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domingo, 13 de noviembre de 2016

Homilía en la Eucaristía de Clausura de la Congregación General 36 - Iglesia de San Ignacio




Al final de una fuerte experiencia de discernimiento suele aparecer en nosotros un sentimiento de vértigo frente a lo que va a venir después. Sentimos la dificultad de hacer vida la elección realizada, de convertirnos al modo de proceder que exprese la decisión que hemos tomado siguiendo el soplo del Espíritu Santo.
Los Ejercicios Espirituales de san Ignacio presentan como transición a la vida cotidiana la “contemplación para alcanzar amor”. Una contemplación en la que resuena con fuerza la primera carta del apóstol san Juan que acabamos de escuchar. Dios quiere darse a conocer como Aquel que es Amor. Por eso se hace presente en la humanidad enviando a su Hijo, gesto de amor que nos da vida, la única vida verdadera a la que nosotros aspiramos. Dios Padre pone en práctica las dos observaciones que nos hace san Ignacio al comienzo de la contemplación: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” y “el amor consiste en comunicación de las dos partes”, en la que cada uno da todo lo que tiene y es. El Señor se ha entregado totalmente, hasta la muerte en cruz, y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, porque nos ha dado su Espíritu. San Ignacio nos invita a pedir el reconocimiento de tanto bien recibido como motor para que también nosotros nos entreguemos enteramente para en todo amar y servir a su divina Majestad.
            Esta es la frase que ha guiado nuestras sesiones en el aula de la Congregación. Cristo en cruz ha estado presente en nuestras tareas para llevar nuestro discernimiento más
allá de nuestros razonamientos, de nuestros gustos o malestares, para llegar a la consolación que proviene de estar en sintonía con la voluntad del Padre. Jesús, en la víspera de su pasión, se acercó al monte los Olivos y luchaba en su oración incluso hasta sudar “como gotas espesas de sangre” para aceptar las consecuencias de su misión, bastante alejadas de lo que le gustaba o con las que pudiera estar de acuerdo. Nosotros también nos quedamos impactados por los testimonios de nuestros hermanos en situaciones de guerra y así, nos sentimos empujados por el amor para decir juntos: “Tomad, Señor, y recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta”.
            También en esta Congregación General hemos vivido de nuevo esta experiencia del amor de Dios que se hace presente de modos tan distintos en nuestra vida personal y en nuestro cuerpo de compañeros de Jesús. Una vez más nos ha sorprendido la abundancia, la variedad y la profundidad de sus dones. Todo lo que hemos experimentado ha sido gracia, don gratuito y sorprendente. 
           El proceso de discernimiento de la Compañía reunida en Congregación General nos pone ante el reto de convertirnos en ministros de la reconciliación en un mundo que no se ha detenido durante nuestras deliberaciones. Las heridas de las guerras siguen ahondándose, los flujos de refugiados crecen, los sufrimientos de los migrantes nos golpean cada vez más, el Mediterráneo se ha tragado decenas de personas en estos dos meses que nosotros hemos pasado juntos. Las desigualdades entre los pueblos y dentro de las naciones son el signo del mundo que desprecia a la humanidad. La política, ese “arte” de negociar para poner el bien común por encima de los intereses particulares sigue debilitándose ante nuestros ojos. Los intereses particulares, de hecho, enmascarados bajo capa de nacionalismos, eligen gobernantes y toman decisiones que detienen los procesos de integración y el actuar como ciudadanos del mundo. La política no consigue convertirse en el modo humano de tomar decisiones razonables cuando renuncia a invocar la imposición de los poderosos. El deseo profundo de las madres y de los niños de todos los rincones del mundo de poder vivir una vida en paz, con relaciones fundadas en la justicia, parece alejarse en medio de conflictos y guerras por motivos opuestos al amor que nos puede hacer vivir.
            Nuestro discernimiento nos lleva a ver este mundo con los ojos de los pobres y a colaborar con ellos para hacer crecer la vida verdadera. Nos invita a ir a las periferias y a intentar comprender cómo afrontar globalmente la integralidad de la crisis que impide las condiciones mínimas de vida a la mayoría de la humanidad y pone en riesgo la vida sobre el planeta Tierra, para abrir espacio a la Buena Nueva. Nuestro apostolado es, por lo tanto, necesariamente intelectual. Los ojos misericordiosos que hemos adquirido al identificarnos con Cristo en cruz nos permiten afrontar la comprensión de todo lo que oprime a los hombres y mujeres de nuestro mundo. Los signos que acompañan nuestro anuncio del Evangelio son los que corresponden a expulsar los demonios de las falsas comprensiones de la realidad. Por eso aprendemos lenguas nuevas para comprender la vida de los distintos pueblos y a compartir la Buena Nueva de la salvación para todos. Si abrimos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo y nuestras mentes a la verdad del amor de Dios no beberemos el veneno de las ideologías que justifican la opresión, la violencia entre los seres humanos y la explotación irracional de las reservas naturales. Nuestra fe en Cristo muerto y resucitado nos permitirá contribuir, con tantos otros hombres y mujeres de
buena voluntad, a imponer las manos sobre este mundo enfermo y colaborar en su curación.
            Vayamos, pues, a predicar el Evangelio por todas partes, consolados por la experiencia del amor de Dios que nos ha puesto juntos como compañeros de Jesús. Como a los primeros Padres, el Señor nos ha sido propicio en Roma, y nos envía a todos los lugares del mundo y a todas las culturas humanas. Vayamos confiados porque Él trabaja a nuestro lado y confirma con signos inéditos nuestra vida y misión.


