corazón un estupor tal que no lo crees, y así va creciendo la fe! Con el encuentro con una persona, con el encuentro con Dios. Alguien dirá: "¡No, yo prefiero estudiar la fe en los libros!". Es importante estudiarla, pero, mira, este solo no basta! ¡Lo importante es el encuentro con Jesús, el encuentro con Él, y esto te da la fe, porque es justo Él quien te la da!

También hablabais de la fragilidad de la fe, de cómo se hace para vencerla. El enemigo más grande que tiene la fragilidad - ¿es curioso, eh? - es el miedo. ¡Pero no tengáis miedo! Somos frágiles, y lo sabemos. ¡Pero Él es más fuerte! ¡Si tú vas con Él, no hay problema! Un niño es frágil - he visto tantos de ellos, hoy -, pero está con papá, con mamá: ¡está seguro! Con Dios estamos seguros. La fe crece con Dios, justo de la mano de Dios; esto nos hace crecer y nos vuelve fuertes. Pero si nosotros creemos que podemos arreglarnos solos… Pensemos qué le sucedió a Pedro: "¡Señor, nunca yo te negaré!" (cfr Mt 26,33-35); y luego cantó el gallo y lo negó tres veces! (cfr vv. 69-75). Pensemos: cuando tenemos demasiada confianza en nosotros mismos, somos más y más frágiles. ¡Siempre con el Señor! Y decir con el Señor significa decir con la eucaristía, con la Biblia, con la oración… pero también en familia, también con la madre, también con ella, porque ella es la que nos lleva al Señor; es la madre, la que sabe todo. Luego también rezar a la Virgen y pedirle que, como madre, me haga fuerte. Esto es lo que yo pienso sobre la fragilidad, al menos es mi experiencia. Una cosa que me hace fuerte todos los días es rezar el Rosario a la Virgen. Siento una fuerza tan grande porque voy a ella y me siento fuerte. 

 
Pregunta 2 
 
Santo Padre, la mía es una experiencia de vida cotidiana como tantas otras. Trato de vivir la fe en el ambiente de trabajo en contacto con los otros como testimonio sincero del bien recibido en el encuentro con el Señor. Soy, somos "pensamientos de Dios", investidos por un Amor misterioso que nos ha dado la vida. Enseño en una escuela y esta conciencia me da motivo para apasionarme por mis chicos y también por los colegas. A menudo constato que muchos buscan la felicidad en muchos itinerarios individuales en los que la vida y sus grandes preguntas a menudo se reducen al materialismo de quien quiere tener todo y queda perennemente insatisfecho o al nihilismo por lo que nada tiene sentido. Me pregunto cómo la propuesta de la fe, que es la de un encuentro personal, de una comunidad, de un pueblo, podría alcanzar el corazón del hombre y la mujer de nuestro tiempo. Estamos hechos para el infinito - "jugaros la vida por cosas grandes!" ha dicho usted recientemente -, sin embargo todo alrededor de nosotros y de nuestros jóvenes parece decir que hay que conformarse con respuestas mediocres, inmediatas y que el hombre tiene que conformarse con lo finito sin buscar más. A veces estamos atemorizados, como los discípulos a la víspera del Pentecostés. 
 
La Iglesia nos invita a la Nueva Evangelización. Pienso que todos los aquí presentes sentimos fuertemente este desafío, que está en el corazón de nuestras experiencias. Por eso querría pedirle, Santo Padre, que me ayudara a mí y todos nosotros a entender cómo vivir este desafío en nuestro tiempo. ¿Cuál es para usted la cosa más importante que todos nuestros movimientos, asociaciones y comunidades tienen que mirar para actuar la tarea a la que somos llamados? ¿Cómo podemos comunicar hoy de modo eficaz la fe? 


Diré solamente tres palabras. 
 
La primera: Jesús. ¿Qué es la cosa más importante? Jesús. Si nosotros avanzamos con la organización, con otras cosas, con cosas bonitas, pero sin Jesús, no vamos adelante, la cosa no va. Jesús es lo más importante. Ahora, querría hacer un pequeño reproche, pero fraternalmente, entre nosotros. Todos vosotros habéis gritado la plaza "Francisco, Francisco, Papa Francisco". Pero, Jesús ¿dónde estuvo? Yo hubiera querido que vosotros gritaseis: "¡Jesús, Jesús es el Señor, y Él está entre nosotros!". De aquí en adelante, nada de "Francisco" sino "Jesús!" 
 
