“La verdad
cristiana es atractiva y persuasoria porque responde a la necesidad profunda de
la existencia humana, anunciando de manera convincente que Cristo es el único
Salvador de todo hombre y de todos los hombres". Santo Padre, estas
palabras suyas nos han impactado intensamente: ellas expresan de manera directa
y radical la experiencia que cada uno de nosotros desea vivir sobre todo en el
año de la fe y en esta romería que esta noche nos ha traído aquí. Estamos
delante de usted para renovar nuestra fe, para confirmarla, para reforzarla.
Sabemos que la fe no puede ser de una vez para siempre. Como dijo Benedicto XVI
en la “Porta Fidei”: "la fe no es un presupuesto obvio". Esta
afirmación no concierne solamente al mundo, a los otros, a la tradición de la
que venimos: esta afirmación concierne ante todo a cada uno de nosotros.
Demasiadas veces nos damos cuenta de cómo la fe es un brote de novedad, un
principio de cambio pero que luego se convierte en una seria dificultad para
comprometer toda la vida: no se convierte en el origen de todo nuestro conocer
y actuar.
¿Santidad, como ha podido alcanzar en su
vida la certeza de la fe?
¿Y qué camino nos indica para que
cada uno de nosotros pueda vencer la fragilidad de la fe?
¡Buenas tardes a todos!
Estoy contento de encontraros y que todos nosotros
nos encontramos juntos en esta plaza para orar y para esperar el regalo del
Espíritu. ¡Yo ya conocía vuestras preguntas y he pensado en ellas, por lo tanto
esto no está sin conocimiento! ¡Primero, la verdad! Las tengo aquí,
escritas.
La primera - "cómo ha podido alcanzar en su
vida la certeza sobre la fe; ¡y qué camino nos indica para que cada uno de
nosotros pueda vencer la fragilidad de la fe?" - es una pregunta
histórica, porque concierne a mi historia, a la historia de mi vida!
Yo he tenido la gracia de crecer en una familia en la
que la fe se vivió de modo sencillo y concreto; pero ha sido sobre todo mi
abuela, la mamá de mi padre, la que marcó mi camino de fe. Fue una mujer que
nos explicó, nos habló de Jesús, nos enseñó el Catecismo. Siempre recuerdo que
el Viernes Santo nos llevaba por la tarde a la procesión de las velas, y al
final de esta procesión venía el "Cristo yacente", y la abuela nos hacía
- a nosotros niños - arrodillarnos y nos decía: "¡Mirad, ha muerto, pero
mañana resucita". He recibido el primer anuncio cristiano justo de esta
mujer, de mi abuela! ¡Y esto es precioso! ¡El primer anuncio en casa, con la
familia! Y esto me hace pensar en el amor de muchas madres y muchas abuelas en
la transmisión de la fe. Sois vosotras las que transmitís la fe. Esto también
ocurrió en los primeros tiempos, porque san Pablo le dijo a Timoteo: "¡Yo
recuerdo la fe de tu madre y de tu abuela", (cfr 2Tm 1,5). Todas las madres
que están hoy aquí, todas las abuelas, pensad en ello! Transmitir la fe. Porque
Dios nos pone al lado de personas que nos ayudan en nuestro camino de fe.
¡Nosotros no encontramos la fe en el concepto abstracto; no! Hay siempre una
persona que predica, que nos dice quién es Jesús, que nos transmite la fe, que nos
da el primer anuncio. Y así ha sido la primera experiencia de fe que he
tenido.
