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Anuario |
El autor
habla de la ardua lucha para proteger
la
federación de los bancos de cereales,
nacidos entre
muchas dificultades y que ahora
corren el
riesgo de caer en manos
de hombres
sin escrúpulos.
Nuestra región con capital en Mongo, Chad, está situada
en el Sahel y por lo tanto padece crisis alimenticias endémicas debidas a la
escasez de lluvias, a los ataques de los pájaros granívoros, de los saltamontes
y de las cantáridas.
Óptimo terreno, pues, para los usureros, todos ellos
magnates locales o grandes ganaderos, que han ido tomando lentamente como rehén
a la masa de los campesinos. Para devolver los préstamos recibidos en momentos de
sequía, los campesinos tienen que entregar prácticamente la totalidad de sus
futuras cosechas. De este modo, ya no cultivan más para sí mismos sino para los
usureros. Es sabido, de paso, que explotados y explotadores son musulmanes en
un 97 por ciento y no se ve nada extraño que, cada viernes, se encuentren todos
ellos para rezar en la misma mezquita. Sólo las comunidades cristianas, en la
fiesta de las primeras espigas, intentaron esbozar un gesto para compartir con
los menos dichosos.
En la añada agrícola de 1993-94 la Iglesia
católica de la región del Guerà tuvo que intervenir contundentemente para afrontar
una nueva penuria. No obstante, conscientes de que la distribución de ayuda no
habría sido más que un paliativo, se pensó en una solución más radical para pasar
de la eterna dependencia de las ayudas externas a una autogestión responsable. Se
decidió así no dar nada gratis sino conceder préstamos de mijo, sólo mijo, reembolsables
en la cosecha siguiente con un pequeño tipo de interés y así renovar las existencias
en las aldeas mismas. El reembolso, en efecto, es en su totalidad para la aldea
con la posibilidad de incrementarlo durante los cinco años siguientes. Sólo
entonces se retirará la cantidad recibida para fundar un nuevo banco en una aldea
vecina. Esto fue una novedad absoluta y la cosa empezó a funcionar aunque con
muchas dificultades y no sin la oposición de los “sabios” musulmanes que blandían
la prohibición de la ley islámica respecto de los préstamos con interés. ¿Y los
usureros, entonces?
Gracias a un fuerte trabajo de sensibilización y
a la intervención de las autoridades locales, tanto civiles como religiosas, la
máquina se puso por fin en marcha y poco a poco se llegaron a crear bancos en
todas las aldeas de la región, agrupadas en federación, y a hacer desaparecer la
mayor parte de los usureros. Ahora, los campesinos cultivan tranquilamente sus
campos disfrutando la cosecha y recurriendo al banco de cereales en caso de
sequía. Ha sido una verdadera revolución cultural y social para toda la región
que ha puesto a la Iglesia en la primera fila entre todos los organismos
operantes en materia de autosuficiencia alimenticia. Sin entrar en más detalles,
vamos a la cuestión que nos interesa ahora.