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sábado, 10 de septiembre de 2022

DOMINGO 24º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: Ex 32, 7-11.13-14
Salmo Responsorial: Salmo 50
Segunda lectura: 1 Tim 1, 12-17
Evangelio: Lc 15, 1-32
 
                        Amigos, el domingo pasado veíamos el buen negocio cristiano que tenemos entre manos: con el Señor lo tenemos todo; sin el Señor no tenemos nada. Jesús afirma ser más grande que la alegría mayor y más intensa que humanamente podamos experimentar. Así, para el discípulo que, sintiendo la inmensa sed de infinito que late en el corazón y la aguda nostalgia de absoluto, Jesús propone un camino hacia un descubrimiento inesperado: el verdadero rostro de Dios.

            Nuestro pequeño dios

“Despacio, Padre, - dirá alguien - que yo conozco a Dios y lo sirvo desde niño, yo soy cristiano viejo”. Está bien, muy bien, pero lo que el Señor pide a los discípulos, para no caer en una ensoñación, es confrontarse constantemente con la Palabra. No con cualquier palabra, sino con la Palabra, la única, la de Dios.

Todos tenemos una idea de Dios para creer en Él o rechazarlo. Tenemos una idea espontánea, natural, inconsciente de Dios, una especie de religiosidad innata grabada como una impronta en el ser humano. Pero eso no es suficiente.

Muchas veces, la idea que tenemos de Dios es aproximada y, muchas veces, no demasiado agradable que se diga. Dios existe, por supuesto, faltaría más, y además es poderoso, pero también incomprensible en sus discutibles decisiones. Venga, amigos, seamos sinceros: ¿no habéis pensado más de una vez frente a la estupidez humana que nos rodea, que vosotros habríais gobernado el mundo mucho mejor; que Dios, al menos, debería detener las guerras; que esa madre de familia devorada por el cáncer es un gran despropósito divino; que las catástrofes naturales son un despiste de un dios distraído que no controla las fuerzas de la naturaleza?

Esta idea falsa de Dios tiene que ser iluminada por la revelación de Jesucristo. Jesús y el Padre son uno; Jesús no es sólo un hombre con una inmensa sensibilidad espiritual, no. Creemos, yo creo firmemente, que es la misma presencia de Dios.

             El Dios de Lucas

            De entre los cuatro evangelistas, Lucas es el que más tuvo que dar este salto hacia la divinidad de Jesús y la misericordia divina. Él, un griego de Antioquía, estaba acostumbrado a una religiosidad vinculada a unos dioses y hombres caprichosos como nosotros en todas las cosas. ¡Qué sobresalto debió haber sentido en su corazón al escuchar a aquel tipo de Tarso, hablar de Dios de un modo absolutamente innovador! Dios, decía Pablo, es un Padre lleno de ternura, lejano en años luz de nuestras fobias y de nuestros temores.

Lucas había creído en el Dios que anunciaba Pablo, había recibido el bautismo y la nueva vida siguiendo al Maestro Jesús, el judío. Luego, después de muchos viajes, después de un montón de alegrías, después de una vida de conocimiento, nos da, como en tres perlas, la síntesis del rostro de Dios en las extraordinarias parábolas que hoy hemos escuchado.