Pero hay un día para mí muy importante: el 21 septiembre
del 1953. Tenía casi 17 años. Era el "Día del estudiante”, para nosotros
el día de la Primavera – para vosotros es el día del Otoño. Antes de ir a la
fiesta, pasé por la parroquia dónde iba, me encontré con un cura que no conocía
y sentí la necesidad de confesarme. Ésta fue para mí una experiencia de
encuentro: encontré a alguien me esperaba. No sé qué sucedió, no lo recuerdo,
no sé por qué estaba allá justo aquel cura, que no conocía, por qué había sentido
aquella gana de confesarme, pero la verdad es que alguien me esperaba. Estaba
esperándome desde hacía tiempo. Después de la Confesión sentía que algo había
cambiado. Yo no era el mismo. Oí justo como una voz, una llamada: estaba convencido
de que tenía que llegar a ser sacerdote. Esta experiencia en la fe es
importante. ¡Nosotros decimos que tenemos que buscar Dios, ir a Él a pedir perdón,
pero cuando nosotros vamos, le ya nos espera, Él está antes! Nosotros, en
español, tenemos una palabra que explica bien esto: ¡El Señor siempre nos “primerea”,
está primero, está esperándonos! Y ésta sí que es una gracia grande: encontrar
a uno que está esperándote. Tú vas pecador, pero Él está esperándote para
perdonarte. Ésta es la experiencia que los Profetas de Israel describieron
diciendo que el Dios es como la flor de almendro, la primera flor de la
Primavera (cfr Ger 1,11-12). Antes de que vengan las otras flores, está Él: Él
que espera. Dios nos espera. Y cuando lo buscamos, nos encontramos con esta
realidad: qué es Él el que nos espera para acogernos, para darnos su amor. ¡Y
este te mete en el corazón un estupor tal que no lo crees, y así va creciendo
la fe! Con el encuentro con una persona, con el encuentro con Dios. Alguien
dirá: "¡No, yo prefiero estudiar la fe en los libros!". Es importante
estudiarla, pero, mira, este solo no basta! ¡Lo importante es el encuentro con
Jesús, el encuentro con Él, y esto te da la fe, porque es justo Él quien te la
da!
También hablabais de la fragilidad de la fe, de cómo
se hace para vencerla. El enemigo más grande que tiene la fragilidad - ¿es
curioso, eh? - es el miedo. ¡Pero no tengáis miedo! Somos frágiles, y lo
sabemos. ¡Pero Él es más fuerte! ¡Si tú vas con Él, no hay problema! Un niño es
frágil - he visto tantos de ellos, hoy -, pero está con papá, con mamá: ¡está
seguro! Con Dios estamos seguros. La fe crece con Dios, justo de la mano de Dios;
esto nos hace crecer y nos vuelve fuertes. Pero si nosotros creemos que podemos
arreglarnos solos… Pensemos qué le sucedió a Pedro: "¡Señor, nunca yo te
negaré!" (cfr Mt 26,33-35); y luego cantó el gallo y lo negó tres veces! (cfr
vv. 69-75). Pensemos: cuando tenemos demasiada confianza en nosotros mismos,
somos más y más frágiles. ¡Siempre con el Señor! Y decir con el Señor significa
decir con la eucaristía, con la Biblia, con la oración… pero también en
familia, también con la madre, también con ella, porque ella es la que nos
lleva al Señor; es la madre, la que sabe todo. Luego también rezar a la Virgen
y pedirle que, como madre, me haga fuerte. Esto es lo que yo pienso sobre la
fragilidad, al menos es mi experiencia. Una cosa que me hace fuerte todos los
días es rezar el Rosario a la Virgen. Siento una fuerza tan grande porque voy a
ella y me siento fuerte.
Pregunta
2
Santo Padre,
la mía es una experiencia de vida cotidiana como tantas otras. Trato de vivir
la fe en el ambiente de trabajo en contacto con los otros como testimonio
sincero del bien recibido en el encuentro con el Señor. Soy, somos
"pensamientos de Dios", investidos por un Amor misterioso que nos ha dado
la vida. Enseño en una escuela y esta conciencia me da motivo para apasionarme por
mis chicos y también por los colegas. A menudo constato que muchos buscan la
felicidad en muchos itinerarios individuales en los que la vida y sus grandes
preguntas a menudo se reducen al materialismo de quien quiere tener todo y
queda perennemente insatisfecho o al nihilismo por lo que nada tiene sentido.