La segunda palabra es: la oración. Mirar el rostro de Dios, pero sobre todo - y esto va unido a lo que he dicho antes - sentirse mirado. El Señor nos mira: nos mira primero. Mi experiencia es lo que experimento delante del sagrario [el Tabernáculo] cuando voy a rezar, la tarde, delante del Señor. Algunas veces me duermo un poquito; esto es verdad, porque un poco el cansancio del día te hace dormir. Pero Él me comprende. Y siento mucho consuelo cuando pienso que Él me mira. ¡Nosotros pensamos que tenemos que rezar, hablar, hablar, hablar… No! Déjate mirar por el Señor. Cuando Él nos mira, nos da fuerza y nos ayuda a testimoniarlo - porque la pregunta era sobre el testimonio de la fe, ¿no? Primero "Jesús", luego "oración" - sentimos que Dios nos está agarrando de la mano. Subrayo entonces la importancia de esto: dejarse guiar por Él. Esto es más importante de cualquier cálculo. Somos verdaderos evangelizadores dejándonos guiar por Él. Pensemos en Pedro; quizás estaba echando la siesta, después del almuerzo, y tuvo una visión, la visión del mantel con todos los animales, y sintió que Jesús le dijo algo, pero él no entendió. En eso vinieron algunos no-judíos a llamarlo para ir a una casa, y vio cómo el Espíritu Santo estaba allí. Pedro se dejó guiar por Jesús para llegar a la primera evangelización a los gentiles, que no eran judíos: ¡algo inimaginable en aquel tiempo (cfr At 10,9-33). ¡Y así, toda la historia, toda la historia! Dejarse guiar por Jesús. Es el verdadero líder; nuestro líder es Jesús. 
 
Y tercera: el testimonio. Jesús, oración – la oración, ese dejarse guiar por Él - y luego el testimonio. Pero querría añadir algo. Ese dejarse guiar por Jesús te lleva a las sorpresas de Jesús. Puedes pensar que la evangelización tenemos que programarla en un despacho, pensando en las estrategias, haciendo planes. Pero éstos son instrumentos, pequeños instrumentos. Lo importante es Jesús y dejarse guiar por Él. Luego podemos hacer las estrategias, pero esto es secundario. 
 
Por fin, el testimonio: la comunicación de la fe se puede hacer solamente con el testimonio, y esto es el amor. No con nuestras ideas, sino con el Evangelio experimentado en la propia existencia y que el Espíritu Santo hace vivir dentro de nosotros. Es como una sinergia entre nosotros y el Espíritu Santo, que conduce al testimonio. La Iglesia la llevan adelante los Santos, que son propiamente los que dan este testimonio. Como ha dicho Juan Pablo II y también Benedetto XVI, el mundo de hoy necesita muchos testigos. No tanto de maestros como de testigos. No hablar tanto, sino hablar con toda la vida: ¡la coherencia de vida, justo la coherencia de vida! Una coherencia de vida que es vivir el cristianismo un encuentro como un encuentro con Jesús que me lleva a los otros y no como un hecho social. Socialmente somos así, somos cristianos cerrados en nosotros. ¡No, esto no! ¡El testimonio! 



Pregunta 3 
 
Santo Padre, ha escuchado con emoción las palabras que ha dicho en la audiencia con los periodistas después de su elección: "Como quisiera una Iglesia pobre y para los pobres". Muchos de nosotros estamos comprometidos en obras de caridad y justicia: somos parte activa de la arraigada presencia de la Iglesia donde el hombre sufre. Soy una empleada, tengo mi familia y, como puedo, me empeño personalmente en la vecindad y en la ayuda a los pobres. Pero no por ello me siento a gusto. Querría poder decir con la Madre Teresa: todo es por Cristo. La gran ayuda para vivir esta experiencia son los hermanos y las hermanas de mi comunidad que se comprometen en el mismo objetivo, sustentados por la fe y por la oración. La necesidad es grande. Usted lo ha recordado: "Cuántos pobres hay todavía en el mundo y cuanto sufrimiento encuentran estas personas". Y la crisis lo ha agravado todo. Pienso en la pobreza que aflige muchos países y que también se ha asomado al mundo del bienestar, en la falta de trabajo, en los movimientos migratorios de masa, en las nuevas esclavitudes, en el abandono y la soledad de muchas familias, de muchos ancianos y de muchas personas que no tienen casa o trabajo. 
 
