Salmo responsorial: Salmo 89
Segunda
lectura: Flm 1, 9b,10.12-17
Evangelio:
Lc 14,25-33
Aquí
estamos ya al final de un verano más. Verano que se cierra con las
insoportables y exasperantes escaramuzas políticas mientras de la otra parte
del Mediterráneo se usan gases nerviosos para matar niños.
Un
cúmulo de contradicciones que va configurando nuestra vida. Y nosotros aquí,
dispuestos a combatir la violencia que llevamos en el corazón, a buscar huellas
de luz, arremangándonos para ofrecer soluciones a partir del periódico.
La
Palabra de Dios nos acompaña siempre con constancia y fuerza, con reflexiones
que socavan los corazones de piedra para liberar el alma presa en ellos. Y hoy la
Palabra añade una vuelta de tuerca escalofriante a nuestra reflexión. Ante
tanta exigencia, alguien podría pensar “¿Y quién es capaz de ser discípulo así?
Es mejor malvivir como una buena persona: católico, sí, pero de bajo perfil. Y
además, podría añadir: pero ¡qué pretensiones tiene Jesús!”.
El
camino de conversión es largo, hermanos, pero merece la pena afrontarlo. La
alternativa sería dejarse morir día tras día atropellados por el cada vez mayor
vacío y sinsentido que nos rodean.
Ánimo, entonces.
El
autor del libro de la Sabiduría escribe una reflexión que no desentonaría -sino
todo lo contrario- como editorial en alguno de nuestros acreditados diarios
nacionales. Cuando dice que "los razonamientos de los mortales son tímidos
y nuestras reflexiones inciertas, ¿quién puede rastrear las cosas del
cielo?", descubre que, a pesar de todo, no tenemos en nosotros la
respuesta al sentido de la vida.
Nuestro
mundo, que ha hecho progresos increíbles en la ciencia y en el conocimiento, lucha
por crecer en sabiduría, pero no logra dar respuesta a las preguntas de sentido
de los hombres.
Nuestro
mundo es tecnológico, organizado, anhela a cruzar los espacios siderales,
conoce gran parte de los secretos de la energía, logra mejorar continuamente el
bienestar de los habitantes del planeta (al menos de los del hemisferio
Norte...), pero lo que no logra dar respuesta al rapaz que se esconde en la
droga, lo que no logra es contener el odio que se acalora en la guerra, lo que no
supera es la indiferencia y la soledad que encierran a las familias en jaulas
de cemento.
Estos
días está candente la violencia en Siria y se oyen tambores de guerra. El Papa
Francisco, hombre lleno de sabiduría, está clamando por la paz, por una paz
fruto del diálogo, del consenso y del acercamiento entre los pueblos, ¡no por
la fuerza de las armas! Para ello hemos de volver a Dios misericordioso, fuente de toda paz, y rogarle
que escucha el clamor del pueblo sirio, que conforte a los que sufren a
causa de la violencia, consuele a los que lloran a sus difuntos, convierta los
corazones de los que han tomado las armas, y proteja a los que se han comprometido con la paz. Hemos de pedir al Dios de la esperanza
que inspire a los líderes para que escojan la paz en lugar de la violencia y
busquen la reconciliación con sus enemigos.
Esta
es la respuesta que nos da la primera lectura que hemos escuchado: lo único
esencial es buscar la verdadera sabiduría, entrar dentro de las cosas, yendo
más allá de la apariencia, redescubriendo las profundidades del ser, allá donde
habita Dios.
Es
una sabiduría que no es simple cultura o inteligencia, sino saborear la
realidad, descubrir, como Jesús nos dirá, que somos creados para amar y, amando,
cambiar el mundo.
Necesitamos
el regalo de la Sabiduría para levantar nuestra mirada a lo alto. Es lo que
pretende el Papa convocando a todos los cristianos y personas de buena
voluntad, a la jornada de ayuno y oración que, a estas horas, se está
celebrando en la Plaza de San Pedro, de Roma, y en tantos otros templos del
mundo entero con un clamor: ¡Nunca más la guerra!
Buscando la
felicidad
Jesús
tiene una respuesta ardiente y seductora: sólo yo -dice- puedo colmar cada
deseo.
Al
fin del verano, el Señor nos invita a echar cuentas, para que nos enteremos de que
nuestro corazón necesita una plenitud que sólo Dios puede dar. Jesús no se presenta
como el fundador de una filosofía o de una religión sino como el único capaz de
llevarnos a Dios y de hacernos vivir en plenitud.
Jesús
nos confronta y nos desafía: él pretende ser más que cualquier afecto, más que
la mayor alegría (el amor, la paternidad, la maternidad), más que lo que una
persona pueda experimentar. Amarlo sobre todas las cosas significa que él es
capaz de hacernos más felices que la mayor alegría que seamos capaces de vivir.
¡Qué
presuntuoso es este Jesús…! ¿De verdad que puede darnos una alegría más grande
de la mayor que podamos experimentar? Sí, puede.
Tantos
hermanos y hermanas como nosotros, no exaltados, no "raros", no diferentes,
han descubierto dónde encontrar la felicidad, y nos testimonian que sí, que Dios
es la plenitud de la vida. Y el cristianismo ha superado dos mil años de
historia y de mediocridad de sus mismos fieles porque algunos hombres y mujeres,
devorados por el encuentro con Cristo, lo han hecho creíble.
Sí:
es posible encontrar a Cristo. En tantos
sitios…: interiormente, en la oración, en el rostro del hermano, en tantos
momentos fugaces de la existencia.
Sí,
es posible encontrar a Cristo, a pesar de nuestros evidentes límites. Jesús es pasión infinita, plenitud, inquietud,
regalo total que se nos da.
Si
buscamos a Dios, echemos bien las cuentas, calculemos cuidadosamente en qué
estamos invirtiendo, qué es lo que nos estimula y nos inquieta, qué nos distrae
y nos desorienta. La propuesta de Dios es desconcertante y fascinadora y si,
después de dos mil años, hoy, millones de personas la seguimos escuchando,
significa que quizás sea cierto que sólo Dios puede llenar nuestra inquietud,
él sólo puede llenar el deseo de infinito que habita en cada uno de
nosotros.
Cambios
Viviendo
así, nuestra vida cambia de perspectiva.
Poner completamente la búsqueda de Dios en el centro de la vida, nos hace llegara
a ser personas nuevas.
De
esto sabe algo Filemón, simpático cristiano de los orígenes cristianos, al que Pablo
dirige una nota acompañando a un esclavo
que se había refugiado en el apóstol. Pablo invita a Filemón a salir de la
lógica de este mundo (dueño-esclavo) para entrar en la lógica del Reino de Dios,
(hermano-hermano). Pablo no lo sabía, pero en aquella pequeña nota estaba
plantando la semilla que se convertiría en el árbol de la abolición de la
esclavitud.
- Busquemos
a Dios en este curso, apenas iniciado.
- No
aquel pequeñito de nuestros miedos, de nuestros delirios, de nuestras
obsesiones. Sino al Dios magnífico del
Señor Jesús.
- Aquel
que es más grande que la mayor alegría que podamos vivir.
El
Señor que mantiene lo que promete, nos conceda, realmente, tener el ánimo para abandonar
nuestras pequeñas certezas y afrontar con decisión la aventura de su seguimiento. Así sea.
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