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jueves, 8 de diciembre de 2016
domingo, 13 de noviembre de 2016
Homilía en la Eucaristía de Clausura de la Congregación General 36 - Iglesia de San Ignacio
Al final de una fuerte
experiencia de discernimiento suele aparecer en nosotros un sentimiento de vértigo frente a
lo que va a venir después. Sentimos la dificultad de hacer vida la elección realizada,
de convertirnos al modo de proceder que exprese la decisión que hemos tomado
siguiendo el soplo del Espíritu Santo.
Los Ejercicios Espirituales de
san Ignacio presentan como transición a la vida cotidiana la “contemplación para alcanzar
amor”. Una contemplación en la que resuena con fuerza la primera carta del
apóstol san Juan que acabamos de escuchar. Dios quiere darse a conocer como Aquel que es
Amor. Por eso se hace presente en la humanidad enviando a su Hijo, gesto de amor
que nos da vida, la única vida verdadera a la que nosotros aspiramos. Dios Padre
pone en práctica las dos observaciones que nos hace san Ignacio al comienzo de la
contemplación: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” y “el amor
consiste en comunicación de las dos partes”, en la que cada uno da todo lo que tiene y
es. El Señor se ha entregado totalmente, hasta la muerte en cruz, y está con
nosotros todos los días hasta el fin del mundo, porque nos ha dado su Espíritu. San Ignacio
nos invita a pedir el reconocimiento de tanto bien recibido como motor para que
también nosotros nos entreguemos enteramente para en todo amar y servir a su divina
Majestad.
Esta
es la frase que ha guiado nuestras sesiones en el aula de la Congregación.
Cristo en cruz ha estado presente en
nuestras tareas para llevar nuestro discernimiento más
allá de nuestros razonamientos,
de nuestros gustos o malestares, para llegar a la consolación que proviene de estar
en sintonía con la voluntad del Padre. Jesús, en la víspera de su pasión, se acercó
al monte los Olivos y luchaba en su oración incluso hasta sudar “como gotas espesas
de sangre” para aceptar las consecuencias de su misión, bastante alejadas de lo
que le gustaba o con las que pudiera estar de acuerdo. Nosotros también nos quedamos
impactados por los testimonios de nuestros hermanos en situaciones de guerra
y así, nos sentimos empujados por el amor para decir juntos: “Tomad, Señor, y
recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y
mi poseer; Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda
vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta”.
También
en esta Congregación General hemos vivido de nuevo esta experiencia del amor de Dios que se hace presente
de modos tan distintos en nuestra vida personal y en nuestro cuerpo de compañeros
de Jesús. Una vez más nos ha sorprendido la abundancia, la variedad y la
profundidad de sus dones. Todo lo que hemos experimentado ha sido gracia, don
gratuito y sorprendente.
El
proceso de discernimiento de la Compañía reunida en Congregación General nos pone ante el reto de convertirnos
en ministros de la reconciliación en un mundo que no se ha detenido durante
nuestras deliberaciones. Las heridas de las guerras siguen ahondándose, los flujos de
refugiados crecen, los sufrimientos de los migrantes nos golpean cada vez más, el
Mediterráneo se ha tragado decenas de personas en estos dos meses que nosotros hemos
pasado juntos. Las desigualdades entre los pueblos y dentro de las naciones son el
signo del mundo que desprecia a la humanidad. La política, ese “arte” de negociar
para poner el bien común por encima de los intereses particulares sigue debilitándose
ante nuestros ojos. Los intereses particulares, de hecho, enmascarados bajo capa de
nacionalismos, eligen gobernantes y toman decisiones que detienen los
procesos de integración y el actuar como ciudadanos del mundo. La política no consigue
convertirse en el modo humano de tomar decisiones razonables cuando renuncia a
invocar la imposición de los poderosos. El deseo profundo de las madres y de los
niños de todos los rincones del mundo de poder vivir una vida en paz, con relaciones
fundadas en la justicia, parece alejarse en medio de conflictos y guerras por motivos
opuestos al amor que nos puede hacer vivir.
Nuestro
discernimiento nos lleva a ver este mundo con los ojos de los pobres y a colaborar con ellos para hacer
crecer la vida verdadera. Nos invita a ir a las periferias y a intentar comprender cómo
afrontar globalmente la integralidad de la crisis que impide las condiciones mínimas de
vida a la mayoría de la humanidad y pone en riesgo la vida sobre el planeta
Tierra, para abrir espacio a la Buena Nueva. Nuestro apostolado es, por lo tanto,
necesariamente intelectual. Los ojos misericordiosos que hemos adquirido al identificarnos
con Cristo en cruz nos permiten afrontar la comprensión de todo lo que oprime
a los hombres y mujeres de nuestro mundo. Los signos que acompañan nuestro
anuncio del Evangelio son los que corresponden a expulsar los demonios de las
falsas comprensiones de la realidad. Por eso aprendemos lenguas nuevas para comprender la
vida de los distintos pueblos y a compartir la Buena Nueva de la salvación para
todos. Si abrimos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo y nuestras mentes
a la verdad del amor de Dios no beberemos el veneno de las ideologías que
justifican la opresión, la violencia entre los seres humanos y la explotación
irracional de las reservas naturales. Nuestra fe en Cristo muerto y resucitado nos permitirá
contribuir, con tantos otros hombres y mujeres de
buena voluntad, a imponer las
manos sobre este mundo enfermo y colaborar en su curación.
