Primera
Lectura: Eclo 51, 8-14
Salmo
Responsorial: Salmo 8
Segunda
Lectura: Flp 2, 1-11
Evangelio:
Lc 2, 21-24
Hoy la Compañía de Jesús celebra su fiesta
titular: la imposición del Nombre de Jesús.
La experiencia fundacional que llevó a Ignacio y
sus compañeros a adoptar el nombre de “Compañía de Jesús” se remonta a la visión
que San Ignacio tuvo en La Storta. En 1538 Ignacio y dos compañeros, Pedro
Fabro y Diego Laínez, habían partido de Venecia y se dirigían a Roma para poner
a disposición del Papa sus personas y a los demás de su grupo. Unos pocos
kilómetros antes de Roma, se detuvieron a rezar en la capilla de La Storta. En
aquel lugar tuvo Ignacio la segunda en importancia de sus experiencias
místicas. En una visión Ignacio escuchó a Dios Padre que le decía: “Yo os seré propicio en Roma”.
A la vez le manifestó que le pondría con Su Hijo.
No sabía Ignacio qué significaban estas palabras, ya que lo mismo podía
anunciar persecuciones que favores, pues ambas cosas eran propias de Jesús.
En los últimos escritos del P. Laínez leemos lo
siguiente: Me dijo (Ignacio) que Dios
Padre había dejado impresas estas palabras en su corazón – ‘Yo os seré propicio
en Roma…’ Me pareció que había visto a Cristo con la cruz sobre los hombros, y
junto a Él al Padre que Le decía ‘querría que tomases a este hombre como
servidor’ .Y que por eso Jesús lo tomó por tal y le dijo (a Ignacio) ‘quiero
que seas nuestro servidor’. Y por eso, con gran devoción hacia este santísimo
nombre (Ignacio) quiso que la congregación (de estos compañeros) se llamase
Compañía de Jesús”.
El Papa Paulo III dio su aprobación formal a la nueva
orden religiosa el 27 de septiembre de 1540, que se llamó Compañía de Jesús.
Hasta hace poco la Compañía celebraba su fiesta
titular el día 1 de enero, porque ese era el día de la fiesta del Santísimo
Nombre de Jesús junto con la fiesta de María Madre de Dios. Con la revisión del
calendario universal de 1996 la fiesta del Santo Nombre de Jesús pasó a
celebrarse separadamente en el día 3 de enero. La Compañía siguió, a pesar de
todo, con la práctica de celebrar la fiesta, junto con la de María Madre de
Dios, el día 1 de enero.
Pero el 3 de diciembre de 2012, el P. Adolfo
Nicolás SJ, Superior General de la Compañía, hizo pública su decisión de
introducir cambios en el calendario litúrgico propio de la Compañía de Jesús
para acomodarlo al calendario litúrgico universal de la Iglesia Católica. En adelante,
la Fiesta Titular de la Compañía de Jesús se habrá de celebrar el día 3 de
enero, Fiesta de Santísimo Nombre de Jesús, tal como hoy hacemos.
Nosotros jesuitas estamos orgullosos de llevar tan
cerca de nosotros el nombre de Jesús, de tener a la Virgen como Madre de la
Compañía y de servir la Misión de Cristo en la Iglesia bajo la guía del romano
Pontífice. Y así, en la pasada 35ª Congregación General de la Compañía, el
Santo Padre Benedicto XVI nos recalcaba como jesuitas el encargo de ir hasta
las fronteras entre la fe y el compromiso por la justicia, y nos animaba a
continuar y a renovar nuestra misión entre los pobres y con los pobres. No
faltan desaforadamente -nos decía entonces el Papa- nuevas causas de pobreza y
marginación en un mundo marcado por graves desequilibrios económicos y
ambientales, por procesos de globalización conducidos por el egoísmo más que
por la solidaridad, por conflictos armados desoladores y absurdos. La opción
preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica... Es por lo
tanto natural que quien quiera de verdad ser compañero de Jesús, comparta
realmente el amor por los pobres. Para nosotros la opción por los pobres no es
ideológica, sino que nace del Evangelio.
Para los cristianos que alimentamos nuestra fe en
torno a la Compañía de Jesús y a la espiritualidad ignaciana resuenan con
fuerza estas palabras del Papa emérito. Pero también el Papa Francisco, desde
su propia espiritualidad ignaciana como jesuita, nos recuerda la necesidad de
que los seguidores de Jesús tengan la misma sensibilidad de Cristo. Esto
significa pensar como Él, querer como Él, ver como Él, caminar como Él.
Significa hacer lo que Él hizo con los mismos sentimientos de su Corazón. Él,
que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que
debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la
condición de servidor, como acabamos de escuchar en la carta de san Pablo.
Los que seguimos a Jesús deberíamos estar
dispuestos a vaciarnos de nosotros mismos y rellenarnos de sus sentimientos,
teniéndole a Él como centro de la vida y de la historia. El cristiano tendría
que ser alguien de pensamiento abierto, sin las ataduras que nos esclavizan al
pasado, a la tradición, a la rutina. Porque los sentimientos de Cristo apuntan
a un horizonte que es la gloria de Dios y el amor de los hermanos: ésta es la
pasión que mueve la vida de Jesús. Esta pasión que le hace de corazón abierto y
entregado a los demás. Si seguimos al Señor, también nosotros quedaremos
sorprendidos por la libertad que Él nos da y la entrega en el amor a que nos
impulsa.
Cristo nos da la libertad, Cristo nos da la
salvación, Cristo nos la esperanza, Cristo nos da el amor, como recita la
canción.
Sin embargo, al ser pecadores, podemos
preguntarnos si nuestro corazón sigue buscando al Señor o si, al contrario, se
ha atrofiado; preguntémonos si nuestro corazón sigue en tensión, sin adaptarse
a las circunstancias, sin cerrarse en sí mismo. Para encontrar a Dios hay que
buscarlo, y una vez encontrado seguir buscándolo en todo momento. Solo esta
inquietud dará paz a nuestro corazón. Mi corazón está inquieto y no reposará
hasta que descanse en ti, decía S. Agustín.
Es sin duda un desafío laborioso, pero los que
hemos sido llamados por Dios al seguimiento de Jesús, aceptamos con confianza
que el Señor, que nos ha llamado a la fe y a su servicio, y ha comenzado en
nosotros su buena obra, Él mismo nos dará la fuerza para cumplirla para la mayor
gloria de su nombre, que hoy celebramos.
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