Primera
Lectura: Num 6, 22-27
Salmo
Responsorial: Salmo 66
Segunda
Lectura: Gal 4, 4-7
Evangelio:
Lc 2, 16 -21
La Navidad puede cumplir nuestras
esperanzas más profundas o puede ser una agradable borrachera de un momento
pero que al final nos deja decepcionados. Todo depende de cómo respondamos a la
ocasión. Dios nos da una oportunidad excepcional con el regalo de su Hijo, ¿qué
hacemos con este don? Hoy encontramos tres grupos en el evangelio, cada uno de
ellos contesta de manera diferente al don de Dios.
Los pastores escuchan la palabra de
los ángeles, averiguan de qué va el tema, y reconocen a su Señor. Ellos
aprecian el don de Dios como nosotros, reunidos hoy para celebrar la Eucaristía
en esta mañana de Año Nuevo. Sabemos que
el Salvador ha llegado y que tenemos que ponernos a su servicio. Nosotros
también lo haremos, pero por algún tiempo, pero no mucho, porque pronto
caeremos en la tentación de maldecir al abuelo que conduce muy lentamente su
coche por la calle, o bien a la joven madre que - presurosa - va demasiado
aprisa del trabajo a casa.
El segundo grupo que encontramos en
la lectura es el de las personas que, como los pastores, cuentan lo que han
visto y oído. Ellos quedan maravillados, pero tampoco esto es muy
significativo. En el evangelio hay muchos que quedan maravillados por los
milagros de Jesús, pero no todos lo siguen. Su fe no tiene mucha raíz como la
gente que celebra las fiestas de modo superficial. Reconocen el regalo del
tiempo que Dios nos concede para celebrar los acontecimientos, pero se olvidan
del objetivo que es conocer, amar y servirá a Dios, como Ignacio de Loyola nos
recuerda en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.
En el tercer grupo sólo una persona
comprende plenamente: María la Madre de Dios. Ella conservaba todas las cosas
en su corazón. Es la perfecta cristiana que no solamente escucha la Palabra,
sino reflexiona para llevarla a la práctica. Ella nos da un modelo para vivir
nuestras propias vidas. En la encarnación facilitada por María, Dios,
haciéndose hombre, llena de santidad cada fragmento de vida, desde el trapo para
lavar el suelo, a la mano grasienta de un mecánico, al esfuerzo repetitivo de
un obrero en la fábrica. Desde la maternidad divina de María ya no existen
lugares y tiempos sagrados. Existe un lugar y un tiempo santo que es la vida de
cada uno, en la que Dios elige habitar. Para darnos cuenta de esta
transfiguración tenemos necesidad de silencio y oración, como hace María, la
bonita, guardando en el corazón todos los acontecimientos, poniendo juntos,
ante el Señor, los trozos de la vida: el alboroto de la noche del parto, la
visita inesperada y llena de estupor de los pastores, la fatiga de tener un
recién nacido que, incluso siendo la presencia misma de Dios, hay que
amamantarlo y cambiarle los pañales o a cualquier recién nacido del mundo.
Hoy también celebramos el Día
Mundial de la Paz. Si acogemos a Jesús, como María, en el interior de nuestros
corazones, caminamos hacia la paz. La paz, será la primera palabra de Jesús en
su visita a la comunidad de los discípulos reunida en el cenáculo la tarde de
la Resurrección: "La paz sea con vosotros." Él es "el Príncipe
de la paz", según la cita del profeta Isaías. Y no solo él sino todos los
profetas se han extasiado en la contemplación de la era mesiánica como
portadora de abundancia y de paz. Los ángeles en Belén anuncian la "paz a los hombres que ama el
Señor". Jesús mandará a sus apóstoles como embajadores de paz, según la
profecía de Isaías: "Qué bellos son sobre los montes los pies de los que
llevan la buena noticia de la paz”. Y
después de su resurrección, Jesús entrega la paz a sus apóstoles: "La paz
os dejo, mi paz os doy”. El Evangelio de Jesús es sin duda un Evangelio de paz.
Pero esta paz no es un irenismo que
espera el fin de los tiempos para ser cumplida. Es una paz en la que se
comprometen en la tierra los hombres y mujeres queridos por Dios. La paz que
nos lleva a Jesús no es gratis, tiene un precio, el de la justicia y de la
solidaridad. Se trata en efecto de un compromiso con esta realidad que implica
muchos aspectos concretos en un mundo globalizado: la marginación; la pobreza
real, moral y espiritual; los
impedimentos culturales que, a veces, no permiten un adecuado empleo de los
recursos; las campañas de reducción de
la natalidad para parar el desarrollo demográfico; las enfermedades pandémicas como la malaria,
la tuberculosis y el SIDA; la pobreza de los niños -las víctimas más
vulnerables en esta historia-, la carrera de los armamentos que roba a los
pobres los recursos de que necesitan para su desarrollo; la malnutrición provocada por la actual
crisis alimenticia; el comercio
internacional que facilita los procesos de división y marginalización entre los
pueblos, creando peligrosas premisas para guerras y conflictos. Son innumerables
y dramáticas las situaciones de injusticia y pobreza en el mundo de hoy y hace
falta comprometerse en estos aspectos –desde más pequeño hasta el más grande-
para poder construir la paz.
Queridos hermanos y hermanas, en
este Año Nuevo le pedimos al Señor su bendición. Con las palabras bíblicas
deseo para todos nosotros que Dios nos bendiga y nos proteja, haga brillar su
rostro sobre nosotros y nos sea propicio. El Señor vuelva su rostro sobre
nosotros y nos conceda la paz. Amén.
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