Vayamos,
pues, a predicar el Evangelio por todas partes, consolados por la experiencia del amor de Dios que nos ha
puesto juntos como compañeros de Jesús. Como a los primeros Padres, el Señor nos ha
sido propicio en Roma, y nos envía a todos los lugares del mundo y a todas las
culturas humanas. Vayamos confiados porque Él trabaja a nuestro lado y confirma
con signos inéditos nuestra vida y misión.
Arturo Sosa, S.I.
12 de noviembre de 2016
lunes, 24 de octubre de 2016
Discurso del Santo Padre Francisco a los miembros de la 36ª Congregación General de la Compañía de Jesús
Es
una tradición muy establecida que con ocasión de las Congregaciones Generales
se tenga un encuentro de los delegados con el Santo Padre. La mayoría de las
veces se ha tenido el encuentro en el marco de una audiencia en el Vaticano, aunque
ya en alguna ocasión el Papa ha escogido realizar el encuentro con los jesuitas
reunidos en Congregación General en la curia de la Compañía. Así, este lunes 24 de octubre, en la Mañana,
el Papa Francisco ha arribado discretamente a la curia, recibido por el Padre
General, Arturo Sosa y el superior de la comunidad de la Curia, el P. Joaquín
Barrero.
Tras
acompañarle hasta el aula y el Papa ha participado en la oración de la mañana
con los delegados. El tema de la oración fue escogido para la ocasión: el buen
pastor. La reflexión ha hecho referencia al P.
Franz van de Lugt, pastor de los suyos en Homs, Siria, asesinado por la
locura de la guerra. Los miembros de la Congregación han querido orar por el
Papa Francisco, como él mismo lo pide con frecuencia a todas las personas con
quienes se encuentra.
El
Papa Francisco ha hablado a la Congregación General con un discurso dirigido a
la Compañía de Jesús que entusiasma y que orienta. Ha dado una buena idea de la
manera como entrevé el servicio a la Iglesia y al mundo que la Compañía de
Jesús puede ofrecer, de manera pertinente, en conexión con su propio
ministerio. Toda su intervención ha estado marcada por una apertura hacia el
futuro, por una llamada a ir más lejos, un soporte para el “caminar”, el modo
de marchar que les permite a los jesuitas ir al encuentro de los otros y
acompañarlos en su propio caminar.
Aula de la Congregación General
Curia General de la Compañía de Jesús.
24 de octubre de 2016
Queridos
hermanos y amigos en el Señor:
Al
rezar pensando qué les diría, recordé con particular emoción las palabras
finales que nos dijo el Beato Pablo VI al finalizar nuestra Congregación
General XXXII: “Così, così, fratelli e
figli. Avanti, in Nomine Domini. Camminiamo insieme, liberi, obbedienti, uniti
nell'amore di Cristo, per la maggior gloria di Dio”1.
También
San Juan Pablo II y Benedicto XVI nos han animado a “caminar de una manera digna de la vocación a la que hemos sido llamados
(Ef 4, 1)”2 y a “proseguir por
el camino de la misión con plena fidelidad a vuestro carisma originario, en el
contexto eclesial y social característico de este inicio de milenio. Como os
han dicho en varias ocasiones mis antecesores, la Iglesia os necesita, cuenta
con vosotros y sigue confiando en vosotros, de modo especial para llegar a los
lugares físicos y espirituales a los que otros no llegan o les resulta difícil
hacerlo”3. Caminar juntos -libres y obedientes-, caminar yendo a
las periferias donde otros no llegan, “bajo
la mirada de Jesús y mirando el horizonte que es la Gloria de Dios siempre
mayor, el que nos sorprende siempre”4. El jesuita está llamado
para “discurrir -como dice Ignacio- y hacer vida en cualquiera parte del mundo
donde se espera más servicio de Dios y ayuda de las ánimas" (Co 304).
Es que: “Para la Compañía, todo el mundo
le ha de ser casa”, decía Nadal5.
Ignacio
le escribía a Borja, a propósito de una crítica de los jesuitas llamados
“angélicos” (Oviedo y Onfroy), porque decían que la Compañía no estaba bien
instituida y que había que instituirla más en espíritu: el espíritu que los
guía -decía Ignacio- “ignora el estado de
las cosas de la Compañía, que están in fieri, fuera de lo necesario (y)
substancial”6. Me gusta tanto esta manera de ver de Ignacio a
las cosas en devenir, haciéndose, fuera de lo substancial. Porque saca a la
Compañía de todas las parálisis y la libra de tantas veleidades.
La
Fórmula del Instituto es lo “necesario y substancial” que debemos tener todos
los días ante los ojos, después de mirar a Dios nuestro Señor: “El modo de ser del Instituto, que es camino
hacia Él”. Lo fue para los primeros compañeros, y previeron que lo fuera “para los que nos sigan por este camino”.
