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viernes, 5 de enero de 2024

EPIFANÍA DEL SEÑOR (6 de enero) Ciclo B


Primera Lectura: Is 60, 1-6
Salmo Responsorial: Salmo 71
Segunda Lectura: Ef 3, 2-3a.5-6
Evangelio: Mt 2, 1-12

Los Magos que llegan del oriente con sus regalos han señalado verdaderamente la fantasía humana a lo largo de la historia: quizás por ese no sé qué de exótico que llevan consigo, todos hemos quedado fascinados por estas extrañas figuras de la Navidad y llevamos en el corazón la imagen infantil de las estatuillas que añadíamos el día de Reyes como último toque al belén familiar.

Pero estemos atentos a no reducir los Reyes a una fábula edificante. Hemos de tomar muy en serio la narración de Mateo, que es ante todo una síntesis teológica, un mensaje de fe, sin olvidar por ello los suficientes enganches históricos que en ella se encuentran.

Mosaico bíblico

Para quienes conocen bien la Biblia (¡ojalá estuviéramos todos entre ellos!) salta a la vista enseguida el mosaico de alusiones y referencias bíblicas que componen este texto.

La intención de Mateo está clara. Él, como judío que es, escribe su Evangelio para una comunidad judeocristiana, muy cerrada en sí misma, y desea abrirles la mirada: el Mesías ha llegado y él es realmente el esperado de las gentes, no solamente el pastor de Israel.

Como cada pequeña comunidad que tiene que sobrevivir entre otras culturas agresivas, Israel, a lo largo de su misma historia, se encerró como una minoría acorazada, alérgica a lo extranjero, perdiendo el barniz primitivo, y olvidándose de que él era el pueblo que llevó a otros pueblos el rostro del Dios misterioso que se había manifestado a Abraham y a los padres en la fe.

Y, cosa asombrosa, los primeros en acoger al Mesías son obviamente judíos, pero judíos olvidados, los pobres de Yahveh: María, José y los pastores. El Dios que viene no es acogido por el potente partido de los saduceos, ni por el Sumo Sacerdote, o por los fariseos, que eran los devotos más practicantes.

Y, cosa asombrosa, son los extranjeros, los marginados, los que no eran del pueblo, a los que llamaban “perros” ellos son los que reconocen el rostro de Dios. Dios quiere revelarse a todos, quiere alcanzar a cada persona, a cada nación.

Jesús ha venido para ser reconocido por todos los pueblos de la tierra, representados en el evangelio de Mateo por los misteriosos Magos de oriente. Pero hay algo más: el gran Leví, el publicano que llegó a ser evangelista del reino de Dios, logra sacar de su pluma algunos subrayados que ahora os muestro.

Brujos y magos

Los Magos eran astrólogos orientales, probablemente ricos, ya que se podían permitir sus aficiones, pasatiempos y salir de su tierra para seguir el acontecimiento cósmico del nacimiento de una estrella, o una conjunción astral, o cualquier otro fenómeno astrológico.

La teoría era sencilla: un acontecimiento sideral tenía que corresponderse con un acontecimiento terrenal. Así su viaje los lleva con naturalidad a buscar un rey en la cercana tierra de Palestina.

Y aquí encuentran al rey-pelele Herodes, tan cruel y cínico que podía vivir sujeto a Roma y construir, a la vez, un pequeño imperio en su corte. Herodes queda aturdido por aquella situación: ¿qué va a saber él de las viejas teorías de los creyentes de Israel? ¿El Mesías? ¿El nuevo David? ¡Pero si ahora el rey es él! ¡A qué le vienen con estas historias!

Herodes se convierte, de repente, en un devoto acomodaticio y busca una respuesta en quienes conocen bien las escrituras. Los escribas le dan la respuesta exacta: el Mesías tiene que provenir de la casa de David y, por lo tanto, nacer en la ciudad de Belén, a pocos kilómetros al sur de Jerusalén.

¿Qué pensamientos pasaron por la mente de los Magos? Entonces ¿no era un rey lo que buscaban? ¿Y qué era esa historia del mandato de Dios? La estrella reaparece y se alegran por ello. Llegan a Belén y se postran ante la madre y el niño, ofreciéndoles unos   regalos que, por lo menos, no dejaban de ser curiosos.

Además

Mateo está diciéndonos: “Si quieres descubrir de verdad la presencia de Dios, tienes que salir de tu entorno, aunque el motivo del viaje no sea por razones de fe.”

Tengamos en cuenta que los Magos no son creyentes, simplemente son personas que buscan la verdad, que buscan una respuesta a sus teorías y siguen a una estrella que los lleve a confirmar su búsqueda.

Eso sí: son honestos, se mojan, se dejan interpelar por ideas diferentes a las suyas (las Escrituras de Israel eran para ellos…. ¡chino!) y al final encuentran a Dios. Esos extraños orientales son la imagen de todos los hombres y mujeres que quieren descubrir el sentido de su vida, de tantos que han buscado las huellas de la verdad en el arte, en la historia, en el pensamiento, en la civilización y la cultura... Y que al final encontraron a Dios.

Es magnífico lo que afirma Mateo: una búsqueda honesta y dinámica de la verdad nos llevará hasta la gruta donde Dios nos desvela su tierno rostro de niño.

Por eso, Herodes, los sacerdotes y los escribas no encontrarán nunca al Mesías. Herodes considera a Dios un adversario y un competidor que le va a robar el puesto.

¡Cuánto Herodes hay por ahí suelto! Los que piensan que Dios es la negación del hombre y el cristianismo la muerte de la felicidad humana… La verdad es que, nosotros los cristianos, tenemos alguna responsabilidad en ello, pero este es otro tema, bastante triste por cierto…

¿Y los escribas? Unos turistas de lo sagrado, doctos conocedores de la Escritura, que – diríamos - van a Misa todos los domingos, o varias veces a la semana, rezan cada día y siguen un curso bíblico. Son personas que saben, conocen todo de un Dios, al que ni buscan ni lo necesitan. Son ellos los que pretenden decir a Dios lo que tiene que hacer en cada momento.

Hay pocos kilómetros de Jerusalén a Belén, pero no salen de su casa y no saben lo que está pasando allí, fuera de su confortable entorno. Conocen a Dios sobre el papel, en su mente ilustrada, pero no en el corazón humano.

Ahí están

Los que son buscadores de Dios ahí están ante de la gruta. Y ¿qué le ofrecen...? Ofrecen al infante regalos poco habituales, tal vez forzados por el argumento teológico de Mateo, pero llenos de verdad y de asombro: le ofrecen oro porque reconocen en el niño al rey; el incienso porque reconocen en el niño la presencia de Dios; y ... la mirra: un regalo de pésimo gusto porque es el ungüento usado para embalsamar los cadáveres. El niño de Dios vive desde ya la contradicción de la muerte, del rechazo, de la entrega total de sí a los demás... hasta la muerte.

¿Y nosotros? ¿Tenemos gana de ser un poco Magos? Ser buscadores de Dios, saliendo de nosotros y de nuestras seguridades, para poder llegar a la intemperie donde Dios se manifiesta a todos los pueblos. Sólo quienes buscan el reino de Dios y su justicia, como los Magos, lo podrán acoger. ¡Pongámonos pues en camino!

 

 

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