Querría preguntarle, Santo Padre: ¿cómo yo y todos nosotros podemos vivir una Iglesia pobre y para los pobres? ¿De qué manera es el hombre doliente una cuestión para nuestra fe? ¿Todos nosotros como movimientos y asociaciones laicales, qué contribución concreta y eficaz podemos dar a la Iglesia y a la sociedad para afrontar esta grave crisis que toca la ética pública, el modelo de desarrollo, la política, en fin un nuevo modo de ser hombres y mujeres? 


Vuelvo al testimonio. Ante todo, vivir el Evangelio es la principal contribución que podemos dar. La Iglesia no es un movimiento político ni una estructura bien organizada: no es eso. Nosotros no somos una ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG pierde la sal, no tiene sabor, es solamente una organización vacía. En esto sed pícaros, porque el diablo nos engaña, porque hay el peligro del “eficientismo”. Una cosa es predicar a Jesús, otra cosa es la eficacia, ser eficientes. No, ese es otro valor. El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es la luz del mundo, está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir. ¡Cuando se oye decir que la solidaridad no es un valor, sino una "actitud primitiva" que tiene que desaparecer… esto no va! Se está pensando en una eficacia solamente mundana. Los momentos de crisis como los que estamos viviendo - tú has dicho primero que estamos en un mundo de "mentiras"-, este momento de crisis, estemos atentos, no consiste en una crisis solamente económica; no es una crisis cultural. ¡Es una crisis del hombre: lo que está en crisis es el hombre! ¡Lo que puede ser destruido es el hombre! ¡Pero el hombre es imagen de Dios! ¡Por eso es una crisis profunda! En este momento de crisis no podemos preocuparnos solamente de nosotros mismos, cerrarnos en la soledad, en el desaliento, en el sentido de impotencia frente a los problemas. ¡No te cierres, por favor! ¡Eso es un peligro: nos encerramos en la parroquia, con los amigos, en el movimiento, con los con los que pensamos las mismas cosas… ¿pero sabéis qué pasa? Cuando la Iglesia se cierra, se enferma, se enferma. Pensad en una habitación cerrada por un año; cuando vas, hay olor de humedad, hay muchas cosas que no van. Una Iglesia cerrada es la misma cosa: es una Iglesia enferma. La Iglesia tiene que salir de sí misma. ¿Adónde? Hacia las periferias existenciales, cualquiera que ellas sean, pero salir. Jesús nos dice: "¡Id por todo el mundo! ¡Id! ¡Predicad! Dad testimonio del Evangelio!" (cfr Mc 16,15). ¿Pero qué sucede si uno sale de sí mismo? Puede suceder lo que puede ocurrir a todos los que salen de casa y van por la calle: un accidente. Pero yo os digo: ¡prefiero mil veces una Iglesia accidentada, inmersa en un accidente, que una Iglesia enferma por cierre! ¡Salid fuera, salid!  Pensad también en lo que dice el Apocalipsis. Dice una cosa bonita: qué Jesús está a la puerta y llama, llama para entrar en nuestro corazón (cfr Ap 3,20). Éste es el sentido del Apocalipsis. Pero haceos esta pregunta: ¿cuántas veces está Jesús dentro y golpe la puerta para salir, para salir fuera, y nosotros no lo dejamos salir, por nuestras seguridades, por qué muchas veces estamos cerrados en estructuras caducas, que sirven solamente para hacernos esclavos y no libres hijos de Dios? En esta "salida" es importante ir al encuentro; esta palabra para mí es muy importante: el encuentro con los otros. ¿Por qué? Porque la fe es un encuentro con Jesús, y nosotros tenemos que hacer la misma cosa que hace Jesús: encontrar los otros. Nosotros vivimos una cultura del desencuentro, una cultura de la fragmentación, una cultura en la que lo que no me sirve lo tiro afuera, la cultura del descarte. ¡Sobre este punto, os invito a pensar - y es parte crisis – en los ancianos, que son la sabiduría de un pueblo, en los niños… la cultura del descarte! Pero nosotros tenemos que ir al encuentro y tenemos que crear con nuestra fe una "cultura" del encuentro, una cultura de la amistad, una cultura dónde encontremos a hermanos, dónde también podamos hablar con los que no piensan como nosotros, también con los que tienen otra fe, que no tienen la misma fe. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios, son hijos de Dios.

Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra pertenencia. Y otro punto es importante: con los pobres. Si salimos de nosotros mismos, nos encontramos con la pobreza. Hoy - duele al corazón decir esto- hoy, encontrar a un mendigo muerto de frío no es noticia. Hoy es noticia, quizás, un escándalo. Un escándalo: ¡ay, eso sí que es noticia! Hoy, pensar que muchos niños no tienen qué comer no es noticia. ¡Esto es muy grave! ¡Nosotros no podemos quedar tranquilos! Pero… las cosas son así. No podemos convertirnos en cristianos almidonados, aquellos cristianos demasiado educados, que hablan de cosas teológicas mientras toman el té, tranquilos. ¡No! ¡Nosotros tenemos que convertirnos en cristianos atrevidos e ir a buscar a los que son verdaderamente la carne de Cristo, los que son la carne de Cristo! Cuando yo voy a confesar – aquí todavía no puedo, porque para salir a confesar… de aquí no se puede salir, pero éste es otro problema - cuando yo iba a confesar en la diócesis anterior, venían algunos y yo siempre hacía esta pregunta: "¿Usted da limosna?"-"¡Sí, padre!". "Ah, bien, bien". Y les hacía dos preguntas más: Dígame, "cuándo usted d limosna, ¿mira a los ojos a aquel o aquel a quien da la limosna?" "Ay, no sé, no me he dado cuenta". Segunda pregunta: "Y cuándo usted da limosna, toca la mano de aquel al que se la da, o le echa la moneda?". Éste es el problema: la carne de Cristo, tocar la carne de Cristo, tomar sobre nosotros este dolor por los pobres. La pobreza, para nosotros cristianos, no es una categoría sociológica, filosófica o cultural: no; es una categoría teologal. Diría, quizás la primera categoría, porque aquel Dios, el Hijo de Dios, se ha humillado, se ha hecho pobre para caminar con nosotros en el camino. Y ésta es nuestra pobreza: la pobreza de la carne de Cristo, la pobreza que nos ha traído el Hijo de Dios con su Encarnación. Una Iglesia pobre para los pobres comienza con el andar hacia la carne de Cristo.

Si vamos hacia la carne de Cristo, empezamos a entender algo, a entender qué es esta pobreza, la pobreza del Dios. Y esto no es fácil. Hay un problema que no se sienta bien a los cristianos: el espíritu del mundo, el espíritu mundano, la mundanidad espiritual. Esto nos lleva a una suficiencia, a vivir el espíritu del mundo y no aquel de Jesús. La pregunta que os hacíais: cómo se tiene que vivir para afrontar esta crisis que toca la ética pública, el modelo de desarrollo, la política. Como ésta es una crisis del hombre, una crisis que destruye al hombre, es una crisis que desviste al hombre de la ética. En la vida pública, en la política, si no hay ética, una ética de referencia, todo es posible y todo se puede hacer. Y vemos, cuando leemos los periódicos cómo la falta de ética en la vida pública hace mucho mal a la humanidad entera. 
 
Quisiera contaros una historia. Ya lo he hecho dos veces esta semana, pero lo haré una tercera con vosotros. Es la historia que cuenta un midrash bíblico de un Rabino del siglo XII. La historia de la construcción de la Torre de Babel y dice que, para construir la Torre, fue necesario hacer los ladrillos. ¿Qué significa esto? Ir, amasar el barro, llevar la paja, hacer todo… luego, al horno. Y cuando el ladrillo estaba hecho tenía que ser subido para la construcción de la Torre de Babel. Un ladrillo era un tesoro, por todo el trabajo que hacía falta para hacerlo. Cuando caía un ladrillo, era una tragedia nacional y el obrero culpable era castigado; era tan precioso un ladrillo que si caía era un drama. Pero si un obrero caía, no pasaba nada, era otra cosa. Esto sucede hoy: si las inversiones en los bancos bajan un poco… tragedia… ¿qué hacemos? ¡Pero si las personas se mueren de hambre, si no tienen que comer, si no tienen salud, no pasa nada! ¡Ésta es nuestra crisis de hoy! Y el testimonio de una Iglesia pobre para los pobres va en contra esta mentalidad. 
 