Me pregunto cómo la propuesta de la fe, que es la de un encuentro personal, de
una comunidad, de un pueblo, podría alcanzar el corazón del hombre y la mujer
de nuestro tiempo. Estamos hechos para el infinito - "jugaros la vida por
cosas grandes!" ha dicho usted recientemente -, sin embargo todo alrededor
de nosotros y de nuestros jóvenes parece decir que hay que conformarse con
respuestas mediocres, inmediatas y que el hombre tiene que conformarse con lo finito
sin buscar más. A veces estamos atemorizados, como los discípulos a la víspera
del Pentecostés.
La Iglesia nos invita a la Nueva Evangelización. Pienso que todos los aquí
presentes sentimos fuertemente este desafío, que está en el corazón de nuestras
experiencias. Por eso querría pedirle, Santo Padre, que me ayudara a mí y todos
nosotros a entender cómo vivir este desafío en nuestro tiempo. ¿Cuál es para usted la cosa más importante que
todos nuestros movimientos, asociaciones y comunidades tienen que mirar para
actuar la tarea a la que somos llamados? ¿Cómo podemos comunicar hoy de modo
eficaz la fe?
Diré solamente tres palabras.
La primera: Jesús. ¿Qué es la cosa más importante?
Jesús. Si nosotros avanzamos con la organización, con otras cosas, con cosas
bonitas, pero sin Jesús, no vamos adelante, la cosa no va. Jesús es lo más
importante. Ahora, querría hacer un pequeño reproche, pero fraternalmente,
entre nosotros. Todos vosotros habéis gritado la plaza "Francisco,
Francisco, Papa Francisco". Pero, Jesús ¿dónde estuvo? Yo hubiera querido
que vosotros gritaseis: "¡Jesús, Jesús es el Señor, y Él está entre
nosotros!". De aquí en adelante, nada de "Francisco" sino "Jesús!"
La segunda palabra es: la oración. Mirar el rostro
de Dios, pero sobre todo - y esto va unido a lo que he dicho antes - sentirse
mirado. El Señor nos mira: nos mira primero. Mi experiencia es lo que
experimento delante del sagrario [el Tabernáculo] cuando voy a rezar, la tarde,
delante del Señor. Algunas veces me duermo un poquito; esto es verdad, porque
un poco el cansancio del día te hace dormir. Pero Él me comprende. Y siento
mucho consuelo cuando pienso que Él me mira. ¡Nosotros pensamos que tenemos que
rezar, hablar, hablar, hablar… No! Déjate mirar por el Señor. Cuando Él nos
mira, nos da fuerza y nos ayuda a testimoniarlo - porque la pregunta era sobre
el testimonio de la fe, ¿no? Primero "Jesús", luego "oración"
- sentimos que Dios nos está agarrando de la mano. Subrayo entonces la
importancia de esto: dejarse guiar por Él. Esto es más importante de cualquier
cálculo. Somos verdaderos evangelizadores dejándonos guiar por Él. Pensemos en
Pedro; quizás estaba echando la siesta, después del almuerzo, y tuvo una
visión, la visión del mantel con todos los animales, y sintió que Jesús le dijo
algo, pero él no entendió. En eso vinieron algunos no-judíos a llamarlo para ir
a una casa, y vio cómo el Espíritu Santo estaba allí. Pedro se dejó guiar por Jesús
para llegar a la primera evangelización a los gentiles, que no eran judíos: ¡algo
inimaginable en aquel tiempo (cfr At 10,9-33). ¡Y así, toda la historia, toda
la historia! Dejarse guiar por Jesús. Es el verdadero líder; nuestro líder es
Jesús.
