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sábado, 24 de febrero de 2024

DOMINGO 2º DE CUARESMA (Ciclo B)


Primeros Lectura: Gen 22, 1-2.9a.10-13.15-18
Salmo Responsorial: Salmo 115
Segunda Lectura: Rom 8, 31b-34
Evangelio: Mc 9, 2-10

La Cuaresma es un tiempo para renacer a la vida: igual que Jesús tuvo que enfrentarse con las fieras del desierto y con sus fantasmas para decidir qué tipo de Mesías quería ser, también nosotros, en estos cuarenta días, estamos invitados a preguntarnos qué tipo de personas hemos llegado a ser y cómo quisiéramos vivir. En este tiempo permitimos que aflore nuestra alma; parándonos un poco permitimos que nuestro “interior” se apropie de nuestra vida.

Mediante la oración diaria, el ayuno, la atención a los pobres, podemos preparar en serio nuestra conversión a la alegría, podemos prepararnos a la Pascua de la Resurrección.

Desiertos

También Abrahán entra en un desierto, pero con una orden incomprensible de parte del Dios que lo ha llamado y que le ha prometido una descendencia infinita. Dios le pide que sacrifique al hijo de la promesa.

Es ésta una página terrible, absurda, una locura. Kieerkegard, filósofo del siglo XIX, ve en este drama el gesto absoluto de la fe total, y por eso Abrahán se convierte en el padre fundador de todos los creyentes.

Hay momentos y situaciones incomprensibles, insanables, absurdas en nuestra vida, en las que el dolor, tan desgarrador como es perder a un hijo, parece que prevalecen. Es entonces cuando, aunque estemos sobre el monte Moria como Abrahán con el cuchillo tendido, aunque Dios nos parezca insensato y cruel, tenemos que buscar el ánimo de mirar hacia la belleza del monte Tabor.

Colinas

Hoy, prácticamente al principio de la Cuaresma, nos fijamos en el Tabor. Comenzamos la purificación de nuestros corazones mirando a esta pequeña colina cercana a Nazareth, de una belleza salvaje, que posee una fuerza misteriosa. Jesús lleva consigo a sus amigos más íntimos a dar un bonito paseo. Y allí, sobre el monte golpeado por el viento, sucede lo inesperado. Jesús ha querido llevar consigo a los suyos para que vean su verdadero rostro. 

sábado, 17 de febrero de 2024

DOMINGO 1º DE CUARESMA (Ciclo B)


Primera lectura: Gen 9,8-15
Salmo Responsorial: Salmo 24
Segunda lectura: 1Pe 3,18-22
Evangelio: Mc 1,12-15


¡Fuera las máscaras!

Quitémonos las máscaras. Primero las del reciente Carnaval, pero sobre todo las que siempre llevamos puestas.

Comenzamos la Cuaresma, el tiempo que cada año se nos da para volver a lo esencial, para volver a nosotros mismos, para conseguir que el alma aflore en nuestra vida, en definitiva… para encontrar a Dios.

La verdad es que lo deseamos, pero también sabemos lo difícil que es conservar la fe, lo difícil que es hacer del evangelio la medida con la que juzgamos nuestra vida, lo difícil que es mantenernos en intimidad con nosotros mismos.

Este tiempo, que busca ponernos en contacto con las cosas esenciales, nos prepara para la gran fiesta de la Pascua, y hemos de ponernos en guardia para que las muchas iniciativas propuestas por las parroquias y centros de culto no nos se nos hagan rutinarias, diluidas y ya sabidas.

No se trata de quitarnos el disfraz que habitualmente llevamos en la vida de cada día, para vestir otro disfraz de penitente cuaresmal, pensando que así complacemos a Dios. El problema no es comer o no comer carne los viernes, o dar parte de mi dinero a los necesitados o a las misiones, ni poner caras largas de mortificados, sino hacer más viva nuestra fe. Hacer de nuestra fe, de nuestra confianza en Jesús, una fuente viva que riegue hasta el último surco de nuestra vida.

Como Jesús fue al desierto para decidir de qué modo afrontar su misión, así nosotros entramos en el desierto cuaresmal para enfocar bien las opciones de vida que queremos hacer.

La verdad es que, leyendo el evangelio de Marcos, uno se queda bastante decepcionado: el evangelista resume las tentaciones de Jesús en sólo dos versículos, sin entrar en el detalle. Pero vamos aprendiendo a desconfiar de las aparentes simplificaciones de Marcos, porque los matices que caracterizan su narración son un universo que tenemos que descubrir.

Espíritu

En primer lugar, es el Espíritu el que empuja a Jesús al desierto para satisfacer su deseo de verdad, de oración y de silencio. En otro fragmento del evangelio, ya habíamos encontrado al Maestro, por la noche, solo, orando con el Padre. Ahora lo encontramos concentrándose en esa relación con Dios por un largo período de tiempo.

¿Por qué nosotros no tenemos también el ánimo y el deseo de aprender en el silencio, de descubrir lo que es una oración hecha de escucha de la Palabra de Dios? ¿Por qué no nos atrevemos, empujados por el Espíritu, a dedicar algún tiempo durante el año para dejar aflorar nuestro espíritu y nuestra alma? ¡Ojalá tengamos el ánimo y el deseo de repetirle, una y otra vez, a nuestro tibio cristianismo que es el Espíritu el que nos empuja hacia nuestra interioridad!

viernes, 9 de febrero de 2024

DOMINGO 6º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera lectura: Lev 13,1-2.45-46
Salmo Responsorial: Salmo 31
Segunda lectura: 1 Cor 10,31-11,1
Evangelio: Mc 1, 40-45

Hay experiencias o situaciones en la vida que nos aíslan de los demás, que nos hacen caer en un grupo especial no deseado y condenado a ser marginado.