Pregunta 4 
 
Caminar, construir, confesar. Este "programa" suyo para una Iglesia-movimiento, así al menos lo he entendido oyendo una homilía suya al principio del Pontificado, nos ha confortado y espoleado. Confortado, porque nos hemos encontrado en una unidad profunda con los amigos de la comunidad cristiana y con toda la Iglesia universal. Espoleados, porque en cierto sentido usted nos ha obligado a quitar el polvo del tiempo y la superficialidad de nuestra adhesión a Cristo. Pero tengo que decir que no logro superar el sentido de turbación que una de estas palabras me provoca: confesar. Confesar, es decir testimoniar la fe. Pensamos en muchos  hermanos nuestros que sufren a causa de ella, como hemos oído hace poco. A quien el domingo por la mañana tiene que decidir si ir a Misa, porque sabe que yendo a Misa arriesga la vida. A quien se siente rodeado y discriminado por la fe cristiana en muchas, demasiadas partes de nuestro mundo. 
 
Ante estas situaciones nos parece que mí confesar, nuestro testimonio sea tímido y torpe. ¿Quisiéramos hacer de más, pero qué? ¿Cómo ayudar estos hermanos nuestros? ¿Cómo aliviar su sufrimiento no pudiendo hacer nada, o bien poco, para cambiar su contexto político y social? 
 

Para anunciar el Evangelio son necesarias dos virtudes: el ánimo y la paciencia. Ellos [los cristianos que sufren] están en la Iglesia de la paciencia. Sufren y hay más mártires hoy que en los primeros siglos de la Iglesia; ¡más mártires! Hermanos y hermanas nuestros. ¡Sufren! Ellos llevan la fe hasta el martirio. Pero el martirio no es nunca una derrota; el martirio es el grado más alto del testimonio que nosotros tenemos que dar. Nosotros estamos en camino hacia el martirio, de los pequeños martirios: renunciar a esto, hacer aquello… pero estamos en camino. Y ellos, pobrecitos, dan la vida, pero la dan - como hemos sentido la situación en el Pakistán -por amor a Jesús, testimoniando a Jesús. Un cristiano tiene que tener siempre esta actitud de mansedumbre, de humildad, justo la actitud ellos tienen, confiando en Jesús, encomendándose a Jesús. Hay que precisar que muchas veces estos conflictos no tienen un origen religioso; a menudo hay otras causas, de tipo social y político, y desaforadamente las pertenencias religiosas son utilizadas como gasolina sobre el fuego. Un cristiano tiene que saber responder siempre al mal con el bien, aunque muchas veces es difícil. ¡Nosotros buscamos hacerles sentir, a estos hermanos y hermanas, que estamos intensamente unidos a su situación, que sabemos que son cristianos "entrados en la paciencia”. Cuando Jesús va hacia la Pasión, entra en la paciencia. Ellos han entrado en la paciencia: hacérselo saber a ellos, pero también hacérselo saber al Señor. Os pongo una pregunta: ¿rezáis para estos hermanos y estas hermanas? ¿Rezáis por ellos? ¿En la oración de todos los días? No voy a pedir ahora que levante la mano el que reza: no. No lo preguntaré, ahora. Pero piénsalo bien. En la oración de cada día le decimos a Jesús: "Señor, mira a este hermano, fíjate en esta hermana que sufre tanto, tanto!". Ellos hacen la experiencia del límite, sí, del límite entre la vida y la muerte. Y también rezar por nosotros: ¡esta experiencia tiene que llevarnos a promover la libertad religiosa para todos! Cada hombre y cada mujer tienen que ser libres en su confesión religiosa, cualquiera que. ¿Por qué? Porque ese hombre y esa mujer son hijos de Dios. 
 
Con esto, creo de haber dicho algo sobre vuestras preguntas; me disculpo si he sido demasiado largo. ¡Muchas gracias! Gracias a vosotros, y no lo olvidéis: nada de una Iglesia cerrada sino una Iglesia que sale y va fuera, que va a las periferias de la existencia. Que Dios nos conduzca allí abajo. Gracias.

Roma, 18 de mayo de 2013

Traducción: Juan Ignacio García Velasco S.J.

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