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domingo, 18 de enero de 2015

Anuario S.J. 2015 - CLAUDIO ACQUAVIVA

Claudio Acquaviva (1543 - 1615)

Según muchos historiadores contemporáneos
Claudio Acquaviva (1543 -1615),
quinto superior general de la Compañía de Jesús,
es considerado el segundo legislador de la Orden
después del fundador Ignacio de Loyola.

“Entre las cualidades con las que estaba dotado dominó su apego muy profundo a las cosas de Dios, una cierta dulzura y suavidad en la piedad, de la que no se desmintió nunca, a la que ningún gravamen de ocupaciones ahogó, ni vicisitud alguna de acontecimientos turbó.” Éste es el retrato que el jesuita y estrecho colaborador, Bernardo de Angelis, hizo del prepósito general de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva (1543 -1615).

A cuatrocientos años de la muerte del quinto General de la Compañía de Jesús, que se cumplen el 31 enero del 2015, queda ciertamente viva y todavía actual hoy su huella en la historia de la Orden, así como la marca que su largo generalato (un récord imbatido de 34 años: de 1581 a 1615) supo dar a la Compañía de Jesús, según la mayoría de los historiadores, en las orientaciones, sobre todo reglas y disciplina interior, hasta su supresión en 1773.

Un hombre atento más a lo esencial que a la fascinación de la apariencia, enamorado de los Padres de la Iglesia, asiduo lector de la Sagrada Escritura y de oración constante: éste es el Acquaviva íntimo y profundo conocedor de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, que nos narra,  en una descripción casi hagiográfica, su primer biógrafo, el jesuita Francisco Sacchini.

Pero más allá de la persona particular, del jesuita austero y ascético, hoy todavía son muchos los interrogantes, las cuestiones abiertas sobre su largo gobierno como general de la Compañía, sobre la huella misionera que supo imprimir a la Orden, sobre cómo logró salvar y defender la identidad ignaciana frente a las presiones de las cortes europeas, de Felipe II de España, del Papado, de la Inquisición, de las injerencias de las otras Órdenes (en particular los dominicos) en la disciplina interna de los jesuitas.

Por todo esto quizá no sea casualidad que la mayoría de los historiadores contemporáneos, incluido Mario Fois, considere a Claudio Acquaviva el auténtico “segundo legislador” de la Compañía de Jesús, después de su fundador Ignacio de Loyola.

Perteneciente a una familia de la nobleza meridional, nació en Atri el 14 septiembre de 1543;  en 1567 decidió entrar en la Compañía de Jesús, en la cual hará una rápida carrera. En 1576 es elegido provincial de Nápoles y en 1579 es llamado a dirigir la Provincia romana de la Compañía de Jesús. Será el Papa Gregorio XIII quien, obstaculizando la elección de un General español, favorecerá su ascenso a Prepósito General de la Compañía. Acquaviva es elegido por los miembros de la Congregación General IV de 1581, a la muerte del prepósito general anterior, el belga Everardo Mercuriano. Salió elegido al primer escrutinio con 32 votos sobre 57. La falta de unanimidad en la votación, por ser italiano, hacía presagiar ya las dificultades de gobierno que caracterizarían su largo generalato.  Se encontró, en efecto, con tener que regir a la Compañía en un momento de extrema tensión interior; los años de su gobierno vieron sobre todo la multiplicación de impulsos autonomistas (sobre todo en la catolicísima España), de las diversas Provincias que soñaban con poder  desengancharse del gobierno central de la curia de los jesuitas de Roma y poder elegir un día, como nos dice el anónimo autor de la Vida de Pedro de Ribadeneira, un “generalillo propio”.

Anuario S.J. 2015 - SAN PEDRO FABRO



San Pedro Fabro


Maestro de espiritualidad y de vida para el Papa Francisco,
este jesuita originario de Saboya (Francia)
ha sido declarado santo en diciembre de 2013.
Fue uno de los primeros compañeros de S. Ignacio,
hombre de profunda espiritualidad,
precursor del diálogo interreligioso,
misionero itinerante por Europa.

En el grupo de estudiantes de teología que dio origen a la Compañía de Jesús, en París, Pedro Fabro, nacido en la aldea de Villaret, en Saboya (Francia), fue intelectualmente el más brillante, además del más humilde y el más disponible para servir los demás, tal como han transmitido los historiadores jesuitas. Hijo de pastores, desde pequeño deseó estudiar. Un tío cura reconoció sus capacidades y lo puso en condiciones de realizar su objetivo. Llegado a la Sorbona, se encontró compartiendo la habitación con Ignacio de Loyola y Francisco Javier. Con el primero se creó enseguida un profundo entendimiento:  Pedro lo ayudaba en los estudios e Ignacio, por su parte, lo ayudaba a superar los escrúpulos que le bloqueaban en la vida espiritual, haciendo sentirse indigno de llegar a ser sacerdote. Ignacio lo hubiera querido como superior de la primera comunidad de jesuitas en Roma pero la Providencia decidió de otro modo.