Y tercera: el testimonio. Jesús, oración – la
oración, ese dejarse guiar por Él - y luego el testimonio. Pero querría añadir
algo. Ese dejarse guiar por Jesús te lleva a las sorpresas de Jesús. Puedes
pensar que la evangelización tenemos que programarla en un despacho, pensando
en las estrategias, haciendo planes. Pero éstos son instrumentos, pequeños
instrumentos. Lo importante es Jesús y dejarse guiar por Él. Luego podemos
hacer las estrategias, pero esto es secundario.
Por fin, el testimonio: la comunicación de la fe se
puede hacer solamente con el testimonio, y esto es el amor. No con nuestras
ideas, sino con el Evangelio experimentado en la propia existencia y que el
Espíritu Santo hace vivir dentro de nosotros. Es como una sinergia entre
nosotros y el Espíritu Santo, que conduce al testimonio. La Iglesia la llevan adelante
los Santos, que son propiamente los que dan este testimonio. Como ha dicho Juan
Pablo II y también Benedetto XVI, el mundo de hoy necesita muchos testigos. No
tanto de maestros como de testigos. No hablar tanto, sino hablar con toda la
vida: ¡la coherencia de vida, justo la coherencia de vida! Una coherencia de
vida que es vivir el cristianismo un encuentro como un encuentro con Jesús que
me lleva a los otros y no como un hecho social. Socialmente somos así, somos
cristianos cerrados en nosotros. ¡No, esto no! ¡El testimonio!
Pregunta
3
Santo Padre,
ha escuchado con emoción las palabras que ha dicho en la audiencia con los
periodistas después de su elección: "Como quisiera una Iglesia pobre y
para los pobres". Muchos de nosotros estamos comprometidos en obras de
caridad y justicia: somos parte activa de la arraigada presencia de la Iglesia
donde el hombre sufre. Soy una empleada, tengo mi familia y, como puedo, me
empeño personalmente en la vecindad y en la ayuda a los pobres. Pero no por ello
me siento a gusto. Querría poder decir con la Madre Teresa: todo es por Cristo.
La gran ayuda para vivir esta experiencia son los hermanos y las hermanas de mi
comunidad que se comprometen en el mismo objetivo, sustentados por la fe y por
la oración. La necesidad es grande. Usted lo ha recordado: "Cuántos pobres
hay todavía en el mundo y cuanto sufrimiento encuentran estas personas". Y
la crisis lo ha agravado todo. Pienso en la pobreza que aflige muchos países y
que también se ha asomado al mundo del bienestar, en la falta de trabajo, en
los movimientos migratorios de masa, en las nuevas esclavitudes, en el abandono
y la soledad de muchas familias, de muchos ancianos y de muchas personas que no
tienen casa o trabajo.
Querría preguntarle, Santo Padre:
¿cómo yo y todos nosotros podemos vivir una Iglesia pobre y para los pobres?
¿De qué manera es el hombre doliente una cuestión para nuestra fe? ¿Todos nosotros
como movimientos y asociaciones laicales, qué contribución concreta y eficaz
podemos dar a la Iglesia y a la sociedad para afrontar esta grave crisis que
toca la ética pública, el modelo de desarrollo, la política, en fin un nuevo
modo de ser hombres y mujeres?