Así, tanto la pobreza, como la obediencia, o el hecho de no estar obligados a
cosas como rezar en coro, no son ni exigencias ni privilegios, sino ayudas que
hacen a la movilidad de la Compañía, al estar disponibles “para correr por la vía de Cristo Nuestro Señor.” (Co 582) teniendo,
gracias al voto de obediencia al Papa, una “más
cierta dirección del Espíritu Santo” (Fórmula Instituto 3). En la Fórmula
está la intuición de Ignacio, y su sustancialidad es lo que permite que las
Constituciones hagan hincapié en tener siempre en cuenta “los lugares, tiempos y personas”, y que todas las reglas sean
ayudas -tanto cuanto- para cosas concretas.
El
caminar, para Ignacio, no es un mero ir y andar, sino que se traduce en algo
cualitativo: es aprovechamiento y progreso, es ir adelante, es hacer algo en
favor de los otros. Así lo expresan las dos Fórmulas del Instituto aprobadas
por Paulo III (1540) y Julio III (1550), cuando centran la ocupación de la
Compañía en la fe -en su defensa y propagación- y en la vida y doctrina de las
personas. Aquí Ignacio y los primeros compañeros usan la palabra
aprovechamiento (ad profectum7,
cfr. Fil 1, 12 y 25), que es la que da el criterio práctico de discernimiento
propio de nuestra espiritualidad.
El
aprovechamiento no es individualista, es común: “El fin de esta Compañía es, no solamente atender a la salvación y
perfección de las ánimas propias con la gracia divina, mas con la misma,
intensamente procurar de ayudar a la salvación y perfección de las de los
prójimos” (Ex 1,2). Y, si para algún lado se inclinaba la balanza en el
corazón de Ignacio, era hacia la ayuda de los prójimos; tanto es así, que se
enojaba si le decían que la razón de que alguno se quedara en la Compañía era “para que así salvara su ánima. Ignacio no
quería gente que, siendo buena para sí, no se hallara en ella aptitud para el
servicio del prójimo” (Aicardo I punto 10 pág. 41).
El
aprovechamiento es en todo. La fórmula de Ignacio expresa una tensión: “no
solamente… sino…”; y este esquema mental de unir tensiones -la salvación y
perfección propia, y la salvación y perfección del prójimo- desde el ámbito
superior de la Gracia, es propio de la Compañía. La armonización de ésta y de
todas las tensiones (contemplación y acción, fe y justicia, carisma e
institución, comunidad y misión…) no se da mediante formulaciones abstractas,
sino que se logra a lo largo del tiempo mediante eso que Fabro llamaba “nuestro modo de proceder”8.
Caminando y “progresando” en el seguimiento del Señor, la Compañía va
armonizando las tensiones que contienen y producen, inevitablemente, la
diversidad de gente que convoca y las misiones que recibe.
El
aprovechamiento no es elitista. En la Fórmula, Ignacio procede describiendo
medios para aprovechar más universalmente, que son propiamente sacerdotales.
Pero notemos que las obras de misericordia se dan por descontadas, ¡¡¡la
Fórmula dice “sin que eso sea óbice” para la misericordia!!! Las obras de
misericordia -el cuidado de los enfermos en las hospederías, la limosna
mendigada y repartida, la enseñanza a los pequeños, el sufrir con paciencia las
molestias… - eran el medio vital en el que Ignacio y los primeros compañeros se
movían y existían, su pan cotidiano: ¡cuidaban que todo lo demás no fuera
óbice!
domingo, 16 de octubre de 2016
sábado, 15 de octubre de 2016
Queremos contribuir a lo que parece imposible (P. Sosa)
En la mañana del 15 de octubre,
los miembros de la Congregación General reunieron en la iglesia del Gesù para
celebrar con alegría una eucaristía de acción de gracias con el Padre Arturo
Sosa, que había sido elegido Superior General de la Compañía de Jesús. El P.
Sosa tuvo la oportunidad de ofrecer un mensaje espiritual inspirado en la
Escritura.
En su breve homilía, el P. Sosa
ha tocado numerosos puntos:
Comenzó repitiendo las palabras
del Dominico Bruno Cadore quién en la misa de apertura de la nos invitó a
cultivar la actitud de “audacia de lo
improbable” para ser testigos de la fe en el mundo actual.
A continuación, se centró en el cuidado del cuerpo apostólico de la
Compañía citando las palabras de Ignacio: “la Compañía no ha sido
instituida por medios humanos, y por lo tanto no puede ser conservada o
desarrollada por ellos, sino por la mano omnipotente de Dios y Señor Nuestro,
en él sólo es necesario poner la esperanza “. Y entonces recordó que el cuidado
del cuerpo de la Compañía está “estrechamente relacionado con la profundidad de
la vida espiritual de cada uno de sus miembros y las comunidades en las que
compartimos la vida y misión”. A continuación, el P. Sosa invitó a los jesuitas
a cultivar una activa vida espiritual, pero sin olvidar que “al mismo tiempo es
necesaria una extraordinaria profundidad intelectual para pensar creativamente sobre las formas en que
nuestro servicio a la misión de Jesucristo puede ser más eficaz, en la tensión
creativa propia del magis ignaciano “.
