Primera Lectura: Is 45, 1.4-6
Salmo Responsorial: Salmo 96
Segunda Lectura: 1Tes1,1-5
Evangelio: Mt 22, 15-21
¿César o
Dios?
“Al César
lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Pocas palabras de
Jesús habrán sido tan citadas como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada
y manipulada desde intereses muy ajenos al Profeta de Nazaret, defensor de los
pobres.
¡Cuántas veces esta frase de Jesús ha sido usada
para justificar las más diversas tomas de posición! La han usado los gobiernos
laicos para sustentar su autonomía respecto a la injerencia de la Iglesia. La
ha usado la Iglesia para defender la legitimidad de la institución en el seno del
Estado. Pero también la han usado los gobiernos anticlericales para justificar sus
propias y discutibles acciones.
Y algún Papa también, en plan de delirio de
omnipotencia, para justificar sus propias reivindicaciones de las cosas
terrenales, la política incluida.
Como siempre ocurre, tenemos que tener el ánimo
de tomar la Palabra como es, insertándola en su contexto, tratando de entender lo
que el Señor quiere decirnos, en este caso, con la afirmación de Jesús que no
deja de ser enigmática.
Obstáculo
La primera cosa que Mateo nos hace notar en el
evangelio de hoy es que la pregunta está hecha para poner a Jesús en
dificultad: es una verdadera trampa lo que se esconde tras la pregunta de sus
oponentes.
El pueblo de Israel, desde hace casi un siglo,
vivía bajo la dominación romana, unas veces más presente y opresiva, otras, como
en el momento en que vivió Jesús, más discreta. ¡Pero, en una y otra situación,
cada sujeto del imperio tenía que pagar un impuesto al menos una vez al año y
nadie quiere pagar impuestos, faltaría más, sobre todo si luego acaban en manos
de un gobierno considerado invasor y opresor!
Lo curioso es que sean los herodianos y los
fariseos los que hagan la pregunta. Los herodianos eran colaboradores de
Herodes Antipas, el incapaz hijo de Herodes el Grande, - el rey pelele de Roma
- y aguerridos defensores de la presencia romana en Palestina. Y los fariseos
eran, los “perushim”, los puros, que, al contrario, consideraban una
humillación la ocupación romana. ¡Extraña pareja de viaje!
Pero, como bien sabemos, cuando se tiene un
enemigo común se dejan aparte las disidencias y los rencores. Y este enemigo
tiene una cara concreta: el “rabí” Jesús de Nazaret que hace bromas sobre el
celo de los fariseos y no se alinea para nada con los herodianos. Un hombre
libre y, por tanto, inquietante y peligroso.
La trampa está bien tejida: si Jesús rechaza
pagar el impuesto se pone contra Roma y de los herodianos allí presentes,
convirtiéndose así uno de los muchos anarquistas idealistas que por entonces
entraban periódicamente en escena.
Si Jesús acepta pagar los impuestos se pone en contra
del pueblo que brama al verse obligado a pagar un impuesto para el odiado
ocupante; quedará desprestigiado ante aquellos pobres campesinos que viven oprimidos
por los impuestos, y a los que él ama y defiende con todas sus fuerzas.
¡Sí señor! Estos tipos, como canallas, no tienen
precio y se merecen un aplauso.
Estilo
Jesús reacciona con una jugada arriesgada, un golpe
escénico que muestra una vez más de que pasta está hecho el galileo. Pide una
moneda. Los fariseos, ingenuamente, hurgan bajo la túnica y se la dan. Los
puros llevan en el bolsillo una moneda con la efigie de Tiberio César.
Un capítulo antes Mateo nos dice que este
diálogo se desarrolla en el templo, dónde era impensable meter una moneda
romana que violaba la prohibición de reproducir imágenes y que, por eso, había
sido reemplazada con una moneda "neutral" para emplearla exclusivamente
en el templo. Ellos, los puros, se saltan la prohibición. Bonitos hipócritas.
En las cuestiones de principio vuelan alto y se hacen
los perfectitos. En lo cotidiano, como todos, ceden a mil compromisos y
componendas. Pero eso sí: no lo admiten.
Allí están. Pero Jesús no se ensaña y juega con
ellos. Si la imagen de la moneda es de Tiberio hay que devolverle la moneda, y
se acabó. Y a Dios devolverle lo que es de Dios.