Vuelvo al testimonio. Ante todo, vivir el Evangelio
es la principal contribución que podemos dar. La Iglesia no es un movimiento
político ni una estructura bien organizada: no es eso. Nosotros no somos una
ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG pierde la sal, no tiene sabor,
es solamente una organización vacía. En esto sed pícaros, porque el diablo nos
engaña, porque hay el peligro del “eficientismo”. Una cosa es predicar a Jesús,
otra cosa es la eficacia, ser eficientes. No, ese es otro valor. El valor de la
Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra
fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es la luz del mundo, está llamada a
hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo
con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del
compartir. ¡Cuando se oye decir que la solidaridad no es un valor, sino una
"actitud primitiva" que tiene que desaparecer… esto no va! Se está
pensando en una eficacia solamente mundana. Los momentos de crisis como los que
estamos viviendo - tú has dicho primero que estamos en un mundo de
"mentiras"-, este momento de crisis, estemos atentos, no consiste en
una crisis solamente económica; no es una crisis cultural. ¡Es una crisis del
hombre: lo que está en crisis es el hombre! ¡Lo que puede ser destruido es el
hombre! ¡Pero el hombre es imagen de Dios! ¡Por eso es una crisis profunda! En
este momento de crisis no podemos preocuparnos solamente de nosotros mismos,
cerrarnos en la soledad, en el desaliento, en el sentido de impotencia frente a
los problemas. ¡No te cierres, por favor! ¡Eso es un peligro: nos encerramos en
la parroquia, con los amigos, en el movimiento, con los con los que pensamos
las mismas cosas… ¿pero sabéis qué pasa? Cuando la Iglesia se cierra, se
enferma, se enferma. Pensad en una habitación cerrada por un año; cuando vas,
hay olor de humedad, hay muchas cosas que no van. Una Iglesia cerrada es la
misma cosa: es una Iglesia enferma. La Iglesia tiene que salir de sí misma. ¿Adónde?
Hacia las periferias existenciales, cualquiera que ellas sean, pero salir.
Jesús nos dice: "¡Id por todo el mundo! ¡Id! ¡Predicad! Dad testimonio del
Evangelio!" (cfr Mc 16,15). ¿Pero qué sucede si uno sale de sí mismo?
Puede suceder lo que puede ocurrir a todos los que salen de casa y van por la
calle: un accidente. Pero yo os digo: ¡prefiero mil veces una Iglesia
accidentada, inmersa en un accidente, que una Iglesia enferma por cierre! ¡Salid
fuera, salid! Pensad también en lo que
dice el Apocalipsis. Dice una cosa bonita: qué Jesús está a la puerta y llama,
llama para entrar en nuestro corazón (cfr Ap 3,20). Éste es el sentido del Apocalipsis.
Pero haceos esta pregunta: ¿cuántas veces está Jesús dentro y golpe la puerta
para salir, para salir fuera, y nosotros no lo dejamos salir, por nuestras
seguridades, por qué muchas veces estamos cerrados en estructuras caducas, que
sirven solamente para hacernos esclavos y no libres hijos de Dios? En esta
"salida" es importante ir al encuentro; esta palabra para mí es muy
importante: el encuentro con los otros. ¿Por qué? Porque la fe es un encuentro
con Jesús, y nosotros tenemos que hacer la misma cosa que hace Jesús: encontrar
los otros. Nosotros vivimos una cultura del desencuentro, una cultura de la
fragmentación, una cultura en la que lo que no me sirve lo tiro afuera, la
cultura del descarte. ¡Sobre este punto, os invito a pensar - y es parte crisis
– en los ancianos, que son la sabiduría de un pueblo, en los niños… la cultura
del descarte! Pero nosotros tenemos que ir al encuentro y tenemos que crear con
nuestra fe una "cultura" del encuentro, una cultura de la amistad,
una cultura dónde encontremos a hermanos, dónde también podamos hablar con los
que no piensan como nosotros, también con los que tienen otra fe, que no tienen
la misma fe. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios, son
hijos de Dios.
Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra
pertenencia. Y otro punto es importante: con los pobres. Si salimos de nosotros
mismos, nos encontramos con la pobreza. Hoy - duele al corazón decir esto- hoy,
encontrar a un mendigo muerto de frío no es noticia. Hoy es noticia, quizás, un
escándalo. Un escándalo: ¡ay, eso sí que es noticia! Hoy, pensar que muchos
niños no tienen qué comer no es noticia. ¡Esto es muy grave! ¡Nosotros no
podemos quedar tranquilos! Pero… las cosas son así. No podemos convertirnos en
cristianos almidonados, aquellos cristianos demasiado educados, que hablan de
cosas teológicas mientras toman el té, tranquilos. ¡No! ¡Nosotros tenemos que
convertirnos en cristianos atrevidos e ir a buscar a los que son verdaderamente
la carne de Cristo, los que son la carne de Cristo! Cuando yo voy a confesar – aquí
todavía no puedo, porque para salir a confesar… de aquí no se puede salir, pero
éste es otro problema - cuando yo iba a confesar en la diócesis anterior, venían
algunos y yo siempre hacía esta pregunta: "¿Usted da limosna?"-"¡Sí,
padre!". "Ah, bien, bien". Y les hacía dos preguntas más:
Dígame, "cuándo usted d limosna, ¿mira a los ojos a aquel o aquel a quien da
la limosna?" "Ay, no sé, no me he dado cuenta". Segunda
pregunta: "Y cuándo usted da limosna, toca la mano de aquel al que se la
da, o le echa la moneda?". Éste es el problema: la carne de Cristo, tocar
la carne de Cristo, tomar sobre nosotros este dolor por los pobres. La pobreza,
para nosotros cristianos, no es una categoría sociológica, filosófica o
cultural: no; es una categoría teologal. Diría, quizás la primera categoría,
porque aquel Dios, el Hijo de Dios, se ha humillado, se ha hecho pobre para
caminar con nosotros en el camino. Y ésta es nuestra pobreza: la pobreza de la
carne de Cristo, la pobreza que nos ha traído el Hijo de Dios con su
Encarnación. Una Iglesia pobre para los pobres comienza con el andar hacia la
carne de Cristo.
Si vamos hacia la carne de Cristo, empezamos a
entender algo, a entender qué es esta pobreza, la pobreza del Dios. Y esto no
es fácil. Hay un problema que no se sienta bien a los cristianos: el espíritu
del mundo, el espíritu mundano, la mundanidad espiritual. Esto nos lleva a una
suficiencia, a vivir el espíritu del mundo y no aquel de Jesús. La pregunta que
os hacíais: cómo se tiene que vivir para afrontar esta crisis que toca la ética
pública, el modelo de desarrollo, la política. Como ésta es una crisis del
hombre, una crisis que destruye al hombre, es una crisis que desviste al hombre
de la ética. En la vida pública, en la política, si no hay ética, una ética de
referencia, todo es posible y todo se puede hacer. Y vemos, cuando leemos los
periódicos cómo la falta de ética en la vida pública hace mucho mal a la
humanidad entera.
Quisiera contaros una historia. Ya lo he hecho dos
veces esta semana, pero lo haré una tercera con vosotros. Es la historia que
cuenta un midrash bíblico de un Rabino del siglo XII. La historia de la
construcción de la Torre de Babel y dice que, para construir la Torre, fue
necesario hacer los ladrillos. ¿Qué significa esto? Ir, amasar el barro, llevar
la paja, hacer todo… luego, al horno. Y cuando el ladrillo estaba hecho tenía
que ser subido para la construcción de la Torre de Babel. Un ladrillo era un
tesoro, por todo el trabajo que hacía falta para hacerlo. Cuando caía un
ladrillo, era una tragedia nacional y el obrero culpable era castigado; era tan
precioso un ladrillo que si caía era un drama. Pero si un obrero caía, no pasaba
nada, era otra cosa. Esto sucede hoy: si las inversiones en los bancos bajan un
poco… tragedia… ¿qué hacemos? ¡Pero si las personas se mueren de hambre, si no
tienen que comer, si no tienen salud, no pasa nada! ¡Ésta es nuestra crisis de
hoy! Y el testimonio de una Iglesia pobre para los pobres va en contra esta
mentalidad.