Como cuando perdemos a una persona querida, como cuando el dolor físico irrumpe en nuestra vida, como cuando una quiebra afectiva resetea nuestra vida. En esos momentos nos sentimos extraños a la vida y la gente nos evita.

¿De qué hablar? ¿Con quién? ¿Quién quiere tener cerca a alguien que ha sido mordido por el demonio del sufrimiento?

En esos momentos, a veces, nos acercamos a Dios. Sólo a veces. Es más frecuente, por desgracia, que en el dolor y en la soledad se pierda la fe, sin más historias.

Y de eso el leproso de hoy sabe algo.

¡Leproso! ¡Leproso!

La lepra era una enfermedad de la pobreza; una enfermedad que hace que tu carne se pudra, que te hace sentir solo, que anula los encuentros, que impide los abrazos. Desoladora, incesante, inmunda, en la que uno se va consumiendo, pudriéndose poco a poco. En Israel, como en todas las civilizaciones del pasado, se entendía muy bien la gravedad de aquella enfermedad y de su contagio, lo que imponía a los leprosos quedarse lejos de las poblaciones y gritar su condición de leproso en caso de que se encontraran con otras personas.

Una enfermedad que estaba recargada además con un sentido de culpa que todos echaban sobre el enfermo. La lepra era el más terrible de los castigos de Dios, según la mentalidad punitiva de aquella cultura del Antiguo Testamento. No había ninguna piedad para los leprosos, ninguna compasión, sólo fastidio y miedo a encontrarse con ellos.

Una enfermedad que aislaba, como un cáncer del alma.

La breve narración que hoy nos ofrece Marcos, es una joya de matices.

El leproso tiene confianza en Jesús, se acerca a él con confianza, con cautela y con humildad. Es el único caso del evangelio en que un enfermo se presenta él solo ante el Señor.

Y no le pide la curación sino la purificación. Para esta persona es más fuerte el deseo de ser rescatada socialmente que el de volver a estar sana. Lo mismo nos pasa a nosotros: lo que nos mata es la soledad, el aislamiento, y no tanto el mal físico. Jesús, diversamente a los demás, siente compasión. Siente el sufrimiento del leproso. Lo toca y lo sana.

 Nuestro Dios

Los devotos de aquel tiempo (y los de hoy) dividían la realidad en dos categorías: por una parte, la luz y la pureza, donde está Dios y todos los buenos chicos y, por otra, las tinieblas y la impureza, donde están todos los demás que no sean ellos mismos.

Que Dios toque a un leproso no puede imaginárselo nadie. Que Dios no esté en la pureza es una provocación infinita. Sin embargo ésta es la gran novedad del evangelio, la conversión que supone acoger a todos; la locura ya expresada en el bautismo de Jesús, cuando el Hijo de Dios se puso en fila con los pecadores.

Ese es nuestro Dios insólito que se ensucia las manos.

sábado, 3 de febrero de 2024

DOMINGO 5º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera lectura: Job 7,1-4.6-7
Salmo Responsorial: Salmo 146
Segunda lectura: 1 Cor 9, 16-19.22-23
Evangelio: Mc 1, 29-39


El ministerio público de Jesús comenzó en la sinagoga de Cafarnaúm, la ciudad donde vivían Pedro y Andrés. Son precisamente ellos, junto con Santiago y Juan, los primeros discípulos a los que Jesús llama. Los cuatro dejan las redes que están zurciendo para seguirlo, para iniciar la loca aventura del evangelio.

Dios nos llama allí donde estamos y nos convierte en pescadores de humanidad, capaces de sacar fuera de nosotros mismos, y de los demás, toda la humanidad que necesitamos para vivir.

Dejemos de zurcir las redes, tratando de arreglar o de apañar todas las cosas; lo que necesitamos es cambiar nosotros radicalmente, lo que necesitamos es la conversión.

Marcos se muestra como un hábil narrador. Su estilo seco y sintético esconde unos matices que hemos de captar para entender la intensidad del anuncio de la buena nueva.

Saliendo de la sinagoga Jesús entra en casa de Pedro, cura a su suegra, acoge a la muchedumbre al caer de la tarde, luego, por la noche, sale a orar. Éste es el esquema de una jornada corriente de Jesús.

¿Nos quejamos de tener poco tiempo y de andar corriendo desde la  mañana hasta la tarde? No se lo digamos al Maestro…

Curados para servir

La suegra de Pedro está con calentura. La fiebre, como sabemos, puede ser señal de una leve enfermedad o de una enfermedad mortal. Aquí sin embargo se convierte en el símbolo de cualquier estado de malestar humano.

Pedro y Andrés van a Jesús y le hablan. No piden una intervención del Señor, ni una curación; ellos son el modelo de discípulo que hace de la oración un momento para confiar en Dios, y no una imposición al Señor de las soluciones hechas que cada uno desea y ya tiene previstas.

Jesús interviene con garbo y amabilidad, coge la mano de la suegra de Pedro y la cura. La mujer se pone a servir al Señor y a los suyos, a sus amigos y familiares.

El verbo que Marcos usa aquí para la curación tiene que ver con la resurrección (egeiro) y el verbo usado a continuación indica un servicio permanente y continuo (diakonein). Estos son los dos atributos del discípulo: una persona curada que se pone a servir, un renacido que se pone al servicio del Reino.

Y aquí, como más adelante el día de la resurrección del Señor, va ser una mujer, la parte débil según la cultura judía, la que es curada y la que se pone a servir.

Estamos sanados y salvados para servir, para anunciar el Reino de Dios, como la suegra de Pedro. Resucitados para en todo amar y servir.