Primera Lectura: Joel 2, 12-18
Salmo Responsorial: Salmo 50
Segunda
Lectura: 2 Cor 5, 20 – 6,2
Evangelio:
Mt. 6, 1-6.16-18
Ceniza
Hoy comienza la Cuaresma
en la Iglesia católica latina. Son 40 días de recorrido que nos llevará hasta
la celebración de la Pascua. Un tiempo en el que somos invitados a vivir en la renovación
y el crecimiento personal y comunitario. ¡Tomemos en serio este
tiempo de salvación! Tomar en serio no significa poner el rostro adusto y
triste, cara de vinagre… sino tomar la vida en nuestras manos y revisarla junto
con el Señor y a través de su mirada tierna y amorosa.
Particularmente, en este
año caracterizado por la pandemia acabando y la guerra de Ucrania empezando, el
Papa Francisco nos invita a vivir la Cuaresma como una llamada a hacer el bien
siempre, a todos y sin cansarnos.
Mensaje
Entre otras cosas, dice
el Papa en su mensaje para la Cuaresma de este año:
- Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien
reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los gálatas: «No nos cansemos
de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su
debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a
todos» (Ga 6,9-10a).
- No nos
cansemos de hacer el bien. Frente a la
amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los
retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros
medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista
y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. La Cuaresma
nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor (cf. 1 P 1,21).
- No nos
cansemos de orar. Necesitamos orar
porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una
ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y
social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en
Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad. Nadie se salva solo, porque
estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia;
pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio pascual de
Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte
- No nos
cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma fortalezca
nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir
perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios
nunca se cansa de perdonar.
- No nos
cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando
con alegría (cf. 2 Co 9,7). Si es verdad que toda nuestra vida es un tiempo
para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta Cuaresma para cuidar a
quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de aquellos hermanos y hermanas
que están heridos en el camino de la vida (cf. Lc 10,25-37).
Convertíos a mí de todo corazón, escuchamos en la profecía de Joel (1ª lectura). Convertirse significa volver la mirada a Dios, buscarle y dejarnos encontrar por Él.
En el Evangelio de hoy,
Jesús, después de haber afrontado algunos temas sensibles de la tradición oral
de la Torah, apunta alto y polemiza contra la manifestación de la fe de los que
eran considerados como los devotos de su tiempo. Y tiene para todos, enseñando
la necedad de algunas actitudes que, desafortunadamente, todavía encontramos
hoy entre quienes se dicen cristianos. ¡Sobre todo la limosna ostentosa, la
caridad que acaba en los periódicos y ante las televisiones, las listas de
bienhechores expuestas a la puerta de las iglesias y en orden decreciente!
Todas éstas son actitudes que ofenden al evangelio. La caridad tiene que ser
discreta, humilde, nunca llamativa: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace
la derecha”.
Jesús, además, se opone
a la costumbre de la oración que se convierte en una manifestación devocional
excesiva, en una ritualidad encerrada en sí misma, reducida a pura exterioridad
y que no conduce a nada. Porque la verdadera oración es diálogo que nos lleva a
la intimidad con Dios. Si alguna oración debe prevalecer es la oración
personal, íntima, escondida, “porque tu Padre ve en lo secreto”, nos dice el
evangelio.
Finalmente, Jesús la
toma contra quien practica la ascesis y la mortificación, sobre todo
haciéndosela sufrir a los demás; presumiendo de estar haciendo un sacrificio
para aplacar la ira de un dios justiciero, que no tiene nada que ver con el
Padre misericordioso de nuestro Señor Jesucristo.
Mejor digamos: Señor,
¿qué ayuno necesito? ¿Cuáles son las obesidades que me hacen pesado y torpe a
la luz del Espíritu? ¿De qué me tengo que vaciar para que tú puedas entrar más
en mí?
En resumen, leer esta
página evangélica con seriedad nos ha de servir para hacer una revisión de
nuestra vida que nos lleve a encontrarnos con nosotros mismos, tal como somos,
con honestidad; a encontrarnos fraternalmente con los demás, y todos juntos con
Dios como hijos queridos del Padre.
¡Ánimo, que es una
aventura preciosa que merece la pena vivir! Que el Señor nos conceda la gracia
de llegar a ser personas de oración íntima y personal. Que la ceniza que hoy
recibimos sea una señal de la conversión del corazón, de un camino hacia la fe
profunda e interior que alimente nuestro amor y servicio a los demás. Que así
sea.
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