¡Fuera las
máscaras!
Quitémonos las máscaras. Primero las del reciente Carnaval,
pero sobre todo las que siempre llevamos puestas.
Comenzamos la Cuaresma, el tiempo que cada año se
nos da para volver a lo esencial, para volver a nosotros mismos, para conseguir
que el alma aflore en nuestra vida, en definitiva… para encontrar a Dios.
La verdad es que lo deseamos, pero también sabemos
lo difícil que es conservar la fe, lo difícil que es hacer del evangelio la
medida con la que juzgamos nuestra vida, lo difícil que es mantenernos en
intimidad con nosotros mismos.
Este tiempo, que busca ponernos en contacto con
las cosas esenciales, nos prepara para la gran fiesta de la Pascua, y hemos de
ponernos en guardia para que las muchas iniciativas propuestas por las
parroquias y centros de culto no nos se nos hagan rutinarias, diluidas y ya
sabidas.
No se trata de quitarnos el disfraz que
habitualmente llevamos en la vida de cada día, para vestir otro disfraz de penitente
cuaresmal, pensando que así complacemos a Dios. El problema no es comer o no
comer carne los viernes, o dar parte de mi dinero a los necesitados o a las
misiones, ni poner caras largas de mortificados, sino hacer más viva nuestra
fe. Hacer de nuestra fe, de nuestra confianza en Jesús, una fuente viva que
riegue hasta el último surco de nuestra vida.
Como Jesús fue al desierto para decidir de qué
modo afrontar su misión, así nosotros entramos en el desierto cuaresmal para
enfocar bien las opciones de vida que queremos hacer.
La verdad es que, leyendo el evangelio de Marcos, uno
se queda bastante decepcionado: el evangelista resume las tentaciones de Jesús
en sólo dos versículos, sin entrar en el detalle. Pero vamos aprendiendo a desconfiar
de las aparentes simplificaciones de Marcos, porque los matices que
caracterizan su narración son un universo que tenemos que descubrir.
Espíritu
En primer lugar, es el Espíritu el que empuja a Jesús
al desierto para satisfacer su deseo de verdad, de oración y de silencio. En
otro fragmento del evangelio, ya habíamos encontrado al Maestro, por la noche, solo,
orando con el Padre. Ahora lo encontramos concentrándose en esa relación con
Dios por un largo período de tiempo.
¿Por qué nosotros no tenemos también el ánimo y el deseo de aprender en el silencio, de descubrir lo que es una oración hecha de escucha de la Palabra de Dios? ¿Por qué no nos atrevemos, empujados por el Espíritu, a dedicar algún tiempo durante el año para dejar aflorar nuestro espíritu y nuestra alma? ¡Ojalá tengamos el ánimo y el deseo de repetirle, una y otra vez, a nuestro tibio cristianismo que es el Espíritu el que nos empuja hacia nuestra interioridad!
En segundo lugar, Jesús se queda en el desierto
durante 40 días, tentado por Satanás.
No es éste un paréntesis en su vida para sufrir
todas las tentaciones juntas, y ya está. Los cuarenta días hacen referencia al
camino del Éxodo (durante 40 años), indicando así toda una generación, es decir
toda una vida.
Jesús, durante toda su vida, quiso estar en
contacto íntimo con Dios, en el desierto de su corazón. Jesús, durante toda su vida,
combatió contra el maligno, contra Satanás.
Éste es el término que usa Marcos, entre los
muchos que tenía a su disposición para elegir; en este caso no indica tanto la
personificación del mal cuanto el espíritu maligno, el adversario, el causante
de la división y los enfrentamientos. Es la parte oscura de la realidad que nos
expone continuamente a una dura prueba.
El mal existe y actúa continuamente en nuestras
vidas, llevándonos a la parálisis, al abandono y al aislamiento, o a la lepra,
como decíamos el domingo pasado.
Somos libres porque Dios nos ha hecho así, y muchas
veces nos cuesta elegir la parte luminosa de la realidad, aquella que proviene
del Señor. Incluso a veces tenemos la impresión de estar siempre combatiendo
contra el mal. Por eso, es consolador saber que también Jesús vivió así
luchando y, sobre todo, saber que venció y sigue venciendo al maligno.
Fieras y ángeles
También nos dice Marcos que las fieras y los
ángeles servían a Jesús en el desierto. ¿Qué significa esto? Los exegetas dan
dos explicaciones, vosotros elegiréis la que más os guste.
Una es que, quizás, Marcos piense que Jesús está
creando una nueva realidad. El hombre que vive en armonía con la creación, con
las bestias feroces, vuelve a reclamar el estado inicial de Adán. Es como
decir: Jesús es el nuevo Adán.
Además es como decir que allí, en el desierto, Jesús
encuentra la armonía primordial, y también nosotros en el desierto podemos encontrar
la energía inicial. ¿Qué otra cosa mejor se nos puede decir para que deseemos y
nos apropiemos del silencio y de la oración que nos propone la Cuaresma?
Otra explicación es que, quizás, Marcos se refiera
a las fieras que aparecen en la profecía de Daniel: allí se hacía referencia a las
grandes potencias extranjeras de la época. Aquí las fieras se referirían a los
poderes contra los que Jesús tiene que vérselas (Roma, el Sanedrín, los
fariseos) pero, también, a cualquier poder, de entonces y de ahora, que no reconozca
la supremacía de Dios.
Nuestra vida es como un tejido: la trama la
diseñamos nosotros, pero tiene que ser necesariamente entrelazada con la
urdimbre. La sensación que tenemos de que nuestra vida no va a ninguna parte,
tal vez deriva del hecho de que nos ilusionamos con entretejer un tejido sin ninguna
urdimbre en la que apoyar nuestras tramas y, claro, así no hay nada consistente
y todo se nos va entre los dedos, como se va el agua en un cesto.
Los ángeles, en este caso, nos indican las muchas
presencias que Jesús y nosotros, encontramos en nuestro recorrido de fe, y que
nos vuelven a llevar a Dios. Un amigo, un cura, un acontecimiento, un libro…
pueden convertirse en ángeles que nos ayudan a superar las tentaciones, a
reconstruir la urdimbre del tejido de nuestra vida, haciéndola consistente.
Galilea
Marcos es el único evangelista que une el final
del desierto con el principio de la predicación de Jesús en Galilea. Quiere
esto decir que no vamos al desierto para quedarnos en él, que no estamos construyendo
un mundo aparte e ideal para consolarnos en lo espiritual, escapando de la dura
realidad, sino que después de superar la tentación del maligno y después de
volver a la armonía inicial, gracias a la ayuda de tantos “ángeles” que Dios
nos pone en el camino, regresamos a nuestra Galilea particular, a nuestra vida
concreta, para ser testigos creíbles, para realizar el Reino de Dios, con la
ayuda del Señor.
Que tengamos una buena Cuaresma los que queremos ser seguidores de Jesús, el Maestro. Dejemos que el Espíritu nos empuje al desierto con él.
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