Salmo responsorial Salmo112
Segunda lectura : 1 Tim2, 1-8
Evangelio: Lc 16, 1-13
La semana pasada veíamos cómo el Dios de Jesús
ha cambiado la vida de tantos que nos hemos encontrado con Él. Frecuentándolo,
uno se entera de que está "dentro" de un inmenso proyecto de amor que
Dios tiene para la humanidad. Y entonces todas las cosas, o casi todas, cambian,
adquieren una coloración diferente. Conocer a Dios, al Dios de Jesús, significa
cambiar el orden de las cosas, la prioridad de la vida, la energía en las opciones.
En este
sentido, los discípulos, de alguna manera, influimos en la historia. Influimos (o
podríamos) en la historia real de nuestro país inquieto y a la deriva, que
abandona la profundidad del mensaje evangélico dejándose seducir por las
habladurías del momento, que olvida lo esencial transmitido por nuestros padres
cediendo a una lógica raquítica y oportunista, superficial e inquietante.
Se está produciendo un desmoronamiento del
sentido de pertenencia y solidaridad que nuestro pueblo heredó del
cristianismo. Y uno de los problemas reales al que nos enfrentamos es el de una
economía que, indiferente a cualquier ética, sólo tiene sed de lucro, y está
mandando a la trituradora millones de sueños, de valores y de personas.
Una Palabra que ilumina
Todos nosotros, si estamos atraídos en serio por
el Señor Jesús, si estamos fascinados por su Evangelio, llevamos una pregunta
clavada en el corazón: ¿cómo cambiar la suerte del mundo? ¿Cómo encauzar la
deriva de la economía que barre la dignidad de los hombres, como evitar esta
despiadada e indolora dictadura del capitalismo?
En otros tiempos hubo otras respuestas por parte
de los discípulos del Resucitado: comunidades solidarias, la caridad como
dimensión necesaria para la vida interior, las obras de caridad, los hospitales.
Otros tiempos, ambiguos, quizás, pero evidentes, leíbles, localizables: p. ej.:
un patrón cristiano tenía que comportarse primero como cristiano y luego como
patrón.
Pero ahora todo es complejo, retorcido: la nueva
economía, la globalización, los mercados que imperan y devoran, un sistema
basado sobre la beneficio a cualquier precio, y desde ahí se organiza la
política, las guerras, se planifica el futuro. ¿Qué podemos hacer nosotros como
ciudadanos del mundo?
Pistas
El Evangelio de hoy nos da alguna pista. Primera
consideración: la riqueza, el poder, no son asuntos de la cartera sino del
corazón, no es cosa de cantidad, sino de actitud. Nadie de nosotros forma parte
de los “grandes” del mundo, y esto podría alentarnos falsamente. Pues aunque
sea con poco, también podemos tener una actitud de apego a los bienes que nos
apartan del objetivo de nuestra vida, que es la plenitud del Reino de Dios.
El profeta Amós, en la primera lectura, se fija con
amargura en la situación de su tiempo: un poder corrupto y una hipocresía
difusa que observan las prácticas religiosas permitiendo la opresión del
pobre.
¡Qué tristemente actual es esta página! Ante la
pérfida lógica del capitalismo en la que vence el más fuerte, nuestra
conciencia cristiana tiene que reaccionar; no recurriendo a piadosas limosnas sino
afrontando con honestidad la realidad, para proponer en lo concreto una economía
en la que prevalezca la persona sobre el capital, una economía menos capitalista
y más personalista, que ponga en el centro a la persona, no el provecho.
¿Estudias economía y empresariales? ¿Por qué no
discutes una tesis sobre la realización de los principios cristianos en la
economía? ¿Tienes una actividad comercial? ¿Qué relación tienes con la equidad
y la justicia? ¿Estás encerrado en tus intereses? ¿Por qué no hojeas alguna
página de prensa “alternativa” para saber que un nigeriano gana 90 euros y que
en Pakistán el 50% de los niños es explotado con trabajos pesados y extenuantes
por que cuestan menos? ¡El conocimiento es el primer paso hacia el compartir!