Arturo Sosa, S.I.
12 de noviembre de 2016

lunes, 24 de octubre de 2016

Discurso del Santo Padre Francisco a los miembros de la 36ª Congregación General de la Compañía de Jesús



Es una tradición muy establecida que con ocasión de las Congregaciones Generales se tenga un encuentro de los delegados con el Santo Padre. La mayoría de las veces se ha tenido el encuentro en el marco de una audiencia en el Vaticano, aunque ya en alguna ocasión el Papa ha escogido realizar el encuentro con los jesuitas reunidos en Congregación General en la curia de la Compañía.  Así, este lunes 24 de octubre, en la Mañana, el Papa Francisco ha arribado discretamente a la curia, recibido por el Padre General, Arturo Sosa y el superior de la comunidad de la Curia, el P. Joaquín Barrero.

Tras acompañarle hasta el aula y el Papa ha participado en la oración de la mañana con los delegados. El tema de la oración fue escogido para la ocasión: el buen pastor. La reflexión ha hecho referencia al P.  Franz van de Lugt, pastor de los suyos en Homs, Siria, asesinado por la locura de la guerra. Los miembros de la Congregación han querido orar por el Papa Francisco, como él mismo lo pide con frecuencia a todas las personas con quienes se encuentra.

El Papa Francisco ha hablado a la Congregación General con un discurso dirigido a la Compañía de Jesús que entusiasma y que orienta. Ha dado una buena idea de la manera como entrevé el servicio a la Iglesia y al mundo que la Compañía de Jesús puede ofrecer, de manera pertinente, en conexión con su propio ministerio. Toda su intervención ha estado marcada por una apertura hacia el futuro, por una llamada a ir más lejos, un soporte para el “caminar”, el modo de marchar que les permite a los jesuitas ir al encuentro de los otros y acompañarlos en su propio caminar.




Aula de la Congregación General
Curia General de la Compañía de Jesús.
24 de octubre de 2016


Queridos hermanos y amigos en el Señor:

Al rezar pensando qué les diría, recordé con particular emoción las palabras finales que nos dijo el Beato Pablo VI al finalizar nuestra Congregación General XXXII: “Così, così, fratelli e figli. Avanti, in Nomine Domini. Camminiamo insieme, liberi, obbedienti, uniti nell'amore di Cristo, per la maggior gloria di Dio”1.

También San Juan Pablo II y Benedicto XVI nos han animado a “caminar de una manera digna de la vocación a la que hemos sido llamados (Ef 4, 1)”2 y a “proseguir por el camino de la misión con plena fidelidad a vuestro carisma originario, en el contexto eclesial y social característico de este inicio de milenio. Como os han dicho en varias ocasiones mis antecesores, la Iglesia os necesita, cuenta con vosotros y sigue confiando en vosotros, de modo especial para llegar a los lugares físicos y espirituales a los que otros no llegan o les resulta difícil hacerlo3. Caminar juntos -libres y obedientes-, caminar yendo a las periferias donde otros no llegan, “bajo la mirada de Jesús y mirando el horizonte que es la Gloria de Dios siempre mayor, el que nos sorprende siempre4. El jesuita está llamado para “discurrir -como dice Ignacio- y hacer vida en cualquiera parte del mundo donde se espera más servicio de Dios y ayuda de las ánimas" (Co 304). Es que: “Para la Compañía, todo el mundo le ha de ser casa”, decía Nadal5.