El cultivo de la interioridad es necesario para permanecer conectado
con el mundo intelectual, “para
entender en profundidad el momento que estamos viviendo en la historia humana y
contribuir a la búsqueda de alternativas para superar la pobreza, la
desigualdad y la opresión. Tampoco hay que cesar en la profundización sobre las
cuestiones relativas a la teología y la comprensión de la fe que pedimos al
Señor que aumente en nosotros “.
Otro de los grandes temas de
fondo ha sido la justicia, dejando
bien claro el nuevo General que “queremos contribuir a lo que parece imposible
hoy en día: una humanidad reconciliada en la justicia, viviendo en paz en una
casa bien cuidada, donde hay espacio para todo el mundo, ya que reconocemos
hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo Padre y único.”
P. Sosa se centró posteriormente
en el tema de la colaboración con otros:
“Queremos colaborar generosamente con otros, dentro y fuera de la Iglesia, en
la conciencia que surge de la experiencia de Dios que lleva a la misión de
Cristo Jesús, que no nos pertenece en exclusividad, sino que compartimos con
muchos hombres y mujeres consagrados al servicio de los demás “.
Finalmente, el nuevo Padre
General relacionó la colaboración con las vocaciones
a la Compañía: “En nuestro trabajo de colaboración con la gracia de Dios,
también nos vamos a encontrar nuevos compañeros que aumentan el número, siempre
un mínimo por grande que sea, de los invitados a ser parte de este cuerpo
apostólico. No hay duda acerca de la necesidad de aumentar nuestra oración y
nuestro trabajo por las vocaciones a la Compañía y de continuar con el complejo
reto de ofrecer una formación compleja que nos convierta en verdaderos
jesuitas, miembros de este cuerpo universal llamado a defender la riqueza de la
interculturalidad como un rostro de una humanidad creada a imagen y semejanza
de Dios “.
Al terminar la eucaristía, el
Padre General se dirigió a la tumba de san Ignacio donde veneró sus reliquias,
y antes de dirigirse a la sacristía, se desvió a orar delante de la tumba del
Padre Arrupe.
(Homilía completa, aquí)
(Homilía completa, aquí)
sábado, 1 de octubre de 2016
domingo, 19 de junio de 2016
DOMINGO 12º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)
Primera
Lectura: Zac 12, 10-11; 13,1
Salmo
Responsorial: Salmo 62
Segunda
Lectura: Gal 3, 26-29
Evangelio:
Lc 9, 18-24
¿Quién eres tú, Jesús de Nazaret? ¿Quién eres tú,
para mí?
¿Quién eres tú, sin el rebozo de respuestas
automáticas, estudiadas o fingidas; sólo tú y yo, mirándonos a los ojos. ¿Quién
eres, Jesús de Nazaret?
No quién eras hace diez años, o cuándo éramos jóvenes
y entusiastas, o cuándo sentimos fuertemente tu presencia en alguna celebración,
sino ¿quién eres tú hoy para mí?
Durante el fin de semana, millones de personas
se reunirán en el mundo para escuchar tu Palabra, para celebrar, obedeciendo el
mandato del Señor, la cena que lo hace presente en los signos del pan y del
vino.
Eso no ocurre con el emperador Constantino, o con
Napoleón o con alguno de los grandes personajes de la historia. Nadie se va a reunir
para escuchar sus palabras e invocar su presencia viva.
Sí ocurre, en cambio, con un oscuro carpintero
de Nazaret, un judío marginal, perdido en los recovecos de la historia, cuya presencia
aún es profesada por unos 2.100 millones de personas diversas, pero fascinadas y
convertidas en discípulas por el testimonio de quienes dicen haberlo
encontrado.
¿Quién eres tú realmente Jesús de Nazaret?
Sondeos
Se habla, a menudo, de Jesús y de sus
discípulos.
Apenas baja la atención, aparece algún
acontecimiento que lo recoloca en primera fila: algún descubrimiento
arqueológico que confirma o desmiente la versión oficial de la vida de Jesús
(esto reaparece periódicamente, chorradas incluidas); algún acontecimiento
dramático que nos acerca al agotamiento del testimonio de muchos que han pagado
con su vida; alguna audaz obra propagandística, siempre en búsqueda del Jesús “alternativo”
que la Iglesia oculta.
Jesús provoca discusiones y alineaciones,
enciende los ánimos, y parece que todos, aunque sea un poco, parecen defenderlo,
protegerlo, entenderlo e interpretarlo. Este hombre que paga con la vida su
coherencia y su no-violencia, todavía hoy
sacude y cuestiona tanto a creyentes como a no creyentes. ¿Quién eres, de verdad,
Jesús Nazareno?
¿Un gran personaje de la historia divinizado por
sus mismos discípulos? ¿Un profeta sobrestimado, un anarquista recuperado para la
historiografía oficial?
Nadie podrá nunca poseerte en plenitud, nadie podrá
atraparte de verdad, nadie podrá dar de ti una visión definitiva.
Ni siquiera la comunidad de tus discípulos, que
conserva fielmente tu Palabra y que, siempre, abre su corazón a la comprensión
del Misterio de tu presencia, viviendo el Evangelio a lo largo de la Historia,
a la espera de tu retorno.
Sí, de
acuerdo, pero tú ¿qué dices?
