Los
Magos que llegan del oriente con sus regalos han señalado verdaderamente la
fantasía humana a lo largo de la historia: quizás por ese no sé qué de exótico
que llevan consigo, todos hemos quedado fascinados por estas extrañas figuras
de la Navidad y llevamos en el corazón la imagen infantil de las estatuillas
que añadíamos el día de Reyes como último toque al belén familiar.
Pero
estemos atentos a no reducir los Reyes a una fábula edificante. Hemos de tomar
muy en serio la narración de Mateo, que es ante todo una síntesis teológica, un
mensaje de fe, sin olvidar por ello los suficientes enganches históricos que en
ella se encuentran.
Mosaico bíblico
Para
quienes conocen bien la Biblia (¡ojalá estuviéramos todos entre ellos!) salta a
la vista enseguida el mosaico de alusiones y referencias bíblicas que componen
este texto.
La
intención de Mateo está clara. Él, como judío que es, escribe su Evangelio para
una comunidad judeocristiana, muy cerrada en sí misma, y desea abrirles la mirada:
el Mesías ha llegado y él es realmente el esperado de las gentes, no solamente
el pastor de Israel.
Como
cada pequeña comunidad que tiene que sobrevivir entre otras culturas agresivas,
Israel, a lo largo de su misma historia, se encerró como una minoría acorazada,
alérgica a lo extranjero, perdiendo el barniz primitivo, y olvidándose de que él
era el pueblo que llevó a otros pueblos el rostro del Dios misterioso que se había
manifestado a Abraham y a los padres en la fe.
Y,
cosa asombrosa, los primeros en acoger al Mesías son obviamente judíos, pero judíos
olvidados, los pobres de Yahveh: María, José y los pastores. El Dios que viene no
es acogido por el potente partido de los saduceos, ni por el Sumo Sacerdote, o por
los fariseos, que eran los devotos más practicantes.
Y,
cosa asombrosa, son los extranjeros, los marginados, los que no eran del
pueblo, a los que llamaban “perros” ellos son los que reconocen el rostro de
Dios. Dios quiere revelarse a todos, quiere alcanzar a cada persona, a cada
nación.
Jesús
ha venido para ser reconocido por todos los pueblos de la tierra, representados
en el evangelio de Mateo por los misteriosos Magos de oriente. Pero hay algo más:
el gran Leví, el publicano que llegó a ser evangelista del reino de Dios, logra
sacar de su pluma algunos subrayados que ahora os muestro.
Brujos y magos
Los Magos eran astrólogos orientales, probablemente ricos, ya que se podían permitir sus aficiones, pasatiempos y salir de su tierra para seguir el acontecimiento cósmico del nacimiento de una estrella, o una conjunción astral, o cualquier otro fenómeno astrológico.
La
teoría era sencilla: un acontecimiento sideral tenía que corresponderse con un
acontecimiento terrenal. Así su viaje los lleva con naturalidad a buscar un rey
en la cercana tierra de Palestina.
Y
aquí encuentran al rey-pelele Herodes, tan cruel y cínico que podía vivir
sujeto a Roma y construir, a la vez, un pequeño imperio en su corte. Herodes queda
aturdido por aquella situación: ¿qué va a saber él de las viejas teorías de los
creyentes de Israel? ¿El Mesías? ¿El nuevo David? ¡Pero si ahora el rey es él! ¡A
qué le vienen con estas historias!
Herodes
se convierte, de repente, en un devoto acomodaticio y busca una respuesta en quienes
conocen bien las escrituras. Los escribas le dan la respuesta exacta: el Mesías
tiene que provenir de la casa de David y, por lo tanto, nacer en la ciudad de Belén,
a pocos kilómetros al sur de Jerusalén.
¿Qué
pensamientos pasaron por la mente de los Magos? Entonces ¿no era un rey lo que
buscaban? ¿Y qué era esa historia del mandato de Dios? La estrella reaparece y
se alegran por ello. Llegan a Belén y se postran ante la madre y el niño, ofreciéndoles
unos regalos que, por lo menos, no
dejaban de ser curiosos.
Además
Mateo
está diciéndonos: “Si quieres descubrir de verdad la presencia de Dios, tienes
que salir de tu entorno, aunque el motivo del viaje no sea por razones de fe.”
Tengamos
en cuenta que los Magos no son creyentes, simplemente son personas que buscan
la verdad, que buscan una respuesta a sus teorías y siguen a una estrella que
los lleve a confirmar su búsqueda.
Eso
sí: son honestos, se mojan, se dejan interpelar por ideas diferentes a las
suyas (las Escrituras de Israel eran para ellos…. ¡chino!) y al final
encuentran a Dios. Esos extraños orientales son la imagen de todos los hombres
y mujeres que quieren descubrir el sentido de su vida, de tantos que han
buscado las huellas de la verdad en el arte, en la historia, en el pensamiento,
en la civilización y la cultura... Y que al final encontraron a Dios.
Es
magnífico lo que afirma Mateo: una búsqueda honesta y dinámica de la verdad nos
llevará hasta la gruta donde Dios nos desvela su tierno rostro de niño.
Por
eso, Herodes, los sacerdotes y los escribas no encontrarán nunca al Mesías.
Herodes considera a Dios un adversario y un competidor que le va a robar el
puesto.
¡Cuánto
Herodes hay por ahí suelto! Los que piensan que Dios es la negación del hombre
y el cristianismo la muerte de la felicidad humana… La verdad es que, nosotros los
cristianos, tenemos alguna responsabilidad en ello, pero este es otro tema,
bastante triste por cierto…
¿Y
los escribas? Unos turistas de lo sagrado, doctos conocedores de la Escritura, que
– diríamos - van a Misa todos los domingos, o varias veces a la semana, rezan
cada día y siguen un curso bíblico. Son personas que saben, conocen todo de un Dios,
al que ni buscan ni lo necesitan. Son ellos los que pretenden decir a Dios lo
que tiene que hacer en cada momento.
Hay
pocos kilómetros de Jerusalén a Belén, pero no salen de su casa y no saben lo
que está pasando allí, fuera de su confortable entorno. Conocen a Dios sobre el
papel, en su mente ilustrada, pero no en el corazón humano.
Ahí están
Los
que son buscadores de Dios ahí están ante de la gruta. Y ¿qué le ofrecen...? Ofrecen
al infante regalos poco habituales, tal vez forzados por el argumento teológico
de Mateo, pero llenos de verdad y de asombro: le ofrecen oro porque reconocen
en el niño al rey; el incienso porque reconocen en el niño la presencia de
Dios; y ... la mirra: un regalo de pésimo gusto porque es el ungüento usado
para embalsamar los cadáveres. El niño de Dios vive desde ya la contradicción
de la muerte, del rechazo, de la entrega total de sí a los demás... hasta la
muerte.
¿Y nosotros?
¿Tenemos gana de ser un poco Magos? Ser buscadores de Dios, saliendo de
nosotros y de nuestras seguridades, para poder llegar a la intemperie donde
Dios se manifiesta a todos los pueblos. Sólo quienes buscan el reino de Dios y su justicia, como los Magos, lo podrán
acoger. ¡Pongámonos pues en camino!
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