Ignacio le escribía a Borja, a propósito de una crítica de los jesuitas llamados “angélicos” (Oviedo y Onfroy), porque decían que la Compañía no estaba bien instituida y que había que instituirla más en espíritu: el espíritu que los guía -decía Ignacio- “ignora el estado de las cosas de la Compañía, que están in fieri, fuera de lo necesario (y) substancial6. Me gusta tanto esta manera de ver de Ignacio a las cosas en devenir, haciéndose, fuera de lo substancial. Porque saca a la Compañía de todas las parálisis y la libra de tantas veleidades.

La Fórmula del Instituto es lo “necesario y substancial” que debemos tener todos los días ante los ojos, después de mirar a Dios nuestro Señor: “El modo de ser del Instituto, que es camino hacia Él”. Lo fue para los primeros compañeros, y previeron que lo fuera “para los que nos sigan por este camino”. Así, tanto la pobreza, como la obediencia, o el hecho de no estar obligados a cosas como rezar en coro, no son ni exigencias ni privilegios, sino ayudas que hacen a la movilidad de la Compañía, al estar disponibles “para correr por la vía de Cristo Nuestro Señor.” (Co 582) teniendo, gracias al voto de obediencia al Papa, una “más cierta dirección del Espíritu Santo” (Fórmula Instituto 3). En la Fórmula está la intuición de Ignacio, y su sustancialidad es lo que permite que las Constituciones hagan hincapié en tener siempre en cuenta “los lugares, tiempos y personas”, y que todas las reglas sean ayudas -tanto cuanto- para cosas concretas.

El caminar, para Ignacio, no es un mero ir y andar, sino que se traduce en algo cualitativo: es aprovechamiento y progreso, es ir adelante, es hacer algo en favor de los otros. Así lo expresan las dos Fórmulas del Instituto aprobadas por Paulo III (1540) y Julio III (1550), cuando centran la ocupación de la Compañía en la fe -en su defensa y propagación- y en la vida y doctrina de las personas. Aquí Ignacio y los primeros compañeros usan la palabra aprovechamiento (ad profectum7, cfr. Fil 1, 12 y 25), que es la que da el criterio práctico de discernimiento propio de nuestra espiritualidad.

El aprovechamiento no es individualista, es común: “El fin de esta Compañía es, no solamente atender a la salvación y perfección de las ánimas propias con la gracia divina, mas con la misma, intensamente procurar de ayudar a la salvación y perfección de las de los prójimos” (Ex 1,2). Y, si para algún lado se inclinaba la balanza en el corazón de Ignacio, era hacia la ayuda de los prójimos; tanto es así, que se enojaba si le decían que la razón de que alguno se quedara en la Compañía era “para que así salvara su ánima. Ignacio no quería gente que, siendo buena para sí, no se hallara en ella aptitud para el servicio del prójimo” (Aicardo I punto 10 pág. 41).

El aprovechamiento es en todo. La fórmula de Ignacio expresa una tensión: “no solamente… sino…”; y este esquema mental de unir tensiones -la salvación y perfección propia, y la salvación y perfección del prójimo- desde el ámbito superior de la Gracia, es propio de la Compañía. La armonización de ésta y de todas las tensiones (contemplación y acción, fe y justicia, carisma e institución, comunidad y misión…) no se da mediante formulaciones abstractas, sino que se logra a lo largo del tiempo mediante eso que Fabro llamaba “nuestro modo de proceder8. Caminando y “progresando” en el seguimiento del Señor, la Compañía va armonizando las tensiones que contienen y producen, inevitablemente, la diversidad de gente que convoca y las misiones que recibe.

El aprovechamiento no es elitista. En la Fórmula, Ignacio procede describiendo medios para aprovechar más universalmente, que son propiamente sacerdotales. Pero notemos que las obras de misericordia se dan por descontadas, ¡¡¡la Fórmula dice “sin que eso sea óbice” para la misericordia!!! Las obras de misericordia -el cuidado de los enfermos en las hospederías, la limosna mendigada y repartida, la enseñanza a los pequeños, el sufrir con paciencia las molestias… - eran el medio vital en el que Ignacio y los primeros compañeros se movían y existían, su pan cotidiano: ¡cuidaban que todo lo demás no fuera óbice!

domingo, 16 de octubre de 2016

Congregaciones Generales y Superiores Generales de los Jesuitas

Con ocasión de la elección del P. Arturo Sosa como Superior General de la Compañía de Jesús, una recopilación de las Congregaciones Generales que eligieron a los 31 Generales y trataron asuntos de gobierno a lo largo de la historia de la orden.