Al final, se nos presenta una pregunta directa, sin
escapismos: “Tú deja lo que piense la gente y dime ¿Quién soy yo para ti?
domingo, 12 de junio de 2016
DOMINGO 11º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)
Primera
Lectura: 2 Sam 12, 7-10.13
Salmo
Responsorial: Salmo 31
Segunda
Lectura: Gal 2,16.19-21
Evangelio:
Lc 7, 36-50
Simón el fariseo creyó que había hecho un noble gesto
al invitar al controvertido Maestro de Nazaret a su mesa. No lo miraba con
desprecio, como hacían muchos de su movimiento, todo lo contrario. Estaba muy
interesado por la predicación de aquel carpintero del norte de Palestina,
convertido en profeta.
Después de los saludos protocolarios todos se tumbaron
alrededor de la estera que hacía de mesa, colmada de todos los bienes de Dios. Era
normal, con ocasión de los banquetes, dejar las puertas de casa abiertas, para
que los transeúntes pudiesen entrar y admirar la suntuosa hospitalidad del
dueño de casa.
Pero cuando Simón y los demás invitados ven
entrar a “aquella furcia”, todos se callan de golpe.
La incomodidad va creciendo, la mujer se acerca
a Jesús, se arrodilla y se echa a llorar mojándole los pies. Se desata el pelo,
un gesto ambiguo, un gesto de seducción, que era suficiente en una pareja para
pedir el divorcio, y con la melena seca los pies de Jesús. En ese momento la
incomodidad ya es estratosférica.
En su corazón, Simón intenta defender a Jesús. Éste
no puede ser un profeta, de lo contrario sabría qué tipo de mujer era aquélla y
no se dejaría tocar, para no contraer la impureza ritual.
Jesús sonríe, porque tiene frente a si a dos
prostitutas: La mujer y el fariseo.
Prostituciones
La mujer es una prostituta, es una furcia señalada,
una pecadora, una condenada de antemano. A nadie importa por qué ha llegado
hasta aquel punto de abyección, a la respetabilidad hipócrita no le importan las
razones de una elección, que tuvo que ser dolorosa, sino que ya está condenada
desde siempre y para siempre. En nombre de la religión y la moralidad que
yergue los muros para no ponerse en tela de juicio, se juzga que esta mujer tiene
su papel, ejerce su profesión. Y ya…
No encuentra ninguna comprensión, ninguna
posibilidad, sólo desprecio, incluso cuando es deseada y usada.
Ahora llora. Llora sin desesperación, llora
sintiéndose querida por un hombre verdadero, sintiéndose comprendida y acogida
por Dios. Sin ningún juicio, sin ningún peso, sin ambigüedad ninguna.
Llora todo su dolor, toda su oscuridad y toda su
rabia. La niña que hay en ella descubre el rostro de la misericordia más
absoluta.
Simón, el fariseo, también es una prostituta. Se
vende a Dios, y se vende bien. Conoce bien la religión, vive hasta el final las
reglas de Israel, no como esa gentuza ignorante que se condena porque no conoce
la Ley. Él, en cambio, paga el diezmo sobre la ruda y la menta, reza con fervor
y estudia la Torah día y noche. Está
en una posición ventajosa en la clasificación de los méritos. Es devoto, pero
frío. Cumplidor pero sin misericordia.
Simón puede permitirse juzgar a los otros,
porque la ley está de su parte; puede mantener las distancias... para no
contaminarse.
Pero, mira por dónde, Jesús convierte a ambos.
Maestro
A la mujer le enseña que la medida del juicio de
Dios es el amor y el perdón. La mujer ha amado mucho y mal, haciéndose daño,
pero ha amado. A Dios le basta eso, él, que es amor, también sabe reconocer el
amor cuando está hecho trizas y se muestra frágil y desesperado. Para Dios eso
es bastante, pasa por encima de toda lógica - religiosa, moral, respetable - y
va directo a lo esencial: se fija en el interior de la persona, en el deseo, en
el dolor, en la verdad. Ese amor es el origen del perdón, el perdón que Dios regala,
siempre gratis, siempre sin condiciones, y suscita el amor recíproco.
domingo, 5 de junio de 2016
DOMINGO 10º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)
Primera
Lectura: 1 Re 17, 17-24
Salmo
Responsorial: Salmo 29
Segunda
Lectura: Gal 1, 11-19
Evangelio:
Lc 7, 11-17
Cerramos el largo paréntesis iniciado con el
Cuaresma y seguido con el tiempo pascual.
Hemos meditado sobre el misterio de Dios y sobre
el regalo de la Eucaristía. Ahora retomamos con alegría interior el camino del
tiempo ordinario interrumpido en el mes de febrero. Nos acompaña Lucas, el evangelista
que escribe sobre la mansedumbre de Cristo. ¡Fantástico! si no fuera por el
evangelio que nos espera…
Naín
Iban llevando a la tumba a un muerto, único hijo
de una madre viuda.
El principio del episodio ya nos deja helados, nos
fuerza a bajar la mirada. Todavía con la sonrisa en los labios por la buena
noticia de la Pascua, nos estrellamos con la dramática e insostenible escena de
un funeral... de un hijo único de una madre viuda. Parece el principio de una
película horror.
Naín, en hebreo, significa la deliciosa. Jesús
entra y la muchedumbre sale. Sale de la delicia; sale de la fiesta. Y se
estrella con la realidad insoportable.
