Salmo Responsorial: Salmo 94
Segunda lectura: 2 Tim 1,6-8.13-14
Evangelio: Lc 17, 5-10
Vivimos tiempos difíciles, lo vemos todos.
La crisis económica pega duro y casi no se ven
perspectivas. No tenemos certezas sobre el futuro, aunque tengamos ganas y
calidad para ello. Muchos no saben si habrán contribuido lo suficiente para recibir una
jubilación. Algunos padres me cuentan, desalentados, la resignación de sus
hijos neo-licenciados anclados en prácticas infinitas y contratos basura.
Además el espectáculo desconcertante del mundo
político de estos años no favorece la confianza. Más allá de vuestros gustos
políticos, hace falta reconocer con amargura que se ha tocado fundo, en un
remolino que va a peor y que ha olvidado los valores éticos, incluso de forma
notoria cuando se trata de recoger consensos electorales.
También en la Iglesia: a veces los creyentes
tienen la impresión de estar puestos en un rincón, atacados en la esencia misma
de la fe. Ciertamente no ha ayudado el 11 de septiembre y otros ataques
terroristas en cuanto que se ha identificado la fe con el fanatismo. Así, subrepticiamente,
se introduce la idea de que todas las creencias se conviertan en radicalismos,
que cada institución, la Iglesia en primer lugar, existe para que algunas
personas conserven sus privilegios. No hay un día en los periódicos que no
salgan hechos que tienen como protagonistas a curas u obispos, en situaciones a
veces dramáticas que hay que analizar con seriedad y serenidad, cierto, pero,
más a menudo, en situaciones tratadas con un delirante moralismo que ha
reemplazado la sobria moral que se desprende del Evangelio.
Cuando se aparta a Dios no es que no se crea más
en nada, sino que se acaba con la creencia de todo.
Pero a las antipatías del mundo que sella a la
Iglesia como intolerante en nombre de la tolerancia, ha llegado el dramático
escándalo de la pedofilia que es la más dura prueba que hemos de afrontar desde
los tiempos de los mártires de los primeros siglos.
Así la Iglesia está llamada a afrontar estos
tiempos sin levantar empalizadas, sin hablar la misma lengua o pagar con la
misma moneda de este mundo cruel.
Cuando el mundo habla a despropósito de la
Iglesia, la Iglesia es llamada a hablar de Cristo. Es a confiar su Maestro que no lo ha
abandonado nunca aun cuando los cristianos arruinaban a trozos la credibilidad
de la Iglesia.
Ante todo esto, el ruego de los discípulos, es
hoy el nuestro: Señor, auméntanos la fe.
Habacuc
Habacuc está desalentado, ¡cómo no entenderlo?
El pequeño y obstinado pueblo de Israel tiene que luchar continuamente para
sobrevivir entre los gigantes: los egipcios y los asirios antes, los babilones
luego… toda su historia es un sucederse de invasiones y golpes de estado, de
tragedias y de injusticias.
Ahora en los confines de Israel atacan los Caldeos.
El profeta, exasperado, dirige el mismo ruego a
Dios: tiene que defenderlo ante el pueblo, pero ¿cómo se hace para suscitar la
fe en un pueblo exasperado? Dios
contesta invitando Habacuc y a Israel a la fe, conservando la fe, la
confianza.
Cómo a Lázaro, el domingo pasado, Dios promete apretar
entre sus brazos con inmenso cariño al justo que vive por la fe.
Los profetas de ayer y de hoy se estrellan
continuamente con la misma desconcertante objeción: ¿dónde está Dios cuándo el
hombre desencadena la violencia, cuando prevalece la tiniebla, cuando el justo es escarnecido y despreciado?
Y hoy la Palabra nos contesta: sólo con la fe
podemos atrevernos a intuir la respuesta.
Fiarse
Habacuc es invitado a fiarse; Timoteo recibe una
conmovedora carta de Pablo encarcelado y es invitado a hacer memoria de la
misma vocación episcopal; los apóstoles, después de un momento de euforia por
los éxitos conseguidos por el Nazareno, empiezan a estrellarse contra sus
propios límites y contra la hostilidad de algunos fariseos y sienten vacilar la
tímida llamita de la fe. Fiaros, dice la Palabra, confía, deja, desconfía de
tus presuntas certezas. La fe es un razonable
abandonarse en los brazos del amado, en el gesto inconsciente y obvio del niño
que se tira a los brazos del padre.
No estamos llamados a confiar en un misterio
inescrutable, a seguir a ciegas los órdenes de la divinidad, a bajar la cabeza
ante la voluntad difícil e incomprensible de un Moloch al que tenemos que
creer.
El Dios de Israel pide confianza, el Dios que caminó
y sufrió en el desierto, el Dios que acompañó e iluminó una tribu beduina haciéndola
transformarse en el pueblo de la esperanza, el Dios que ha iluminó a los reyes
de Israel, el Dios que arrancó hombres de la dehesa y de la tierra
consagrándolos profetas, el Dios que -exhausto- se ha convertido en hombre (fragilidad,
cansancio, sudor, decisión, riesgo), para definirse pide confianza, pero no una
cualquiera.
El Dios que ha demostrado millones de veces
cuánto dolorosamente ama.
Confianza
en Él
Confianza en el Nazareno revelador del Padre,
hijo del Dios bendito que ha revolucionado la vida de sus discípulos desvelando
el rostro del Padre al morir en la
cruz.
Confiad al menos como un granito de mostaza, dice
el Maestro.
No lo sabe Habacuc, pero un enésimo choque con
una cultura extranjera obligará a Israel a redescubrir sus raíces y volver a
ser una señal en el mundo.
Pablo no lo sabe, pero sus palabras doloridas y
ásperas serán tomadas por el Espíritu Santo y nosotros llenáis de Dios de tal
modo así que, hoy, leemos la Palabra de Dios en los labios agrietados de Pablo el
desmoralizado e inquieto apóstol.
Piedro, Juan y los otros no lo saben, pero su
fe, más pequeña que un granito de mostaza, crecerá y se volverá un inmenso
árbol a cuya sombra reposamos nosotros, asustados discípulos del tercer
milenio… también cuando los cristianos
bajamos a trozos la credibilidad de la Iglesia.
Ligereza
Amigo: abandónate en los brazos de Dios; pero en
serio, no por simulación. Conozco
personas que -con el agua al cuello- ponen a prueba a Dios. Se fían de palabra pero no se apartan de la
ribera para vadear el ancho río, o el ancho mar.
A veces nuestra vida es inquieta y está llena de
dudas pero no nos despegamos de ello, invocamos Dios, sin dejarle la
posibilidad de actuar y de salvarnos; invocamos Dios, sí, pero explicándole lo
que tiene que hacer.
¿Quieres ser discípulo? Pon tu vida y tu
voluntad en las manos del Maestro: de verdad, en serio. Pero ¡ojo! que normalmente
Dios escucha, a menudo, de manera tan explosiva
que te dan ganas de reír.
El único riesgo serio de la oración es que Dios
nos escucha. La única contraindicación del abandonarse en Dios es que luego corres
el riesgo peligrosamente de ser santo.
Segunda provocación: somos siervos inútiles. Es
decir, el mundo ya está salvado, no tenemos que salvarlo nosotros.
A nosotros se nos pide vivir como salvados, a
mirar más allá, más allá y adentro. A nosotros Jesús nos pide vivir como personas
de fe, a caminar en nuestro camino con un corazón compasivo y preñado de paz,
fecundo y acogedor. Sin rigideces, con ligereza.
Para el resto dejemos a Dios hacer su oficio.
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