Pregunta
4
Caminar,
construir, confesar. Este "programa" suyo para una
Iglesia-movimiento, así al menos lo he entendido oyendo una homilía suya al
principio del Pontificado, nos ha confortado y espoleado. Confortado, porque
nos hemos encontrado en una unidad profunda con los amigos de la comunidad
cristiana y con toda la Iglesia universal. Espoleados, porque en cierto sentido
usted nos ha obligado a quitar el polvo del tiempo y la superficialidad de
nuestra adhesión a Cristo. Pero tengo que decir que no logro superar el sentido
de turbación que una de estas palabras me provoca: confesar. Confesar, es decir
testimoniar la fe. Pensamos en muchos
hermanos nuestros que sufren a causa de ella, como hemos oído hace poco.
A quien el domingo por la mañana tiene que decidir si ir a Misa, porque sabe
que yendo a Misa arriesga la vida. A quien se siente rodeado y discriminado por
la fe cristiana en muchas, demasiadas partes de nuestro mundo.
Ante estas situaciones nos parece que mí confesar, nuestro testimonio
sea tímido y torpe. ¿Quisiéramos hacer
de más, pero qué? ¿Cómo ayudar estos hermanos nuestros? ¿Cómo aliviar su
sufrimiento no pudiendo hacer nada, o bien poco, para cambiar su contexto
político y social?
Para anunciar el Evangelio son necesarias dos
virtudes: el ánimo y la paciencia. Ellos [los cristianos que sufren] están en
la Iglesia de la paciencia. Sufren y hay más mártires hoy que en los primeros
siglos de la Iglesia; ¡más mártires! Hermanos y hermanas nuestros. ¡Sufren!
Ellos llevan la fe hasta el martirio. Pero el martirio no es nunca una derrota;
el martirio es el grado más alto del testimonio que nosotros tenemos que dar.
Nosotros estamos en camino hacia el martirio, de los pequeños martirios:
renunciar a esto, hacer aquello… pero estamos en camino. Y ellos, pobrecitos, dan
la vida, pero la dan - como hemos sentido la situación en el Pakistán -por amor
a Jesús, testimoniando a Jesús. Un cristiano tiene que tener siempre esta
actitud de mansedumbre, de humildad, justo la actitud ellos tienen, confiando en
Jesús, encomendándose a Jesús. Hay que precisar que muchas veces estos
conflictos no tienen un origen religioso; a menudo hay otras causas, de tipo
social y político, y desaforadamente las pertenencias religiosas son utilizadas
como gasolina sobre el fuego. Un cristiano tiene que saber responder siempre al
mal con el bien, aunque muchas veces es difícil. ¡Nosotros buscamos hacerles
sentir, a estos hermanos y hermanas, que estamos intensamente unidos a su
situación, que sabemos que son cristianos "entrados en la paciencia”.
Cuando Jesús va hacia la Pasión, entra en la paciencia. Ellos han entrado en la
paciencia: hacérselo saber a ellos, pero también hacérselo saber al Señor. Os
pongo una pregunta: ¿rezáis para estos hermanos y estas hermanas? ¿Rezáis por
ellos? ¿En la oración de todos los días? No voy a pedir ahora que levante la
mano el que reza: no. No lo preguntaré, ahora. Pero piénsalo bien. En la
oración de cada día le decimos a Jesús: "Señor, mira a este hermano, fíjate
en esta hermana que sufre tanto, tanto!". Ellos hacen la experiencia del
límite, sí, del límite entre la vida y la muerte. Y también rezar por nosotros:
¡esta experiencia tiene que llevarnos a promover la libertad religiosa para todos!
Cada hombre y cada mujer tienen que ser libres en su confesión religiosa,
cualquiera que. ¿Por qué? Porque ese hombre y esa mujer son hijos de Dios.
Con esto, creo de haber dicho algo sobre vuestras
preguntas; me disculpo si he sido demasiado largo. ¡Muchas gracias! Gracias a
vosotros, y no lo olvidéis: nada de una Iglesia cerrada sino una Iglesia que
sale y va fuera, que va a las periferias de la existencia. Que Dios nos
conduzca allí abajo. Gracias.
Roma, 18 de mayo de 2013
Traducción: Juan Ignacio García Velasco
S.J.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.