Como la viuda de Sarepta de Sidón, en la primera
lectura, que acogió al profeta Elías y con el que compartió sus pobres
recursos. Pero que ahora se las está jugando con el demonio de la muerte y, lo
que es peor, con su sentido de culpa: tal vez es Dios quien la está castigando
a causa de algún pecado de juventud. Y Dios, aprovechando a aquel santo profeta,
guarda las distancias y le mata a su hijo. Eso es lo que piensa aquella madre
destrozada.
Cuántos, todavía hoy, piensan que la muerte es un
castigo divino.
Pero Elías no puede aceptar aquel suplicio, y prácticamente
obliga a intervenir a Dios. Porque la muerte no puede ser jamás un castigo, seamos
serios.
Señor
Lucas nos dice lo que Jesús hace. Jesús tiene
compasión, toca el cadáver (contaminándose, por tanto, según la tradición
judía), e invita al chico a levantarse. Es decir, a resucitar.
Por primera vez en su evangelio Lucas se refiere
a Jesús con el título de Señor, Kyrios,
el título que remite al mismo Dios. Jesús manifiesta su identidad dando la vida
plena, la vida verdadera. Y su sentimiento en ese momento, se expresa en griego
por un verbo que Lucas reserva para Jesús: esplangnisze.
Jesús, el Señor, sintió una compasión visceral. ὁ κύριος ἐσπλαγχνίσθη.
domingo, 28 de febrero de 2016
DOMINGO 3º DE CUARESMA (Ciclo C)
Primera
Lectura: Ex 3, 1-8a.13-15
Salmo
Responsorial: Salmo 102
Segunda
Lectura: 1 Cor 10, 1-6.10-12
Evangelio:
Lc 13, 1-9
Dios es magnífico, espléndido y luminoso. Se nos ha dado un tiempo para redescubrirlo,
para encontrar su verdadero rostro, y para encontrarnos a nosotros mismos. Para
combatir las tentaciones, para vencer el sueño que invade a Pedro, a Santiago a
Juan y a nosotros, atropellados por los quehaceres, olvidados del ser, náufragos
de un tiempo que ha borrado el espíritu, olvidado el alma y empequeñecido lo
esencial. El tiempo de Cuaresma es un tiempo fuerte, un tiempo de esos que
pueden convertir la vida, al menos un poco: reavivarla, reorientarla.
Cómo Abram, el domingo pasado, también podemos
haber conocido el rostro de Dios, como el principio de un largo recorrido, y
haberle ofrecido nuestra vida, como hace Abram con el holocausto pero, luego,
hace falta defender la ofrenda de los pájaros que bajan desde lo alto para
devorar a las víctimas del sacrificio. También nosotros como el primer buscador
de Dios, tenemos que mantener lejanas las aves rapaces, portadoras de muerte,
que nos quieren arrancar de la visión cristiana.
Convertirse significa cambiar de mentalidad,
redefinir el propio pensamiento a partir del evangelio. Y la primera conversión
que tenemos que conseguir, la más difícil, es la de pasar del Dios que tenemos
en la cabeza al Dios de Jesucristo.
Pasar de un
dios indiferente al Dios presente
No basta con decir que uno es cristiano, o incluso
serlo, para creer – para confiar - en el Dios de Jesús. Hace falta ir mucho más
allá: pasar de un dios indiferente al Dios presente en la vida.
¿Se ocupa Dios de nuestras vidas? ¿O, despistado
él, se complace en su propia perfección?
A Moisés que titubea en ir a hablar de Dios al
pueblo, Yahveh le habla de sí mismo, le dice su nombre, y se revela como un
Dios que conoce los sufrimientos del pueblo. Si también nuestra vida atraviesa
momentos de fatiga, Dios no permanece lejano sino que interviene, pidiendo a alguien
que actúe en su nombre. Nuestro Dios no mira, indiferente, las tragedias del
mundo, sino que nos pide, como a Moisés, que nosotros lo hagamos presente junto
a quien sufre.
Al pueblo que esperaba la liberación, Dios le manda
como libertador a Moisés, un pastor asustadizo.
Del mismo modo, cuando le pedimos a Dios que nos
libre del dolor, el Señor nos invita a no causar dolor, a arrancar sus raíces y
a convertirnos nosotros en el rostro solidario y sonriente de Dios para toda la
gente.
Y, gracias a Dios, los cristianos, tal vez ingenuos,
continúan haciéndose presentes, bien o mal, allá dónde hay dolor e injusticia. Somos
nosotros la sonrisa de Dios, el bálsamo que Dios da a la humanidad para superar
todo dolor y crecer en una humanidad más auténtica, basada en la justicia y en el
perdón.
Ser testigos de esto es la primera conversión.
domingo, 14 de febrero de 2016
DOMINGO 1º DE CUARESMA (Ciclo C)
![]() |
“Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo servirás" |
Primera Lectura: Dt 26, 4-10
Salmo Responsorial: Salmo 90
Segunda Lectura: Rom 10, 8-13
Evangelio: Lc 4, 1-13
Aquí
estamos de nuevo empezando la Cuaresma. Cuarenta días, algo más de un 10% del
tiempo que viviremos en el año.