Fabro fue el primero de la Compañía que entró en Alemania, donde participó en la dieta de Worms, en el séquito de Pedro de Ortiz, representante del emperador Carlos V. Estuvo luego en los Países Bajos, en España y en Parma, allí donde fuera necesaria una figura de profunda cultura y equilibrio espiritual para encontrar soluciones a las tensiones intra-eclesiales y no sólo a éstas. Pedro Canisio, el apóstol de la Contrarreforma en Alemania, ingresó en la Compañía después de haber hecho los ejercicios espirituales ignacianos bajo la guía de Fabro. También fue decisivo en la vocación de San Francisco de Borja. Murió en Roma con sólo 40 años, el 1 agosto del 1546, pocas semanas antes de partir para el Concilio de Trento.

El 17 de diciembre de 2013, con una bula pontificia, el Papa Francisco ha proclamado Santo al jesuita “reformado” Pedro Fabro, extendiendo su culto a la Iglesia universal. La regla adoptada para el beato Fabro es la de la canonización así llamada “equipolente”, práctica utilizada respecto a figuras de particular relevancia eclesial, de quienes se atestigua un culto litúrgico antiguo, extendido y con incesante fama de santidad y prodigios. Esta práctica se ha efectuado regularmente en la Iglesia, aunque no con frecuencia, a partir del Papa Benedicto XIV (1675 -1758). En la historia reciente Juan Pablo II realizó tres de ellas; Benedicto XVI, una,  que ha sido la última antes de Fabro,  la de Angela de Foligno,  firmada el 9 de octubre de 2013 por el mismo Papa Francisco. Pero la canonización del beato saboyano Pedro Fabro reviste un sentido muy particular  porque él es un modelo de espiritualidad y vida sacerdotal para el actual sucesor de Pedro y al mismo tiempo una de las referencias importantes para comprender su estilo de gobierno.

jueves, 1 de enero de 2015

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS - 1º DE ENERO


Primera Lectura: Num 6, 22-27
Salmo Responsorial: Salmo 66
Segunda Lectura: Gal 4, 4-7
Evangelio: Lc 2, 16 -21

      La Navidad puede cumplir nuestras esperanzas más profundas o puede ser una agradable borrachera de un momento pero que al final nos deja decepcionados. Todo depende de cómo respondamos a la ocasión. Dios nos da una oportunidad excepcional con el regalo de su Hijo, ¿qué hacemos con este don? Hoy encontramos tres grupos en el evangelio, cada uno de ellos contesta de manera diferente al don de Dios.
            Los pastores escuchan la palabra de los ángeles, averiguan de qué va el tema, y reconocen a su Señor. Ellos aprecian el don de Dios como nosotros, reunidos hoy para celebrar la Eucaristía en esta mañana de Año Nuevo.  Sabemos que el Salvador ha llegado y que tenemos que ponernos a su servicio. Nosotros también lo haremos, pero por algún tiempo, pero no mucho, porque pronto caeremos en la tentación de maldecir al abuelo que conduce muy lentamente su coche por la calle, o bien a la joven madre que - presurosa - va demasiado aprisa del trabajo a casa.
            El segundo grupo que encontramos en la lectura es el de las personas que, como los pastores, cuentan lo que han visto y oído. Ellos quedan maravillados, pero tampoco esto es muy significativo. En el evangelio hay muchos que quedan maravillados por los milagros de Jesús, pero no todos lo siguen. Su fe no tiene mucha raíz como la gente que celebra las fiestas de modo superficial. Reconocen el regalo del tiempo que Dios nos concede para celebrar los acontecimientos, pero se olvidan del objetivo que es conocer, amar y servirá a Dios, como Ignacio de Loyola nos recuerda en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.
            En el tercer grupo sólo una persona comprende plenamente: María la Madre de Dios. Ella conservaba todas las cosas en su corazón. Es la perfecta cristiana que no solamente escucha la Palabra, sino reflexiona para llevarla a la práctica. Ella nos da un modelo para vivir nuestras propias vidas. En la encarnación facilitada por María, Dios, haciéndose hombre, llena de santidad cada fragmento de vida, desde el trapo para lavar el suelo, a la mano grasienta de un mecánico, al esfuerzo repetitivo de un obrero en la fábrica. Desde la maternidad divina de María ya no existen lugares y tiempos sagrados. Existe un lugar y un tiempo santo que es la vida de cada uno, en la que Dios elige habitar. Para darnos cuenta de esta transfiguración tenemos necesidad de silencio y oración, como hace María, la bonita, guardando en el corazón todos los acontecimientos, poniendo juntos, ante el Señor, los trozos de la vida: el alboroto de la noche del parto, la visita inesperada y llena de estupor de los pastores, la fatiga de tener un recién nacido que, incluso siendo la presencia misma de Dios, hay que amamantarlo y cambiarle los pañales o a cualquier recién nacido del mundo.