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domingo, 18 de mayo de 2014

DOMINGO V DE PASCUA (Ciclo A)


Primera Lectura: Hch 6, 1-7
Salmo responsorial: Salmo 32
Segunda lectura: 1 Pe 2, 4-9
Evangelio: Jn 14, 1-12

No debemos tener miedo, dice Jesús. Y utiliza el verbo indica que el temor suscitado por la tormenta en el mar.
Es cierto. En las vicisitudes de la vida muchas veces nos sentimos como en medio de una tormenta, incapaces de gobernar el barco. El clima de tensión que vivimos, la inseguridad económica, la desintegración de los valores, la insignificancia de la Iglesia en la sociedad, no hace más que cargar el ambiente. Da la sensación de estar en el final de una era.
No tengamos miedo, nos insiste el Señor, confiemos en él, que nos prepara un lugar en la casa del Padre. En medio de las vicisitudes de la vida el Señor Jesús nos muestra el camino para descubrir el verdadero rostro de Dios y, en consecuencia, el rostro de nosotros mismos.
Son palabras fuertes las que la liturgia nos ofrece hoy; las palabras pronunciadas por Jesús, según el evangelista Juan, durante su última cena, una especie de testamento para los discípulos.

¿Cómo?
A Tomás, Jesús le indica un recorrido, un camino. En los comienzos de la Iglesia, los cristianos eran llamados “los del camino”, los que seguían un camino. En cambio, hoy en día, muchos conciben la fe como una casa, un templo, un refugio, un bunker, un paquete de verdades inamovibles en las que creer. No deja de ser curioso.
Sin embargo, el cristianismo es algo dinámico, que está siempre en camino, ¡alguien que sigue a quien no tiene donde reclinar la cabeza no puede pretender ser un cristiano de una vez para siempre!
Jesús responde al desconcertado Tomás, que acaba de enterarse pero no del todo, que el Señor va delante de nosotros, que va a siempre más allá, que no nos deja solos, sino que nos invita a arremangarnos para la tarea.
Para mantenernos creyentes, dice Jesús, debemos confiar en que él es el camino, la verdad y la vida.

domingo, 11 de mayo de 2014

DOMINGO IV DE PASCUA (Ciclo A)


Primera Lectura: Hch 2,14a.36-41
Salmo Responsorial: Salmo 22
Segunda Lectura: 1 Pe 2,20b-25
Evangelio: Jn 10, 1-10

El Señor ha resucitado. Lo han visto, lo han encontrado y abrazado. Los discípulos han llorado y reído; están asombrados, perplejos, turbados. Saben que hace falta tiempo para creer. También lo sabemos nosotros.
Pedro y Juan que corren al sepulcro; María Magdalena que no se separa de su dolor; Tomás y su desgarrador sufrimiento ante la duda; los discípulos de Emaús y su esperanza decepcionada. Convertirse al resucitado no es un asunto que se solventa en un par de minutos, no es un recorrido para personas débiles, sino para hombres y mujeres fuertes y tenaces.
El Señor los alcanza allí dónde están, en la condición en que estén.
Los alcanza y los ayuda a superará cada miedo, cada sufrimiento.
Los alcanza porque los quiere, porque quiere para ellos la plena salvación, porque los ayuda a descubrir a Dios y a descubrirse creyentes.
Lo hace porque su vida, nuestra vida, es preciosa ante sus ojos. Lo hace porque sabe a dónde llevarlos, a dónde llevarnos.

Preciosos
¿Para quién soy yo realmente importante? ¿Para quién soy yo verdaderamente precioso? Instintivamente buscamos a alguien que esté dispuesto a acogernos, a valorarnos, a querernos profundamente más allá de nuestra inevitable pobreza y limitación.
El mundo a nuestro alrededor es desalentador. Las personas son sólo un número, un consumidor o un problema social. Sólo cuentan para los que producen o consumen y, por eso, muchos luchan para salir del anonimato, cueste lo que cueste. Vivimos en una sociedad llena de llamadas confusas que nos seducen para competir y rivalizar, para tener y aparentar. Llamadas que son felicidades incapaces de llenar el corazón humano.
Corremos detrás de un sueño, como quien corre tras una chica que se convierte en princesa, como si se tratara de una bonita fábula. Pero la vida también está hecha de hombres que eligen la parte oscura, y la fábula se convierte en un sueño de muerte, como sucede con tantos terroristas o capos de todo tipo, traficantes y delincuentes. Los ladrones y bandidos de los que nos habla el evangelio de hoy, que se cuelan por tantas falsas puertas de nuestra vida.
Bueno, pues en medio de este desastre, la Iglesia proclama con toda convicción, a pesar de las contradicciones de nuestro tiempo, que cada persona, sea quien sea, es hija de Dios y es preciosa a sus ojos.

jueves, 1 de mayo de 2014

CON EL TIEMPO – José Luis Borges





“Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano y encadenar un alma.
Y uno aprende que el amor no significa acostarse,
y que una compañía no significa seguridad,
y uno empieza a aprender…

Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas,
y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta
y los ojos abiertos,
y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes…
y los futuros tienen su forma de caerse por la mitad.

Y uno aprende que si es demasiado
hasta el calor del sol puede quemar.
Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma,
en lugar de que alguien le traiga flores.