Cuarenta
días, como cuarenta fueron los años que los hebreos sirvieron a un pueblo como esclavos
hasta descubrirse como hijos. Cuarenta fueron los días que el Jesús de Nazaret quiso
vivir en el desierto antes de iniciar su misión y decidir qué tipo de Mesías quería
llegar a ser.
Quitémonos
las máscaras: las de Carnaval y las que la vida nos ha ido colocando encima,
las que los otros nos han puesto, o aquellos detrás de las que nos refugiamos
por miedo a las opciones que hemos de tomar. Ante Dios, al menos ante él,
podemos quedar desnudos sin sentir vergüenza.
Jesús
es empujado al desierto por el Espíritu Santo: ya han pasado sus años de vida
corriente, el silencio ensordecedor de Nazaret. Ahora ya está listo para hablar
a Dios.
Libre para elegir
Jesús
solidario con el hombre quiere recorrer el camino de Israel, experimenta el hambre,
se deja envolver por el silencio aturdidor del desierto, se deja invadir por la
luz cegadora del sol que refleja los colores de las descarnadas rocas del desierto
de Judá. Jesús quiere elegir el modo de anunciar la Palabra, el modo de desvelar
el misterio de Dios. El conocimiento que Jesús tiene de Dios es absoluto: él es
el Verbo de Dios. Pero, en cuanto hombre, él quiere poder elegir, elaborar un
plan pastoral, buscar en el silencio una respuesta.
Dios,
hecho hombre, sabe ahora del olor de la resina y del cansancio de un día de
trabajo. Como sabe que el hombre es frágil, vacilante, ridículo, huraño: ¿cómo
ayudarlo a superar la fea imagen que se ha hecho de Dios?
Jesús
entra en el silencio del desierto para decidir qué tipo de Mesías quiere ser.
Nosotros entramos en el desierto de la Cuaresma para preguntarnos si la persona
que somos es lo que hubiéramos querido llegar a ser y, sobre todo, si se parece
a la magnífica persona, que Dios lleva en su corazón.
miércoles, 20 de enero de 2016
Anuario S.J. 2016 - LOS BANCOS DE CEREALES... UNA LUCHA SIN FIN
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Anuario |
El autor
habla de la ardua lucha para proteger
la
federación de los bancos de cereales,
nacidos entre
muchas dificultades y que ahora
corren el
riesgo de caer en manos
de hombres
sin escrúpulos.
Nuestra región con capital en Mongo, Chad, está situada
en el Sahel y por lo tanto padece crisis alimenticias endémicas debidas a la
escasez de lluvias, a los ataques de los pájaros granívoros, de los saltamontes
y de las cantáridas.
Óptimo terreno, pues, para los usureros, todos ellos
magnates locales o grandes ganaderos, que han ido tomando lentamente como rehén
a la masa de los campesinos. Para devolver los préstamos recibidos en momentos de
sequía, los campesinos tienen que entregar prácticamente la totalidad de sus
futuras cosechas. De este modo, ya no cultivan más para sí mismos sino para los
usureros. Es sabido, de paso, que explotados y explotadores son musulmanes en
un 97 por ciento y no se ve nada extraño que, cada viernes, se encuentren todos
ellos para rezar en la misma mezquita. Sólo las comunidades cristianas, en la
fiesta de las primeras espigas, intentaron esbozar un gesto para compartir con
los menos dichosos.
En la añada agrícola de 1993-94 la Iglesia
católica de la región del Guerà tuvo que intervenir contundentemente para afrontar
una nueva penuria. No obstante, conscientes de que la distribución de ayuda no
habría sido más que un paliativo, se pensó en una solución más radical para pasar
de la eterna dependencia de las ayudas externas a una autogestión responsable. Se
decidió así no dar nada gratis sino conceder préstamos de mijo, sólo mijo, reembolsables
en la cosecha siguiente con un pequeño tipo de interés y así renovar las existencias
en las aldeas mismas. El reembolso, en efecto, es en su totalidad para la aldea
con la posibilidad de incrementarlo durante los cinco años siguientes. Sólo
entonces se retirará la cantidad recibida para fundar un nuevo banco en una aldea
vecina. Esto fue una novedad absoluta y la cosa empezó a funcionar aunque con
muchas dificultades y no sin la oposición de los “sabios” musulmanes que blandían
la prohibición de la ley islámica respecto de los préstamos con interés. ¿Y los
usureros, entonces?
Gracias a un fuerte trabajo de sensibilización y
a la intervención de las autoridades locales, tanto civiles como religiosas, la
máquina se puso por fin en marcha y poco a poco se llegaron a crear bancos en
todas las aldeas de la región, agrupadas en federación, y a hacer desaparecer la
mayor parte de los usureros. Ahora, los campesinos cultivan tranquilamente sus
campos disfrutando la cosecha y recurriendo al banco de cereales en caso de
sequía. Ha sido una verdadera revolución cultural y social para toda la región
que ha puesto a la Iglesia en la primera fila entre todos los organismos
operantes en materia de autosuficiencia alimenticia. Sin entrar en más detalles,
vamos a la cuestión que nos interesa ahora.
