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viernes, 24 de diciembre de 2021

MISA VESPERTINA EN LA VIGILIA DE NAVIDAD

 


Primera Lectura: Is 62,1-5

Salmo Responsorial: Salmo 88

Segunda Lectura: Hech13, 16-17.22-25

Evangelio: Mt 1, 1-25

 

Navidad, fiesta de la alianza amorosa

Acabamos de escuchar en la lectura del profeta Isaías que Jerusalén, la ciudad destruida y prostituida por sus enemigos, desterrada y solitaria, infiel y  pecadora, es, a pesar de todo, invitada por Dios a unirse a Él en una alianza de amor, como  una novia virgen y joven.

Es ésta una de las más bellas imágenes de lo que es Navidad, día en el que brilla desbordante el apasionado amor de Dios hacia los hombres; el total y absoluto amor, más fuerte  que la misma infidelidad.

Hoy se nos dice que no es cierto que Dios castigue nuestro pecado y desprecie nuestra  pequeñez. El Dios de Jesús, no conoce el resentimiento ni la venganza. Todo  él vibra como un novio en la noche de bodas. Y en esta Vigilia de Navidad, la novia es la humanidad; mujer de cuyo seno brota y surge el bello fruto de la libertad, de la paz, de la justicia y de la  alegría.

El esposo divino hoy invita a su mujer humana a vivir amando, a amar gozando, a gozar  entregándose. Y nosotros lo intuimos bastante bien al considerar este día como una de nuestras fiestas  populares más grandes y más bulliciosas, además de ser la más íntima y más familiar del año. Es la  noche de bodas de Dios y la humanidad.

Los cristianos, tan acostumbrados a llamar Padre a Dios, hemos olvidado ese otro nombre con que la Biblia lo invoca: ESPOSO. Es cierto que a los hombres nos cuesta  sentirnos «la esposa» de Dios, cumpliendo un papel femenino ante su masculinidad. Pero  más allá de las palabras y el género, está la realidad profunda: dos esposos son dos seres que se unen  en una empresa común: amarse y gozar, crecer y hacer crecer. La figura del “padre”  siempre nos deja la impresión de autoridad, de severidad, de poder y, desgraciadamente, hasta de castigo. No así la de “esposo”: nuestro Dios se nos acerca seduciéndonos, sin gritos ni amenazas, enamorado  de la raza humana, atrapado por nuestra condición humana. Tanto se enamora que se  vuelca totalmente y se hace “hijo” de la tierra, se hace hombre: es Jesús, el Hijo de Dios. Sentir en esta noche a Dios como esposo, nos lleva, sin duda alguna, a un cambio muy  grande en nuestra concepción de la religión y de la fe. Al esposo se le habla de igual a igual,  se le siente la otra parte de uno mismo, la otra mitad de nuestro propio ser. Sólo en la unión con el  esposo la mujer se siente entera, total. Y lo mismo le sucede al marido con su mujer.

Navidad nos muestra a este Dios presente en un niño, en todo igual a los hombres; necesitado de cariño y afecto, de una madre, de gente a su alrededor... Dios necesita de nosotros, hombres y mujeres. Y nosotros necesitamos de este Dios, que es la interioridad de nuestra vida, la plenitud de nuestro ser, la totalidad de nuestro amor.

jueves, 2 de diciembre de 2021

DOMINGO 2º DE ADVIENTO (Ciclo C)


Primera Lectura: Bar 5, 1-9
Salmo Responsorial: Salmo 125
Segunda Lectura: Flp 1, 4-6.8-11
Evangelio: Lc 3, 1-6

Podemos celebrar cientos de navidades sin que Dios nazca jamás en nuestros corazones.
Por eso necesitamos un tiempo de interioridad, para poder de una vez acoger la luz del Señor. Para que el día de la llegada del Señor no nos caiga encima improvisadamente y nos encuentre desprevenidos. ¡Sería tragicómico pasar la vida invocando la llegada del Señor, y que no nos encuentre en el momento de su llegada interior!
Ciertamente, no es fácil y todo nos va contracorriente: las crisis económicas y de valores; el ambiente pringoso que se estimula en este tiempo; el impulso navideño perpetrado por el mercado, que pone su punto de apoyo en los buenos sentimientos para vender más; las dificultades de la vida de cada día.
No es fácil, pero es posible. Cristo nos pide levantar la mirada, en vez de lamentarnos; nos pide mirar más allá; nos pide mirar a otro lugar, siempre más allá. Lo importante es llegar a la auténtica Navidad con el corazón ligero, sin permitir que se nos recargue de disipación, de aturdimiento y de las preocupaciones de la vida.
Dios viene, él toma la iniciativa, él da el primer paso para acercarse a nosotros. La Escritura nos revela el rostro de un Dios que establece relaciones, que busca a cada persona, que la corteja. Pero la espléndida y dramática historia entre Israel y su Dios no ha sido siempre dichosa y fecunda.
Ahora, en el Adviento, Dios viene para explicarse, para contarnos quien es, para expresarse. Dios viene a revelarse.

Comienzo
El áulico y solemne inicio de la predicación del Bautista confirma la intención que tiene Lucas de contar acontecimientos históricos, ni narraciones edificantes ni piadosos cuentos de gente devota. Lucas, discípulo de Pablo, no ha visto a Jesús nunca en su vida. Como nosotros, es alguien que se ha sentido fascinado y seducido por la predicación de otros, en su caso, por el fuego de la palabra de Pablo. Lucas era antioqueno, un griego, culto y fino, que escribe su evangelio después de Marcos y contemporáneamente de Mateo. Ya entonces Lucas quería demostrar que él no iba tras cuentos y fábulas, sino que su anuncio se basaba bases sólidas.
La descripción de la situación geo-política del tiempo de la predicación del Bautista nos asombra, y quiere recordarnos hoy, una y otra vez, que no corramos tras fantasías, porque nuestra fe se apoya en sólidas bases, (aunque algunos cristianos se comporten como personajes de opereta).
Tras las palabras de Lucas hay historia, no mitos. ¡Dios quiera que Lucas nos haga avergonzarnos, al menos un poco, de nuestra impresionante ignorancia evangélica!

Otras historias
Lucas quiere también decirnos otras cosas.
Todos los personajes, enumerados en el texto evangélico que hemos escuchado, quién más quién menos, tienen en su mano el poder absoluto, saben que pueden decidir la suerte de los pueblos; se sienten y son grandes. La Palabra de Dios elude elegantemente a todos los señores de la época y se posa sobre un machacado treintañero, macerado por el viento del desierto y por el ayuno, un loco de Dios hosco y rabioso que se consume en las riberas del Jordán; la Palabra de Dios se posa sobre Juan el Bautista.