Salmo Responsorial: Salmo 120
Segunda lectura: 2 Tim 3, 14-4, 2
Evangelio: Lc 18, 1-8
Los textos de hoy nos hablan de oración. A los
cristianos nos gusta la oración, hablamos de ella, necesitamos de ella.
Sentimos una fuerza extraordinaria que proviene
de la meditación orante de la Palabra.
Pero tantas veces rezamos mal y
despistados, como en otras muchas cosas. No siempre logramos por la mañana
levantarnos pronto para recortar al día diez minutos para la oración y, por la tarde, a menudo el cansancio se impone
a los buenos deseos de un momento de pausa al anochecer.
Yo como
sacerdote tengo la suerte inmensa de estar cada día en contacto con la Palabra y
ese contacto frecuente con ella me ensancha el corazón.
A veces, es pesado rezar. Amigas mías monjas de
clausura que oran muchas horas al día por los demás, me comentan con humor que, a veces, se cansan
de rezar. ¡Parece un chiste!
Y es que convencer a alguien de la necesidad e
importancia de la oración es imposible. Y, por otra parte, es igualmente
imposible que quien haya descubierto el rostro de Dios en la oración, llegue a
abandonarla.
La oración es una experiencia única y personal,
que se aprende a medida que se practica: los libros para enseñar a orar sólo
sirven al que los escribe.
Confidencias
La oración es
el santuario donde descubrimos el verdadero rostro de Dios, el lugar
dónde el alma encuentra nuestra vida fragmentada e incoherente. Por eso, os
confieso que conservar y cultivar una vida interior en este tiempo feroz, en un
occidente que ha perdido el alma, tiene algo de heroico,
La experiencia de los orantes nos dice que, a
pesar de haber rezado tanto, Dios nunca les dio lo que pedían, sino todo aquello
que deseaban, sin saber cómo, y mucho más. Ellos mismos descubrieron el sentido
profundo de aquello de "llamad y se os abrirá", sólo que la puerta
que se abrió no era a la que estaban llamando.
La puerta de la interioridad, del verdadero
rostro de Dios, del descubrimiento de uno mismo, sólo lograremos abrirla si
insistimos, si no nos desanimamos, si aceptamos sentirnos a veces cansados, casi
sin fe, y nos sentamos desalentados, dejando que alguien nos sostenga los
brazos extendidos, como Moisés en la primera lectura. Espléndida imagen de
Iglesia en la que nos ayudamos y soportamos mutuamente.
Juez
injusto
Aun cuando percibiéramos a Dios como un juez
incomprensible-dice Jesús- que no interviene en la vida de los débiles, que nos
agobia con normas incomprensibles, que imaginamos ajeno a nuestras inquietudes y
a nuestras tragedias, aun cuando Dios fuera ese monstruo que a veces dibuja nuestro
inconsciente y que ciertos cristianos (¿lo tendrán como misión?) insisten en
profesar, estamos llamados a insistir en la oración.
Insistir no para convencer a Dios, sino para convertir
nuestro corazón. Insistir para purificar
nuestro corazón y descubrir que Dios no es un juez, ni justo ni injusto, sino
un Padre tierno. Insistir no para
cambiar radicalmente las cosas, ni siquiera a nosotros mismos, sino para ver en
el mundo los latidos del corazón de Dios. Insistir en la batalla que tenemos
que afrontar cada día, como Moisés que reza para vencer. Insistir.
Pero lo inquietante no es la oración, sino la
última e indigesta pregunta de Jesús que martillea en las sienes: "Cuándo
vuelva, encontraré todavía fe sobre la tierra?"
Domund
Hoy celebramos el domingo mundial de la
propagación de la fe, el DOMUND. El día en el que cada año se hace una colecta
especial para recaudar fondos para la labor misionera de la Iglesia, una labor
con muchos frentes abiertos y muchas necesidades materiales de tantos
misioneros entregados y tantos puestos de misión en los extremos más recónditos
del globo en los que, gracias a ellos, la salvación de Dios alcanza a todas las
gentes. Gracias a ellos la Iglesia cumple el mandato de Jesús: “Id por todo el
mundo y anunciad el Evangelio a todas las gentes.
Pero tan importante como la colecta, o más, es
insistir en la oración para que Dios siga siendo la fuerza que mueva la vida y
la tarea de los misioneros: la transmisión de la fe cristiana y el ejercicio de
la caridad entre los más pobres. FE + CARIDAD = MISIÓN. El Papa Francisco lo
subraya en su mensaje para este día: “La
Iglesia –lo repito una vez más- no es una organización asistencial, un empresa,
una ONG, sino que es una comunidad de personas animadas por la acción del
Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con
Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir
el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado”.
¿Fe?
Jesús ha venido como resplandor del Padre, nos
ha descrito y dado a Dios porque él mismo es Dios. Ha convencido el mundo sobre
Dios, llenándolo de Espíritu, aunque el mundo, la Iglesia y nosotros mismos, corremos
el peligro continuamente de olvidarnos del rostro del Padre para reemplazarlo por
ese que se adecúa más a nuestros esquemas.
En un derroche de locura Jesús confió el Reino a
la Iglesia, a esta Iglesia nuestra, para que fuese testigo del Padre. A esta Iglesia
débil hecha de hombres débiles, aunque transfigurados por el Espíritu. Pero estamos
llamados a una única cosa: a tener fe y a transmitirla.
Jesús volverá, lo sabemos, en la plenitud de los
tiempos, cuando todas las gentes hayan oído anunciar el Evangelio de Cristo.
Vendrá para completar el trabajo que nosotros hayamos hecho, si no nos estancamos
por la incompetencia de los operarios, por la polémica sobre los recursos, por un
particularismo egoísta o por la pelea entre los obreros.
La pregunta será: ¿Todavía habrá fe? Jesús no nos dice: ¿Habrá todavía una
organización eclesial? ¿Una vida ética consecuente con el cristianismo? ¿Quedarán
bonitas y buenas obras sociales?" No nos preguntará si la gente irá a
Misa, si los cristianos serán todavía visibles, si todavía se profesarán los
valores del evangelio.
¿Habrá todavía fe? La fe busca al Señor. No la
eficacia, no la organización, no la coherencia, no la estructura. Todas estas
cosas son esenciales si llevan a la fe y la cultivan; si nos llevan a Dios. Pero son inútiles y peligrosas, si se
convierten en autorreferenciales, si sólo se quedan en celebraciones, usos y
ritos cerrados en sí mismos.
Si no buscamos al Señor corremos el riesgo de confundir
los planes, de dejar que las cosas penúltimas y antepenúltimas tomen el sitio
de las cosas últimas y verdaderas.
Sacudidas
Sano reproche, el que Jesús nos hace hoy, sano
realismo, desconcertante provocación. Jesús pide a sus discípulos conservar la fe
en la adversidad, no ceder, no aflojar, seguir con la desarmada y desarmante
batalla del Reino.
Es tiempo de fidelidad, tiempo de no aflojar, de
no ceder… justo en estos tiempos brumosos y confusos.
Hoy, en esta eucaristía, con nuestra presencia, con
nuestra vida y nuestro deseo, digamos: sí, Señor, Maestro, si hoy vinieras, si fuese
ahora la plenitud de los tiempos, todavía encontrarías una fe ardiente: por lo
menos la mía.
Y para
que esta fe no que de encerrada en mí, pidamos fervientemente por los
misioneros que en primera línea de batalla transmiten la fe y colaboremos en la
colecta para que puedan seguir atendiendo en la caridad a los más pobres.
Muchas gracias en su nombre.
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