Anuario S.J. 2016 - DESCENDIMIENTO
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Anuario |
Ha sido
colocado un nuevo retablo
en
una capilla lateral de la Iglesia del Gesù
de Roma,
con ocasión del segundo centenario
de la
Restauración de la Compañía.
Es obra de
Safet Zec, un artista de Bosnia.
Para recordar el segundo centenario de la Restauración
de la Compañía de Jesús en la Iglesia universal, que tuvo lugar por obra y
gracia de Pío VII, el 7 de agosto de 1814, se ha colocado un retablo sobre el
altar de la Capilla de la Pasión en la Iglesia del Gesù de Roma. De este modo, dicha capilla recobra la integridad
temática del ciclo pictórico de José Valeriani y Gaspar Celio, menoscabada por la
desaparición del retablo original, obra de Escipión Pulzone, robada a principios
del 1800 y ahora expuesta en el Metropolitan
Museum of Art de Nueva York.
Para la realización del nuevo retablo se ha
recorrido un camino largo y no fácil; en
efecto, se trataba de superar las reservas existentes respecto a la oportunidad
de poner una obra de arte contemporánea en un contexto histórico y después localizar
a un artista que pudiera y quisiera aceptar el inevitable desafío de la
comparación con lo antiguo, y que respondiese a los rigurosos criterios de los
departamentos competentes en la obtención de los necesarios permisos.
La larga historia de la Iglesia del Gesù Jesús ha visto una armoniosa estratificación
de obras y de estilos diferentes en una secuencia casi incesante, al menos
hasta las últimas masivas intervenciones - en gran parte de restauración - de
la primera mitad del siglo XIX. Y no sólo. En el magnífico ciclo pictórico de Juan
Bautista Gaulli, se realizó un raro acuerdo entre la propiedad y el artista: el
complejo y articulado programa iconográfico pensado por los Padres jesuitas fue
magníficamente interpretado por Gaulli y de ello nació una obra maestra del barroco,
junto con el arte de ilustrar y comunicar la fe católica.
Con la asistencia de la Superintendencia para los
Bienes histórico- artísticos y etno-antropológicos de Roma y la Comisión
diocesana de arte sacro, se persiguió el intento de revigorizar el diálogo no
fácil entre la Iglesia y los artistas.
El desafío fue laborioso, en muchos aspectos
arriesgado, pero también estimulante. Un encargo, en efecto, comporta para el artista
el trabajo de medirse con un espacio - el definido por las exigencias del propio
encargo y, otro menos laborioso, representado por el espacio físico al que está
destinada la obra - en el que su creatividad puede sentirse constreñida.
El artista tuvo que interpretar el proyecto
propuesto aceptando las muchas ataduras impuestas a una obra destinada a una
Iglesia importante como el “Gesù” de
Roma. La obra no tenía que responder a un objetivo principalmente
conmemorativo, sino más bien expresar el espíritu que anima a la Compañía de
Jesús y la voluntad de servicio que ella quiere realizar dondequiera que sea enviada
para llevar el Evangelio. Los personajes representados fueron protagonistas en
los tiempos difíciles de la Restauración de la orden y, respecto al P. Arrupe,
de la renovación postconciliar. Ellos, en la acción de descender de la cruz el
cuerpo del Señor, debían recordar la vocación de la Compañía, es decir servir sólo
a Dios y la Iglesia bajo el estandarte de la cruz.
Visitando la vasta obra de Safet Zec pareció que
él podría ser el intérprete apropiado para la empresa. La sensibilidad de este
artista bosnio, hecha más aguda y vibrante por la terrible experiencia del
conflicto fratricida que devastó los Balcanes y que le afectó directamente y
con dureza, ha ido dando vida a obras de rara intensidad: la íntima
participación en el dolor y la compasión traslucida en los abrazos, en los ojos
llenos de lágrimas y de dignidad, en la mirada intensa y compartida sobre las
pobres cosas de la vida cotidiana, marcadas por el tiempo. El pan partido
puesto sobre un mantel blanco, aparece como memoria del calor de un comedor
turbado por una tragedia temida y repentina, como invitación y promesa de una comunión
reencontrada y de amistad...
Hay en la obra de Zec un silencio ansioso que
hincha el alma, una pasión que crece hasta el infinito, pero que no cede a la
tentación del grito liberador; permanece
más bien encerrada en el corazón y se transmite a quien acepta posar la mirada
sobre un alma, que se trasluce tímida en las imágenes de una tragedia detenida sobre
el lienzo o sobre el silencio de viejas fachadas de casas venecianas,
magníficas y moribundas, o en bodegones que custodian la nostalgia de una casa
abandonada. Una pintura, la de Zec, de alta maestría técnica y material, fuerte
y vehemente y, siempre, fuera y por encima de cualquiera retórica.
En la Capilla de la Pasión se veneran los restos
de S. José Pignatelli (1737 -1811), que fue un indiscutido protagonista de la
Restauración de la Compañía, así como los del Siervo de Dios P. Juan Felipe Roothaan
(1785-1853), segundo General de la renacida Compañía de Jesús. En la misma capilla
descansa también el P. Pedro Arrupe (1907-1991), que fue Prepósito General y
figura decisiva en la puesta al día de la Compañía después del Concilio
Vaticano II.
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