Ocasiones de compartir, las hay continuamente luego.
El apóstol Pablo exhorta a no pensar que la fe
sólo se ocupa de lo sagrado. Una fe que no sea contagiosa, iluminadora,
instrumento para construir un mundo nuevo, no sirve para realizar el Reino de
Dios.
El
administrador deshonesto
El administrador de la parábola que hemos
escuchado en el Evangelio, es alabado por Jesús por su sagacidad, no por su
deshonestidad, y Jesús suspira tristemente: "¡Si pusiéramos la misma
energía en buscar las cosas de Dios!"; si pusiéramos en las cosas de Dios al menos la misma
inteligencia, el mismo tiempo, el mismo entusiasmo que ponemos en
invertir nuestros recursos! La astucia del administrador
es la actitud que falta a nuestras cansadas comunidades cristianas,
encorsetadas en un pensamiento débil que se acomoda sobre cuatro devociones y
un poco de moralismo sin la osadía de la conversión, del diálogo, de la
reflexión.
Nosotros, discípulos de Cristo, podemos vivir en
la paz, pero también en la justicia -libres de la ansiedad del dinero, libres
de avaricia- para ser verdaderos discípulos. Si soy discípulo de Cristo sé lo que
valgo, sé cuánto valen los otros y voy buscando lo esencial en mis relaciones,
la honestidad en el desarrollo de mi trabajo, la solidaridad, un estilo de vida
recto y conforme al Evangelio. Porque… ¿quién es el dueño de la humanidad? ¿Dios
o la riqueza? Esa riqueza que hoy tiene mil seductores rostros nuevos: mercado,
provecho, autorrealización...
El Papa Francisco nos exhorta a este respecto.
Todavía decía ayer en la Misa de Santa Marta:
«No se puede servir a Dios y
al dinero; o uno u otro. Y esto no es comunismo»(…)
(…) “Pero,
Padre, yo leo los Diez Mandamientos y ninguno habla mal del dinero. Contra cuál
Mandamiento se peca cuando uno comete una acción por el dinero’”. ¡Contra el
primero! ¡Pecas de idolatría! He aquí el por qué: ¡porque el dinero se
convierte en ídolo y tú le rindes culto! Y por esto Jesús nos dice que no
puedes servir al ídolo dinero y al Dios Viviente: o a uno o al otro. Los
primeros Padres de la Iglesia - hablo del siglo III, más o menos el año 200, el
año 300 - decían una palabra fuerte: ‘El dinero es el estiércol del diablo’. Y
es así, porque nos hace idólatras y enferma nuestra mente con el orgullo y nos
hace maníacos de cuestiones ociosas y nos aleja de la fe, corrompe”.
Desgraciadamente,
la riqueza se ha convertido en nuestro mundo
globalizado en un ídolo de inmenso poder que, para subsistir, exige cada vez
más víctimas y deshumaniza y empobrece cada vez más la historia humana. En
estos momentos nos encontramos atrapados por una crisis generada en gran parte
por el ansia de acumular.
Prácticamente, todo se organiza, se mueve y dinamiza
desde esa lógica: buscar más productividad, más consumo, más bienestar, más
energía, más poder sobre los demás... Si no la detenemos esta lógica, puede
poner en peligro al ser humano y al mismo planeta.
Pero Jesús no es moralista: el dinero no es sucio,
es simplemente peligroso porque promete lo que no logra mantener ni cumplir y
el discípulo, el hijo de la luz, lo tiene que usar sin convertirse en su esclavo.
De lo contrario permaneceremos en las tinieblas.
Concluyo uniéndome a Pablo, nuestro hermano en
la fe. Releamos la invitación que él hace a Timoteo en la segunda lectura, roguemos
con fe, levantemos las manos al cielo sin contiendas, invoquemos el regalo de la paz para
nuestra tierra, empeñémonos en recorrer una vida tranquila, con toda piedad y
dignidad en el Señor. Tal vez así podamos ser para otros una ayuda para la concienciación, el discernimiento y el compromiso en
estos momentos. La crisis nos puede hacer más humanos y más cristianos. Que así sea.
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