Jesús no está aquí pensando en Dios y en el
César de Roma como dos poderes que pueden exigir cada uno de ellos, en su
propio campo, sus derechos a sus súbditos. Como todo judío fiel, Jesús sabe que
a Dios “le pertenece la tierra y todo lo
que contiene, el orbe y todos sus habitantes” (como dice el Salmo 24). ¿Qué
es, entonces, lo que puede ser del César que no sea de Dios? ¿Acaso los
súbditos del emperador, no son también hijos e hijas de Dios?
Así que…
- Por tanto, el discípulo es un ciudadano
ejemplar. Vive con los demás y comparte sus proyectos y sus fatigas, paga los
impuestos, no defrauda, sigue las leyes humanas. Sin embargo su corazón es
diferente, está en otro lugar, ve las cosas desde otro nivel, con otra
profundidad.
- Por tanto, existen cosas que conciernen al César
y en las que no hace falta meter a Dios por medio, aunque Jesús, ante el
procurador romano que lo condenará, le recuerda que todo poder humano viene de
Dios para servicio del bien común.
- Por tanto, hay algo de nosotros que pertenece
a Dios y que debemos restituirle. Jesús, magníficamente, permanece en
equilibrio entre la tentación, tan recurrente en la Iglesia, de desinteresarse
del mundo. O de invadirlo y colonizarlo.
Jesús, en la escena que contemplamos, no se
detiene en las diferentes posiciones que enfrentan en aquella sociedad a
herodianos, saduceos o fariseos sobre los tributos a Roma y su significado. Si
llevan la moneda del impuesto en sus bolsas, que cumplan sus obligaciones. Él no
vive al servicio del Imperio de Roma, sino abriendo caminos al reino de Dios y
su justicia.
Por eso, les recuerda algo que nadie le había
preguntado y responde: “Dad a Dios lo que
es de Dios”. Es decir, no entreguéis a ningún César lo que solo es de Dios:
la vida de sus hijos e hijas. Como había repetido tantas veces a sus
seguidores, los pobres son de Dios, los pequeños son sus predilectos, el reino
de Dios a ellos les pertenece. Nadie ha de abusar de ellos.
No se ha de sacrificar la vida, la dignidad o la
felicidad de las personas a ningún poder. Y, sin embargo, ningún poder está
sacrificando hoy más vidas y causa más sufrimiento, hambre y destrucción, que
esa “dictadura de una economía sin rostro
y sin un objetivo verdaderamente humano” que, según el Papa Francisco, han
logrado imponer los poderosos de la Tierra. No podemos permanecer pasivos e
indiferentes acallando la voz de nuestra conciencia en la práctica religiosa.
Estamos llamados a mantenernos en equilibrio
entre la tentación de huir piadosamente del mundo o de ser engullidos por él.
Nuestra respuesta como cristianos será permanecer siempre ligados al Evangelio,
siendo a la vez ciudadanos leales y justos. Demos a Dios lo que es de Dios.
Domund
Hoy celebramos el domingo mundial de la
propagación de la fe, el DOMUND. El día en el que cada año se hace una colecta
especial para recaudar fondos para la labor misionera de la Iglesia, una labor
con muchos frentes abiertos y muchas necesidades materiales de tantos
misioneros entregados y tantos puestos de misión en los extremos más recónditos
del globo en los que, gracias a ellos, la salvación de Dios alcanza a todas las
gentes. Gracias a ellos la Iglesia cumple el mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y anunciad el
Evangelio a todas las gentes”.
Pero tan importante como la colecta, o más, es
insistir en la oración para que Dios siga siendo la fuerza que mueva la vida y
la tarea de los misioneros: la transmisión de la fe cristiana y el ejercicio de
la caridad entre los más pobres.
Pero no sólo los misioneros. El Papa Francisco
nos dice en su Mensaje de este año que “todos
los discípulos del Señor estamos llamados a cultivar la alegría de la
evangelización”. (Mensaje DOMUND 2014, 4). Los cristianos estamos llamados
a que ser reconocidos por nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza, como decía
san Pablo en la carta a los cristianos de Tesalónica que hemos escuchado. El
fruto no puede ser otro que la alegría que da creer en el Evangelio y que “nace del encuentro con Cristo y del
compartir con los pobres” (ibíd.). Nuestras comunidades cristianas están
llamadas, como recuerda el Papa en el Mensaje, a hacer renacer la alegría que
viene de Jesucristo y que nos impulsa a evangelizar.
Seamos generosos en nuestra oración y en nuestra
colaboración en la difusión del Evangelio.
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