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domingo, 20 de octubre de 2013

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: Ex 17, 8-13a
Salmo Responsorial: Salmo 120
Segunda lectura: 2 Tim 3, 14-4, 2
Evangelio: Lc 18, 1-8
 
Los textos de hoy nos hablan de oración. A los cristianos nos gusta la oración, hablamos de ella, necesitamos de ella.    
Sentimos una fuerza extraordinaria que proviene de la meditación orante de la Palabra.  Pero tantas veces  rezamos mal y despistados, como en otras muchas cosas. No siempre logramos por la mañana levantarnos pronto para recortar al día diez minutos para la oración y,  por la tarde, a menudo el cansancio se impone a los buenos deseos de un momento de pausa al anochecer.
 Yo como sacerdote tengo la suerte inmensa de estar cada día en contacto con la Palabra y ese contacto frecuente con ella me ensancha el corazón.  
A veces, es pesado rezar. Amigas mías monjas de clausura que oran muchas horas al día por los demás,  me comentan con humor que, a veces, se cansan de rezar. ¡Parece un chiste!
Y es que convencer a alguien de la necesidad e importancia de la oración es imposible. Y, por otra parte, es igualmente imposible que quien haya descubierto el rostro de Dios en la oración, llegue a abandonarla.  
La oración es una experiencia única y personal, que se aprende a medida que se practica: los libros para enseñar a orar sólo sirven al que los escribe.
 
Confidencias 
La oración es  el santuario donde descubrimos el verdadero rostro de Dios, el lugar dónde el alma encuentra nuestra vida fragmentada e incoherente. Por eso, os confieso que conservar y cultivar una vida interior en este tiempo feroz, en un occidente que ha perdido el alma, tiene algo de heroico, 
La experiencia de los orantes nos dice que, a pesar de haber rezado tanto, Dios nunca les dio lo que pedían, sino todo aquello que deseaban, sin saber cómo, y mucho más. Ellos mismos descubrieron el sentido profundo de aquello de "llamad y se os abrirá", sólo que la puerta que se abrió no era a la que estaban llamando.
La puerta de la interioridad, del verdadero rostro de Dios, del descubrimiento de uno mismo, sólo lograremos abrirla si insistimos, si no nos desanimamos, si aceptamos sentirnos a veces cansados, casi sin fe, y nos sentamos desalentados, dejando que alguien nos sostenga los brazos extendidos, como Moisés en la primera lectura. Espléndida imagen de Iglesia en la que nos ayudamos y soportamos mutuamente. 
 
Juez injusto 
Aun cuando percibiéramos a Dios como un juez incomprensible-dice Jesús- que no interviene en la vida de los débiles, que nos agobia con normas incomprensibles, que imaginamos ajeno a nuestras inquietudes y a nuestras tragedias, aun cuando Dios fuera ese monstruo que a veces dibuja nuestro inconsciente y que ciertos cristianos (¿lo tendrán como misión?) insisten en profesar, estamos llamados a insistir en la oración. 
Insistir no para convencer a Dios, sino para convertir nuestro corazón.  Insistir para purificar nuestro corazón y descubrir que Dios no es un juez, ni justo ni injusto, sino un Padre tierno.   Insistir no para cambiar radicalmente las cosas, ni siquiera a nosotros mismos, sino para ver en el mundo los latidos del corazón de Dios. Insistir en la batalla que tenemos que afrontar cada día, como Moisés que reza para vencer. Insistir.
Pero lo inquietante no es la oración, sino la última e indigesta pregunta de Jesús que martillea en las sienes: "Cuándo vuelva, encontraré todavía fe sobre la tierra?" 

 Domund
Hoy celebramos el domingo mundial de la propagación de la fe, el DOMUND. El día en el que cada año se hace una colecta especial para recaudar fondos para la labor misionera de la Iglesia, una labor con muchos frentes abiertos y muchas necesidades materiales de tantos misioneros entregados y tantos puestos de misión en los extremos más recónditos del globo en los que, gracias a ellos, la salvación de Dios alcanza a todas las gentes. Gracias a ellos la Iglesia cumple el mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a todas las gentes.
Pero tan importante como la colecta, o más, es insistir en la oración para que Dios siga siendo la fuerza que mueva la vida y la tarea de los misioneros: la transmisión de la fe cristiana y el ejercicio de la caridad entre los más pobres. FE + CARIDAD = MISIÓN. El Papa Francisco lo subraya en su mensaje para este día: “La Iglesia –lo repito una vez más- no es una organización asistencial, un empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado”.

¿Fe? 
Jesús ha venido como resplandor del Padre, nos ha descrito y dado a Dios porque él mismo es Dios. Ha convencido el mundo sobre Dios, llenándolo de Espíritu, aunque el mundo, la Iglesia y nosotros mismos, corremos el peligro continuamente de olvidarnos del rostro del Padre para reemplazarlo por ese que se adecúa más a nuestros esquemas. 
En un derroche de locura Jesús confió el Reino a la Iglesia, a esta Iglesia nuestra, para que fuese testigo del Padre. A esta Iglesia débil hecha de hombres débiles, aunque transfigurados por el Espíritu. Pero estamos llamados a una única cosa: a tener fe y a transmitirla. 
Jesús volverá, lo sabemos, en la plenitud de los tiempos, cuando todas las gentes hayan oído anunciar el Evangelio de Cristo. Vendrá para completar el trabajo que nosotros hayamos hecho, si no nos estancamos por la incompetencia de los operarios, por la polémica sobre los recursos, por un particularismo egoísta o por la pelea entre los obreros. 
La pregunta será: ¿Todavía habrá fe?  Jesús no nos dice: ¿Habrá todavía una organización eclesial? ¿Una vida ética consecuente con el cristianismo? ¿Quedarán bonitas y buenas obras sociales?" No nos preguntará si la gente irá a Misa, si los cristianos serán todavía visibles, si todavía se profesarán los valores del evangelio. 
¿Habrá todavía fe? La fe busca al Señor. No la eficacia, no la organización, no la coherencia, no la estructura. Todas estas cosas son esenciales si llevan a la fe y la cultivan; si nos llevan a Dios.  Pero son inútiles y peligrosas, si se convierten en autorreferenciales, si sólo se quedan en celebraciones, usos y ritos cerrados en sí mismos.
Si no buscamos al Señor corremos el riesgo de confundir los planes, de dejar que las cosas penúltimas y antepenúltimas tomen el sitio de las cosas últimas y verdaderas. 
 
Sacudidas 
Sano reproche, el que Jesús nos hace hoy, sano realismo, desconcertante provocación. Jesús pide a sus discípulos conservar la fe en la adversidad, no ceder, no aflojar, seguir con la desarmada y desarmante batalla del Reino. 
Es tiempo de fidelidad, tiempo de no aflojar, de no ceder… justo en estos tiempos brumosos y confusos. 
Hoy, en esta eucaristía, con nuestra presencia, con nuestra vida y nuestro deseo, digamos: sí, Señor, Maestro, si hoy vinieras, si fuese ahora la plenitud de los tiempos, todavía encontrarías una fe ardiente: por lo menos la mía. 
  Y para que esta fe no que de encerrada en mí, pidamos fervientemente por los misioneros que en primera línea de batalla transmiten la fe y colaboremos en la colecta para que puedan seguir atendiendo en la caridad a los más pobres. Muchas gracias en su nombre.

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