Primera
Lectura: Is 11,1-10
Salmo
Responsorial: Salmo 71
Segunda
Lectura: Rom 15,4-9
Evangelio:
Mt 3,1-12
Basta con ver un noticiario para caer en
depresión (y no sólo económica): tensas luchas políticas intestinas, la crisis que
se resiste a una solución estable, las diplomacias internacionales que hacen lo
que pueden quedando siempre mal.
Si hubiera un Bautista en alguna parte –y los
hay- todos acudirían a él para buscar un camino de salida, un camino que nos sacase
del túnel, que nos diese esperanza.
Como el Papa Francisco que la semana pasada ha publicado
su Exhortación Apostólica “La alegría el Evangelio”: una bocanada de esperanza
y alegría para los miembros de una Iglesia amedrentada y triste. Un impulso
para salir de un discreto cenáculo a una casa abierta y acogedora.
Sólo un párrafo como muestra: “Invito
a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar
ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la
decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No
hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque
«nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga,
el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús,
descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el
momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras
escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te
necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos
redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!”.
Como lo hacen hoy Isaías, Pablo o Juan Bautista
en las lecturas que hemos escuchado.
En espera
Nos preparamos a la Navidad de 2013 para ser acogidos
y no abandonados. Acogidos por la desconcertante noticia de un Dios que se hace
hombre, de un Dios que arriesga todo convirtiéndose en un niño frágil e inerme.
Muchos cristianos se creen que lo son
simplemente porque creen en la llegada a la historia del Señor Jesús; ¡pero no hace falta ser cristianos para
creerlo! Somos cristianos si deseamos, en la sencillez y en la pobreza del
deseo, que Cristo nazca en nuestros corazones.
¡Venga, ánimo, los que buscáis a Dios, dejaros hechizar
por Cristo, dejaros fascinar por su Palabra, ánimo!
Hombres y mujeres a lo largo de la Historia nos han
anunciado la llegada de Cristo en gloria, y a nosotros nos queda acoger ese
anuncio en la historia personal de cada uno.
Isaías, inmenso profeta, sueña con un mundo en el
que el Mesías reconduce la armonía que hemos perdido por el camino. Pablo, al
final de su recorrido de evangelizador, escribe a los cristianos de Roma
invitándolos a tener viva la esperanza a partir del consuelo que nos viene de
la escucha de la Escritura, escrita a propósito para nosotros.
Es cierto, la gran Historia está por encima y
más allá de nuestra capacidad de comprensión. Pero en el camino hacia el
absoluto de Dios, la Palabra y la Profecía nos ayudan a conservar la esperanza,
mientras llega el Señor de la gloria.
El gran Bautista
María, bonita, jovencita quinceañera de Nazaret también
nos enseñará a vivir en la fe, día a día. María nos sugiere estar listos,
porque Dios viene cuando menos lo esperas, y además en lo escondido de un
agujero del país como era Nazaret.
Hoy Juan Bautista nos sacude con palabras que
abofetean, en vez de acariciar. El Bautista, con su vida, proclama la primacía
de Dios sobre la Historia, nos vuelve a llamar a todos para que salgamos de una
visión estereotipada e inmovilista de la fe y, así, nos encontremos con lo
inaudito de Dios.
Personas destacadas y devotas como los fariseos
son criticados duramente porque su gran fe está arruinada por un ritualismo y por
un moralismo exagerado. Juan los confronta: no basta con hacer audaces gestos como
recibir el Bautismo para convertirse, hace falta cambiar la mirada, la perspectiva,
el pensamiento, las costumbres. Es una advertencia que va dirigida a quién, de entre
nosotros, ya es discípulo: estamos llamados a preguntarnos continuamente por el
riesgo que supone la costumbre de una fe rutinaria.
Hasta la más auténtica devoción puede ser una amenaza
de superficialidad que vacía la fe del encuentro con Dios.
Objetivamente
desafortunado
Juan es el último y el más desdichado de los
profetas: amenaza venganza y castigos divinos, según el modelo de los grandes
Profetas del pasado. Pero los tiempos han cambiado: las personas no se
convierten con las amenazas o los sentidos de culpa, Dios decide de otra
manera. ¡Juan amenaza con incendios y hogueras; en cambio Jesús llegará a
desvelar que, al contrario, Dios no castiga sino que ama y perdona, y el Mesías
no apaga la llama temblorosa ni parte la caña cascada!
El rostro de Dios que Jesús desvela en la
Navidad es tan inaudito e inesperado que el mismo Juan no conseguirá reconocerlo,
de tal modo que, inesperadamente, el hombre más grande de todos los tiempos
tendrá aún que convertirse, al final de su vida vivida en austeridad y en
penitencia.
Profecías
Todavía tenemos necesidad de profetas, y numerosos
profetas habitan en nuestras ciudades grises. Personas con apariencia normal y
que hasta saben hablar en nombre de Dios, saben leer el presente a la luz de la
fe. Porque el profeta no predice el futuro (ese es el adivino) sino que nos
ayuda a entender el presente. ¡Y sólo Dios sabe cuántos profetas necesitamos
para lograr descubrir un recorrido de fe en la pesada vida cotidiana!
El Dios que anuncia el Bautista, el Dios que
esperamos es el Dios que quema dentro, que barre con fuerza los temores, un
Dios fuerte e impetuoso. Un fuego que
estalla quemando las lentitudes, devorando cada objeción, cada tiniebla, cada
miedo. Juan reprocha: ¡no basta con ampararse en la tradición ("tenemos a Abraham como
padre!") o en una fe superficial, de fachada, de conciencia tibia ("dad
frutos dignos de conversión"). El que viene pide un cambio real, una elección
de vida, un posicionamiento.
Dios –haciéndose hombre- separa la luz de las
tinieblas, obliga a acogerlo. O a rechazarlo.
Mientras que Dios esté sobre las nubes, mientras
sea una divinidad huraña a la que invocar para pedir un milagro o para insultar
porque el milagro no ha ocurrido, todo será un cuento. ¡Pero aquí hablamos de
un Dios recién nacido!
Un Dios indefenso que tritura nuestras teorías
aproximadas sobre la naturaleza divina, un Dios manso y frágil, que pide hospitalidad
y no una vana devoción.
Estamos invitados a reconocer a los profetas a
nuestro alrededor, estamos llamados a convertirnos en profetas.
No hay necesidad de vestir pieles de camello, sino
de ser transparencia de Dios, dejar que el fuego que Jesús ha venido a encender
estalle en la oscuridad de nuestra vida y dé luz a quienes nos encontremos en
esta semana.
No hacen falta crucifijos al cuello o a “sancristóbales”
sobre los salpicaderos para convertirse en profetas, basta con llevar la única
noticia, que Mateo pone en boca del Bautista: "Entérate de que el Reino está
aquí." Digámoselo a todos, amigos, Dios se ha acercado, se ha hecho encontradizo,
conocible, presente, evidente.
Grande
¡Gran Juan, amigo del Señor, que nos sacudes de
nuestras tibiezas, que pulverizas nuestras frágiles verdades, que ridiculizas
nuestras adormecidas palabras, que juzgas nuestras vacías celebraciones!
Hermanos, éste es el tiempo verdadero para preparar
el camino al Señor que viene, éste es el tiempo verdadero para posicionarnos y acoger
a este Dios siempre inesperado, siempre diferente. Hagámoslo.
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